Las banderas de los conspiradores

Columna CONSIGNAS, publicada en el diario El Gráfico.

 

Cada vez que el motivo de los conspiradores es puesto a la orden del día, no pueden los voceros oficiales cohibirse de desahogar su rabia contra la oposición no conspirativa. Parece que la mal disimulada impaciencia con que aceptan las críticas de sectores adversos al Gobierno, estallara en los momentos en que nuevos golpes de Estado se anunciara a la Nación, y se manifestara en consideraciones y amenazas intranquilizadoras.

Al principio, en los mítines, en los periódicos, en las columnas de los capitostes del pensamiento adeco, se trataba de identificar a la oposición con la conspiración. Ahora, en la imposibilidad ya de echar sospechas conspirativas contra grupos de cívica oposición como COPEI, viene en alegato de que las críticas de éstos crea clima propicio para las ambiciones de la fuerza; de que, en resumen, en forma «directa o indirecta», «internacional o no», esas críticas ofrecen banderas a los conspiradores.

Es lamentable que el señor Gallegos, tan obligado con su nombre y con sus libros a ser mesurado y cabal, haya incurrido en el mismo desliz. Desliz gravísimo por cuanto él puede alentar las fuerzas de la pasión partidista adeca, fáciles de desbocarse, para arrasar toda posibilidad de contravención ordenada y pacífica. Y grave manifestación, pues indica que el Presidente, a los tres meses de gobierno, tiene una dosis muy restringida del primer caudal que todo mandatario ha de tener en un régimen democrático: paciencia y serenidad.

Pero no. No es la oposición democrática y cívica la que da las banderas a los conspiradores. Quien las da es el Gobierno, con sus desaciertos, como lo expresó en el Congreso la fracción copeyana. Cuando se torturaban detenidos políticos, hubo quien manifestara osadamente (coincidieron en ello adecos y comunistas rojos) que la Oposición al denunciar el hecho y al pedir la sanción de los culpables, estaba alentado a quienes tuvieran propósitos conspirativos; pero ¿no era el Gobierno torturador quien conspiraba contra el orden institucional de Venezuela?

La Oposición, mientras existía un régimen de garantías constitucionales, tiene la obligación de vigilar, de criticar, de censurar. Si sus críticas son falsas y embusteras, ellas no harán mella en la conciencia popular: sólo servirán para desacreditarla. Pero si esas críticas responden a la verdad de los hechos, el Gobierno debe, para cerrar caminos de violencia, atenderlas, corregir los errores, aceptar las observaciones, pues quien se empecina en el error es quien conspira contra Venezuela.

El Gobierno parece aspirar a que la Oposición, atemorizada por la imputación de que da bandera a los conspiradores, se calle ante todo atropello. Lo que el Gobierno debe hacer es no atropellar, no sembrar odios. Pedirle un silencio timorato sería traicionar aquel deber imperativo, que para su conciencia envuelven las estrofas de Núñez de Arce:

No he de callar, por más que con el dedo,

ya tocando a la bolsa, ya a la frente,

silencio avises, o amenaces miedo:

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Nunca se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de sentir lo que se siente?

Que hable la Oposición, con serenidad y mesura, pero con valentía. Y que el Gobierno, enmendando sus pasos, deje algún día de dar banderas a los conspiradores.