1959. Enero, 8. Inicio de la demolición de la cárcel El Obispo, en el Guarataro, Caracas, lugar de prisión de muchos políticos durante la dictadura, acompañando al presidente Edgar Sanabria.

Rafael Caldera en el inicio de la demolición de la cárcel El Obispo, en el Guarataro, Caracas, lugar de prisión de muchos políticos durante la dictadura. Aparece acompañando al presidente Edgar Sanabria. 8 de enero de 1959.

Universidad y perezjimenismo

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 12 de marzo de 1959, transmitido por Radio Caracas Televisión los jueves a las 10 pm.

Vengo esta noche con el propósito de cumplir un deber. Todos los que hemos estado al lado de la juventud, todos los que vemos en ella la fuerza poderosa que nos puede llevar a enrumbar definitivamente la patria, tenemos el deber de hablarle claro; sobre todo, cuando vemos el peligro de que sus energías se pierdan en estériles escaramuzas que la distraen, que la desorientan, que la sacan de su camino de formación y responsabilidad, que es el que incumbe a las nuevas generaciones. Digo esto, porque no puedo callar ante el hecho, que a muchos profesores universitarios o liceístas nos causa cierta inquietud, de que de un momento a otro encontramos en las aulas estudiantiles o en las columnas de la prensa noticias sobre fermentos de inquietudes, que muchas veces los mismos muchachos no saben explicar.

¿Cómo empieza un movimiento cualquiera de éstos? Parece difícil de entender. ¿Qué pretende cada uno de estos movimientos?

En el fondo, resulta a veces todavía mucho más difícil de averiguar. Lo cierto es que un buen día nos dicen que los muchachos están llamando para una reunión en el Aula Magna porque se van a declarar en huelga si no les recortan el número de años de estudio o si hay la amenaza de que se los vayan a aumentar, o si no se cambia tal o cual funcionario, o si no se modifica tal o cual procedimiento.

En días pasados, por ejemplo, se dijo que el doctor Edgar Sanabria, aplaudido y aclamado por el estudiantado cuando fue a entregarle la autonomía plena a la Universidad Central, iba a ser nombrado Rector de la Universidad por pocos meses hasta que se realicen las elecciones, que deben, conforme a la nueva ley universitaria, hacerse en el mes de junio. Pues bien, en los periódicos, o en algunos periódicos, se empezó a decir que los estudiantes se declararían en huelga si nombraban Rector al doctor Sanabria, porque no querían que les quitaran al doctor De Venanzi. Yo no puedo creer que el doctor De Venanzi se haya sentido halagado por este argumento, porque si a un Rector, o a un universitario cualquiera, le tiene que agradar el afecto del estudiantado o de sectores del estudiantado, tiene que preocuparle mucho que su nombre, o la circunstancia en que se encuentre, pueda servir de motivo para una conmoción estudiantil, de una índole que no es seguramente la que conviene más a la Universidad.

Esta idea de que el estudiantado tenga que ir a huelgas a cada paso, por cualquier motivo o con cualquier pretexto, es algo que quienes hemos estado y estamos al lado del estudiantado, quienes le hemos hablado siempre con sinceridad, quienes lo hemos estimulado en sus luchas más nobles, tenemos la obligación de decirle que no es lo que más conviene, ni al propio estudiantado ni al país. Los mismos que aplaudimos la huelga estudiantil de noviembre del 57, los mismos que sentimos vibrar nuestra íntima fibra por la convicción de que el estudiantado universitario estaba salvando el decoro del país y lanzando la consigna de la rebeldía nacional contra el despotismo, los mismos que contribuimos y que asistimos llenos de satisfacción a la conmemoración del primer aniversario de esa huelga, estamos en el deber de decir al estudiantado que una huelga estudiantil es una cosa delicada y grave, que hay que dejarla para ocasiones que verdaderamente la merezcan.

Operación limpieza

En estos días me ha preocupado también el hecho de que un movimiento estudiantil, que nadie sabe cómo empezó ni con qué intención –porque se habla de que si la huelga era para sostener a un Decano que había renunciado, para que no le aceptaran la renuncia–, se convierte en lo que llaman operación de limpieza o de purga de la Universidad. Yo estoy perfectamente de acuerdo que en la Universidad no tienen cabida quienes no tengan una vida honesta, recta, entregada al cumplimiento del deber, pero me preocupa mucho ver que se empañen nombres de personas que pueden haber cometido errores políticos, a quienes quizás yo mismo se los haya imputado en alguna ocasión, pero de quienes el balance de su vida señala una realización positiva para la cultura, para las letras, para la Universidad.

Yo entiendo que en ciertos momentos de violencia, de vehemencia, se cometan errores de esta naturaleza, errores que muchas veces después se rectifican, pero con esos movimientos se alejan de la Universidad valores intelectuales, muchas veces muy altos, en un medio en el cual el profesorado universitario no es una planta que se cultiva con facilidad. Es difícil conseguir profesores que tengan sentido verdaderamente universitario, que sean capaces de dedicar a la cátedra horas largas de consagración y de constancia, con una actitud perseverante que muchos otros han dedicado a los negocios, buscando la oportunidad de ganar dinero. Alejar de la Universidad a hombres de esa calidad no es ganancia para la Universidad ni para el país. No debo ponerme a señalar nombres propios, porque con ello hasta podría incurrir en el peligro de que al no mencionar a otros se les marcara como condenables. Que se juzgue la conducta y la actuación de esos hombres, está bien, pero que se les juzgue por quienes pueden juzgarlos y con la serenidad necesaria para el juicio. Porque en medio de todas las tormentas y de todas las dificultades, la Universidad tiene que dar forzosamente la nota de altura, y no es universitario, y no es una cosa noble y digna, infamar a personas que en muchos aspectos han dado contribuciones positivas a la vida venezolana. Sobre todo, porque la justicia en estos casos es difícil de hacer. Se incurre en discriminaciones que irritan en el fondo la sensibilidad de los pueblos. Escoger a unos para conminarlos, vilipendiarlos y al mismo tiempo perdonar a otros que tal vez estaban en situación más grave, pero que tuvieron una mejor acogida en algún determinado sector, o lograron una vinculación salvadora, es un peligro que se corre con frecuencia en la justicia revolucionaria.

Recuérdese como en la Argentina, con la caída del peronismo, hubo una operación de limpieza en la Universidad, y profesores eminentes, que quizás habían pecado por debilidad (pecar por debilidad es un hecho más amplio y extendido de lo que pudiera pensarse en épocas de tiranía o de dictadura), fueron alejados de sus cátedras; y después, universidades y estudiantes los llamaron para que volvieran, pero su sensibilidad estaba lastimada con lo que había ocurrido.

Irse de la Universidad es fácil desde el punto de vista de las conveniencias materiales y mezquinas, pero al que tenga verdadera conciencia de la dignidad universitaria le debe ser más difícil tomar ese paso. Yo estoy de acuerdo, lo repito, que se haga un dictamen, pero que sea un dictamen sereno, honesto, en que se juzgue a cada uno de acuerdo con el conjunto de su obra, y en este sentido se tome una actitud que honre al universitario.

¿Vamos a crear el Perezjimenismo?

Yo le he temido mucho, a partir del 23 de enero del 58, al uso del vocablo pérezjimenismo. En Venezuela había vicios muy graves, hondos y trascendentales, pero la figura del propio dictador era tan pequeña y tan mezquina y tan intrascendente, que no se le podía considerar capaz de dejar proyectado un movimiento o una estela honda dentro de la vida del país. Yo no sé qué ventaja le puede dar a Venezuela que nos empeñemos, los mismos que estamos luchando por solidificar nuestra vida democrática, en crear la convicción de que Pérez Jiménez era una fuerza, de que tiene seguidores de calidad, de prestigio, de que tiene un movimiento que por él se rige.

¡No!, vamos a llamar las cosas por su nombre. Vamos a condenar a los culpables, pero no vayamos a crear unos fantasmas, que por lo general, en la experiencia de otros pueblos, no da resultados favorables. Nunca Pérez Jiménez tuvo en Venezuela arraigo de consideración. El grupo de los áulicos, de los que se favorecieron con el gobierno, lo siguió circunstancialmente. Muchos sectores sociales lo aprovecharon, hicieron negocios, las circunstancias los favorecieron; pero a esos, llamémoslos oportunistas, llamémoslos negociantes, llamémoslos traficantes, pero no vayamos a caer en el manoseado y contraproducente expediente de llamarlos pérezjimenistas.

Miremos el ejemplo argentino, donde parece que hubiera habido un empeño a la caída de Perón en fortalecer, en vigorizar, el movimiento peronista. Claro que hay una diferencia: Perón fue un demagogo que actuó durante varios años, pero que al mismo tiempo supo halagar la sensibilidad de los sectores populares y darles algunas reivindicaciones que provocaron amplia repercusión. Pero se estima que si los argentinos, después de la caída de Perón, no hubieran insistido tanto en el peronismo (peronismo en la mañana, en la comida, en la sopa, en los periódicos, en el teatro, sancionando artistas, sancionando deportistas, sancionando gente por peronistas), quizá no habrían vigorizado un movimiento que constituye hoy un factor peligroso para el equilibrio democrático de la Argentina.

Si aquí fuéramos a seguir ese camino, cualquier día tendríamos que sancionar a un boxeador, porque su conducta fue sospechosa dentro de la época de la dictadura, o tendríamos que salir a escudriñar aquí y allá, y a encontrar con que en cada sector de la vida profesional, mientras ha habido quizá una actitud inclemente, muy rígida, para algunos que tal vez no fueran tan culpables, ha habido actitudes complacientes y acomodaticias para salvar a otros que se encuentran en determinadas circunstancias.

Yo no soy partidario de que hagamos pérezjimenismo en la Universidad. Soy partidario, sí, de que revise la línea del profesorado universitario en la conducta profesional, en la conducta intelectual y en la conducta civil. Que se establezca un patrón, una medida justa, equitativa, para que no se sancione en unos lo que se tolera en otros. Que se mantenga una línea de elevación universitaria. El estudiantado tiene que ayudarnos, y tenemos que hacer causa común profesores y estudiantes, para que el lenguaje de la demagogia, el estilo ese perjudicial de la desorientación, no invada el recinto de la Universidad, que es base y fundamento en la vida pública del país.

Esta mañana hablaba justamente con el doctor Rafael Pizani en los corredores de la Universidad Central, y debo decir que encontré en él una actitud clara y digna. El doctor Pizani considera –y creo que tiene mucha razón– que un Ministro de Educación no puede estar negociando pliegos de carácter conflictivo, con amenaza de un conflicto huelguístico por el estudiantado a cada paso. El Ministro tiene, sí, el deber de investigar a fondo cualquier denuncia responsable que le haga un sector estudiantil, pero el estudiantado no puede estar tratando de manejar la vida universitaria a base de amenazas, de reuniones masivas, de entusiasmos momentáneos, en lo cual todos los grupos estudiantiles han incidido más o menos y todos tienen más o menos su parte de culpabilidad.

La responsabilidad de los universitarios

Al fin y al cabo, somos los profesores los más obligados a hablar al estudiantado con sinceridad y honradez. Necesitamos una generación que se forme y se prepare bien. Los problemas de Venezuela son graves. No encontramos ahora personal suficiente para atender a las necesidades colectivas. Cuando nos piden un técnico, en cualquier ramo de la vida, desde un cargo judicial hasta un cargo mecánico cualquiera, nos tropezamos con dificultad para encontrar elementos suficientes para satisfacer las necesidades actuales. Esas necesidades aumentan con el desarrollo del país, con su crecimiento demográfico y con la misma marcha de la civilización. Necesitamos gente preparada. No que llegue alguien con un diploma y después podamos ver con tristeza que no tiene los conocimientos que ese diploma indica. No es nuestra aspiración que se generalice el caso de una mecanógrafa que llegue con un diploma muy hermoso, montado en un cuadro, y al sentarse en una máquina de escribir no pueda manejar el aparato o no sepa escribir con corrección.

Tenemos que sacar un personal nuevo y eficiente para ganar la batalla del futuro, pero para esto es necesario que el estudiantado nos ayude. Y mientras más conciencia cívica tiene el estudiantado (yo creo que el estudiantado no debe ser apolítico, porque puede ser indiferente ante los problemas del país) tiene que tener mayor sentido de responsabilidad, para cumplir con el deber elemental, fundamental y básico de prepararse para dar su contribución al futuro del país.

Es muy grave para la democracia el que pueda decirse que el sistema de gobierno democrático es propicio para que el universitario abandone las aulas, y para que el liceísta no se preocupe por formarse, y para que el estudiante en general descuide sus deberes estudiantiles y se entregue a un estado de irresponsabilidad continua.

Es grave para la autonomía universitaria –esa hermosa y preciada conquista que acariciamos para nuestros máximos institutos docentes– el que pueda pensarse que la autonomía es un simple pretexto para la agitación. Tendremos pronto elecciones en la Universidad, ¿acaso vamos nosotros a darle al país como ejemplo el que las elecciones universitarias se preparan con huelgas, con maniobras, con el rompimiento de la unidad esencial y espiritual que ha sido la gran contribución de Venezuela en este momento de su historia?

Vamos a elecciones en la Universidad, pero ¡demostrémosle al país que sus universitarios, sus dirigentes, saben practicar la democracia, ordenada, firme, bien llevada, dentro de las propias aulas de la Universidad!

Defendamos el sistema democrático del cargo que le hacen los tiranos y sus preparadores, de que no es capaz de mantener el orden en los institutos que más lo necesitan, donde está ese gran tesoro de la vida republicana que es el alma de la juventud. Y es necesario (a los estudiantes que me oigan se lo digo encarecidamente y a todos los venezolanos que están escuchando este programa) que hagamos todo el esfuerzo necesario para que todos los partidos, para que todos los hombres responsables, logremos despertar en nuestro estudiantado, en nuestra juventud que queremos, en la juventud cuya lucha hemos animado y cuyo heroísmo hemos aplaudido, en la juventud a cuyo lado hemos estado, el sentido básico de la responsabilidad.

Quiero hacer, por eso, un llamado especial a los periodistas venezolanos. No debe, un periódico que actúe responsablemente, alimentar nada que pueda llevar al desasosiego o a la intranquilidad dentro de los cuadros estudiantiles. Respeto profundamente la libertad de prensa. Cada periodista que diga lo que según su conciencia debe decir. Respeto profundamente el deber informativo del periodista y no pretendo que oculte los hechos que puedan ocurrir en la Universidad o en la calle. Ruego a los periodistas venezolanos, dentro de los cuales hay muchos universitarios, algunos quizá que fueron mis compañeros de aula y otros mis discípulos en los salones de la Facultad de Derecho, que mediten antes de darle a una noticia de carácter estudiantil el contenido más o menos escandaloso, publicitario, que pueda ayudar a crear un ambiente impropio y torcido en las aulas de la Universidad.

Este es un llamado que hago también a todos los dirigentes de los partidos políticos venezolanos. Tenemos que preocuparnos fundamentalmente por nuestra juventud. No estamos en el momento de entregarnos a una batalla para ver quién es más vivo, quién es capaz de asimilar mejores posiciones, quién es capaz de colocar en los cuadros universitarios al que se considere más complaciente con sus particulares intereses. Por encima de todos nuestros intereses de grupo, hay un interés nacional; y no hay interés nacional más sólido, más importante y más urgente que el de enrumbar a nuestra juventud por el camino de una acción constructiva.

¡Vamos compañeros, dirigentes políticos, profesores, amigos! ¡Vamos estudiantes de la Universidad, del Liceo, a desterrar de nuestra práctica diaria y de la noticia de cada día, la idea de una huelga estudiantil, que brota aquí y allá como un mecanismo para ganar pequeñas batallas que no merecen el precio que se nos quiere hacer pagar por ellas!

Dispongámonos a crear el concepto de que una huelga estudiantil es algo muy serio, muy noble, muy puro, muy desinteresado. Demos la impresión de que el día que los estudiantes se declaren en huelga es porque un interés supremo está en sus manos, y el estudiantado, con su gesto, trata de conmover todas las entrañas de la nacionalidad.

Reservemos para los grandes problemas, para los grandes momentos, este recurso heroico; mientras tanto, vamos a empujar en nuestros muchachos la idea de que los problemas de Venezuela son muchos y de que tenemos que resolverlos los venezolanos, y de que para resolverlos hay que preparar nuestra gente. Tenemos que robustecerla en el estudio, tenemos que crear una conciencia suficiente y poderosa para que cumplamos el deber que a esta generación le está asignado.

Buenas noches.