AD y el Ejército

Columna CONSIGNAS, publicada en el diario El Gráfico.

Con el título «Acción Democrática y el Ejército», con una hermosa portada a dos colores que reproduce figuras marciales de todas las armas (aviación militar, infantería, marina, artillería, ingenieros), con el pie de imprenta de la Secretaría Nacional de Prensa del «Partido del Pueblo», ha circulado profusamente, especialmente en los Cuarteles, un folleto destinado a alabar políticamente por parte de Acción Democrática los cuadros del Ejército Nacional y a tratar de establecer identidad entre una y otra fuerza. «El 18 de octubre se realizó en la insurgencia mancomunada de civiles y militares, esa aspiración común de Acción Democrática  y de la juventud del Ejército: la restauración de la confianza que la Nación siempre debe poner en sus hombres de uniforme. Como un esfuerzo más en la obra de cimentarle al Ejército venezolano la inagotable confianza de su pueblo, Acción Democrática publica hoy estas páginas, ideario de viril sinceridad y guía inconfundible en su lucha política». Tal el objetivo confesado de la publicación.

La aparición del folleto en referencia nos ha inundado en reflexiones acerca del criterio, bastante singular, que los hombres del Partido Acción Democrática han aplicado en relación al Ejército de la República. Cada fecha es aprovechada por Acción Democrática para tratar de hacer ver al Ejército que ella es la única defensora de la Institución. Recordamos que en 1941, mientras se exigía a toda la prensa política el que olvidara al Ejército en sus exposiciones, dedicaba Acción Democrática el 24 de junio (en plena «tregua» política) una edición extraordinaria a las Fuerzas Armadas, salpicada de conceptos llenos de parcialización política. Después «El País» ha seguido la tesis y ahora han llegado al descaro absoluto: ya no es ni siquiera un periódico, «El País», ya es Acción Democrática la que paladina y descaradamente asume para sí como Partido toda relación pública con el Ejército de Venezuela.

Quisiéramos saber cuál hubiera sido la actitud de la prensa oficial si hubiéramos cambiado simplemente una palabra en el título del referido folleto, dejándolo tal cual en el resto de su contenido. El que se hubiera editado un folleto cualquiera con el siguiente título: «COPEI Y EL EJÉRCITO», y el que se dijera que COPEI, siempre deseoso de cimentarle al Ejército venezolano la inagotable confianza de su pueblo, publicaba esas páginas como un ideario de viril sinceridad y guía inconfundible en su lucha política. El escándalo habría sido mayúsculo. Editoriales de «El País» habrían vaciado toda la bilis y el rencor de que son capaces, a los tres años de estar en el Poder, los hombres de Acción Democrática, perdurablemente marcados  con ese complejo de inferioridad que el odio manifiesta, habrían menudeado discursos y ofensas de índole diversa. Quizá habrían provocado una circular de los Despachos oficiales comunicados con el ramo. Se habrían llevado las cosas al Congreso de la República y a los hombres de COPEI los habrían puesto en entredicho ante la nación venezolana.

Con esto bastará, con esta simple comparación, para poner de relieve el ventajismo diferencial de que hace uso Acción Democrática en la lucha política venezolana. No le basta utilizar como gobierno los atributos inherentes a los adeístas que desempeñan funciones públicas, desde la más elevada dignidad hasta el más modesto cargo policial. Quieren mucho más. Quieren comprometer «con el Partido», instituciones que por su misma naturaleza y su carácter no tienen papel deliberante, ni pueden vincularse a ninguna secta ni a ningún compromiso partidista, sino que son para la defensa de la Patria, en todas y cada una de sus manifestaciones, para garantía integral y justa de quienes en Venezuela combatimos en los diversos bandos.

Es de esperar que el Ministerio de Defensa, tan celoso en preservar al Ejército de toda contaminación partidista, no habrá dejado, aunque sea por los canales administrativos, de manifestar desagrado por esta publicación tan impropia, tan inadecuada, tan descaradamente ventajista, tan llena de intención sectaria.