El caso inglés

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 26 de febrero de 1950.

Maestra de política, avanzada insular del mundo occidental, Gran Bretaña ha tenido al mundo pendiente de sus elecciones. Por lo que puede colegirse, el Laborismo ha asegurado mayoría, aunque mucho menor de lo que se esperaba y de lo que exigiría la fortaleza del gobierno. La reforma social y económica ya cumplida, no volverá atrás; el programa seguirá realizándose, aunque con un ritmo más pausado.

Como hace ciento cincuenta años en presencia de una revolución mundial de tipo político –el movimiento del liberalismo–, Gran Bretaña adopta el camino de hacer las mayores concesiones a la idea universal de una revolución social predicada por el socialismo. Pero lo interesante es la forma británica de hacerlo. Así como antes pudo reorganizar toda su estructura política sin dejar de ser Gran Bretaña, mientras los pueblos del Continente europeo cortaban las reales cabezas de antiguas dinastías para venir a parar en neomonarquismos o autocracias; así, ahora, Gran Bretaña, sin dejar de serlo, ha podido avanzar mucho más en el camino de una reorganización social y económica, que aquellos pueblos cuyas energías se consumen en la demagogia esterilizante y en el afán destructor. No se trata de juzgar aquí los efectos buenos o malos de esa reforma. El resultado lo dirá. Lo que se trata es de señalar cómo ha podido hacerse aquélla sin desquiciar los otros valores sociales.

Con motivo de estas elecciones, no ha faltado la hábil tendencia de los grupos sovietizantes de todos los países, para hacer ver como un triunfo suyo la mayoría laborista. Los periódicos pro-soviéticos presentan el triunfo del laborismo inglés casi con el mismo despliegue de favorables titulares con que presentaron, por ejemplo, la victoria comunista en China. Es, por ello, de gran interés, recordar que las elecciones inglesas han resultado la más aplastante derrota para todo aquello en que parecen centrar sus objetivos los comunistas y comunistoides de estos países: el filo-sovietismo, el anti-nacionalismo, el anti-espiritualismo.

Porque los comunistas y comunistoides de por acá, más que la idea clara de una reforma social y económica (que señalan para un más allá, el cual sólo ha de venir después de industrializar y capitalizar estos pueblos, como lo recogía aquella consigna del Partido Comunista de Venezuela: «por una Venezuela democrática hoy y socialista MAÑANA) lo que sostienen y enarbolan  sobre todo es un furioso sentimiento de combate contra los valores espirituales y contra el sentimiento nacional tal como lo hemos entendido tradicionalmente. La idea nacional sólo la esgrimen y utilizan como una noción de sentido económico y como una idea de batalla contra aquellos pueblos que estén alineados frente al imperialismo soviético. Pero su lucha, sobre todo, la enfocan contra la religión. Una educación descristianizada es su objetivo fundamental. Quienes no hayan olvidado los debates de la Constituyente y del Congreso del 48 recordarán que los más encendidos discursos comunistas no tuvieron carácter económico-social: tuvieron un sentido político de lucha contra el movimiento copeyano, por la filosofía cristiana que lo inspira; y un sentido filosófico de aniquilación contra el catolicismo. Sus arremetidas tuvieron como blanco, lo mismo los jesuitas que los capuchinos misioneros; sus burlas no sólo irrespetaron al Sumo Pontífice (el «mister Pacelli» de su pobre ironía), sino a la Iglesia misma (con la manida invocación a Galileo) y al propio dogma (comenzando por aquello de «la pelota de barro»).

Es, pues, ridículo que quieran hacer suyo el relativo triunfo electoral del laborista inglés. Porque el laborismo inglés es, precisamente, negación de los aspectos más chocantes de los agentes del Kominform:

El laborismo inglés es anti-soviético.

El laborismo inglés es nacionalista.

El laborismo inglés no es anti-espiritualista.

De ahí cómo, la política firme de Gran Bretaña frente a la Unión Soviética, no ha tenido solución de continuidad desde Churchill hasta Attlee. De ahí como, el sentimiento inglés de los ingleses, que debería servirnos de ejemplo a los demás pueblos del mundo, coloca lo nacional por encima de las divergencias de partido. Y de ahí cómo, en los propios días de la campaña, una de las más destacadas figuras del Gobierno Laborista, Sir Stafford Cripps, habló desde el púlpito de una iglesia protestante, usando una tribuna que ni el más recalcitrante político católico sería en Iberoamérica capaz de ocupar.

Un amigo muy distinguido que visitó hace pocos meses a Inglaterra, trajo de la experiencia actual británica la más honda impresión. Él no se imaginaba que en el campo de lo económico-social fuera tan hondo y decisivo el cambio realizado. Su opinión –reflejaba la opinión que consideró dominante en las Islas- era la de que el conservatismo difícilmente podría derrotar al laborismo: y en el caso de que así fuera, no podría deshacer la reforma ya cumplida en el quinquenio. Pero lo que más honda huella produjo en su mentalidad y en su sensibilidad latina, fue el profundo respeto con que esa reforma se cumplía, frente a los sentimientos e ideas que constituyen el patrimonio espiritual del pueblo inglés. Allí nadie sentía amenazado su derecho a pensar como inglés o a rendir culto a Dios. Laborista y protestante, el gobierno, los colegios católicos se desarrollaban vigorosamente y recibían la misma protección que el Estado otorgaba a otras escuelas.

Esto es lo que no comprenden los fanáticos del materialismo en estos países de América, y lo que es preciso subrayar. El caso inglés está sirviendo nuevamente de ejemplo. Los comunistas han perdido la totalidad de su exigua representación parlamentaria. Fue el mismo pueblo inglés, libremente, poniendo boletas en las urnas, quien le dio el golpe de gracia. Churchill, por otra parte, caudillo victorioso de la Segunda Guerra Mundial, sufre su segunda derrota doméstica como jefe de partido; pero vuelve al Parlamento a combatir con garantías y con respeto.

El mismo hecho de la cerrada votación entre los dos grandes partidos, viene a ser un aspecto elocuente. Lo demás, quedó reducido a mínima expresión. Quedan en pie dos grandes fuerzas. Influyéndose y controlándose recíprocamente. Porque, si bien el pueblo inglés para votar por el Laborismo tendría, en gran parte, presente la idea de que los viejos «tories» no habían de volver al poder, la verdad es que el propio conservatismo inglés ha tenido que transformarse ante la presencia activa del Laborismo, y que el Laborismo ha tenido y tendrá que moderarse ante la presencia activa del Conservatismo.

¡Dichoso pueblo, el inglés, que confía su suerte a las urnas, y a través de elecciones va acomodándose a las necesidades nacionales y a las circunstancias mundiales! Pero, lo que debemos recordar es que los ingleses son hombres como todos los hombres; tienen pasiones y no abrigan la menor intención de arrancárselas; tuvieron y sufrieron, como todos, su experiencia sangrante de las revoluciones y las guerras civiles. Es la experiencia lo que los ha enseñado. Es el sentido común lo que los guía. Y sobre todo, la presencia responsable de la totalidad orgánica que integra la Nación para resolver los asuntos que a todos atañen. Recordemos la frase del inglés para explicar los aspectos favorables de la vida política de su país: «en Inglaterra, los hombres honrados son tan audaces como los pícaros».