Rafael Caldera en Mérida, durante la campaña presidencial de 1958.

La batalla de la confianza

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitido por Radio Caracas Televisión los jueves a las 10 pm.

La confianza es la base del sistema democrático. Si la convivencia dentro de un orden democrático emana de la voluntad colectiva, es indudable que la voluntad colectiva no puede construirse sino sobre un hecho de unidad psicológica.

Es algo muy distinto de lo que pasa en las dictaduras. Las dictaduras viven de desconfianza. Es característico el hecho de que en nuestras dictaduras la desconfianza empezaba entre el Presidente y sus Ministros, entre los Gobernadores y los Secretarios de los Estados y así dentro de toda la organización oficial hasta el último policía, y luego la desconfianza con respecto a la colectividad, que era una cosa proverbial.

Se ha dicho que el sistema básico para sostenerse nuestros dictadores era nombrar secretarios generales que fueran enemigos de los gobernadores de Estado; que las conversaciones entre el ministro Vallenilla y el director de la Seguridad Nacional, Estrada, por ejemplo, eran registradas por un aparato de control telefónico desde el Palacio de Miraflores; y que invitados en alguna comida íntima en la casa de algún Ministro del Despacho Ejecutivo recibían la indicación de hablar con mucha prudencia porque tenían la seguridad –o mejor dicho, la inseguridad– de estar espiados por agentes del mecanismo policial del régimen. Ese sistema de desconfianza, desde luego, da su resultado hasta el momento en que el régimen hace crisis, en que ya la fuerza no puede sostener más una organización que no tiene una base ancha y duradera.

En el régimen democrático, el sistema tiene que ser completamente distinto. Tiene que haber, desde luego, medidas de precaución y de control, como las hay en todos los países del mundo, pero tiene que haber cierta idea común, cierto grado de confianza entre la colectividad y el gobierno y entre los diversos sectores de la vida social, para que el régimen pueda funcionar. Es algo semejante a lo que pasa en la práctica de un deporte cualquiera. Si dos equipos, por ejemplo, van a debatir un campeonato, ambos tienen la confianza de que el límite de las agresiones que uno de los equipos pueda realizar, está asegurado por una serie de normas fundamentales: son las reglas del juego.

Sobre el problema de la confianza, dije algunas palabras en un mitin celebrado el sábado por la noche en la ciudad de Acarigua, al que hace referencia por cierto el diario El Nacional en su edición de hoy. Sobre este tema quisiera insistir esta noche con algunas consideraciones, porque me parece que en este momento preciso, psicológicamente hablando, Venezuela tiene que ganar la batalla de la confianza. Y me refiero a este hecho porque creo que, en parte como una consecuencia del desarrollo de la transición, hoy hay en Venezuela menos confianza que hace algunos meses, y si el proceso de pérdida de confianza continúa nos podemos abocar a una situación de la cual se aprovecharán los que están buscando la solución de fuerza.

La siembra de desconfianza

Hay en Venezuela en este momento una siembra de desconfianza. Para esa siembra de desconfianza existe un material propicio como el que deja en todo país el ejercicio de la tiranía. Desconfía el civil del militar, porque le hicieron ver que tras del uniforme estaba el respaldo de los regímenes tiránicos que lo despotizaron. Desconfía el militar del civil, porque cree que éste es su enemigo y que no está sino acechando la oportunidad para liquidar su institución y para importunarlo, molestarlo o arruinar su carrera, aun cuando se mantenga dentro del campo profesional. Desconfía el patrón del trabajador, porque piensa que se va a aprovechar de un momento de revolución para imponerle condiciones onerosas que acabaría por arruinar a la empresa. Desconfía el trabajador del patrono, porque piensa que no tiene interés sino en sus propias ganancias, no tiene sensibilidad social para comprender los derechos del obrero y está propenso a constituirse en un factor de regresión. Desconfían los independientes de los partidos, porque se les ha repetido durante mucho tiempo que son grupos de intereses sectarios, que no tienen otra preocupación que buscar beneficios para una secta o para un grupo. Y desconfían los partidos de los independientes, porque piensan que en ellos no hay verdadero sentido de la responsabilidad ciudadana y que la falta de adhesión a un grupo partidista no es sino el desvinculamiento de todo compromiso para no tener qué arriesgar cuando se halle en peligro la vida colectiva.

Y, dentro de esta siembra de desconfianza, se siembra la desconfianza del gobierno al pueblo y del pueblo al gobierno. El pueblo, algunas veces actúa como si se hallara pendiente de que el gobierno pudiera salirse del cumplimiento de sus compromisos y está constantemente acechándole, como si necesitara de un llamado continuo para que no se saliera del cauce del deber. Y el gobierno, que confía en el pueblo, en muchas ocasiones parece como si a veces desconfiara de él, como si no se atreviera a hablarle con la necesaria claridad, como si no tuviera fe en su respaldo y por esto mismo no tuviera la suficiente fuerza que es necesaria en toda colectividad para poner en marcha al desenvolvimiento de la vida social.

Esta siembra de desconfianza en Venezuela es un fenómeno que, de propagarse, podría traer muy graves consecuencias. A veces me da la impresión de que consciente o inconscientemente hubiera en muchos el deseo de ensanchar el frente de enemigos de la democracia, como si estuviéramos buscando a alguien para ponerlo del lado allá y para ir aumentando el número de fuerzas que puedan estar interesadas por su propia seguridad o por su propia tranquilidad en la ruina del régimen democrático.

La maravillosa formación del Frente Nacional

No procedió así Venezuela en las jornadas de enero. Todo lo contrario. Una de las cosas maravillosas de la intuición política y de la madurez de los venezolanos fue el proceso realizado durante los años anteriores –especialmente durante el último año– y que culminó en las jornadas de liberación del mes de enero. Dentro de ese proceso, el frente de la tiranía se fue reduciendo, fueron siendo muy pocos los que quedaban firmemente convencidos de su necesidad o firmemente decididos a respaldar al dictador. Se fue formando un ancho frente favorable a la causa democrática, se olvidaron muchos agravios, se les perdonaron a muchos –al fin y al cabo, dentro de la vida social no se consigue gente químicamente pura, que es la que puede ser incolora, inodora, insípida– y se acentuó la convivencia de gente que antes se combatía y ahora se admitía dentro de la sinceridad democrática, para formar aquel enorme Frente Nacional que trajo como consecuencia directa, en forma que pareció milagrosa por lo rápida y eficaz, el derrumbamiento de un régimen que parecía inconmovible.

Podemos medir mejor esta hábil táctica, que quizás sin una reflexión suficientemente madura se operó en Venezuela, comparándola con el caso de algunas naciones hermanas, aquí dentro del Continente Americano, que han combatido más duro en los hechos, que han derramado más sangre contra la tiranía, que han hecho mayores ejercicios de violencia para derribar  un régimen y que, sin embargo, no lo han podido derribar, porque les ha faltado la táctica para hacer que el frente de combatientes contra el régimen de fuerza sea lo suficientemente ancho para que el régimen de fuerza no pueda subsistir.

Nuestro fenómeno de enero fue verdaderamente maravilloso y se hicieron lenguas para elogiarlo intelectuales y políticos de todos los países hermanos y de otros continentes. Los venezolanos estamos orgullosos de aquello, pero a veces da la impresión de que quisiéramos olvidar muy rápidamente la estrategia y que quisiéramos, sin estar suficientemente consolidado el régimen democrático, comenzar todos los días a buscar a alguien que dijo esto en una ocasión y al otro que cometió tal hecho en otra circunstancia, para irlos empujando fuera, con lo cual se puede ir formando un ancho frente enemigo, que si sigue engrosando de modo caudaloso, va a hacer difícil en algún momento la subsistencia del régimen que estamos tratando de consolidar.

Por ello creo fundamental, indispensable, que dentro de la vida nacional nos propongamos la reflexión sobre este tema: ¿Cómo debemos hacer para curar los brotes de desconfianza que están apuntando y que pueden comprometer la suerte de la vida democrática, y para ir fortaleciendo esa confianza como punto de partido y fundamento sólido de la vida venezolana? Es una cuestión digna de que la meditemos todos, de manera cordial, porque en la siembra de desconfianza todos tenemos nuestra parte de culpa, tenemos culpa los partidos, tenemos culpa los que intervenimos en la prensa, tenemos culpa los que hablamos en público. Quizás no hemos sido lo suficientemente tenaces, lo suficientemente consecuentes para mantener la idea de que salvo un asentamiento psicológico de la democracia en la voluntad del pueblo, la labor que tenemos por delante será difícil de realizar con éxito.

A veces, por ejemplo, nos ponemos en una actitud demasiado exigente. El hecho de querer cobrar cuentas viejas es algo que no podría ni debería tener cabida en un momento como el actual, sobre todo por lo difícil que resulta una justicia verdaderamente recta y sana dentro de una situación revolucionaria, porque a veces se les reclama a unos lo que se les perdona a otros. A veces, por las mismas circunstancias de la vida ambiental, no existen ni puede existir, ni las circunstancias lo admiten, todos los requisitos necesarios para que pudiéramos dar un veredicto exacto.

Venezuela es un país en ascenso

Dentro de la situación de Venezuela debemos darnos cuenta de un hecho trascendental: Venezuela es un país en ascenso, todos queremos la oportunidad de trabajar y de desarrollar nuestras actividades, el obrero que se encuentra en la posición más deplorable no ha llegado a sentir en su corazón un movimiento de desesperanza. La desesperación no es una característica de la vida venezolana de nuestro tiempo. Lo que queremos es que se nos dé chance para trabajar, para actuar, en el fondo somos una nación profundamente optimista.

Se explica un hecho negativo y sistemático dentro de los países que viven el pesimismo porque se estrellan ante la realidad de una dramática situación. Hay países que viven de un producto, por ejemplo, y cuando el precio de este producto baja y los mercados se cierran, y todos los esfuerzos se hacen estériles para poder levantar la economía, entonces se apodera de los ánimos una irritación profunda que pone al descubierto una serie de movimientos negativos contra los cuales es muy difícil luchar.

En Venezuela se vive la posición contraria. Existe la convicción en todos nosotros de que el país se desarrolla, de que a pesar de que no se ha invertido la potencialidad del país en remediar sus grandes problemas, el país avanza, pero para que vayamos allá, para que logremos el avance, tenemos que conquistar la confianza. El militar tiene que llegar a confiar en el civil y el civil tiene que llegar a confiar en el militar. Para que el militar confíe en el civil es necesario que sienta que no va a ser objeto de amenazas indiscriminadas, ni que se piensa en turbas para echárselas encima, ni que maniobras para destruir su institución y para hacerlo perder su carrera están en el orden del día, sino que tenemos un país maduro, que comprende el papel de sus Fuerzas Armadas y está dispuesto a mantenerlas dentro de ese papel y dentro de su responsabilidad. Pero al mismo tiempo, el civil debe confiar que el militar reconoce su misión específica, sabe cuáles son sus deberes, cuál su alta responsabilidad y que cualquier conato de sacarlo de su función específica encontrará en la gran mayoría de la Institución Armada una repulsa, por la defensa no solamente del país y de las instituciones sino de su propia profesión.

Tenemos que lograr que el patrono confíe en el obrero y el obrero en el patrono, y una de las grandes campañas que tenemos que hacer es abrir cauces para la comprensión, camino en el cual, por cierto, se ha andado bastante en los últimos meses en una serie de entrevistas y conversaciones, por lo menos por arriba, entre las directivas máximas, entre el Comité Sindical Unificado y la Federación de Cámaras, entre los grandes grupos patronales y los grandes grupos obreros. Pero, tenemos que convencer al patrono que cuando el obrero reclama que se le pague mejor y que se le dé más descanso, no está pidiendo nada injusto y absurdo, sino que está realizando un anhelo legítimo del espíritu humano, y que, al mismo tiempo, comprenda el obrero que esas aspiraciones encuentran el límite razonable en la existencia de la empresa y en una justa y equitativa ganancia que no sea exagerada. Cuando surja la confianza plena entre ambas partes se discutirá, apasionadamente si se quiere, pero con los datos, con las cifras, con los elementos básicos que conduzcan a fecundo entendimiento, porque el obrero no puede tener interés en la ruina de la empresa, ya que iría contra él mismo.

Debemos convencer al independiente de que los partidos no somos grupos cuyo sectarismo está por encima de las conveniencias nacionales, sino que estamos todos poseídos de la idea de un supremo interés nacional y, al mismo tiempo, deben los independientes darnos la seguridad a los partidos de que su no aceptación a una disciplina partidista no envuelve ni debe envolver en lo sucesivo, en ningún caso, la abstención de las obligaciones que todo ciudadano –sea o no miembro de un partido político– tiene para con la colectividad.

Tenemos que buscar un punto de convergencia

El pueblo tiene que confiar en el gobierno. El pueblo tiene que dedicarse a trabajar, no puede estar en una agitación constante que lo canse y lo desoriente. Pero para ello es necesario también que exista una confianza plena del gobierno en el pueblo y sepa que tiene un respaldo sincero y unánime por parte de toda la colectividad, y que ese respaldo le permite imponer la ley con energía y con entereza, sin necesidad de apelar a recursos o a soluciones extraordinarias, porque tendrá siempre en el camino de la ley y de la justicia el respaldo de toda la ciudadanía.

Tenemos que buscar, en realidad, venezolanos, un punto de convergencia. El camino iniciado el 23 de enero es un camino largo y difícil, lo hemos dicho muchas veces, que el 23 de enero no fue un punto de llegada sino un punto de partida. Pero, para andar ese camino hacia adelante, nos quedan dos vías perfectamente diferenciadas: o la vía de la comprensión, que nos abra el camino de la superación progresiva de la reforma social y administrativa, mediante el asentamiento de las libertades, o la vía de la incomprensión y de la intolerancia, que nos llevaría a la violencia.

La violencia puede conducir a la insurrección popular, como puede conducir al restablecimiento de un sistema tiránico. Ni una ni otra solución está en el deseo de ningún venezolano de buena voluntad. Sobre todo porque no es necesario, porque no somos un pueblo desesperado, porque no somos un pueblo que odia, sino que su naturaleza es más proclive a olvidar que a odiar. Somos un pueblo capaz de lograr una verdadera comprensión. Hemos demostrado que somos un pueblo capaz de discutir. Dentro de este camino, debemos volver los ojos hacia la situación de enero y no para reprocharnos – porque lo que he planteado esta noche no es con objeto de reproche para nadie, por eso lo he puesto como motivo de una responsabilidad colectiva– sino para que no nos desviemos, para que no perdamos la estrategia.

Si aquello nos dio resultado, si aceptamos el 23 de enero a muchos hombres como buenos para luchar contra la tiranía de Pérez Jiménez, aceptémoslos como aprovechables para la democracia mientras ellos mismos no se pongan fuera del camino de la democracia. Si ellos se colocan fuera de la vía democrática, la institución democrática debe ser lo suficientemente vigorosa como para dejarlos definitivamente a un lado.

Pero, ensanchemos las fronteras de nuestra convivencia, y tratemos de asentar sobre bases de integridad esta confianza que es de beneficio para todos. Porque todos estamos convencidos de que engañándonos no conseguiremos sino triunfos efímeros, mientras que entendiéndonos y creando la idea de que en medio de las discrepancias hay reglas de juego que no serán traspasadas, entonces los beneficiados seremos todos, porque todos podremos vivir y trabajar y luchar por nuestras ideas, dentro de una patria libre, dentro de una patria alegre, dentro de una patria consciente de sus dificultades pero con energías suficientes para vencerlas.