Rumores y tabúes

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 7 de agosto de 1949.

Es un hecho fatal el de que cuando la expresión pública de las opiniones se restringe, el lugar de la crítica lo toman los rumores. Un ejemplar de «Resistencia» difícilmente habría podido interesar a la gente, ni soportar una polémica en un ambiente de prensa libre. Las hojas clandestinas sólo interesan al público cuando los periódicos dejan de ocuparse de política para llenar páginas y páginas con eventos deportivos o sucesos truculentos, comida indispensable para que el lector permanezca fiel a su diario.

Aquí, como en todo, se observan los aspectos desfavorables del exceso y las consecuencias pretenden atribuirse al hecho en sí. La prensa libertina e irresponsable presenta, sin duda, muchos y muy graves defectos: pero son más y mayores los que presenta la prensa cuando no se siente con plena responsabilidad para enfocar, analizar y actuar.

Conste que lo dice alguien que ha recibido de la prensa contraria los más crudos y tenaces ataques. El grupo político a que pertenezco, así como sus dirigentes, hemos sido deformados, calumniados, difamados muchas veces por los periódicos más «imparciales» del frente marxista. Aun los que se reputan de más «serios» han negado sistemáticamente hasta un saludo de cortesía a nuestros periódicos; y a sus lectores, les han desposeído sistemáticamente de cualquier información que pudiera contribuir en forma alguna a crear ambiente favorable para nosotros.

Quizás por eso mismo, poca gente tenga más autoridad entre nosotros para pedir y defender la libertad de prensa, que la que tenemos los copeyanos. Sabemos que libertad plena de combate político significa para nosotros arreciar los insultos de nuestros adversarios, intensificar sus violencias verbales o sus informaciones falsificadas. Pero, no nos importa. Porque creemos que la prensa se combate con prensa. Estamos dispuestos a oponer a las calumnias e injurias que se nos lancen, el argumento, la convicción, el análisis doctrinario, los cuales a la larga hacen mella más honda en el ánimo público.

En la Constituyente, por ejemplo, se pudo comprobar que producía mejor impresión en la opinión popular la defensa serena y razonada de una posición justa, que el vocerío demagógico, sectario e irresponsable. La fuerza que COPEI ganó en el corazón del pueblo, y que llevó a los adecos a confesar su derrota cortando la trasmisión radial para el Congreso, la obtuvo soportando con integridad las escandalosas diatribas de una mayoría que no sabía ser responsable y constructiva, y oponiéndole la lógica contundente de una actitud sincera y patriótica.

Ojalá venga, pues, pronto, la libertad plena de la prensa. Nosotros la deseamos y hemos venido abogando por ella. Ella ayudaría en mucho al Gobierno a ganar la senda de la institucionalidad. Porque Gobierno sin crítica, sin lucha de ideas y de sistemas, sólo en circunstancias muy excepcionales puede ver con claridad el camino. Oír a la opinión es saludable; de otro modo se cae en el peligro de escuchar como si fuera el del sentimiento público, el susurro inevitable de las camarillas que pugnan por formarse alrededor de todos los gobiernos.

El rumor, como sustitutivo de la información periodística, es el arma de los fracasados. La gente lo oye y se alarma. A cada momento se formula una interpretación. A cada instante se construye una fábula. Se ponen en labios de los personeros más calificados del Poder, frases o intenciones que, por no ser públicos, no están en capacidad de desmentir. Si la prensa los dijera, podrían salir, aclarar, desmentir. Sin decirlo la prensa, cualquier aclaratoria pública daría mayores pábulos a la fantasía del adversario.

Cuando en un periódico de San Cristóbal se dijo, por ejemplo, que yo era «anti-andinista», lo agradecí sinceramente. Sabía que el rumor lo andaban ya fabricando y esparciendo pero, precisamente, por ser sólo un «rumor», no me daba la ocasión de desmentirlo. Al salir por primera vez en letras de molde, se me ofreció una oportunidad que no podía desaprovechar. Pude esclarecer, alegar, citar nombres en abundancia. Cualquiera de los aludidos habría podido desmentirme. El ataque, en ésta como en otras ocasiones, me rindió invalorable servicio.

Reflexionando acerca de aquel hecho, he pensado en muchas ocasiones: ¿cuántas oportunidades preciosas ha perdido la Junta Militar de Gobierno, o sus personeros, por el hecho de que las imputaciones que se les hacen en los periódicos clandestinos no se les hagan en periódicos responsables? Entonces podrían defenderse, citar hechos, mantener íntegro el crédito indispensable para su delicada gestión.

Tocándolos, muchos tabúes dejarían de serlo. Como el rumor-tabú de presuntas ambiciones personales y desaveniencias soterradas. Como el antipatriótico, falso y malsano, tópico-tabú del regionalismo. Se discutirían los problemas de la vuelta a la constitucionalidad, que son muchos, y se iría aclarando el camino.

Que se abra, pues, la lucha periodística. Y si los primeros ataques son para nosotros, bien venidos. Nos darán la oportunidad de no perder el sano ejercicio de la polémica. El invalorable hábito de saber escuchar para saber responder.