¡Es el camino nuestro!

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 9 de abril de 1950.

Estoy satisfecho de la Cuarta Convención Nacional de mi partido. Ha sido un brioso gesto. Una demostración robusta de conciencia y responsabilidad.

Su vocación de servicio, vinculada a los intereses inmanentes de la patria venezolana, ha quedado, una vez más, patente. Encajado dentro de su coyuntura histórica, hijo de su tiempo y de su época, COPEI ha sabido mirar por encima de lo momentáneo. Elevada su vista hacia un ideal superior, tiene la fuerza de la convicción. De allí el que, quien le dio una vez su adhesión esté satisfecho de seguirlo; y el que, quienes pusieron su confianza en otras fórmulas y las hallaron, a la larga, ineficaces, vuelvan también sus ojos al movimiento copeyano.

Pendiente estuvo la opinión nacional de esta nueva reunión de la asamblea suprema de COPEI. Y no fue defraudada. En ambiente de expectación tuvieron lugar sus deliberaciones. Y su resultado fue, el fortalecimiento del mejor motivo de optimismo que existe en nuestro confuso panorama político. Como tuve ocasión de señalarlo, COPEI sabe adónde va; pero, lo que es más importante, no tiene reparo en decirlo. Porque no son fines inconfesables los que alientan su acción. Puede decir adónde va, porque su meta está, a través de un proceso eleccionario legítimo, en un régimen de convivencia armónica, democracia cristiana y justicia social.

Más que clara, diáfana ha sido la concepción formada por COPEI acerca del actual momento nacional. Las causas del régimen de facto son sobradamente conocidas, y entre ellas descuella, en primer término, la responsabilidad del partido derrocado. Si Acción Democrática hubiera gobernado mejor, no habría habido golpe. El empecinamiento del gobierno octubrista en desconocer promesas y atropellar principios, abrió el camino de la solución de fuerza. Muchas veces se lo advertimos, y obtuvimos sólo por respuesta amenazas; amenazas aliñadas con imputaciones que los hechos han desvirtuado definitivamente. Hoy, ante una situación compleja en que se suman rectificaciones necesarias e iniciativas saludables a errores que pueden conducir a nuevos peligros, es esencial para el movimiento ascensional de nuestra vida política mantener en el régimen la conciencia de su interinidad. Allí está lo fundamental del panorama. El gobierno de facto que tenga conciencia de ser interino, ha de allanar  la salida hacia la institucionalidad; el que lo pierda, se irá encerrando en laberíntico callejón sin salida normal. Alrededor de esta idea ha desarrollado COPEI su actividad y propaganda en la etapa del Interinato; y no ha perdido ocasión para recordar que el juicio histórico de esta etapa dependerá de su capacidad de conducir a un plano de superación nacional; para alentar todo paso que haya significado o signifique un movimiento progresivo hacia el objetivo común de la institucionalidad; para censurar y resistir todo paso que signifique retroceso o alejamiento peligroso, o que desdibuje en el horizonte el compromiso ineludible, contraído en momento solemne ante la conciencia nacional.

Clara, inobjetable la posición copeyana ante el momento actual; consecuencia natural y lógica de su conciencia cristiano-democrática y de su contenido revolucionario y nacionalista, no ha tenido COPEI por qué angustiarse por los comentarios forjados en el frente marxista. Ya sabemos que las publicaciones clandestinas de los grupos adecos que en el país operan en estrecho connubio con el Partido Comunista, sistemáticamente presentan a COPEI como en indigna posición servil: ellas, cuyos autores endiosaron el atropello y la barbarie; ellas, cuyo póstumo alarido no tiene fuerzas para oscurecer el caudal de dignidad que COPEI ha ostentado, antes y después del 24 de noviembre. Pero tampoco había de sorprendernos la línea opuesta urdida alrededor de la cuestión terminológica: de que habría decidir la Convención si se iba o no al campo de la oposición. Arma de doble filo era la idea de hacer girar hacia ese punto la expectativa en torno de la Convención Copeyana, pues se esperaba que ella tendría la virtualidad, o de alinear el movimiento entre las filas de una llamada «oposición» que representa los intereses políticos desplazados del poder el 24 de noviembre, o de tronchar las ilusiones de aquellos sectores colectivos que esperaran por parte de COPEI una ubicación simplista.

Pero la posición copeyana, que es simple en su premisa, depende en su aplicación de la actitud circunstancial que el gobierno adopte. Como partimos de la conciencia de la interinidad, estaremos en oposición contra toda medida que la dificulte o la retarde, mientras nos hallaremos en concordancia con lo que la facilite o la propicie. No nos identificaremos con un gobierno de facto, que por su misma condición de transitoriedad está obligado a eludir todo compromiso programático; pero tampoco seguiremos el juego de quienes quisieran darle un empujón a ese gobierno por el plano inclinado de los precedentes históricos, cerrándole la salida obligada hacia planos de superación nacional.

«Oposición parcial», han dicho algunos comentarios. «Oposición condicionada», podrían decir otros. La terminología no importa. No se trata de fijar una actitud frente a un gobierno erigido en sistema. Se trata, más bien, de impedir mediante la propaganda principista que triunfen los factores que en la sombra pueden conspirar para que lo transitorio se erija en permanente. Se trata de recordarle su estructura y su origen, que lo comprometen a ganar la otra orilla, a servir de ancho puente por donde la Nación entera pueda pasar, segura, a ganar su destino.

La ratificación de este concepto, hecha por el Presidente de la Junta Militar en nombre de la misma, a la representación de la Convención Copeyana, tiene un valor no pequeño. Quienes la oyeron fueron hombres venidos de toda la Provincia, no a recoger palabras huecas, sino a ratificar ellos mismos su compromiso de seguir luchando por el interés colectivo.

Promesa unánime de lealtad a su pueblo, la que el alma copeyana expuso por todas sus gargantas en una sola voz. Esa voz es un índice de superación política y social. El camino está al frente, y señala la necesidad de avanzar. Nada de retornos a fórmulas caducas. Nada de volver ojos melancólicos a épocas pasadas. Que se abra campo, en la vida nacional, a la imperiosa necesidad de avanzar.