Diáfana actitud

Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 14 de mayo de 1950.

Los acontecimientos de las dos últimas semanas han sido, sin duda, algo aleccionador. Sin que todavía se conozca a ciencia cierta el alcance de los planes de subversión, es unánime el convencimiento de que se trataba de algo bien organizado, ramificado en gran escala, dirigido a la reconquista del poder. Desde un principio, la propaganda fue esa. Y los hechos se encargaron de demostrar que las diversas cuestiones planteadas formaban parte de una misma cadena, rota porque fallaron seguramente algunos eslabones.

Todo indica que el objetivo inmediato era la huelga general. Es de suponer que tras de ella habría de venir la acción directa. Y no puede sorprender que, junto a la propaganda de huelga (tal vez por anticiparse aquellos, tal vez por retardarse ésta), se realizaran intentos armados en diversos puntos del territorio nacional. La insurrección armada debía de ser el remate de la huelga general, si nos atenemos al análisis que Betancourt hizo hace trece años, de la huelga general realizada en el mes de junio de 1936. Elocuentes sus párrafos, vale la pena no olvidarlos: «El error máximo, dijo, que cometimos quienes estuvimos en la dirección de ese movimiento de masas fue el de darle duración excesiva. De huelga exclusivamente demostrativa, con una duración prefijada de veinticuatro horas, pasamos a transformarla en huelga indefinida, con duración de casi una semana. Despilfarramos la combatividad popular, al prolongar esa huelga obedeciendo a la presión que desde abajo nos hacían los partidos y los sindicatos, sin tomar en cuenta que esa duración ‘indefinida’ que a última hora le asignamos al movimiento no se justificaba de no plantearse la insurrección como salida de él» (Artículo en «Repertorio Americano», de San José de Costa Rica, reproducido por «La Voz del Estudiante», Caracas, 22 de mayo de 1937).

Con semejante valiosa experiencia, no sería concebible el que ahora se hubieran jugado en una carta tantos intereses, tantos y tan importantes factores, si no se tratara de algo programado hacia un objetivo final. El carácter escalonado del brote era una de sus más señalados aspectos. La maniobra debía irse cumpliendo por etapas, que impresionaran y desconcertaran la psicología oficial y pública y prepararan la culminación de una crisis decisiva.

El paro petrolero fue anunciado como inminente hace algunas semanas. Su sorpresiva suspensión fue un hecho inexplicable, a menos que hubiera habido contraorden. Para entonces, los sindicatos socialcristianos definieron una actitud valiente, sincera, inatacable. Se dirigieron a los trabajadores petroleros, solidarizándose en sus aspiraciones como compañeros de clase, pero haciéndoles ver que el camino de una huelga decretada contra las autoridades, no podía conducir sino a objetivos políticos. Que organizaciones sindicales desafíen poderosas empresas, constituye un hecho ya por sí solo capaz de servir para calibrar fuerzas; para hacerlo, necesitan toda clase de apoyo; pero desafiar al mismo tiempo el criterio adverso previamente anunciado del Gobierno Nacional y de las autoridades del Trabajo en particular, sería algo incomprensible en el plano puramente sindical, si no hubieran existido aquellos objetivos políticos. Tanto más cuanto que el problema de nuestra exportación petrolera se está jugando dramáticamente en el Congreso Norteamericano.

La suspensión no constituyó, como pudo comprobarse después, sino una tregua. El asunto estaba en marcha, y buscaba complicarse en los diversos sectores del campo estudiantil y laboral. Por momentos, pudo creerse que el programa se estaba cumpliendo al pie de la letra. Sin embargo, fallidos algunos objetivos, fue desacoplándose. Al parecer, el brote está vencido en el momento; sin que la opinión pública sepa a ciencia cierta hasta dónde llegaban sus implicaciones. Quizás, al volver a la normalidad completa, el Gobierno resuelva expedir una información completa acerca de los hechos.

En esta situación delicada, la actitud del movimiento copeyano ha sido una sorpresa para muchos. Porque, conocidas nuestras disidencias con muchos aspectos de la política oficial; fresca para el sentimiento copeyano la herida ocasionada por la medida de suspensión por tres días del diario «El Gráfico», el vocero más decidido de los ideales socialcristianos; comentada en públicas columnas como un gesto poco amistoso la «lacónica» respuesta del Secretario de la Junta Militar al pliego de la Convención Nacional de COPEI, muchos creyeron que la actitud copeyana sería la de secundar –o al menos cruzarse de brazos- ante el brote subversivo.

Quienes así pensaron, no analizaron la trayectoria de COPEI. El movimiento copeyano ha puesto siempre su deber para con el país por encima de sus conveniencias partidistas. Analizado el movimiento: vistas sus proyecciones y finalidades, COPEI no podía vacilar en hacerle frente. El manifiesto de los trabajadores socialcristianos, y su actitud definida y valiente, era una necesaria consecuencia de aquellos postulados. La asistencia a clases del estudiantado copeyano a la Universidad, no fue una provocación ni una maniobra: sino el cumplimiento puro y simple de un deber para con el Alma Mater y para la Nación. El pronunciamiento categórico de los periódicos y grupos copeyanos de todo el país, una reafirmación de principios.

Contrasta, pues, esa doble y digna actitud, con lo que pudiera haberse hecho a la luz de interesadas reflexiones. Sin ocultar sus divergencias con la línea oficial, COPEI estimó de su deber hacer frente al peligro social envuelto en el conato de huelga general, y lo cumplió. No salió a merodear por las antesalas para definirse. Se definió en su conciencia y lo hizo sin declinar en su justa posición. El Comité Regional de Trujillo lo expresó claramente en su manifiesto sobre la situación: al respaldar el orden, no silenció sus críticas anteriores y la discrepancia que honradamente ha hecho públicas COPEI.

¿Que con ello, una vez más, estamos sirviendo con nuestra actitud al beneficio ajeno? No nos importa. Es un efecto secundario, y son los fines primarios los que han de guiarnos. Mas de una vez ha sucedido tal cosa. Pero, por otra parte, tenemos la firme convicción de que el campo se escinde cada vez en el Mundo en una disyuntiva: o comunismo, o socialcristianismo. Italia es un ejemplo. Y Chile, con la evolución que ha debido sufrir el Presidente González Videla como reflejo de una modificación en la actitud nacional, ha sido una demostración patente. El remedio definitivo para los males de esta generación estará en el inevitable triunfo de los principios socialcristianos.

Diáfana actitud, ha sido una vez más la de COPEI. Lejos de todo oportunismo. Si hasta la «oposición parcial» con que se ha querido denominar nuestra actitud, podría interpretarse en «oposición a la hora de la comodidad y del reparto, pero no a la de la anormalidad y del peligro». Hemos compartido más de una vez las «verdes», sin tener ni pedir participación en las «maduras». Ni siquiera hemos ido a Miraflores. Parece que el Gobierno no ha creído tampoco necesario explicar a los partidos lo que está ocurriendo. Ello no nos preocupa. Nuestra actitud no la iba a definir en este caso la mayor o menor atención del Gobierno a nuestros planteamientos, sino la obligación que nuestra conciencia nos señalaba, de hacer frente a un peligro mayor para la patria.