Rafael Caldera fue juramentado como Presidente de Venezuela el martes 11 de marzo de 1969.

Discurso de toma de posesión como Presidente de la República

Caracas, 11 de marzo de 1969.

¡Sé cuánto envuelve el juramento que acabo de prestar! Tengo noción exacta de la magnitud del compromiso. De su cumplimiento penden esperanzas encendidas en los corazones de incontables venezolanos.

No puedo ignorar la importancia trascendente de este acto, sobrio y solemne. Desgarra mitos. Supera interpretaciones negativas de la vida venezolana. Abre presencia a un cuadro nuevo de realidades positivas.

Me entusiasma interpretar el anhelo de cambio que impulsa nuestra dinámica social. Ese cambio palpita en las aspiraciones de todos los sectores. Renovación, adopción de sistemas y estructuras cónsonas con las exigencias actuales, aumento de eficacia, inquietud juvenil cuya canalización es factible y cuyo fermento convertido en hálito de transformación se deja sentir en todas partes, sin que escape a ella ningún aspecto de la vida nacional.

El reto que enfrenta Venezuela en este instante podría sintetizarse en los objetivos fundamentales a lograr:

La paz política y social, para superar la angustia y la zozobra y para encontrar convergencia fecunda a la pluralidad democrática.

La promoción del hombre, a través de la libertad, para realizar la justicia.

El desarrollo económico y social, para impulsar la marcha vigorosa del país y vencer la marginalidad.

Poner todos mis esfuerzos en la superación de ese reto está envuelto en la promesa rendida ante el soberano Congreso. Cumplir y hacer cumplir la Constitución y Leyes de la República supone entregar todas mis energías a la faena de realizar los altos fines expresados en el preámbulo de nuestra Carta Fundamental y en las afirmaciones de su articulado.

He de empeñarme, no sólo en garantizar a cada uno el derecho a la vida, a la salud, al trabajo, a la libre expresión de las ideas, a la participación efectiva en la dirección de la comunidad, sino también en el acceso a la educación, la vivienda, la seguridad social, el estímulo de la familia como célula fundamental de la sociedad, el mejoramiento de las clases populares, el hacer del trabajo la base del progreso, el lograr que la economía esté orientada al servicio del hombre, el contribuir pacíficamente al afianzamiento de la paz y la vigorización de las instituciones democráticas en el concierto de las naciones y hacer cada vez más de nuestra patria ejemplo de solidaridad, dignidad y fortaleza interna.

A estos fines se encaminará la acción del nuevo gobierno, con la ayuda de otras ramas del Poder Público, de las instituciones y del pueblo. La magnitud de la empresa no puede acobardarme. Cuento con la fuerza incontrastable de la legitimidad constitucional y con el respaldo vigoroso del país nacional. Tengo el apoyo invalorable de las Fuerzas Armadas Nacionales, firmes en la institucionalidad democrática e inquebrantablemente leales al ordenamiento jurídico, como lo demostraron con su comportamiento ejemplar en el proceso cívico que hemos vivido. Me propongo llevar con el Congreso las más respetuosas y cordiales relaciones, de las cuales se desprenda una obra fecunda en beneficio de la colectividad. He sido miembro de tan alto cuerpo durante largos años y sé por experiencia que mucho se puede realizar cuando por sobre las diferencias partidistas logra predominar el interés del pueblo a quien se sirve y representa. Garantizaré un clima de respeto al Poder Judicial, cuya función estimo como de una alta prioridad, y le daré el estímulo y la cooperación necesarios para que esté en las mejores condiciones de cumplir sus elevados fines. A los legisladores y jueces ofrezco, pues, la leal disposición del Ejecutivo Nacional para un concurso armónico, enderezado hacia la obra por hacer.

Nuestra generación enfrenta el desafío de colocar a Venezuela a tono con lo que ocurre de grande, de útil y de justo en el mundo. Necesitamos competir en el terreno de la inteligencia, que es el terreno de la investigación científica, del avance tecnológico, del ascenso cultural, de la organización de una sociedad moderna. Necesitamos descubrir nuevas energías, no sólo en la naturaleza, sino también en el hombre. Necesitamos de cada habitante de este país sus reservas creadoras para la obra común. Necesitamos que el venezolano pueda dominar la naturaleza que lo rodea, pero necesitamos que pueda dominar también las relaciones sociales para hacerlas más justas y para que sea más feliz la vida de todos.

Necesitamos despejar supersticiones, prejuicios, complejos, espejismos mentales y psicológicos, quietismos y alienaciones. Necesitamos un esfuerzo mancomunado, una bondad generalizada, un fervor colectivo y una mística encendida para ganar el tiempo perdido. Los venezolanos estamos en deuda con nosotros mismos y con la humanidad. Superar ese pasivo es un compromiso de todos, porque es a todos el desafío planteado. Ninguno puede esquivar su aportación. Todos debemos cumplir con ese deber.

Para emprender el rumbo, reitero mi confianza en el pueblo venezolano. Tenemos un gran pueblo. Un pueblo inteligente, apto para aprender los más complicados procedimientos de la técnica y para asimilar la más alta cultura. Un pueblo bueno, presto siempre a convertir en forma de vida permanente los usos y costumbres más enaltecedores de la civilización. Un pueblo que ha mostrado alta madurez para ejercer los atributos del sistema democrático, para escuchar con respeto la cálida exposición de encontradas ideas, para respaldar con sencillez republicana la vigencia de las instituciones. Un pueblo que luchó, esperó y sufrió por conquistar la libertad y está decidido a mantenerla. Un pueblo que tiene conciencia de la dilatada amplitud geográfica y espiritual de la patria y aspira a ver en ella indestructiblemente la solidaridad y la concordia. Al pensar en él, bien podemos decir con el Libro de la Sabiduría:

En verdad, Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste, y no te desdeñaste de asistirle en todo tiempo y en todo lugar.

Asumo el deber de servirle desde un honroso y delicado puesto. Le he prometido trabajar para que un cambio favorable ensanche sus posibilidades de vida; para que lleguen hasta todos, sin discriminaciones lacerantes, las posibilidades efectivas de una existencia humana y progresista. Cambio sin odios y sin frustraciones; cambio sin exclusiones en el origen y destino del afán creador y sin marginamientos en el proceso constructivo. Cambio consciente de la realidad, enmarcado dentro de lo posible y ajeno a aventuras ruinosas. Cambio inspirado por un amor apasionado y ferviente a la patria venezolana.

Con mi fe puesta en Dios y mi recuerdo para aquellos que se fueron pero que nos dejaron la memoria de su afán solidario, me dispongo a andar a pie firme esta etapa decisiva de mi vida. Decisiva, por cierto, también para el país, por razones de coyuntura histórica. Por eso invito a todos, sin exclusión ninguna, a luchar por la paz, por la promoción humana, la libertad y la justicia, y por el desarrollo económico y social que plantea a nuestra generación un reto que no podemos ignorar.

En primer término, tenemos que luchar por la paz. Desde el momento de mi elección he puesto empeño en hablar sólo el lenguaje de la armonía y de la humana convivencia. Me he esforzado en no agraviar, injuriar ni ofender a nadie, individual ni colectivamente. Me propongo mantener esa actitud. No quiero que salga de mis labios combustible para hogueras destructivas. En medio del debate inevitable y conveniente de una democracia pluralista, aun en los momentos en que los ánimos suban de punto y las controversias se agudicen, quiero sostener una línea de conducta elevada y serena, cual conviene al Presidente de todos los venezolanos.

Estoy convencido de que el anhelo de paz política y social predomina de lleno en nuestra comunidad nacional. Al mismo tiempo, lo acompaña una honda necesidad de seguridad personal y familiar, de orden público sólido, de garantía efectiva en el goce pacífico de los derechos fundamentales. Este anhelo y esta necesidad brotan de lo hondo de todos los hogares, sin distinguidos de ninguna especie.

Una de mis primeras tareas se encaminará a satisfacer aquel anhelo y esa necesidad. No será tarea fácil. Habrá que avocarse a los diversos aspectos del problema de la delincuencia, reorganizar con seriedad los cuerpos policiales, atender la raíz misma de tan grave desajuste social. «El Gobierno del cambio» tiene empeñado el compromiso de atender con preferencia a este deber primario. A ello se orientarán arduos esfuerzos, para cuyo éxito solicito de antemano la disposición comprensiva y la cooperación de todo el país.

Tengo clara noción de las diferencias entre el hampa que azota nuestras ciudades y áreas rurales y los brotes de violencia organizada como fruto de determinadas concepciones ideológicas. Aunque a veces hayan marchado juntas, considero importante su diferenciación. Sin mengua de la firme energía que desplegaré en todo instante para defender la estabilidad de las instituciones contra cualquier acción insurreccional, estoy dispuesto a ofrecer a quienes se lanzaron por aquel camino y persisten en él, la oportunidad de rectificar. Ni las autoridades civiles ni las Fuerzas Armadas tienen interés en prolongar escenas de violencia que a nadie han favorecido y que sólo han ocasionado daños a ciudadanos pacíficos, a humildes campesinos, a oficiales o suboficiales en el cumplimiento de su deber militar, a venezolanos sencillos que prestan como soldados el servicio como una contribución irrenunciable a la integridad e independencia de la patria y a los mismos protagonistas de la aventura. Mi propia determinación, conforme con mis convicciones y antecedentes, de enfrentar sin vacilación cualquier hecho contrario a la paz pública y al orden constitucional, me da mayor autoridad para abrir en esta coyuntura el horizonte de una sincera pacificación. Hasta los más reacios reconocen que no hay en Venezuela circunstancias propicias para el éxito de un movimiento insurreccional y que quien tenga fe en sus convicciones debe irradiarlas dentro del ordenamiento legal.

El presidente electo, Rafael Caldera, y el presidente saliente, Raúl Leoni.

El presidente del Congreso, José Antonio Pérez Díaz, al imponer la banda presidencial a Rafael Caldera.

Al cesar definitivamente la confusión entre la delincuencia común y la violencia de origen político, erradicada ésta cabe lograr el concurso de todos para reducir aquélla a sus niveles mínimos. Frente al hampa no hay posibilidad de tregua. Los cuerpos de seguridad deben recibir sólido apoyo en su lucha contra el crimen.

El nuevo Gobierno se empeñará en que los mecanismos preventivos operen en darles rendimiento y corrección absoluta a los aparatos destinados a reprimir los hechos delictuosos, en obtener el funcionamiento eficaz de los mecanismos judiciales y correccionales y acometer una acción positiva contra las causas sociales del delito.

Considero como el primer factor para el afianzamiento de la paz el caudaloso deseo de armonía que inunda el ambiente y estoy dispuesto a aprovecharlo y fomentarlo. Quiero una patria amplia para todas las gentes que en ella moran o vengan a compartir nuestros afanes. Quiero servir al provechoso entendimiento entre el capital y el trabajo, con cuyos representantes he mantenido y mantendré un diálogo esperanzador. Quiero que existan siempre las más cordiales relaciones entre el Estado y las distintas expresiones, organizadas o no, de las creencias religiosas; con la que representa el credo mayoritario, enlazada en la génesis y el devenir histórico de nuestra nacionalidad, y con las demás iglesias y comunidades. Les aseguro, no sólo el respeto a la libertad de conciencia y de cultos que reconoce la Constitución, sino el estímulo y asistencia a sus obras sociales y educacionales, sin mengua del papel y responsabilidad del Estado en esos campos.

La tarea fundamental en los años del período que comienza es la del desarrollo. Por algo se ha dicho, en documento excepcional de nuestro tiempo, que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Los altos objetivos humanos están en definitiva sujetos a la transformación de la realidad económica y social.

Por ello, no inspirará la acción del Gobierno una preocupación simplemente económica sino, en forma simultánea, una preocupación social. El norte de los programas lo constituirá un orden social dentro del cual las oportunidades de empleo sean accesible; los servicios de agua, cloacas, calles, luz y teléfono lleguen a vastas áreas periféricas; la vivienda higiénica esté al alcance de las familias más humildes; la educación, la salud, la recreación, el deporte, los progresos de la cultura y los beneficios de la seguridad social constituyan una efectiva posibilidad común. En la ordenación del gasto público se tendrá presente la inversión más provechosa para los más necesitados y se propenderá a la progresiva incorporación y constante ascenso de los sectores populares a la dirección de la vida social, para realizar una efectiva democracia de participación.

Sé que para acercar estos objetivos al plano de las realizaciones es indispensable promover la actividad económica. Sé igualmente, que los solos recursos del sector público no bastarían para atender las exigencias del desarrollo. Estoy dispuesto a estimular la iniciativa privada para que cumpla dentro de nuestro proceso dinámico las grandes tareas que le corresponden. Haré el mayor esfuerzo para que los capitales, nacionales o foráneos, encuentren alicientes para inversiones sanas, de carácter reproductivo, dentro del respeto a nuestra soberanía y del fortalecimiento de la economía del país. Me esforzaré en mantener una política fiscal y monetaria sana. Como el petróleo es la fuente más importante de financiamiento de los programas de desarrollo, me esforzaré en armonizar el ritmo necesario de expansión de la industria, el aseguramiento de los mercados y la defensa de los precios con los requerimientos inmanentes de la nación y los derechos de las futuras generaciones. El nuevo Gobierno continuará las negociaciones sobre contratos de servicio para la explotación de nuevas áreas, y promoverá una gran consulta nacional, seria y ajena a intereses parciales, para que todos los venezolanos aporten sus ideas a la dilucidación del sistema mejor y más factible para sustituir el régimen de concesiones en las importantes áreas donde aquéllas se vencen a partir de 1983.

Sobre la perspectiva económica hay una firme atmósfera de optimismo, dentro y fuera de Venezuela. Nuestra demostración de madurez cívica y de solidez institucional ha contribuido a que se nos reconozca como una de las naciones con mayor derecho a un gran progreso.

Por otra parte, el incremento demográfico empuja nuestro destino con fuerza explosiva; y el Censo de 1970, que será dirigido a lograr un verdadero inventario de nuestras posibilidades y evaluación de lo existente, presentará un cuadro esencialmente dinámico de nuestra realidad social. No debemos, pues, perder un solo instante.

De allí la urgencia de revisar el gasto público. Reorientarlo hacia las prioridades impuestas por nuestra situación y objetivos, dentro de una firme actitud de sobriedad. De allí también lo ineludible de elevar a óptimos niveles la honestidad administrativa. La pulcritud y la eficiencia serán condiciones indispensables para desempeñar funciones en la Administración Pública. Sin contemplaciones se actuará contra las transgresiones.

El Gobierno funcionará como un equipo coordinado, homogéneo en sus propósitos y planes, aun dentro de la variedad que una concepción democrática amplia garantiza a sus integrantes. Los mecanismos gubernamentales se harán funcionar con la eficacia impuesta por los más avanzados sistemas tecnológicos, que aseguren la rapidez y precisión exigidos en la toma de decisiones en un país moderno. Todo ello forma parte de la reforma administrativa que se emprenderá sin tardanza, para dejar a un lado estructuras arcaicas, incapaces de marchar a tomo con la transformación del país y de la mentalidad de sus habitantes.

Me esforzaré, por otra parte, en fomentar una verdadera conciencia conservacionista del patrimonio nacional. Es necesario que los venezolanos abandonemos ya la actitud inconsciente de despilfarrar o permitir la destrucción de bienes cuya pérdida no se justifica. Quiero invitar a los hombres y mujeres responsables a coadyuvar, con celo permanente, en la vigilancia contra el deterioro de cualquier tipo de bienes de la herencia común: desde las grandes obras de ingeniería hasta las plazas, edificios y caminos; equipos mecánicos o instalaciones que después de puestas en servicio van dejando perderse para tener que hacerlas de nuevo, y especialmente árboles y ríos, gas natural u otras riquezas, renovables o no, que son legado generoso de la naturaleza. Se prestará preferente atención a las observaciones y denuncias con que colabore la ciudadanía, para lo cual se impartirán instrucciones desde el nivel jerárquico adecuado y se ejercerá permanente control sobre su cumplimiento.

En los últimos treinta años, las migraciones internas y el crecimiento urbano han sido impresionantes. Las grandes metrópolis, en especial Caracas, reclaman inmediato una acción eficaz. Millones de personas van abriéndose paso a fuerza de continua lucha y habitan en barriadas populares cuya magnitud crece en forma veloz. En el corazón de esas barriadas vive gente animada de una gran voluntad de superación. Han invertido esfuerzos y recursos cuya totalización llegaría a sumas gigantescas. Si se hubiera planificado a tiempo el desarrollo de esas zonas y orientado esa fabulosa inversión, tendríamos allí uno de los rubros más importantes de la riqueza nacional. Hoy el problema sea hecho muy complejo. Tengo conocimiento de la situación que se vive en esos barrios. Hay casos en que se trata de atender, por lo menos, necesidades perentorias cuya satisfacción no debe esperar plazos de diez o veinte años, aunque quizás estos resultarían vertiginosos, si se atiende a las expectativas actuales. En algunos pueden hacerse obras de remodelación de carácter más o menos permanente. En otros, la reubicación puede ser inevitable; pero reubicar supone ofrecer una alternativa inmediata; no hacerlo sería contrario a la justicia y hacerlo supone poner planes en marcha sin demora.

Atender el clamor de los barrios populares será una prioridad inmediata. Un ambicioso programa de vivienda popular será preocupación central del «Gobierno del cambio», cuya idea es la de que no se trata únicamente de construir habitaciones y de impulsar su construcción por el sector privado, sino de lograr conjuntos aptos para la vida humana, no sólo en la ciudad sino en el campo, cuyos pobladores esperan la mínima atención que les permita mantenerse en él y aminorar el éxodo rural.

 

No perderé de vista, en cuanto al desarrollo, que para ser integral y armónico debe ser regional. La conciencia de la regionalización en Venezuela se ha acentuado en los últimos diez años. El estudio de factores geográficos, políticos, demográficos, económicos y ecológicos define las regiones como unidades de características y exigencias determinadas. Uno de los primeros actos del nuevo gobierno será el de acoger, al menos como criterio provisional, una norma de regionalización acorde con los análisis hechos, para impulsar la preparación, creación y funcionamiento de órganos apropiados para el desarrollo de las regiones respectivas.

Prometí al pueblo del Zulia adoptar sin tardanza los pasos necesarios para que una Corporación de Desarrollo Regional se dedique, con autonomía y recursos suficientes, a planificar y ejecutar programas para atender los problemas urgentes de esa región, que aporta con sus recursos naturales la cuota más alta a la riqueza nacional. En los próximos días será presentado a las Cámaras un proyecto de Ley, que estoy seguro acogerá con beneplácito y despachará con prontitud el soberano Congreso de la República. Entre tanto por vía de las facultades ejecutivas, se creará una Comisión preparatoria y se la dotará de medios adecuados para que sus iniciativas puedan irse realizando aunque sea parcialmente.

El caso del Zulia no es único. Todas las regiones esperan una acción consciente y fecunda, capaz de impedir el funesto desnivel que se produciría si la acción oficial se concentrara exclusivamente en algunas. Hacia éstas afluirían incontenibles los recursos humanos de las otras, con lo cual se crearían o agravarían problemas que superarían los logros obtenidos. Por ello, la acción coordinada del Desarrollo Regional a través de una concepción nacional armónica, es un requerimiento urgente que el «Gobierno del cambio» se esforzará en atender.

La formulación de programas precisos para el desarrollo industrial, para el auge de nuestra minería, para el impulso a la electrificación, para la revitalización de la industria de la construcción, para el fomento de la pequeña y mediana industria y del artesanado, para el desarrollo agropecuario hacia formas de productividad cuyo rendimiento permita acceder a mercados externos, para la ejecución de una verdadera reforma agraria integral que incorpore efectivamente al campesinado a una economía moderna y promueva las grandes posibilidades de este sector humano logrando una más amplia distribución del ingreso, para el incremento del turismo doméstico e internacional, para la intensificación de la economía pesquera y para una explotación racional, científica y honesta de nuestra riqueza forestal, para la construcción de obras de infraestructura con sentido económico, incluyendo una red completa de autopistas y vías, aeropuertos y puertos, para la modernización de nuestro sistema de comunicaciones, responderá a concepciones nacionales plasmadas a través de la acción del Gobierno y de los programas de desarrollo regional.

Rafael Caldera durante su discurso ante el Congreso Nacional.

 

Sin mengua del papel de irradiación que a los centros energéticos compete, propiciaré una descentralización capaz de agilizar los trámites y resolución de asuntos que requieran la orientación, autorización o asistencia del Estado.

El reto que nos plantea el subdesarrollo nos obliga a buscar, ante todo, la promoción del hombre. Siempre he pensado que la primera riqueza de Venezuela, por encima del petróleo y del hierro.de sus tierras y ríos, es su riqueza humana. Tenemos un material excelente que reclama un gigantesco afán por promoverlo. El rescate del talento, perdido por falta de oportunidades en los sectores de menores ingresos, es una urgencia inaplazable.

La educación ha de ser tarea nacional de primer orden. Los esfuerzos del sector público y del sector privado han de concurrir aquí con mayor razón que en cualquier otra actividad. Los sistemas han de ponerse a tono con los profundos cambios de mentalidad operados en el mundo, para servir más eficazmente a las necesidades del país. Todo lo que se haga por armonizar criterios y zanjar diferencias a fin de lograr una regulación adecuada redundará en beneficio directo del futuro nacional. La actividad que se despliegue para lograr el rendimiento máximo de las inversiones actuales y de las que irá reclamando en forma creciente el desarrollo demográfico y socio-económico será agradecida para siempre.

Tenemos, pues, la obligación forzosa de encontrar rumbos de coincidencia para las corrientes más importantes y representativas del pensamiento. Ofrezco al servicio de este objetivo mi mejor disposición de espíritu, reanimada cada vez que levanto mi vista para proyectarla hacia los horizontes de grandeza que todo venezolano puede ver con sólo extender su mirada hacia las posibilidades nacionales. Esa visión sacude nuestras fibras más íntimas y nos hace considerar fácil el vencimiento de todo lo pequeño y mezquino ante el imperativo ineludible de un gran destino patrio.

Deseo fomentar decididamente todo lo que lleve a la educación y a la ciencia a incorporarse por nuevos rumbos a las exigencias del país. Considero inaplazable un vigoroso estímulo a la investigación científica y tecnológica en los institutos dedicados especialmente a ella, en las universidades, en los centros de investigación de institutos autónomos o de empresas particulares. «El Gobierno del cambio» atenderá sin demora la necesidad de una política de la ciencia. Estoy convencido de que el desarrollo nos impone la necesidad de manejar cada vez con mayor maestría nuestros recursos básicos; de abrir nuevas posibilidades a la industria petroquímica y a todas las demás manifestaciones de iniciativa nacional; de preparar un personal capacitado para asumir en forma técnica la dirección y ejecución de nuestro desarrollo industrial, de la reforma agraria y del desarrollo agrícola, pecuario, forestal y pesquero; de realizar las grandes obras de infraestructura que está reclamando el país nuevo en cuya construcción andamos empeñados y de conquistas para el hombre venezolano esa mitad del territorio nacional que en el Sur espera impaciente su presencia y su arraigo. Tenemos que formar el personal que estas actividades necesitan.

Un gran aliento de libertad será el motor para la promoción del hombre. Creo en la libertad como la mejor condición de ascenso humano. Soy uno de los redactores de nuestra Constitución y la suscribí con la convicción de que ella puede y debe cumplirse. Cada vez me convenzo más que nuestro pueblo superó las fases iniciales dentro de las cuales, apenas salido de un sueño secular, pudo ser susceptible a dejarse encandilar por el brillo de palabras sonoras o por el juego de encendidas consignas. Vivimos en una sociedad madura, donde predomina el análisis y es fina la percepción de los matices y donde, sobre todo, se ha hecho forma de existencia la pluralidad de las ideas como posibilidad siempre presente de escoger. La libertad es el motor que en cada uno determina el poder de avanzar. Ella será siempre motivo de respeto y fuerza de adelanto, mirada con especial simpatía e interés desde los cuadros del nuevo Gobierno.

En esa promoción del hombre, como es justo, miraré con cálida simpatía el estímulo al arte y la cultura, en cuyo impulso debemos estimular también la libertad creadora y ofrecer a las capacidades las oportunidades de realizarse plenamente.

Se atenderá de modo preferente a la juventud y la mujer. La mujer, que ha tomado conciencia de lo que representa como posibilidad de orientar y de influir en la vida de la sociedad a través de su inagotable reserva de emoción creadora y de su fe en los altos valores de la vida. La juventud, a la que veo como formidable potencial, capaz de ser aprovechado para las más nobles empresas y para las más grandiosas construcciones. Creo firmemente que estamos obligados a demostrarle que nos ocupamos de ella para abrir sinceramente vías anchas a sus inquietudes creadoras. El nuevo Gobierno espera ofrecerle más efectivas y abundantes oportunidades de educación y de trabajo, de formación, de recreación, de deporte y cultura, para que se incorpore de lleno a la dinámica optimista que es el motor de nuestro futuro nacional.

Y con ello, a través de la promoción del hombre y de la libertad creadora, marcharemos con paso firme a la justicia. Habrá que hacer frente a los problemas planteados por la Seguridad Social en sus aspectos administrativos, habrá que abrir canales para una mayor y más firme participación del trabajo en la formación y distribución del ingreso nacional y para una mayor participación de la población activa en el trabajo. Cuento con la madurez alcanzada por el movimiento sindical, firme en la defensa del régimen constitucional y consciente de su delicada responsabilidad para que sus conquistas revistan solidez siempre más recia, y con la cooperación ofrecida por órganos internacionales de la calidad y prestigio de la Oficina Internacional del Trabajo, que en este su año cincuentenario presenta abundantes ejecutorias, y con la cual me unen viejos y estrechos vínculos; y de las otras organizaciones y organismos dispuestos a prestar su colaboración en actividades que representen mejoramiento de los pueblos.

La preocupación por el progreso del país me hace mirar favorablemente el ensanche de nuestro horizonte internacional. Sin menoscabo de las relaciones tradicionales con los pueblos de este Hemisferio, las cuales aspiro a fortalecer y orientar hacia las mejores formas de decorosa amistad y colaboración fundada en la justicia social internacional, pienso que hay madura conciencia en la opinión sobre el establecimiento de relaciones con estados de organización política y signo ideológico diferentes de los nuestros, pero cuya presencia en el mundo y cuya influencia en las relaciones económicas no podemos ignorar. Es justo que, tratándose de aquellas cuya formulación doctrinaria discrepa de la concepción que inspira nuestra Constitución, el establecimiento de relaciones se condicione a requisitos cuya aceptación estimaríamos como prenda de buena voluntad y cuya fijación está admitida por los usos diplomáticos. Por otra parte, sin desconocer el alto fin que movió a Venezuela a no continuar relaciones con gobiernos surgidos en el continente por actos de fuerza contra mandatarios electos por voto popular, considero necesario superar aquella posición. Aun manteniendo la esperanza de lograr un acuerdo hemisférico que ofrezca fórmulas para solucionar casos similares, cuya incidencia deseamos sea cada vez menor, la revisión de nuestra posición se impone por la realidad. Venezuela no puede continuar confinada, sin relaciones con pueblos vinculados al nuestro por obligante fraternidad.

La misma preocupación del desarrollo y la convicción sobre el común destino nos hace ver con simpatía los esfuerzos constructivos para adelantar la integración de América Latina, como instrumento de su gran desarrollo futuro. No sólo en el campo económico, sino en el campo múltiple de la vida social y cultural. Sé que características peculiares de nuestra situación económica, el celo por la estabilidad de nuestro signo monetario, el temor de comprometer progresos logrados y de ver en peligro conquistas sociales de los trabajadores, han provocado serias preocupaciones sobre pasos propuestos dentro de la Asociación Latino Americana de Libre Comercio en relación al Pacto Sub-regional Andino. Estimo que los planteamientos respetables del sector privado deben ser considerados seriamente y que en materia tan trascendental deben marchar de acuerdo el sector público y el sector privado, ya que ambos, conjunta y no separadamente, integran la economía nacional. Pero soy optimista en cuanto la posibilidad de superar obstáculos y de encontrar fórmulas que, sin demoras inconducentes, pongan a nuestras patrias en el camino de fortalecer a la que por razones intemporales y por precisiones de nuestro tiempo es y será la gran patria común. Tengo fe en la capacidad venezolana y sé que llevaremos a la mesa soluciones positivas, proposiciones desprovistas de dogmatismo o de prejuicio que descarten todo complejo aislacionista de la mente de nuestros interlocutores y de la nuestra propia; para revelarnos como somos: un pueblo consciente de su destino, solidario con los pueblos hermanos, convencido al mismo tiempo de que esa solidaridad peligraría si en vez de vías abonadas por la madurez de la experiencia nos lanzáramos por simples caminos de buena voluntad o de imitación fiel de lo hecho en otros continentes en circunstancias diversas. Venezuela aspira a ir y está dispuesta a ir al proceso de integración con miras elevadas, orientada por el criterio de que cualquier paso en falso retardaría y obstruiría, en vez de facilitar y adelantar, el proceso de integración.

Por supuesto, que nuestras relaciones con el mundo se inspiran en los principios de respeto a la dignidad del hombre y a lo no intervención derivada del reconocimiento a la independencia de cada pueblo. El mismo deseo de paz de nuestra política interna nos anima en la esfera internacional. Repudiamos los hechos de agresión y estamos dispuestos a defender y mantener nuestros atributos soberanos. Partiendo de esta firme e inequívoca posición es como abrimos la ancha puerta de nuestra buena voluntad. Y en cuanto a la recuperación de las tierras de que fuimos despojados en nuestra región esequiba, el nuevo Gobierno recibirá el legado del Acuerdo de Ginebra, pues el próximo año terminarán las reuniones de la Comisión Mixta. Hacia el vecino pueblo guyanés nos mueven sentimientos fraternos y desearíamos llegar con él a fórmulas de cooperación para el desarrollo común; pero reiteramos la firme decisión de defender los derechos de Venezuela, cuya singular trayectoria pacífica en la vida internacional no debe servir para desconocerle o negarle lo que le corresponde a la luz inextinguible de la justicia y la verdad.

Los seguidores del nuevo Presidente colmaron la avenida y calles adyacentes al Palacio de Miraflores.

Afueras del Palacio de Miraflores momentos antes de la llegada del nuevo Presidente.

El presidente Caldera recibe a las afueras del Palacio de Miraflores a sus seguidores.

La política internacional de Venezuela, alentada por el deseo de contribuir a la paz, a la libertad y a la amistad entre las naciones, de elevar el patrimonio cultural y tecnológico y buscar su difusión entre todos los pueblos, se orientará también decididamente hacia el impulso del comercio exterior. Veo allí una necesidad vital e impostergable. La dependencia de un solo producto tiene causas variadas, pero la falta de mercados retarda sin duda las posibilidades de desarrollo. Iniciativas interesantes nos animan a esperar buenos frutos para una política de comercio exterior sistemática, inteligentemente orientada a lograr una economía de exportación, mediante la acción de una diplomacia cada vez más consciente de los intereses nacionales y de su propia responsabilidad. Este acicate contribuirá a mover activamente la reforma de nuestro servicio exterior.

El primer deber del nuevo Gobierno será proceder a la evaluación de los recursos con que cuenta para enfrentar los problemas. Habrá que precisar la situación en que se hallan los recursos fiscales, el monto de los compromisos contraídos y la medida en que se hayan consumido las diferentes partidas del nuevo presupuesto. De ello será informada la nación, teniendo presente la influencia del gasto público sobre la economía del país. Al presentar cualquier situación, se plantearán las medidas para impedir, sin incurrir en recargos tributarios ni manipulaciones monetarias, cualquier paralización o retardo de los pagos y planes de la Administración, que repercutiría negativamente en una economía cuyas perspectivas son ampliamente promisorias. La colectividad debe confiar en que el Gobierno no permitirá que la marcha progresista del país sufra perjuicio por cualquier circunstancia accidental y estoy seguro de su cooperación para vencer cualquier momentánea dificultad.

Después de azarosos procesos de inestabilidad e incertidumbre, ya se han cumplido dos períodos completos de gobierno emanados directamente del voto popular. Al ilustre venezolano doctos Raúl Leoni le ha correspondido la distinción histórica de haber sido el primero que hace la entrega pacífica del poder a un sucesor, electo por el pueblo, después de una campaña electoral de oposición.

El hecho mismo, por su novedad, ha puesto de relieve la falta de un instrumento legal adecuado para regular el breve pero delicado lapso comprendido entre la elección y la trasmisión de poderes. Creo conveniente llenar este vacío. Respetuosamente me atrevo a recomendar a las Cámaras Legislativas la adopción de un texto legal orgánico, razonable y previsor, aprovechando la experiencia lograda, con lo cual contribuiría a asegurar mejor para el futuro la marcha de nuestras instituciones democráticas.

La tarea que tenemos ante nuestros ojos, sin exageración ni dramatismo, es de dimensión impresionante. Pero puede cumplirse y estoy seguro de que se cumplirá. Para ello es preciso mantener encendida la esperanza y dispuesta la voluntad en el ánimo de los venezolanos.

Hace siglo y medio éramos apenas un puñado. No llegábamos a un millón de habitantes, dispersos en un vasto territorio de más de un millón de habitantes, dispersos en un vasto territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados. No se había descubierto el petróleo. No teníamos caminos, ni telégrafo, ni surcaban el cielo los aviones. Sin embargo, la voz de un hombre incomparable despertó en nuestro pueblo el ideal y su emoción lo hizo recorrer distancias legendarias y escribir las páginas más brillantes de la historia del nuevo mundo.

La voz de aquel Hombre, que a través de los siglos se nos hace menos igualable, más inalcanzable, aunque también más presente en nuestra conciencia, ha vuelto a resonar con acento mesiánico. Desde la modesta casa que Zea comparó con la choza pajiza donde el fundador de Roma echara los cimientos de un imperio, ha resonado nuevamente su eco. Pasmados recorremos la cronología de aquella campaña, preanunciada el 15 de febrero en Angostura, en un discurso, y culminada el 7 de agosto en Boyacá, en una batalla decisiva. Hace menos de un mes se conmemoró el Sesquicentenario de la profunda y encendida oración, donde Bolívar vio la patria a través de las próximas edades y se sintió arrebatado al observar «con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que recibió esta vasta región».

Su vibrante mensaje está vigente. El pidió a los legisladores «conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno que haga triunfar bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad».

Tenemos una cita de honor con él ante la historia, para esforzarnos en realizar su ideal. No se trata ahora de campañas heroicas hacia paralelos lejanos, sino de realizar dentro de nuestras fronteras hacia afuera el desarrollo, sobre la base de un orden institucional como el que sus palabras de bronce definían.

Hagamos lo nuestro para corresponderle, aun rebasando la medida de nuestras limitaciones. Ahora somos diez millones de habitantes; el petróleo nos asegura, todavía, por muchos años, un volumen considerable de recursos; hay vías que cruzan nuestro territorio y debemos construir muchas más; tenemos a nuestro alcance los medios que ofrece la tecnología. Es tiempo de escuchar la voz de Bolívar.

Mantengamos inquebrantable fe en el sistema democrático, para cuyo funcionamiento acaba de mostrar nuestro pueblo una estupenda madurez. Recordemos que el cumplimiento de las reglas puede ser incómodo en determinadas circunstancias, pero permite asegurar el equilibrio e impulsar el avance en medio de la oposición de los contrarios. Y confiemos en la ayuda de Dios, que no la niega a los que se la piden con limpia y sincera voluntad.

Se la pedimos para Venezuela, para su pueblo y para su gobierno. Y comprometemos, como lo hicieron los fundadores del Estado, el sagrado de nuestro honor nacional, a la empresa de servir con denuedo, en beneficio de todos pero especialmente de los más humildes, guiados por la justicia e impulsados por la libertad hacia el progreso, la solidaridad y la paz.

 

Audio del discurso: