Impunidad

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 18 de junio de 1950.

Imposible dejar de referirse al tema, pues hoy mismo se cumplen cuatro años del atentado insólito. Anunciado previamente, se consumó a la vista de todo Caracas, ante la conciencia de Venezuela, sin que una voz oficial se alzara condenándolo y sin que una sola persona fuera detenida por su responsabilidad en los hechos. Tres vidas desaparecieron; y sobre sus cadáveres quiso urdirse, todavía, la más burda especulación política. El 18 de junio de 1946 manchó con sangre el proceso electoral que iba a iniciarse 17 días más tarde. Y dejó un testimonio imborrable de la falta de efectivo respeto que merecía a los personeros del gobierno adeco su rimbombante prédica de democracia y libertad.

Hagamos memoria de las circunstancias del caso. Los días precedentes habíalos marcado el Decreto 321, el primero y más recto jalón de una campaña para destruir la educación privada en Venezuela. No es necesario hacer su análisis, cuando los mismos personeros de Acción Democrática hubieron de reconocer sus grandes defectos en el Congreso del 48.

El 321 fue discutido en el seno de la Junta Revolucionaria de Gobierno, la cual terminó por inclinarse a una fórmula paliativa referente al año 46. Dirigentes de sectores extremos de Acción Democrática quisieron hacer de la cuestión, la clave de todo un programa socialista. «Ni un paso atrás, ni un milímetro atrás», fue la consigna, y en su respaldo se lanzó a la calle una manifestación promovida por grupos ajenos totalmente al problema.

Muchos deben recordar el carácter que sus directores imprimieron a la manifestación. Las consignas más violentas fueron enarboladas. Como se hizo de estilo en las manifestaciones adecas, se pedía la cabeza de los dirigentes oposicionistas, entre los cuales tuve el honor de contarme. Por primera vez salieron oficialmente juntos a la calle el Partido Acción Democrática y el Partido Comunista de Venezuela, y sus representantes más altos hablaron desde una misma tribuna en la Plaza de El Silencio, el 10 de junio de 1946.

La respuesta de COPEI no pudo ser más democrática. Se le hacía blanco de ataques e imputaciones sin cuento, y correspondió convocando al pueblo de Caracas al Nuevo Circo, a escuchar la exposición de sus ideas.

Si COPEI era un grupo minúsculo al servicio de intereses oligárquicos, recibiría como lección el vacío absoluto de aquella plaza de toros, teatro obligado de las grandes concentraciones de masas. Era la primera vez que un grupo político abiertamente antimarxista se atrevía a presentarse allí.

A poco se vio que la prueba iba a resultar victoriosa. El Nuevo Circo iba a llenarse, y se llenó, a pesar de las brigadas saboteadoras que a las puertas impidieron la entrada de otra concurrencia igual a la que repletó el local. La contienda política la planteaba COPEI, pues, en un terreno popular, de discusión abierta y principista. Esto no quisieron aceptarlo.

El 18 de junio de 1946 circuló de la manera más pública el anuncio de que los grupos ade-comunistas no permitirían la realización del acto de COPEI. Hubo quienes pensaran que se trataba de una guerra de nervios para atemorizar a quienes quisieran concurrir.

Fue de tal carácter el rumor, que el Comité Nacional de COPEI decidió, además de la visita de ritual a la Comandancia de la Policía, solicitar entrevistas especiales con el Gobernador del Distrito Federal y con el Ministro de Relaciones Interiores, reclamando la seguridad de que serían protegidas las personas asistentes al acto y haciendo ver el peligro que se corría. El mismo día 18, en horas de la mañana, los doctores Pedro del Corral y José Antonio Pérez Díaz se entrevistaron con el Gobernador, Dr. Gonzalo Barrios, mientras yo lo hice con el entonces Mayor Mario R. Vargas, Ministro del Interior.

El día siguiente del atentado lo expresamos en comunicado público y no recibimos explicación ninguna oficial: «En la mañana del martes fueron advertidos de los rumores de sabotaje los ciudadanos Ministro de Relaciones Interiores, Gobernador del Distrito Federal y Comandante General de la Policía. De modo especial el ciudadano Ministro del Interior fue advertido de la necesidad de destacar un número elevado de agentes de seguridad a la parte exterior del Nuevo Circo, que era donde podían permanecer personas armadas, a quienes no alcanzaba la requisa practicada a la entrada y donde la agresión podía tomar un cariz más violento».

Nada respondió el Gobierno.

Hubo tres muertos y numerosos heridos. Si no perdimos la vida los dirigentes de COPEI fue porque la Providencia no quiso permitirlo. Millares de mujeres venezolanas, de todas las categorías sociales, compartieron allí con los hombres la responsabilidad de cívica entereza frente al atropello salvaje. Aquella noche, como la del 13 de abril de 1946 en San Cristóbal, la mujer venezolana rubricó su derecho al sufragio.

En toda forma pedimos sanción para los responsables. Nunca se ha visto en Venezuela un caso más descarado de impunidad. Con el señor Benito Fernández Machado, padre del infortunado estudiante Luis Alberto Fernández García, inconsolable por la muerte de su hijo, he andado yo mismo pidiendo esclarecimiento y sanción.

Todo en vano.

Pero esa sangre impunemente derramada no se perdió para la Patria. El 18 de junio de 1946, puede decirse, empezó la verdadera resistencia cívica de Venezuela contra el abuso entronizado en el poder. Y si el castigo no lo dieron las autoridades competentes, lo Alto dispuso uno más ejemplar. El 24 de noviembre de 1948, por mano ajena y sin intervención ninguna nuestra, la justicia inescrutable de la historia sancionó con el más estrepitoso derrumbe al régimen que propició y no quiso castigar al atentado del 18 de junio de 1946.