Significación del patriotismo

Artículo de Rafael Caldera para La Esfera, del 11 de mayo de 1937.

 

La patria no es la simple configuración geográfica dentro de la cual nacimos, ni una mera idea más o menos romántica. Eso es para muchos la patria. Pero no puede serlo para quien sienta la conciencia de la responsabilidad que hoy gravita sobre todo ciudadano honrado.

La patria es, y tiene que ser, para nosotros, el conjunto de los hombres que viven y se sienten agrupados en esta unidad que denominamos Venezuela. El conjunto de tradiciones y glorias que nos obligan ineludiblemente a hacer un esfuerzo por significar algo en la historia de la humanidad. Es la tradición que nos legaron los fundadores de la nacionalidad. Es, en fin, la sed incontenible de progreso, de renovación, que nos anima; y que no está significada por frenesíes incontrolados de destrucción y odio, sino por un sentido positivo de creación de una nueva Venezuela auténticamente libre, grande y fuerte.

Patriotismo es amor a la patria. Es amor, y como amor, acción. No se ama lo que no se cultiva, lo que no se trata de mejorar, de purificar, de sublimar. Es amor, y como amor, abnegación. No se ama cuando no se renuncia al propio yo y se lo hace desaparecer ante el bienestar de lo que se ama. Es amor, y como amor, sacrificio. No se ama mientras la propia renunciación no llega a su grado más alto: la inmolación de la vida, y de cosas más pequeñas pero muchas veces más apegadas que la vida: la tranquilidad y hasta la propia gloria.

Eso es patriotismo. Eso ha sido y lo será siempre. Pero la manera de sentir el patriotismo es algo que necesariamente ha de cambiar con las contingencias de la vida; es algo que debe transformarse de acuerdo con cada momento social.

Hay muchas maneras de amar. Hay muchos momentos de amar. Amor es unas veces alegría y otras dolor; es unas veces melosidad y otras silencio; es en algunas ocasiones actividad febril y en otras quietud de remanso.

Hay, también, muchas maneras de amar a la patria. Cada momento histórico nacional requiere una manera distinta de vivir el patriotismo. Y es en eso en lo que debe insistirse.

Venezuela vive hoy un momento histórico especial. No es posible confundir esta época con la época de los primeros años de la Rehabilitación Nacional. En aquel entonces no había desaparecido la conciencia cesarista del gendarme necesario. El pueblo nuestro se ha transformado lentamente durante los años de la tiranía; y todo el fondo de la nueva conciencia que se iba formando y que arraigaba más a medida que aumentaba el despotismo, fue lo que vino a ponerse de relieve, de un golpe, en el instante definitivo de la muerte de Gómez. A cada día del pasado gobierno correspondía una sublimación del alma nacional, y los dolores más íntimos ganaban un grado más alto en el crisol del sacrificio nacional. Para diciembre del año 1935 ya se encontraba en plena madurez; y sólo faltaba el estímulo de la embriaguez cívica de los primeros días para que se pusiera de relieve lo que era ya el alma de la patria nueva.

Insensato sería, o mejor dicho, criminal, querer sentir hoy el patriotismo en forma igual al que brilló en los días de la independencia. Como sería insensato o criminal un amor silencioso en ocasiones que habrían de ser de insinuación, o un amor quieto en épocas que reclaman acción. Hay que sentir hoy el patriotismo que corresponde al hoy. En fuerza de la intención de estas palabras, que implican cambio de escenario, cambio de necesidades, he querido titularlas así: Significación del Patriotismo en el momento actual.

El patriotismo ha consistido en Venezuela tradicionalmente en sacrificio estéril. El ciudadano ha sido eterno mártir de un ideal que aparecía cada vez más lejano en presencia del avance arrollador de la barbarie. Quienes valían algo para el progreso nacional eran tronchados en plena florescencia, eran consumidos en el fuego inmisericorde de las revoluciones.

Llegaba una de esas etapas en que un tirano desaparecía. La Nación se vestía de sus mejores galas en espera de un futuro mejor. Llamaba a sus hijos, y éstos no acudían. No tenían ya aquella energía que era necesaria para sacarla de la hondonada en que se hallaba; o, si la conservaban, habían perdido el criterio sereno, o no habían podido prepararse para desempeñar la enorme labor de volver feliz a una nación. El resultado desgraciado y fatal era un nuevo tirano. Y ese nuevo tirano afincaba día a día más sus botas sobre las descarnadas espaldas de su víctima. No había hombres que lograran cobrar la fuerza necesaria para acabarlo. Quien se sentía patriota se levantaba, pero en la firme convicción de su fracaso y en la convicción desesperada de su ruina.

El patriotismo, con toda su hermosura incomparable, tuvo que ser entonces un factor negativo; y la ruina de aquéllos que fueron esperanza, su grandioso y solemne monumento.

Hoy hay que pensar ya en un patriotismo constructivo. Es la ocasión de convencernos de que no podremos decir que hemos matado la posibilidad de toda tiranía, mientras no creemos fuerzas que tengan suficiente vitalidad para garantizarlo. Nuestra vida es una zozobra perenne. La espada de Damocles se mantiene incesantemente sobre nuestras cabezas y el hilo que la sostiene en equilibrio se hace elástico y se distiende más de una vez en tal manera que parece que va a romperse para siempre.

Ser patriota no es en el momento actual decir frases hermosas. El patriotismo no consiste hoy en precipitar una conflagración que destruya de nuevo, que repita la triste historia de nuestro debilitamiento progresivo.

Hay que imponerse una labor de preparación propia y de preparación social. Difundir más y más todo cuanto contribuya a crear una conciencia verdaderamente venezolana. Acumular material para la construcción de una Venezuela como la que soñó Bolívar: ofrendarlo a su memoria construida por nuestras propias manos, bañada la frente con el sudor ganado en la tarea, cubierto nuestro traje por el polvo de la arquitectura.

Eso es patriotismo. Medir muy bien la repercusión social de cada idea, de cada sentimiento, para no utilizar sino aquello que añada algo a la creación. Formar de todas las voluntades una sola resultante común, para lo cual es menester limar las asperezas que necesariamente han de surgir entre los hombres y que no sirven sino para darle mayor mérito a la obra.

Patriotismo actualmente es sacrificio, como sacrificio fue el patriotismo en otras épocas. Pero el de hoy es sacrificio que debe renunciar a la hermosura brillante de la muerte, y convertirse en un esfuerzo constante de renunciación, de ocultación de propio egoísmo ante el bienestar nacional. Claro que hay que alentar al unísono el espíritu de holocausto para aquel momento en que la patria lo reclame. Pero hay que tratar de alejar ese momento; y reemplazarlo por el trabajo callado y opaco, pero más difícil porque requiere más constancia y más meritorio por cuanto supone mayor reflexión.

Esa es la significación del patriotismo en el momento actual: trabajo. Trabajo infatigable y consciente. Trabajo de acercamiento y consolidación. Trabajo de encauzamiento de la fuerza viva que por tanto tiempo hemos despilfarrado, y que constituyen, en formidable alianza, el brazo y el corazón venezolanos. Trabajo de aprovechamiento de los vastos recursos naturales que han servido en muchos casos para regodeo platónico y en muy contados para verdadero engrandecimiento nacional.

El patriotismo es hoy acción. «Más temo yo la paz que la guerra», decía el Libertador; más difícil es, en efecto, realizar una obra silenciosa y continua que efectuar un gesto.

El engrandecimiento nacional, la formación de una Venezuela interiormente sana, lo suficientemente organizada para presentar una resistencia invencible a todas las barbaries, y exteriormente respetada: eso, y no otra cosa, es lo que hoy reclama el patriotismo.

PATRIOTISMO, EN SÍNTESIS, DIGAN LO QUE DIGAN LOS DECLAMADORES Y LOS INCONSCIENTES, ES HOY EMPEÑO INFATIGABLE DE CREACIÓN DE UNA VENEZUELA AUTÉNTICAMENTE LIBRE, GRANDE Y FUERTE.

Rafael Caldera