Los estados andinos

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 8 de enero de 1949.

Abierto con el cambio de régimen un nuevo ciclo nacional, se hace preciso no olvidar lo que los Estados andinos representaron durante los días más duros de la lucha contra Acción Democrática. De allá saltó para siempre el más robusto aliento popular para la resistencia civil; su tenacidad al dar su fe, una y otra vez comprobada contra el halago o la amenaza, fue ejemplo de la constancia en la lucha; y su actitud de nacionalismo sin fronteras internas, patente en la adhesión abnegada a una causa de ideales y principios supo demostrar a la conciencia atenta de la Patria unos Andes empinados en la vida cívica, tan empinados como lo están en la orografía venezolana.

Dura la lucha fue en la calle para conquistar el corazón de las masas en toda la extensión de Venezuela. Pero ella sirvió para descubrir, ante los ojos de quienes se resistían a ver, el fondo generoso y bueno del pueblo venezolano. Todavía no aciertan muchos a explicar cómo COPEI, sin demagogia ni adulonería, repitiendo su consigna maciza de sinceridad, pudo ir ganando a la demagogia marxista el sentimiento de los más abandonados estratos sociales. Lo cierto es que a los tres años de su gobierno, la popularidad de Acción Democrática se manifestaba tan frágil como lo era para el 18 de octubre de 1945 la del régimen que le precedió. No acudía la gente con entusiasmo y fe a sus artificiosas concentraciones. Era necesario un derroche de mecanización administrada para apiñar corazones ya fríos, que ni siquiera alcanzaban a mover las manos para el aplauso iniciado alrededor de la tribuna y muerto en las propias filas de la claque sin que pudiera hacer vibrar la emoción colectiva.

Tal fue el fenómeno en toda Venezuela; pero es necesario reconocer y proclamar el ejemplo estimulante de las muchedumbres andinas, tan insensibles a la peinilla de los comisarios o al dinero fiscal convertido en pega electorera, como rebosantes de vida y decisión para dar su empuje al movimiento de la dignidad nacional.

Yo no puedo olvidar el espectáculo conmovedor de aquellas multitudes saturadas de un hondo misticismo, el de saberse la vanguardia del ideal nacional socialcristiano que iba derrumbando trincheras y ganando posiciones en el corazón de la Patria. De cuerpo entero salieron al terreno de la contienda cívica. Y si, hacia atrás, había muchos que sólo recordaban del andino el empuje mostrado en la época de las escaramuzas históricas, desde el 27 de octubre de 1946 (con las primeras elecciones generales del régimen establecido en 1945) hacia adelante, nadie podrá desconocer la significación altiva de Los Andes en el papel sufrido y digno de la oposición principista.

Los Andes constituyeron una revelación en la lucha contra Acción Democrática. La de un pueblo laborioso, cuya costumbre de dominar por la constancia una naturaleza arisca le llevó con toda naturalidad a poner de resalto su capacidad ejemplar para el gesto tenaz de defender ideas. La de una población calumniada de regionalista, que en la ocasión de adherir a un partido dio su aporte irrestricto a un movimiento saturado de ancho fervor nacionalista, y en el momento de votar por un candidato decidió postular y votar con aplastante mayoría por un ciudadano cualquiera, nacido muy lejos de Los Andes, pero que con esos pueblos andinos compartió plenamente la hora del sufrimiento, del deber y de la responsabilidad.

El gesto de Los Andes es uno de los más honrosos capítulos en la historia de la nueva Venezuela. Pero sería una torpeza reducirlo a eso: a un gesto, como si tal acción fuera transitoria, sin raíces en una convicción y sin supervivencia en la forja toledana de una voluntad sin dobleces. Hablar hoy de «andinismo», como quieren hacerlo los enemigos de una idea, más que de una región, para tratar de manchar de regionalismo a poblaciones dadas al idealismo de un programa; o como podrían pretenderlo pescadores de oportunidad que no han vivido con aquellos el dolor de una tragedia nacional, cuando tenía sabor de condena perpetua: eso no es justo, no es cabal, no es patriótico.

Los Andes demostraron que el regionalismo malsano no es planta que crece en el corazón de sus masas populares ni de sus más eficaces dirigentes. Los Andes demostraron que el sentimiento que los llevó a la lucha no fue «andinismo», en el sentido que se le quiere dar a ese vocablo, sino venezolanismo arraigado profundamente en el mismo amor de la tierra: porque la patria chica no puede sublimarse sino en el afecto de la patria grande, y ésta no puede amarla quien no sienta la emoción intensa de la patria chica.

Pasada la hora de la más densa oscuridad, es un deber nacional rendir homenaje de cariño a esos compatriotas pioneros de la constancia insobornable. Los Andes dieron alto ejemplo de decisión inquebrantable, cuando el combate parecía sin esperanzas. Ese ejemplo es compromiso hermoso. Ahora, en el momento del «nobleza obliga», sepamos todos corresponder sin desmayo a los ideales que nos llevaron a la lucha.