Rafael Caldera a su salida del Consejo Nacional Electoral, después de ser proclamado como presidente electo. 11 de diciembre de 1968.

Pausa de Navidad

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 22 de diciembre de 1968.

Me toca hoy despedir esta columna. La hospitalidad de El Universal me ofreció, todos los domingos, durante el año que va a terminar, la oportunidad de llevar a los lectores mis preocupaciones e ideas sobre el futuro del país.

Conocida ahora la voluntad del pueblo, debo aprestarme a cumplir las responsabilidades que la Constitución y las leyes me imponen. Deseo satisfacerlas de la mejor manera posible, al servicio de las necesidades y aspiraciones de todos mis compatriotas.

Un ambiente de franco optimismo me estimula y alienta para la gran tarea. El país ha pasado una prueba crucial y está contento por la capacidad demostrada para superarla. Hemos evidenciado una vez más que tenemos un gran pueblo, merecedor de la tierra generosa que habitamos. Ese pueblo tiene derecho a un gobierno capaz de estimular hasta lo máximo sus posibilidades creadoras y ese país tiene conciencia de que es el momento inaplazable para despegar con gran impulso hacia los objetivos del desarrollo.

1969 debe ser un gran año, Un año de reafirmación de todo lo positivo logrado en nuestro accidentado acontecer nacional, de enmienda de todo lo negativo o erróneo, de reafirmación de propósitos y de entrega apasionada de las energías a una labor inspirada por la visión generosa de nuestro porvenir.

Mientras tanto, la temporada navideña ha de ser para el íntimo y familiar regocijo en todos los hogares, para el júbilo espontáneo, para la alegría bulliciosa, para el fortalecimiento de aquellas tradiciones y costumbres que conforman la fisonomía nacional.

Hay verdadero espíritu de animación en esta pausa de Navidad. El comercio repone con creces la inactividad de los primeros días del mes, cuando el suspenso y la ansiedad dominaban la preocupación colectiva. Jóvenes, viejos, mujeres y hombres exteriorizan su entusiasmo por dar cada uno lo suyo a fin de ganar la etapa que se abre. Empresarios y trabajadores miran con penetrante pupila el tiempo próximo y ofrecen sin ambages su participación en el empeño de construir un futuro mejor. Los marginados del proceso social sienten llegar hasta la oscura situación en que se encuentran una luz de esperanza y se sienten capaces de aportar fuerzas a la empresa de darle nuevos horizontes a la comunidad.

Todos ellos son auspicios halagadores para iniciar la patriótica gestión que me corresponderá dirigir. Estoy convencido de que la obra por realizar no podrá ser cumplida exclusivamente por una parcialidad o sector social, sino por el concurso armónico de los variados grupos o estamentos integrantes de la realidad venezolana. Sé que mi empeño principal debe estar en promover y estimular las capacidades con que la nación cuenta, lograr y asegurar la concurrencia armónica del sector público y la iniciativa privada, garantizar a cada uno el fruto de su esfuerzo y convencerlo de la firmeza de las perspectivas. Esto lo he repetido muchas veces. Mi conducta demostrará la sinceridad de mis palabras. Por esa precisa razón, no puede menos de alentarme el clima de comprensión y de disposición para el esfuerzo que se palpa en el comportamiento general.

Esta pausa de Navidad viene a ser, pues, el mejor motivo para confiar, el mejor argumento para sostener la diáfana luminosidad del horizonte que se abre para la Patria ante nuestro deseo de cumplir. Esa hermosa y unánime actitud es una rúbrica a la brillante jornada cumplida por nuestro pueblo.

Al despedir esta columna, nada puede serme más grato que desear a todas y cada una de las familias venezolanas una felicidad sin sombras en estos días pascuales y la reafirmación del optimismo para enfrentar las tareas que hemos de emprender por el bien de todos los venezolanos en el Nuevo Año.