Dos votaciones para una victoria

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 11 de noviembre de 1966.

 

Al proponer en firme a los partidos de oposición democrática el sistema de elecciones separadas, el Directorio Nacional Social Cristiano despertó una gran esperanza. La tesis incorpora la proposición del Vicealmirante Larrazábal, de comprometerse previamente a apoyar en la elección presidencial al candidato del partido que en la elección para cuerpos deliberantes haya logrado mayor respaldo popular.

En diversas ocasiones, los demócratas cristianos, habíamos manifestado a los personeros del FDP, que veíamos esa fórmula con simpatía, pero no podíamos pronunciarnos sobre ella hasta que no se reuniera un órgano del rango de la Convención o del Directorio Nacional del Partido. Eso ocurrió. El Directorio, a proposición del Comité Nacional, la hizo suya decididamente, y ya una Comisión de alto nivel ha iniciado conversaciones formales con los otros grupos políticos y las celebrarán también con los representantes de la prensa y demás órganos de opinión pública. En los primeros contactos, ha tenido una acogida que permite hacer las más halagüeñas previsiones.

Lo mejor de la iniciativa copeyana es que abre un camino serio, viable, para el entendimiento armónico. Como decía en mi artículo anterior, una gran mayoría de venezolanos desea el cambio de gobierno; y, para asegurarlo mejor, muchos aspiran a que se sumen los votos que los partidos de oposición más importantes sean capaces de arrastrar. Pues bien: la proposición de COPEI viene a abrir la única vía que parece posible para lograr esa finalidad.

Muchas ventajas tienen las elecciones separadas. Una de ellas, y no la menor, es la de que no requiere una enmienda constitucional; ni siquiera, estrictamente, una reforma legal. El Consejo Supremo Electoral, que según la Ley de Elecciones es el intérprete más calificado de dicha norma jurídica, acordó en 1963 que no era menester alterar el texto legal para hacer la elección de cuerpos deliberantes en fecha diferente a la elección de Presidente de la República. Dijo, también, entonces, que consideraba conveniente el sistema propuesto; y si no lo acogió fue por el razonamiento de que faltaban apenas unos meses para finalizar el proceso electoral y no le parecía prudente cambiar el sistema establecido, aun por uno mejor. Ahora es diferente. El país ha podido pronunciarse desde 1963, y lo ha ido haciendo en favor de las elecciones separadas. Y faltan todavía dos años para las votaciones.

Si, no obstante se prefiriera disponer explícitamente en la ley la celebración de elecciones en fechas distintas, no habría inconveniente tampoco. El Congreso debe avocarse en sus próximas sesiones ordinarias (marzo de 1967) al estudio de las modificaciones que ha venido considerando el Consejo Supremo. No hay motivo para diferirlo. El anteproyecto del CSE consagra en forma amplia la celebración de elecciones parlamentarias y presidenciales en días diferentes. Los partidos de gobierno, que lo apoyaron en el seno del Consejo, no tendrían razón para negarlo. Y en cuanto a los partidos menores, para ellos la fórmula es muy interesante: los libera de la asfixia a que los conduciría la elección simultánea, por la polarización de los votantes en la competencia presidencial; mientras que, siendo separadas las elecciones, sus simpatizantes podrían favorecerlos sin que los asaltara el temor de perder su voto.

Podrían agregarse muchos argumentos en favor de la «doble elección». No es el de menor importancia el de que podría asignarse una tarjeta especial a los Concejos Municipales, lo que obligaría a escoger bien los candidatos para integrarlos. En las elecciones pasadas, esos cuerpos fueron prácticamente menospreciados; los electores fueron atados forzosamente al voto para el Poder Legislativo.

Sobre todo, se resuelve en clima de unidad el problema de la candidatura presidencial remitiéndolo al único autorizado para resolverlo: el pueblo. Sus votos serían los que acreditarían al candidato que deberá enfrentarse en nombre de la oposición al candidato del Gobierno. La campaña de cada candidato puede empezar con anticipación para que los ciudadanos lo conozcan, lo observen, aprecien sus puntos de vista y posibilidades. Cada candidato tendrá la oportunidad de desnudar ante el electorado sus verdaderas intenciones, su programa y las líneas a que someterá su actuación. Cada partido podrá hacer uso de los recursos lícitos a su alcance, para atraer un mayor caudal de sufragios; y al luchar honestamente por su programa no tendrá de frente la angustia de que podría contribuir a darle un chance de continuidad a AD.

Todos los votos de las fracciones parlamentarias electas por la oposición se armonizarían por un acuerdo previo; y luego contenderían, en definitiva, por la Oposición y por el Gobierno, los ciudadanos señalados por la voluntad popular.

Las francas respuestas del FDP y del MDI en favor de las elecciones separadas, los magníficos comentarios de la prensa, la opinión favorable de los independientes, constituyen un espaldarazo para que se marche firmemente a la unidad por el camino de esta fórmula armonizadora. La actitud del FND y las demás fuerzas de oposición no será hostil, porque ello no tendría justificación. Creo firmemente que decidirán aceptarla. Para la Oposición se abre, en firme, la más favorable perspectiva. Por medio de las dos votaciones se irá con paso seguro a la victoria.