El marasmo venezolano

Artículo de Rafael Caldera para La Esfera, del 30 de mayo de 1937.

 

En el próximo mes de junio van a realizarse las elecciones para formar el nuevo Concejo Municipal del Distrito Federal. Será nuestro primer ensayo eleccionario. ¿Es posible que el grueso de la población de Caracas esté encerrado en esa radical indiferencia?

Absurda táctica esa de echarse en brazos de la fatalidad. Dejamos que los otros hagan, que los otros digan… y después la lamentación, la cobardía, quizá el esfuerzo desesperado, pero que puede resultar ineficaz. Yo estoy por dar la razón a la táctica negativa de los primeros tiempos del Gobierno. Si no fuera porque nadie está autorizado a dejar de cumplir su deber, ni siquiera por obligar a los demás a llenar el suyo, estaría uno tentado a decir que el Gobierno tenía razón en no hacer nada, porque las fuerzas sociales se empeñan en no despertar mientras no se vea en toda su crudeza la proximidad del peligro.

Desgraciado es el caso de los partidos que se formaron en 1936. Toda esa actividad ¿se reducía a lograr que el Gobierno tomara una acción positiva, para después dejar que los acontecimientos se continuaran desarrollando por sí solos?

Desgraciado ese flirteo con el peligro, esas tácticas como la del partido que pidió no solamente la expulsión de los comunistas, sino la de toda clase de agitadores y cualquiera otra medida de alta Policía Nacional, y que al realizarse la expulsión ha vuelto a ser campaña primitiva de críticas al inciso C del artículo 32 y al artículo 35 de la Constitución, por considerarlos contrarios a la democracia.

Desgraciado, el egoísmo burocratizante de los hombres públicos que iniciaron actividades loables para que vinieran a terminar violentamente al lograr una participación en el Erario Nacional.

¿Está Venezuela condenada a morir de esa anemia social de la crisis de hombres? ¿Es posible que no haya en este desgraciado país más que dos clases de elementos: los que quieren destrozarlo y los que no permiten que se mejore nada? ¿Es posible que quiera dominar la conciencia social esa idea de que nada debe intentarse, de que nada debe innovarse, cuando no domina –como el año pasado– el criterio de alborotar por alborotar, de armar revueltas con el único fin de entronizar, hombres que sin llegar al poder demostraron la más bárbara vocación tiránica que ha presenciado Venezuela?

Las dos interpretaciones

De este silencio sobre las elecciones han nacido dos interpretaciones, casi igualmente generalizadas. La una, la interpretación de la veleta: la que teme que cualquier movimiento atmosférico pueda realizar un brusco cambio de sentido en la veleta nacional. La otra, la interpretación del alboroto; la de los que se empeñan en considerar que no hay democracia porque no hay alboroto, que serían absurdas unas elecciones sin bochinche; y que como han sido segregados los profesionales del bochinche, no puede pensarse en democracia ni en elecciones.

Los dos estados de ánimo tienen que combatirse. El primero, porque negarse a luchar es lo peor de las cobardías; y ante el deber social la cobardía es crimen muchas veces más condenable que cualquier otro crimen. El segundo, porque no es sino el eco de un sector interesado, que busca arraigar más y más en el sentimiento ciego de sus prosélitos la consustancialización de los comunistas con la democracia. Con una democracia que no pueden dar y que sólo preconizan con la idea preconcebida de explotarla y matarla. Con una democracia que son incapaces de sentir, pues en cada una de sus agrupaciones, en cada uno de sus discursos, en cada uno de sus periódicos, no hicieron sino exhibir su intransigencia, que no contenta con la tiranía de las acciones quería imponer la tiranía de las conciencias.

Tiene que haber elecciones y tiene que haber elecciones sin bochinche

Se dijo que habría elecciones municipales en junio y tiene que haberlas. Nada hace que los primeros que lanzaron una fórmula transaccional sin sentirla, los primeros que vieron en la promesa de elecciones un simple engaño para evitar luchas, tengan dentro de sí la idea de que nunca tuvieron intenciones de cumplirlas. Al pueblo no se le debe engañar, nunca. Cuando haya que decirle no debe decírsele firmemente, sin rodeos, sin cobardía. Pero cuando se le ofrece, debe cumplírsele también sin  titubeos con confianza en el quid de la estabilidad social. Y no podrá llegar a haber confianza mientras no se tome un camino derecho, que marque un derrotero conocido por todos, y se transite ese camino sin contramarchas ni balanceos.

Tiene que haber elecciones. Y tiene que haber elecciones sin bochinche. Hay que demostrar al sector timorato de la sociedad, que la estabilidad social existe, y no que es un estado transitorio e inestable propenso a corromperse por el menor roce.

Pero si tiene que haber elecciones, es necesario que se lancen candidatos aptos. Que los lancen los hombres que sientan la responsabilidad de una labor política. Que los lancen los partidos que verdaderamente deseen hacer un bien a la colectividad. No quiero analizar aquí el contenido ideológico de cada uno de los partidos anticomunistas. Sólo se pide en ellos un poco de buena fe. Si proponen candidatos que prometen una buena gestión de los asuntos municipales, aun que esos candidatos no sean perfectos, Caracas votará por ellos. Es necesario que esos partidos se aproximen. Que se pongan de acuerdo y prescindan de una vez de sus intereses egoístas.  Que busquen los hombres más insospechables, hombres de la talla de un Juan José Mendoza, o de un Francisco Antonio Rísquez, o de un Juan José Abreu, que esos hombres, a pesar de sus ocupaciones, vayan a ocupar los sillones que les reclaman una labor de depuración y de progreso para el Distrito Federal. Habrá otros también más jóvenes, que por lo tanto no tendrán el renombre que aquéllos, pero que podrán ir allí a renovar y trabajar con entusiasmo a la vez que con honradez. Y cuando digo jóvenes no se entienda que pienso en los que somos todavía demasiado jóvenes. Pienso en los que sirven de eslabón entre la generación madura y la nuestra.

Salgamos de una vez de este marasmo. La crisis de hombres hay que acabarla de una manera o de otra. Los que se sientan “medios hombres”, que es lo que dentro de su complejo de inferioridad sucede en casi todas las generaciones que llenan este período, tiene que hacer un esfuerzo por completar, en decisión, en valentía serena, en propósitos firmes de honradez, esa otra mitad  que el ambiente letal de la dictadura les robó, obligándolos a levantarse en medio deforme y corrompido. No se diga que los nuevos odiamos a los viejos; pero sí que les pedimos algo de lo que han negado hasta ahora, y que, aunque no lo tengan, deben crear un esfuerzo supremo de patriotismo. Les pedimos que en los años que les quedan para actuar, pongan una concentración de venezolanismo que signifique siquiera una décima parte de lo que le negaron a la patria en la mejor parte de su vida.

Rafael Caldera