1949: Año de prueba

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 31 de diciembre de 1948.

Terminó 1948 en una forma muy distinta a la de su comienzo. Arrogancias de hegemonía perdurable cantaban por las bocas oficiales hace un año, un futuro de varias décadas de inconmovible adequismo. Hoy parece interminable letanía la que pondera los extremos del desbarajuste derrocado. Parece haber quedado atrás, muy atrás, el día de los oropeles. Parece haber quedado atrás, muy atrás, el proceso de absorción progresiva de las actividades nacionales por el sectarismo enceguecido.

Caídas las cataratas blancas de los ojos, la pupila de la patria se dilata para escudriñar ansiosamente el porvenir. 1949 aparece como una nueva posibilidad, como una nueva incertidumbre. En más de una ocasión ha habido coyunturas propicias para enrumbar por senda clara el porvenir de Venezuela. En más de una ocasión la coyuntura ha sido menospreciada, traicionada en su potencialidad constructiva. ¿Será ésa acaso, la suerte de la actual? O, por el contrario, ¿servirá la experiencia de la larga centuria clausurada en 1935, servirá la experiencia del decenio titubeante cerrado el 18 de octubre del 45, servirá la experiencia del trienio azaroso liquidado el 24 de noviembre del 48? ¿Habremos aprendido en la historia de toda una vida nacional, vivida intensamente, lo que la Patria quiere y necesita, enseñanza obtenida a través de dolores y fracasos de los cuales es fácil recordar qué es lo que conviene para llegar por eliminación a colegir qué es lo que conviene a Venezuela?

Hay que evitar el exagerado optimismo con tanto interés como hay que combatir el pesimismo. Atrás quedó un régimen; pero adelante quedan los mismos peligros de siempre. Una y otra vez ha llegado la Nación a la fórmula de la brusca transición. En nuestra historia, esa brusca transición no ha logrado cerrar las puertas al acecho de otro golpe futuro. Noble y generoso el pueblo, ha extremado su bondadosa comprensión, tildada de indiferencia o de traición por cada derrocado. Pero esa nobleza y generosidad no han encontrado la correspondencia debida en la actitud de los que tienen la responsabilidad de dirigirlo.

Quizás algunos hayan leído con sorpresa el título de esta consigna. Lo he colocado allí deliberadamente. 1949 es un año de prueba. La caída del gigante de los pies de barro puede bastar para llenar de euforia a quienes no tengan la obligación de pensar en el mañana. Para quienes tenemos un compromiso contraído con el pueblo, esa caída abre una etapa decisiva: vale más aplazar la definitiva alegría, para que ella no suplante al deber imperioso de trabajar, de luchar hasta que sea realidad poderosa el anhelo de paz y justicia que siguen latiendo en el alma de los venezolanos.

Cuando voces agoreras se levantan para hablar del gendarme necesario como una realidad vigente; cuando susurros casi imperceptibles se lanzan al oído de los gobernantes con la esperanza de hacerles olvidar (ya en la aurora del nuevo gobierno) sus promesas circunspectas y sobrias; cuando los mismos que han echado a perder otros gobiernos creen encontrar ya ambiente para decir cosas que debieron estar definitivamente olvidadas, quienes hemos combatido por el ideal de una Patria mejor tenemos el deber de recordar los peligros que asoman en la vía y reiterarnos el compromiso de bregar sin tregua por ese ideal.

Nadie puede negar que ha habido ambientes de alegría general con el cambio de régimen. Quienes estaban con el partido derrocado se habían amargado con sus inconsecuencias. Hoy son ellos mismos los que ponen al descubierto graves faltas y errores cometidos. Venezuela en general ha tenido confianza en que no vamos a retroceder. Pero se traicionaría esa confianza si prosperaran los que quieren un regreso a formas caducas. Es avance y progreso lo que el pueblo desea.

La incertidumbre es el problema sustancial de los interinatos. En definitiva, el juicio sobre ellos lo va a dar el futuro. Su desenlace viene a ser la palabra final. El año 1949, cuajado de esperanzas, es por ello también el año de prueba para Venezuela.

Debemos esperar con sincera emoción que salgamos victoriosos de esta prueba. Que el desenlace del interinato sea un régimen institucional de libertad y de progreso, de bienestar social y de justicia. Pero no podemos ni debemos esperarlo sentados. La consigna de la hora es, más que nunca, trabajar y luchar.