El Día de los Trabajadores

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 30 de abril de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.

Un nuevo día de los trabajadores celebra Venezuela. Mucho tiempo ha corrido, largo proceso se ha cumplido desde las jornadas de Haymarket Square, en que, comenzando un movimiento de reivindicación que se orientaba sobre todo hacia la jornada de ocho horas, un grupo de dirigentes sindicales, conocidos después en la historia social como «los mártires de Chicago», marcaron un proceso turbulento e incomprendido al principio, pero que ha llegado a convertirse en una gran fuerza constructiva en los cambios profundos que está sufriendo la humanidad.

En este primero de mayo, los trabajadores venezolanos pueden estar optimistas, porque la primera experiencia realizada dentro del sistema democrático les ha sido ampliamente favorable. Naturalmente, los que se asustan ante cualquier idea de cambio social, algunas veces creen que el país va a acabarse porque un grupo de trabajadores resuelve declararse en huelga y hacer su campaña, en la misma forma en que en cualquier lugar del mundo los trabajadores tratan de mover las conciencias en su favor, en la convicción de que una huelga es un hecho que reside, en gran parte, en la opinión y que no puede ganarse sin la simpatía de la colectividad. Esos, pues, que temen cualquier cambio, se llevan las manos a la cabeza cada vez que oyen hablar de sindicato o cada vez que se encuentran ante el fenómeno de una huelga.

 Pero los trabajadores venezolanos, en una época difícil, han dado muestra de dos cualidades, que a mí me parece muy importante destacar, porque de su debida comprensión depende en mucho el futuro del actual momento político y social venezolano:

Primera, su convicción de que el país tiene que cambiar profundamente. Por ella, los trabajadores tienen cada vez más penetrada la idea de una transformación honda, radical, que tiene que realizarse en Venezuela.

Segunda, la idea de que esa transformación no se va a lograr con jornadas más o menos huecas, con momentos de mucha apariencia exterior pero carentes de significación interna, sino por una superación progresiva, por un fortalecimiento de las organizaciones de los propios trabajadores y por una claridad cada vez mayor en las metas y objetivos que deben trazarse en su labor.

El milagro de la paz social

En Venezuela se han vivido unos días extraordinariamente difíciles. Es preciso ser un inconsciente para no darse cuenta de ello. El cambio brusco de un régimen de férrea dictadura, como el que Venezuela padeció, a un régimen de disfrute integral de las libertades púbicas, es un cambio que en cualquier parte supone tremendas conmociones y por el cual, en casi todas partes, hay que pagar precios muy altos.

En Venezuela el precio pagado por la economía y por la vida colectiva en general, ha sido mínimo en relación a las conquistas que han ido obteniéndose. Y para no hablar en el vacío sino para asentarme sobre una realidad estadística, vale la pena que recuerde las cifras de la Memoria del Ministro del Trabajo, que alguna vez han sido comentadas, pero que es necesario tener presentes para que se juzgue el grado de comprensión a que llegó el movimiento laboral venezolano: en el año 1958, o para ser más preciso, del 23 de enero al 31 de diciembre de 1958, en Venezuela se firmaron, según la Memoria del Ministerio del Trabajo, 1.012 convenciones colectivas de trabajo. De estas 1.012 convenciones colectivas de trabajo, sólo 59 correspondieron a pliegos conflictivos; y de un total de 78 pliegos conflictivos introducidos por los trabajadores en aquel lapso, 51 fueron solucionados satisfactoriamente, 7 por decretos y resoluciones, 4 por arbitrajes voluntarios convenidos por las partes, y solamente 15 huelgas, de las cuales, a su vez, 8 terminaron por convención colectiva, 4 por acuerdo entre las partes, una por arbitraje, una por resolución, una apenas por liquidación de trabajadores, y un conflicto estaba todavía en tramitación para el momento en que fue cerrado el año civil de la Memoria.

15 huelgas para 1.012 convenciones colectivas de trabajo, en un país de 6 millones de habitantes, sacudido por un cambio político profundo y radical, es un récord que difícilmente se puede presentar en ningún otro país como en Venezuela. Y ese récord hay que atribuirlo, en primer término, a un fenómeno que es necesario calibrar: a la maduración de la conciencia de los trabajadores. Claro está, que no es el solo factor, porque hay que destacar también, en segundo término, un espíritu de comprensión de la mayoría de los hombres de empresa, que en gran parte han abandonado sistemas caducos e intratables y que están en plan de adoptar una mentalidad moderna y ágil, convencida de que una armonía fecunda entre la empresa y los trabajadores es condición indispensable para el progreso colectivo. Pero luego, también (y perdónese la parte de inmodestia por aquella que nos corresponda), las fuerzas políticas organizadas, los dirigentes políticos, lo mismo que los funcionarios públicos, dieron su aportación para orientar la vida venezolana durante ese difícil proceso.

Estos solos datos podrían presentarse ante el mundo –y se han presentado en alguna ocasión, pues en la Conferencia Internacional del Trabajo, el año pasado, el delegado de los trabajadores y el delegado de los patronos insistieron en las cifras que había para entonces– y bastan para demostrar que el proceso que se ha venido cumpliendo en Venezuela no es un proceso de guachafita y de desorden, sino que en su núcleo más representativo, el del trabajo organizado, tiene conciencia de los objetivos que hay que lograr y del procedimiento que hay que desarrollar para lograrlos.

Eclosión y madurez

Llegados al régimen constitucional, nos hemos encontrado, es cierto, con el afloramiento súbito de una serie de conflictos que estaban aplazados. Esto lo predijimos mucho durante la campaña electoral. La Provisionalidad, como es lógico, fue dejando algunos problemas y había una especie de consenso de opinión, para ir relegando algunas cuestiones neurálgicas hasta el advenimiento de la constitucionalidad. De golpe aparecen, estallan, una serie de conflictos colectivos, que podrían conducir a una ola de huelgas y que podrían tener indirectamente el efecto, muy peligroso para los mismos trabajadores, de amilanar el espíritu de empresa, de detener la economía venezolana, que está en franco proceso de crecimiento, y de impedir que nuevas oportunidades de trabajo vengan a vigorizar las fuentes económicas y a ofrecer oportunidades de empleo indispensables para resolver, satisfactoria y definitivamente, nuestro problema social más agudo de hoy: el número de trabajadores cesantes.

Pero, después de la eclosión inicial, podemos señalar también cómo, en los conflictos más difíciles y en los momentos más agudos, el buen juicio de los trabajadores ha venido imponiéndose para buscar la canalización de este fenómeno que está llamado a cumplir en Venezuela, si se realiza dentro del orden constitucional, la obra más definitivamente creadora y revolucionaria que en el ambiente social se pueda plantear después de la que correspondió a la promulgación de la Ley del Trabajo de 1936. Porque en el Derecho del Trabajo se mira hoy claramente este fenómeno: la ley representa la etapa protectora masiva del Estado, cuando el trabajador por sí mismo es incapaz de defenderse y de gestionar sus intereses, pero, a medida que el trabajador cobra fuerzas, en todos aquellos lugares en que su organización sindical es lo suficientemente poderosa para discutir de quien a quien con los empresarios, el propio sindicato es el que va marcando jalones y conquistas para rodear al trabajo de las necesarias garantías y darle la justa participación que le toca en el progreso económico de la humanidad.

Evidentemente, tenemos que afrontar impaciencias. Hay que darse cuenta de una cosa: después de la profunda interrupción de la vida social y política en Venezuela, no podíamos esperar que grandes contingentes de trabajadores obedecieran ciegamente a sus dirigentes sindicales. Los trabajadores, muchas veces, se han rebelado contra las consignas de los dirigentes. Este es un proceso lógico y normal, y hasta saludable en cierta forma, porque así el dirigente sindical se forma, no como alguien que tiene en su mano la fuerza obrera para hacer con ella lo que quiera, sino como alguien que dependen, en su propia función, de la confianza de que goce y de la identidad, cada vez mayor, que vaya logrando en las capas de trabajadores a quienes represente.

La demagogia laboral

Y también ha habido –¡cómo no iba a haberlo!– el fenómeno de la demagogia laboral; como también tenía que presentarse el fenómeno de la demagogia política. Es imposible que esto no ocurra. Si en situaciones normales y en países que no atraviesan momentos como el nuestro, el estilo de la demagogia aparece, tiene que aparecer con mucha mayor facilidad en los que atraviesan el momento de la transición. No hay que sorprenderse, pues, de que ella, en más de una ocasión, haya interferido la actividad y el proceso normal de la superación obrera. Lo que hay que destacar, para admirarlo, es el fenómeno de que esos brotes de demagogia han sido intrascendentes e infecundos, y de que la fuerza obrera se ha ido canalizando a través de su vehículo natural, a través de su expresión dentro de los cuadros sindicales, y de que esta fórmula ha ido calando más en el ánimo de los trabajadores, que la fórmula de llegar, gritar y plantear cosas que no corresponden después a la realidad de lo que se puede y se debe obtener.

Hay, sinceramente hablando –y esto tenemos que decirlo para defender el optimismo que conservamos acerca de nuestra transformación política y social–, muchos signos de madurez. Uno de esos signos de madurez es la responsabilidad, la profesionalización del dirigente sindical. El dirigente sindical, cada vez más, por la imposición de una realidad que avanza y que no se detiene, no es ya el hombre que se pone en una tribuna o en una plaza pública a gritar fuertemente y con ello ya tiene asegurado el respaldo de los trabajadores. El dirigente sindical hoy tiene que estudiar, tiene que concebir una táctica, tiene que darse cuenta de las dificultades que ha de vencer, tiene que plantear problemas concretos, y su fuerza futura, frente al grupo sindical que comanda, depende de que sea capaz de obtener aquello que ha ofrecido y de que, al obtenerlo, lo obtenga sobre bases sanas, de modo que no venga a presentar después peores trastornos a los trabajadores.

Las verdaderas reivindicaciones

Otro signo de madurez es la conciencia con que los trabajadores ven cuáles son sus verdaderas y útiles reivindicaciones. En momentos de desconcierto y, pudiéramos decir, de infantilismo sindical, todo se arregla con aumentos de salarios nominales. Es como el caramelo elemental para los trabajadores que no entienden el proceso económico y no saben lo poco que significa el aumento de un bolívar de salario, cuando, al mismo tiempo que ese bolívar se le aumenta, disminuye en su poder adquisitivo y lo deja en peores condiciones de las que antes tenía.

El trabajador venezolano se preocupa hoy por los problemas del costo de la vida: no es que se preocupa de ganar un bolívar más, se preocupa de que lo que gana le represente en bienes de consumo, en vivienda y en alimentación, en todas las comodidades esenciales, una ventaja mayor.

Es, por ejemplo, buena y grata noticia la de la firma, en la Gobernación del Distrito Federal, de una convención colectiva de gran trascendencia entre la Municipalidad y el Sindicato de Transporte. La idea de canalizar la concesión lograda por los trabajadores del pago de su indemnización por antigüedad y de su auxilio de cesantía, a través de un plan de viviendas que se convierta para ellos, no en cuatro centavos para gastarlos fácilmente, sino en una conquista fundamental como es una vivienda confortable y decente, representa, a mi modo de ver, un paso trascendente para los trabajadores venezolanos. Bien pueden los trabajadores del transporte celebrar el primero de mayo con la convicción de que han ganado un jalón que puede ser histórico y de grandes proyecciones para el desarrollo del movimiento laboral en Venezuela.

Otro signo de madurez es el criterio unitario y de representación de los diversos grupos que priva en la estructuración de las directivas sindicales. El sindicato dominado totalmente por una sola corriente ideológica tiene graves peligros de desviarse de sus fines laborales, de sus fines de mejoramiento social económico y cultural para los trabajadores, para convertirse en instrumento de pasiones que no llegan a crear la confianza necesaria entre sus miembros. Mientras que el hecho de que insistentemente se busque, y de que se haga una convicción, la necesidad de que dentro de la dirección sindical estén representadas las diversas corrientes ideológicas o políticas, todas unidas dentro de una sola preocupación obrera, se prenda de madurez, llamada a dar inmensos beneficios.

Alentar el espíritu de empresa

Yo soy un convencido de que fomentar la demagogia esterilizante sería el peor daño que se le podría hacer al país. Yo soy un firme convencido de que en Venezuela hay que alentar el espíritu de empresa. Si hay tantos desempleados y millares de trabajadores hacen cola a las puertas de los despachos oficiales buscando puestos públicos, es porque no hay industrias suficientes, porque no hay ocupaciones adecuadas, porque no hay suficientes empresas que desarrollan la vida económica y que den oportunidad de colocación.

Los trabajadores saben, y no pueden olvidar, que sus reivindicaciones no pueden matar el espíritu de empresa. Esto sería suicida. Sus triunfos serían conquistas efímeras, serían victorias pírricas. Pero, al mismo tiempo saben ellos, y tienen que conocerlo los hombres de empresa, que el aumento en el rendimiento no es para beneficio solamente del capitalista que invierte, o del cerebro que concibe el negocio, sino también del trabajador, cuyo concurso en el progreso económico es indispensable.

Los trabajadores de hace un siglo se horrorizaban ante cualquier progreso técnico, porque veían en él el instrumento para exprimirlos más. Los trabajadores de hoy, a través de organizaciones poderosas, sin complejos de inferioridad, estimulan el progreso económico, pero, eso sí, reclaman en el aumento del producto la participación que les corresponde por la parte que dan en el proceso de la producción.

Motivos de optimismo

Tenemos razones para sentirnos optimistas ante la celebración de este nuevo primero de mayo. Los trabajadores van unidos, con ímpetu revolucionario, pero de una revolución constructiva y consciente. Yo creo que en los trabajadores venezolanos no priva el afán de destruir sino más bien la necesidad de construir. Van contra lo malo y contra lo injusto, pero porque tienen conciencia positiva de lo bueno y lo justo que se puede obtener. Y el haber atravesado todo el período transcurrido desde el 23 de enero de 1958 hasta este 1 de mayo de 1959 sin que se haya quebrantado la economía venezolana, sin que se haya destruido las bases sociales y morales de la organización social, es un título que nos autoriza a la esperanza de que sí vamos, pese a los cantos agoreros de los pesimistas y a la mala intención de los que no encuentran acomodo en el régimen de justicia social, de que sí vamos a vencer, todos juntos, las dificultades que se nos oponen para echar a andar definitivamente a Venezuela hacia adelante.

Llegan los trabajadores a esta nueva jornada con la seguridad de que sus desfiles y sus discursos no serán ocasión para frases huecas, retumbantes o absurdas, sino para ratificar unas cuantas verdades: la dignidad del trabajo, la nobleza de la persona humana del trabajador, el papel fundamental del esfuerzo y del músculo obrero en el engrandecimiento de la Patria. Y para decir que están dispuestos a seguir respaldando el desarrollo de Venezuela y el fortalecimiento de su economía y para afirmar que cuando reclaman algo porque lo creen justo, están dispuestos a razonar, a estudiar, a ver aquello que les corresponde, porque su objetivo no puede ser quebrar empresas ni arruinar patronos, sino ayudar, más bien, al desarrollo de las empresas, reclamando la participación justa a que tienen derecho.

Al enviar un saludo cordial a todos los trabajadores venezolanos, mensaje que se traduce en anhelo de justicia, expreso el agradecimiento por la compañía que me hicieron en mi charla televisada del jueves, dirigentes destacados de los trabajadores del Distrito Federal, y les ratifico, como un compatriota cualquiera, que ellos son la verdadera fuerza, el nervio de la transformación que anhelamos, y lo serán mientras esa fuerza sea consciente y compacta, no una fuerza irracional y dispersa, sino la fuerza enderezada por una idea clara de lo que se quiere, hacia el engrandecimiento de la patria venezolana.

Buenas noches.