La enseñanza religiosa y el sectarismo

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 15 de mayo de 1949.

Pensaba dedicar este artículo a la concepción de un sistema orgánico y progresivo necesario para inculcar en los diversos ciclos de la educación lo que es la vida social y los deberes que entraña. Pero será el próximo. La publicación del Dr. J. M. Siso Martínez en El Nacional del jueves, que se refiere a otra «Consigna» mía, me ofrece una preciosa oportunidad para mostrar dónde está el sectarismo al enfocarse la cuestión de la enseñanza religiosa. Y debo aprovecharla.

Porque el doctor Siso Martínez, cuya animadversión por el proyecto Mijares es muy comprensible, el primer punto que censura es el de la enseñanza religiosa. Representa así la misma corriente que engendró el Decreto 321: la que introdujo sorpresivamente en Diputados la «leve» modificación de colocar la enseñanza religiosa «fuera» del horario escolar: la que, en fin, habría preferido ver cerrados institutos de obra indiscutible, aunque con ello se retardara el proceso educativo venezolano, antes que dejarlos prosperar en la enseñanza de principios y normas cuya esencia dio fisonomía al Mundo Occidental y le inspira renovada fe para luchar contra el materialismo que amenaza hoy desde el Oriente.

No sorprende, pues, que cualquier modificación favorable a la enseñanza religiosa (así se limite como la del Estatuto Provisorio a mantener el sistema muy poco favorable de la Ley 1940) sea punto central para el ataque. Pero los argumentos empleados son tan peculiares, hace tal abandono de la lógica, que vale la pena señalarlos.

El primer argumento del  Dr. Siso Martínez contra la enseñanza religiosa es que «que se le dará a la niñez venezolana, una interpretación sui-géneris, que lo restará de la convivencia social, necesaria en países como el nuestro donde todavía se vive, sobre todo en las capas superiores, la convivencia tribal». De esta expresión lo que parece claro es que debe suprimirse la enseñanza religiosa, no por ella misma, sino por la forma cómo se enseñará. Vale decir, que si en los planteles venezolanos se ensenara una Física atrasada, la solución del doctor Siso no será mejorar esa enseñanza, sino suprimir la Física. Pero, no. Con la Física no pasaría eso. Es que se trata de la Religión, y la verdad mal oculta es que no se quiere se enseñe Religión, porque no se simpatiza con el credo católico. A menos que, con su teoría religiosa allí apuntada, piense el doctor Siso fabricar como Comte una «religión positiva» y destinataria al uso exclusivo de las escuelas públicas…

En otro argumento es también peculiar. Según afirma, en la Ley de 1948 «se reconocía el hecho social, pero se dejaba, al colocar la enseñanza citada fuera del horario escolar, un margen suficiente para que se manifestara la opinión del interesado, dentro de su plano respetuoso de la libertad de pensamiento». Aquí sí que se trata de una «interpretación sui-géneris». La religión dentro del horario escolar negaría, según el doctor Siso, «un margen suficiente para que se manifestara la opinión del interesado», pero la religión, fuera del horario escolar, sí la aseguraría. Clarísimo, ¿verdad?

Lo que sabe y no dijo el doctor Siso es que la enseñanza religiosa fuera del horario escolar sería antipedagógica: ofrecida al alumno fatigado por el trabajo diario, no sería sino vana apariencia. Pedirle al escolar quedarse estudiando Religión, equivaldría a imponerle un castigo. Si su padre o representante le obligare, iría tal vez a la clase, pero sin ninguna disposición favorable de ánimo; en el caso contrario, se marcharía, como se marcharía si «cortésmente lo invitaran» a estudiar Geografía o Gramática. Y al que se quedare, quizás sus compañeros, quizás en algún plantel el mismo maestro, con una mueca compasiva le harían sentirse un «aprendiz de beato».

Es lamentable, en estas cosas, la falta de sinceridad. No hablo de lo personal, sino de la sinceridad política. Una consigna de partido les obliga, a quienes por formación son enemigos sistemáticos de toda convicción religiosa, a presentarse como respetuosos de la religión, mientras buscan subterfugios para minar en sus fuentes el espiritualismo cristiano, que profundamente les molesta. Lo que se quiere no es que se exponga la religión «como hecho social», pues ello nunca lo han realizado ni favorecido. Lo que se desea no es «dejar margen razonable a la libertad», ya que la libertad religiosa es una de esas que siempre miraron con ojeriza. Lo que se quiere es, ya que no les conviene negar esta enseñanza, ponerla en condiciones de resultar nula o contraproducente.

Y, por cierto, en este problema, tampoco es consecuente el artículo 1940, reproducido por el Estatuto Provisorio. Pues si se considera conveniente la enseñanza religiosa, no se ve por qué debe ser solicitada expresamente para cada niño por su padre o representante. Supuesto aquello, lo natural es presumir este deseo. Y no se diga que con ello quedaría la religión establecida como «obligatoria». Ello no pasa de ser un modo de decir, repetido monótonamente para hacerlo creer, aunque sea falso. Nadie ha negado la facultad del padre o representante de pedir que no se enseñe en la escuela religión al niño si aquél no es partidario de ella o tiene una religión distinta de la común de los venezolanos.

Dice también el doctor Siso que yo me vi apurado para demostrar que en el Estatuto «no existe un régimen de libertad de enseñanza». También en esto es incongruente el artículo. Allí mismo se cita al doctor Uslar Pietri (cuya ubicación política es bien conocida) como partidario del intervencionismo estadal, pues en verdad lo fue en grado muy marcado. Ahora bien, el Proyecto Mijares es, en ciertos aspectos, todavía más intervencionista que la Ley Uslar Pietri. No me encuentro, pues, apurado en lo mínimo para corroborar mi tesis. Los artículos 2, 3, 6, 10, 11, 17, todo el sistema de atribuciones del Consejo Técnico (capítulo IX), ciertas normas rígidas del régimen docente (artículo 141 y siguientes), exceden mucho en algunos aspectos de lo que establecería un país que quisiera equilibrar la libertad de enseñanza con una moderada intervención del Estado en resguardo del interés público.

Lo que sí es cierto es que no se ha querido continuar en la desenfrenada carrera hacia el socialismo educativo, y para llamar a eso regresión habría que compartir en el campo pedagógico la ideología socialista.