Rafael Caldera con Jóvito Villalba y Fabricio Ojeda, en una caravana desde el Aeropuerto de Maiquetía, a su regreso del exilio en Nueva York tras la caída de Marcos Pérez Jiménez.

Evocación de la madrugada del 23 de enero

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 22 de enero de 1959, transmitido por Radio Caracas Televisión los jueves a las 10 pm.

Nos estamos aprestando esta noche, queridos compatriotas, a celebrar la madrugada del 23 de enero de 1958, que nos trajo la aurora de la liberación. Todo el país debe desahogar su alegría y reafirmar sus propósitos; es día de satisfacción para todos, día también de honda reflexión para que los propósitos que nos llevaron a las jornadas que culminaron el 23 de enero se mantengan reanimados, vivos, firmes en la conciencia de los venezolanos. Va a ser un día de júbilo. Precisamente esta tarde, la Cámara de Diputados, a proposición de su fracción obrera, dispuso dirigirse al Ejecutivo de la República para pedirle, de acuerdo con su competencia legal, declararlo festivo, prohibiendo el trabajo en todo el territorio nacional, de acuerdo con los cánones previstos por la Ley del Trabajo.

Pero la Cámara de Diputados no se quedó en eso, sino que también a propuesta de sus representantes obreros dictó un acuerdo, aprobado unánimemente, por el cual excita a todas las empresas de Venezuela, a todos los patronos, a pagarle a los trabajadores el día de descanso de mañana. Esperamos que la Unidad Nacional, sin diferencias de clase, que produjo la jornada de liberación, se manifieste mañana también en el acatamiento íntegro y total de las empresas y patronos de Venezuela pagando a los trabajadores el día de descanso bien merecido, para la celebración de aquellas jornadas de enero.

Los que estaban aquí en Caracas me han contado cómo fue aquella madrugada. Nunca, como lo recordaba en su discurso de El Silencio anoche el Contralmirante Larrazábal, se había vivido una alegría semejante. Pero esa alegría fue idéntica para los que estábamos saboreando, aun cuando hubiera sido por pocos días como me tocó a mí, el pan amargo del exilio. No podré olvidar cómo, casi a las 2.30 de la madrugada, a la misma hora en que se lanzaban a la calle los venezolanos que vivían en Venezuela para celebrar la salida del tirano, me llamaba por teléfono a mi cuarto en un hotel de Nueva York el doctor Ignacio Luis Arcaya, para comunicarme que acababan de conectar una estación radioemisora venezolana y escucharon la noticia de la salida del Dictador.

El mismo clima de unidad reinó entre los venezolanos de todas partes. Recuerdo como el 23, afanado por una serie de programas de televisión que llevaron nuestros puntos de vista , nuestras esperanzas y nuestro optimismo a todos los canales capaces de captarlos, nos reunimos en la casa del doctor Jóvito Villalba, por indicación suya, los dirigentes de los grandes partidos políticos que nos encontrábamos en aquel momento circunstancialmente reunidos en Nueva York. Pero recuerdo también cómo me llegaron llamadas de venezolanos exilados en Colombia, en Cuba y en otros lugares del Continente, y como para todos fue la misma alegría, alegría franca, sin pesimismo, sin reservas, sin egoísmos, sin mezquindades. No hubo pensamiento acerca de quién iría a capitalizar el poder; no hubo pensamiento acerca de cómo se irían a prestar las fuerzas para reñir por las preseas de la victoria. Hubo, en verdad, y eso debemos ratificarlo, reconocerlo y recordarlo para que viva en nuestra mente, la idea de que teníamos que ganar una jornada para todos los venezolanos, y que éramos todos los venezolanos los que estábamos empeñados en obtener un triunfo definitivo de los principios, de la vida civilizada, de las instituciones democráticas, por encima de todas las diferencias que nos hubieran separado en el ayer y que pudieran separarnos en el hoy, o en el mañana.

Una revolución sin caudillo.

La jornada del 23 de enero de 1958 tuvo en Venezuela características verdaderamente excepcionales: la revolución de enero fue, y esto hay que estudiarlo y recalcarlo muy bien, una revolución sin caudillo; los jefes de los grandes partidos estábamos todos en el exilio; el último en salir fui yo porque no hubo manera de impedir el que el poder arbitrario lograra su objetivo de sacarme de las fronteras nacionales. Los jefes militares del golpe de enero habían sido encarcelados. El movimiento fue, pues, un movimiento espontáneo, vigoroso, común, en el que no se conocían ni siquiera los integrantes de los principales cuadros que tuvieron que actuar en el momento de la revolución. Los nombres que sonaban eran todos nuevos; no era el prestigio de una figura lo que era capaz de mover los ánimos de los venezolanos a las jornadas de lucha, era el prestigio de una idea, era el prestigio de un sentimiento. Los venezolanos que en La Charneca o en los cerros del oeste de Caracas, en los diversos barrios, en El Silencio, en Los Caobos, salieron locamente a pelear con piedras, con botellas, con palos, a vocear su inconformidad con el régimen, los militares que salieron a hacer acto de presencia y de solidaridad con el pueblo, no estaban siguiendo determinado prestigio, determinado nombre, determinados intereses: estaban movidos por una idea común. El librepensador y el católico, el patrono y el trabajador, el intelectual y el obrero, todos entendimos que era el momento de la acción común.

Esa idea de la unidad es mucho más profunda, mucho más cabal, mucho más vigorosa que lo que pudiera a primera vista entenderse. En más de una ocasión se ha dicho que la unidad no fue simplemente un pacto entre grupos políticos. La gente que estaba en partidos y la que no estaba en partidos, la gente que tenía una preocupación política y la que no la había tenido, la gente que había pasado hambre dentro del régimen despótico y la gente que había podido aprovechar circunstancias económicas favorables de hacer buenos negocios, todos, todos los venezolanos en un momento dado hicimos como una realización extraordinaria e insigne, presencia como una sola, robusta, Unidad Nacional. Las campanas de los templos sonaban, las cornetas de los automóviles voceaban; eran los maestros los que no recibían a los niños en los planteles; eran los patronos los que animaban a los obreros a cesar en sus actividades; era toda Venezuela la que había comprendido a través de un proceso de maduración y de incomprensiones que se fueron limando progresivamente, que era la ocasión oportuna para reconquistar su dignidad.

Empezó así un proceso de recuperación que ha podido irse sorteando en medio de las dificultades inherentes a toda transición política. No nos hagamos ilusiones: el año que hemos pasado ha sido un año sumamente difícil. En ningún país del mundo la transición del despotismo a la libertad se hace sin dificultades ni problemas. En ningún país del mundo un cambio de régimen tan radical como el que Venezuela ha vivido puede realizarse sin peligro. Ha habido grandes peligros, peligros de toda índole, peligros de ser arrollados por los que no pueden vivir dentro del sistema democrático, peligros de ser arrollados por nosotros mismos cuando la incomprensión o el egoísmo han tratado de abrir brecha en el frente magnífico de la Unidad Nacional. Y por eso hoy, después de un año, debemos sentirnos satisfechos, alegres, no sólo de las jornadas liberadoras que condujeron a la madrugada del 23 de enero del 58, sino también de la enorme riqueza de sentimientos patrióticos, del enorme caudal de conciencia y de buena fe que el pueblo venezolano y sus dirigentes han derrochado en este año transcurrido hasta el 23 de enero de 1959.

En algunos países ha sido frecuente  en la historia el que haya revoluciones pacíficas, pero que sólo son la antesala de grandes conmociones sociales. En Venezuela hemos podido ir superando etapas muy difíciles y mirando hacia atrás podemos decir que la táctica no estuvo equivocada. Todos aquellos que no tuvieron amplitud de espíritu para comprender el proceso de la unidad, para comprender el movimiento del país hacia la conquista de sus libertades, en medio de una vida ordenada y sana, hoy, cuando miran un poco a la distancia tendrán que reconocer, si son de buena fe, que el camino escogido era verdaderamente el camino del servicio a la patria venezolana.

Porque el problema no era solamente derrocar un déspota. El problema era, por una parte, abrir campo a una inquietud social para canalizarla hacia fórmulas provechosas de vida nueva y, por la otra, abrir campo a un viejo ideal político de vida civilizada y digna, ensayado muchas veces y muchas veces fracasado en el curso de nuestra historia.

Porque no es justo ni sería tampoco certero y sabio pensar que en Venezuela estamos realizando por primera vez el ensayo de la libertad. El ensayo de la libertad lo hemos hecho ya muchas veces, y porque lo hemos hecho y porque la libertad se ha perdido, porque ha naufragado en los escollos de la incomprensión, de la ambición y del egoísmo, por eso Venezuela cuenta con una dosis de experiencia que le ha ayudado y debe continuar ayudándola hacia la conquista de una realidad positiva.

Los resultados de las elecciones de diciembre

Tuvimos un proceso de elecciones. En ese proceso de elecciones hubo discrepancia. Está hablando para ustedes un hombre que representa un movimiento, y ese movimiento y ese hombre no fueron vencedores en la jornada electoral del 7 de diciembre. Hablo, pues, con la autoridad de alguien que no se aprovechó de la jornada electoral, sino que en ella recibió duros embates y que los resultados electorales estuvieron muy por debajo de lo que en la conciencia de todos los venezolanos habíamos debido obtener. Pero el que se amargara hoy con la derrota, el que pusiera hoy sus sentimientos por encima de la necesidad de la patria venezolana, olvidaría la lección, el mensaje, la vigencia del 23 de enero de 1958.

Tenemos precisamente hoy que ver que por lo que estábamos luchando era algo por encima de las ambiciones, de las esperanzas, de los deseos por legítimos y nobles que fueran de cada uno de nosotros. El problema no está, como tuve la oportunidad de decirlo al asumir la presidencia de la Cámara de Diputados, en quién ha de hacer la obra que Venezuela espera, eso es accesorio. Lo esencial es que esa obra se haga, y para que se haga y para comprometer a los que ganaron el poder en las elecciones del 7 de diciembre a cumplir el programa, a cumplir lealmente los compromisos contraídos antes de la elección, es necesario que todos mantengamos ese gesto de lealtad, de conducta clara y noble, frente a la cual tendría que estrellarse cualquier tentación, cualquier deseo por remoto que fuera, de salirse del cauce que la nación venezolana está marcando hoy a los hombres de esta generación.

Tenemos que recordar la unidad para reavivar la unidad. Unidad que no es unanimidad, unidad que no es renunciar a las propias ideas. Volvamos al pensamiento fermintoriano acordémonos sí de Fermín Toro, démoslo con mayor fuerza ahora cuando se acerca el primer centenario del estallido de la tremenda Revolución Federal. Quizás si la voz de Toro se hubiera oído hace cien años la historia de Venezuela habría seguido un curso diferente. Hoy estamos en la mejor condición para recibirla y cuando él nos dice que el equilibro político de la sociedad es el resultado de la variedad que asegura la libertad de cada uno, de la unidad que asegura la coexistencia y fortaleza de la nación, y de la armonía que conjuga la unidad y la variedad que se opone, pero no con oposición que excluye sino con oposición que limita, nos está diciendo que por encima de las discrepancias naturales de la vida democrática, que se irán acentuando a medida que el proceso político vaya desarrollándose, tenemos que afirmar la comunidad de propósitos que nos hicieron ver como una realidad ya indestructible, las jornadas victoriosas del 23 de enero de 1958.

Extirpemos el odio político

A mi regreso del exilio el año pasado formulé ante el pueblo de Caracas, unitariamente reunido en la Plaza Diego Ibarra, el llamamiento, la aspiración, el anhelo de que hagamos que el tirano derrocado el 23 de enero de 1958 sea, en nuestra historia, el último tirano. Y para eso tenemos que extirpar las raíces de la tiranía. Si buscamos en nuestros maestros, en los hombres que vivieron, que sorbieron la amargura de un destino injusto para la patria venezolana, encontraremos en las frases de Cecilio Acosta que ha sido el odio político, lleno de incomprensión e intolerancia, el que sembró nuestra historia de tiranos que ni siquiera fueron capaces en el orden de las realidades materiales de resolver los problemas fundamentales de la República.

Tengo que hacer énfasis sobre esta circunstancia porque no podría hoy, sin perjuicio, sin mengua de la sinceridad con que hablo y quiero seguir hablando siempre al pueblo venezolano, olvidar el hecho que nos acongojó a todos los venezolanos que lo escuchamos o que lo presenciaron en la tarde de ayer en la plaza de El Silencio. No hay derecho: un día de la celebración unitaria tiene que ser una reafirmación de la unidad. Sabemos muy bien, tenemos experiencia de la lucha política durante muchos años, cuáles son las raíces, las semillas de la incomprensión. No suele ser el pueblo de manera espontánea el que provoca incidentes que van en desmedro de sus instituciones; son factores que llegan a influir dentro de la vida política y a desquiciarlo. La jornada de ayer debió ser una jornada plena, entusiasta, alegre, armónica. No se trata de dilucidar ahora quién ganó las elecciones y por qué las ganó, eso cada partido tiene que estudiarlo con serenidad y a fondo para buscar los caminos mejores, para obtener mejores resultados en las jornadas próximas. Nosotros lo estamos haciendo. Hemos encomendado a un grupo de científicos para que objetivamente realicen un estudio acerca de las causas diversas que produjeron los resultados electorales del 7 de diciembre. Pero se trata ahora de otra cosa, de superarnos en la alegría de que Venezuela reconquistó ante la conciencia admirada de América el puesto que le corresponde; de que Venezuela ha vuelto a ser la patria de Bolívar, y de que debemos conservarla en ese rango manteniendo su estructura interna, su solidez, y poniendo a un lado con vigor y decisión todos los morbos que pueden tratar de quebrantar la unidad granítica de la nación.

Estamos hoy ante el camino que se empezó a abrir el 23 de enero de 1958. No es el momento ni sería sensato abandonar ese camino. Si la unidad nos llevó al triunfo, es la unidad la que puede llevarnos a convertir en una democracia pacífica los anhelos de libertad que han estado moviendo siempre a nuestro pueblo. No tenemos por qué recaer en los males pasados.

Venezolanos: el año pasado logramos algo que parecía imposible. Pongámonos unos meses atrás del día de la liberación. En la mayoría de los venezolanos existía la impresión de que aquel régimen rico y que no tenía escrúpulos para usar la fuerza, era prácticamente indestructible. La destrucción del mal fue la obra de un grande y caudaloso, generoso y ancho, movimiento de voluntades de la patria venezolana. Que tenemos problemas por resolver y muchos, problemas políticos graves, problemas sociales muy hondos, problemas administrativos difíciles, pero la manera de resolver los problemas es manteniendo nuestra fe en nosotros mismos, manteniendo la fe en la patria venezolana, manteniendo la convicción y la alegría de que el encuentro con nosotros mismos fue en Venezuela la hora, el llamado, la definición clara y categórica de la liberación.

Yo quiero enviar un saludo hoy muy cordial, en nombre de COPEI, a todos los venezolanos, para que todos recibamos la madrugada de este aniversario con el mismo espíritu, con el mismo júbilo que nos lanzó a la calle: a los que tenían la fortuna de encontrarse sobre esta tierra buena a las calles de Venezuela, y a los que nos encontrábamos en el exilio a las calles que eran camino para la vuelta a la patria. Esta es jornada de alegría y de fe, y tenemos que defender esa alegría, esa fe, ese optimismo, para que tengamos fuerza, hombro a hombro, en el camino de la comprensión y del entendimiento, para llevar hacia adelante a nuestra patria y para cumplir la obra. Porque la libertad fue un don pero también es un grave compromiso. Recibimos el fruto de la libertad y estamos obligados a devolver el fruto de esa libertad recibida al pueblo de Venezuela en trabajo firme e incesante por su mejoramiento, por su bienestar y por la resolución de sus grandes problemas.

Muy buenas noches.