Previsión, deber nacional

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 30 de julio de 1950.

El asunto de la fiebre aftosa es tema obligado del momento. Y no puede ser de otro modo. La epidemia ha caído como una nueva calamidad sobre nuestra maltrecha economía pecuaria. Se movilizan recursos de diversa índole y parece abrirse una campaña enérgica para amenguar sus nocivos efectos: pero en medio de las implicaciones técnicas del caso, lo que los no peritos observamos es que la fiebre llegó como «de improviso» después de haber sido anunciada, comentada y discutida en toda forma durante los últimos años.

Esto es grave, sin duda. Es un aspecto del carácter nacional. Nos dejamos tomar por sorpresa en asuntos que deben hallarnos prevenidos. Una vez más, olvidamos el antiguo refrán: «guerra avisada no mata soldado; y si lo mata…es por descuidado».

Cuando asomó la inminencia de una reducción en nuestra producción petrolera, la reacción pública fue parecida. Nos interesamos colectivamente en el problema; se intentaron diversos recursos, y afortunadamente, el peligro se pudo conjurar con éxito. Pero esa acción fue emprendida como si estuviéramos ante un hecho inesperado y súbito. El posible cambio de tarifas por el Congreso norteamericano, ante la presión de los productores independientes de Texas, nos parecía un hecho tan sorpresivo como lo pudiera ser la presencia de los platillos voladores o una invasión de paracaidistas marcianos. Estábamos desprevenidos.

Todos los años hablamos de una redistribución del Presupuesto, que dé su carácter de ingreso extraordinario y ofrezca obligada inversión reproductiva a los excedentes fiscales, pero la verdad es la de que no nos hemos decidido ni parecemos decidirnos a hacerlo con tiempo. Más bien hablamos de la necesidad de crear nuevos Despachos, para incrementar la fronda burocrática.

Por lo mismo de que no la recibimos de nuestros étnicos ancestros (ni en el español ni el indio es una cualidad característica), estamos en el urgente deber de incorporar la previsión a la conciencia nacional. La previsión es deber nacional. La lección de la aftosa no debe ser perdida.

Preparémonos para hacer frente a probabilidades muy próximas, para que podamos vencerlas con éxito. Y no vivamos con el alegre desenfado de nuestra abundancia de divisas, de la cual podemos despertar en triste desconsuelo.

Está, por ejemplo, la angustia del mundo centrada en el conflicto de Corea. Desde los Estados Unidos hasta la Unión Soviética, no existe país donde no está viviéndose la tremenda inquietud de un conflicto mundial cuyo estallido puede ser feroz. Nosotros ¿nos preocupamos acaso por el hecho? Estamos acostumbrados a vivir de milagro en milagro, y nos asiste la ingenua confianza de que –no sabemos cómo ni por qué– hemos de volver a salir con bien de este trance.

Las consecuencias del posible conflicto o serán solamente económicas. El día en que la URSS decida lanzar la guerra total, automáticamente se operarán golpes, o tentativas al menos de los stalinistas de todos los lugares para tratar de controlar la situación en los países occidentales o abrir en cada uno un frente interno. ¿Sería justo esperar con los brazos cruzados? ¿No convendría más bien abrir una campaña interna, eficaz, ideológica, contra la penetración comunista, que haga de cada venezolano no comunista un hombre alerta contra la penetración del stalinismo en nuestra patria? Esto lo digo, porque a veces da la impresión de que las cosas fueran al extremo de temerse hablar del comunismo.

La previsión es deber nacional. De mayor urgencia en esta hora. Hay que levantar las defensas morales y materiales del país contra toda especie de epidemia. Y esa defensa hay que lograrla también en la estabilización de la vida interna, en la organización de la vida política e institucional de manera sólida y ordenada, para despejar el panorama inmediato. La estabilidad nacional es defensa previa contra todo peligro. La analogía organicista algunas veces tiene sus aciertos. Así como la salud del cuerpo humano es el mejor baluarte contra toda invasión patológica, así la salud del cuerpo social es la defensa previa contra toda amenaza.

Ello explica la insistencia –la terquedad, si se quiere denominarla así– con que hemos alentado y defendido la necesidad de un ordenado y libre proceso electoral que conduzca a una organización institucional estable. No hay que precipitarse, es verdad, pero dormirse es otro extremo igualmente dañino.

En el ilustre vocero tachirense «Diario Católico», de San Cristóbal, se dijo en reciente editorial algo que se debe repetir: «es necesario luchar con valentía por implantar los principios de Dios y la doctrina de la Iglesia, en la legislación y en el gobierno de la Nación (…) Nadie nos acuse –concluye el citado editorial– de inoportunidad en estos momentos. Precisamente ahora, cuando el ejército mantiene la nación en calma, tenemos que echar las bases, predicar los principios, preparar los efectivos, para que cuando suene el momento de la lucha, no pase a los católicos lo que les pasó a muchos en la hora de la muerte de Juan Vicente Gómez».

El llamado de «Diario Católico» no puede ser más justo. Echarnos a dormir porque nos encontramos en situación «de facto» sería tanto como olvidar que se puede presentar una «aftosa social» cuyas repercusiones serían incalculables; y que no andaría a razón de «kilómetro por día», sino a razón de kilómetro por hora. O quizás por minuto.