Rafael Caldera en Barinas, durante la campaña presidencial de 1958.

Nuestro concepto de la Democracia

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitido por Radio Caracas Televisión los jueves a las 10 pm.

El tema de la democracia, a pesar de ser bastante viejo y bastante debatido, constituye todavía tema de actualidad en el mundo, pero especialmente en Venezuela. Se ha gastado mucho papel, mucha tinta de imprenta, mucha labia, en sostener nuestra supuesta inhabilidad para la vida democrática. Ha sido motivo de muchas preocupaciones esta idea: ¿seremos o no seremos los venezolanos aptos para la democracia? Muchas confusiones existen al respecto. No hay ideas claras acerca de lo que deba entenderse por democracia y por esto, tratándose de un punto de partida, aun cuando se trate de algo que todos conocemos, no está demás revisar algunos conceptos para orientar la vida del país en este momento en que estamos reiniciando nuestro ensayo democrático.

La democracia en Europa

La idea de democracia, realizada en Europa especialmente en el siglo XIX, con su realización peculiar y propia en los Estados Unidos, tuvo una serie de aspectos positivos, pero a la larga dejó un saldo de cansancio y de escepticismo en muchas conciencias. La democracia liberal, por una serie de contradicciones internas, por sus antagonismos no superados, por su realización muchas veces más de apariencia que de fondo, trajo un estado de crisis que vino a hacerse patente en Europa a raíz de la primera guerra mundial.

Ya para 1918, tendencias muy claramente manifestadas a la izquierda y a la derecha coincidían en crear en los espíritus un estado de ánimo desfavorable para la democracia. Lenin, por ejemplo, que a la vez que gran teórico fue el gran realizador de la revolución bolchevique, decía en su ensayo contra el renegado Kauski: «la democracia pura es un embuste liberal que embauca a los obreros», y repetía esta frase de Engels: «el Estado no es más que una máquina de opresión de una clase por otra, en la república democrática lo mismo que en la monarquía». De allí que la actitud táctica adoptada por la Tercera Internacional era la de no participar en contiendas electorales sino para exponer su tesis de discrepancia con la democracia burguesa y esperar el movimiento insurreccional que condujera por el golpe de fuerza a la dictadura del proletariado.

A la derecha, Mussolini, algunos años más tarde, surgido de las filas del socialismo revisionista, expresaba también aquella serie de conceptos que vinieron a moldear dentro de la literatura fascista su desprecio por la llamada «podrida democracia burguesa». De tal manera que, hacia 1922, el mismo Mussolini decía: «el fascismo se opone a la democracia que asimila al pueblo a la mayoría de individuos y lo rebaja a ese nivel».

De manera que en la generación europea que arranca de 1918 en adelante y que repercute en nuestros países del año 1930 en adelante, hay una posición de escepticismo, de menosprecio por la forma democrática que aparece llena  –si se me permite la metáfora- de un profundo vacío, es decir, un contenido totalmente hueco, una formalidad aparente debajo de la cual se estaba gestando cada vez más dramáticamente el problema social.

Sin embargo, hay un hecho muy interesante respecto a esa tendencia natural del hombre hacia la idea democrática. Tanto la derecha como la izquierda, tanto en la posición marxista extrema como en la posición fascista, hay siempre una aspiración a la idea democrática, de tal manera que Lenin critica la democracia pura pero en cambio exalta la democracia proletaria, y por su parte el propio Mussolini llega a afirmar en medio de su menosprecio terrible por «la podrida democracia burguesa» que «el fascismo es la forma más pura de democracia».

Lo cierto del caso es que, en medio de la terrible impronta que la revolución rusa produjo en la conciencia europea y en la conciencia del mundo entero, y en medio del terrible desconcierto que en las nuevas generaciones que se estaban levantando había respecto de las formas políticas del liberalismo, siempre continuaba en el fondo de los espíritus, como una especie de lucecilla, la aspiración hacia la forma democrática.

Un nuevo concepto de democracia

En medio de esta época comienza a abrir los ojos nuestra generación, un poco desorientada ante la cuestión de las formas políticas, profundamente penetrada (y esto se observa en todos los documentos de la época) en la realidad vigorosa del problema social. La segunda guerra mundial trae una resurrección de la idea democrática. A partir de 1945 se afianza en Europa la idea de la democracia, y no porque la hubieran llevado los ejércitos de los Estados Unidos, que según el decir de Wilson llevaban la idea democrática en la primera guerra mundial.

Es que hay algo más hondo, más profundo, que se refleja en dos aspectos: el primer aspecto, sumamente valioso, es el fracaso de las experiencias antidemocráticas. El totalitarismo en su máxima expresión se presentaba como la fórmula de remedio contra la idea democrática, su fracaso absoluto y total hace que la humanidad vuelva los ojos hacia la despreciada democracia. Incluso, a partir de la constitución soviética de 1931, hay una especie de insistencia en readaptar ciertas formas políticas del liberalismo dentro del sistema bolchevique, y mientras tanto, en los países europeos surge el otro aspecto que es fundamental, que es una revisión a fondo del contenido de la forma democrática. La democracia ya no es solamente el mecanismo del sufragio que lleva a la gente a votar, a contar votos y a darle el gobierno a la mitad más uno, la democracia es un sistema más sustantivo, que si se basa en el gobierno del pueblo, pone la idea de pueblo a reposar sobre un contenido fundamental: el pueblo es una agrupación orgánica de seres humanos, de personas humanas, que tienen ciertos derechos fundamentales, sin cuyo reconocimiento previo la idea de pueblo no funciona.

Es esto sumamente interesante. Por ejemplo, en un momento dado es posible que el nazismo haya tenido, por razones sentimentales o de otra índole, la adhesión de la mayoría del pueblo alemán. Sin embargo, su realización no era democrática en cuanto menospreciaba ciertos derechos fundamentales de la persona humana. Las minorías judías tenían tanto derecho a la vida, a la existencia, a la expresión de la palabra, al culto a Dios, como podía tenerlo la inmensa mayoría alemana que en un momento dado, por razones emocionales y por artificio de la propaganda, pudiera respaldar a Hitler. Al desconocerse esos derechos fundamentales, la democracia no existía.

Tenemos, pues, hoy en el mundo dos experiencias que a mi modo de ver son sumamente útiles para enfocar la reconstrucción de la democracia en Venezuela. Primero, el fracaso de las formas antidemocráticas. Segundo, la revisión a fondo del concepto de democracia, tanto en el aspecto político como en el aspecto social.

En el primer aspecto pudiéramos decir con una de esas frases corrientes en el argot venezolano: «si la democracia tiene defectos, los remedios han sido peores que la enfermedad», y quizás este es uno de los argumentos más positivos en la sociología política a favor de la democracia. Aparte de que la democracia sea teóricamente el sistema más perfecto, en la realidad todos sus defectos, los peligros y problemas de la democracia se aminoran cuando se comparan con las consecuencias de los sistemas inventados para remediar la democracia: el golpe de fuerza, la tiranía, la explotación, todo el mecanismo de abusos que rodean a los gobiernos llamados fuertes, a los gobiernos autoritarios y que son su consecuencia inevitable. Por tanto, esa primera experiencia mundial es también la experiencia venezolana. Si la democracia tiene sus defectos, vamos a curarlos, pero no vayamos a ensayar los viejos remedios que ya sabemos que son peores que la enfermedad.

Democracia orgánica

En el segundo aspecto también (y esto es de mucho interés para nosotros, en cuanto puede servirnos de educación, de ilustración) el contenido fundamental de la idea democrática está en revisión. La democracia política no es sólo un régimen dentro del cual se permite hablar a cada uno lo que quiera y en el que se cuentan los votos en una elección. La democracia es un mecanismo orgánico, funcional –así lo entendemos nosotros- dentro del cual los grupos humanos organizados, la familia, el sindicato, el municipio, las corporaciones profesionales, los grupos de diversa índole, van desarrollando los diversos aspectos del espíritu humano y realizando un proceso de integración donde la comunidad más amplia es el Estado. El Estado democrático no es, pues, un conglomerado amorfo de individuos; el Estado democrático es el resultado de una integración orgánica de los distintos grupos sociales.

Precisamente, esta tarde les decía a los integrantes del Comité Sindical Unificado, que hicieron una visita muy interesante a la Casa Nacional de COPEI, que nuestro concepto de democracia orgánica se reflejaba en nuestro reconocimiento de que las fuerzas sindicales tienen que preocuparse por el futuro del país, porque el futuro del país no es un problema sólo para los políticos, es un problema para todas las fuerzas sociales.

En este sentido, el reconocimiento de los derechos de la persona humana y la integración progresiva del hombre a través de comunidades orgánicas, es un elemento fundamental de la idea de democracia, y no tendremos democracia si no defendemos la familia, si no asentamos sobre bases firmes el sindicato, si no fortalecemos la vida municipal, si no reconocemos los poderes, dentro de su campo específico, sin invadir campos ajenos, de la Iglesia, si no vivificamos las comunidades profesionales, culturales, etc.

Democracia social

Por otra parte, la democracia hoy no puede limitarse a un concepto meramente político, sino que tiene que invadir el campo económico y social. No habrá verdadera democracia mientras el pueblo no sea un compuesto de hombres libres. Ahora, la libertad de cada uno no reposa solamente en una afirmación de postulados de carácter teórico o político, sino que reposa también en una estructura de carácter económico y social. En este sentido, los técnicos del derecho señalan como uno de los aspectos más importantes en la evolución constitucional, el que ya las constituciones no sólo consagran en las constituciones derechos políticos sino también derechos sociales. Antes, en las constituciones liberales, no había sino dos términos: el ciudadano y el Estado. Se garantiza al ciudadano tal o cual derecho, todos de carácter político. Se garantiza al Estado tales o cuales atribuciones. Hoy, las constituciones se ocupan de la familia, se ocupan del trabajo, se ocupan de la propiedad, se ocupan del régimen de la tierra, se ocupan de una serie de aspectos de carácter económico-social que van a tratar de realizar en este campo la verdadera idea de democracia.

A este respecto, una persona eminente, el fundador de la Oficina Internacional del Trabajo, Alberto Thomas, antiguo socialista francés, decía una frase muy elocuente: «La democracia política no es eficaz ni real si no se apoya y está garantizada por las prácticas de la democracia social. Si la democracia es condición de la paz, la justicia social es condición de la democracia».

Necesitamos un gobierno democrático fuerte

Partiendo, pues, de estas ideas, yo creo que no debemos desorientarnos en la construcción de nuestra vida democrática. Tenemos por delante la reestructuración de un régimen político y el adelantamiento de un programa social. Para ellos necesitamos fundamentalmente del gobierno democrático. El trabajador venezolano sabe, todos los venezolanos sabemos, que para conquistar nuestros derechos necesitamos de un mínimum de libertades públicas. Libertades públicas estables, sólidas, garantizadas, conquistadas por todos nosotros en un esfuerzo colectivo, pero que no necesiten cada momento, para asentarse, del esfuerzo físico de nosotros.

Necesitamos un gobierno fuerte, un gobierno democrático asentado sobre la voluntad colectiva, que respalde el derecho de cada uno de nosotros. Tenemos que desechar la concepción de democracia que los enemigos de la democracia ponen a circular para desacreditarla. La democracia es un régimen de gobierno, no es un sistema de desgobierno. El desgobierno es enemigo de la democracia, porque cuando no existe un gobierno organizado y fuerte, cuando se forma el vacío, el vacío se llena de una manera automática. Dentro de la anarquía se cae fatalmente en la tiranía.

Los pueblos no pueden vivir sin gobierno. Esta es una verdad ineludible, y si no hay gobierno democrático, aceptan o toleran cualquier forma de gobierno. Los eternos enemigos de la democracia, que son muchos, los que no pueden vivir en un ambiente de libertades, los que aspiran a hacer negocios a la sombra de las complicidades de regímenes fuertes, los que no pueden aceptar un régimen donde los negocios públicos estén a la vista de todos, los que quieren hacerse fortunas, los que quieren satisfacer apetitos y concupiscencias, esos buscan desacreditar la democracia. Su mejor caldo de cultivo es la anarquía.

Cuando no existe suficiente fuerza cohesionada dentro del gobierno, la vida social conduce a la tiranía. Por eso los venezolanos sabemos, después de que hemos sufrido bastante las consecuencias de regímenes de fuerza, que los peores enemigos de la democracia son los que quieren hacer mal uso de las libertades, y yo veo en los partidos políticos, en los grupos sindicales, en los grupos organizados, que ellos no auspician ni deben ni pueden auspiciar la formación de bandas o de grupos irresponsables, porque estos más bien son fomentados indirectamente por los golpistas como motivo para sus ambiciones.

La democracia es por excelencia un régimen de derecho

Dentro de un régimen de libertades puede y debe haber orden. Esta palabra, que algunas veces es chocante cuando se impone desde arriba despóticamente, es hermosa cuando surge de abajo, como el resultado de un gran consenso nacional. Muchas veces hemos dicho que Venezuela no se va a salvar, (y esta frase incluso la dijo a la prensa un personaje que después tuvo implicaciones un poco comprometidas) que Venezuela no debe resolver su problema político con balas sino con votos. Nosotros debemos asentar esta idea, porque es la condición de todos los venezolanos, pero también debemos completarla con ésta: Nos vamos a salvar con votos, no con gritos, porque no son los gritos estridentes e inarticulados los que pueden darnos la base fundamental de nuestra vida pública.

Ha habido en estos días mucha alarma en mucha gente, porque ha habido excesos en los momentos en que el control político del país parece perdido, y los rumores, que han sido los enemigos principales de la tranquilidad pública, y que desgraciadamente no siempre han resultado infundados, han fomentado esta situación. Pero la manera de hacer frente al rumor es mediante la actitud de un gobierno que tiene que ser fuerte, que es fuerte porque tiene el respaldo unánime de la nación para imponer una autoridad democrática. Porque Venezuela toda quiere paz, pero toda Venezuela sabe que esa paz no ha de venirle de la tiranía; esa paz le va a venir del disfrute ordenado y lógico de sus libertades.

A cada momento estamos dentro de esta angustiosa zozobra. Si se hiciera una encuesta a fondo en las conciencias, sería mínimo el porcentaje de los venezolanos que no tuviera hoy como su primera preocupación la organización de un régimen democrático que dure, que sea estable, que sea sólido. No vamos a resolver todos los problemas ahora, ni vamos a tener nunca un gobierno que sea del agrado de todos, eso sería renunciar a la diferenciación que es característica de la especie humana, porque cada uno tiene su personalidad. Pero, obtener un grado suficiente de confianza para todos, en el que trabajadores y patronos, civiles y militares, sacerdotes e incrédulos, todos, todos nos podamos conjugar, esa es una aspiración y debemos orientarla mediante ese fortalecimiento de la vida democrática.

Hay una frase muy hermosa de un gran filósofo democristiano, el gran filósofo francés Jacques Maritain, que me parece profundamente elocuente en relación a este contenido de la democracia: «una comunidad de hombres libres no puede vivir sin su base espiritual que es el derecho». La democracia es por excelencia un régimen de derecho, no un régimen de fuerza, y por eso en Venezuela aspiramos a la organización de un régimen de derecho, estructurado orgánicamente sobre la voluntad de los venezolanos, ajeno tanto a tiranos como a pandillas. Ni tiranos ni pandillas son la expresión de la voluntad democrática del pueblo. La voluntad democrática del pueblo sabe expresarse de una manera orgánica.

El mismo Maritain ha dicho que del esfuerzo que la humanidad está realizando en este instante por la defensa de la libertad depende el que esta edad no sea la edad de las masas sino la edad de los pueblos. Este concepto es muy interesante sociológicamente. El concepto de masa es inorgánico, desordenado, capaz de someterse a todos los recursos de la maquinaria política y a la técnica de la propaganda. El concepto de pueblo es mucho más hermoso, mucho más cabal, y por eso nos llena a todos mucho más el oír en la boca de los venezolanos de todas las clases sociales esa expresión plena de satisfacción y de orgullo según la cual es la voluntad del pueblo la que debe imponerse.

Es el pueblo y no la masa lo que está presente en la conciencia y en el corazón de los venezolanos, ante el empeño generoso de crear una sólida estructura democrática.