Diálogo con el país

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 28 de abril de 1967.

 

Densa todavía la polvareda que levantó el acto de masas con el cual se presentó en Caracas mi candidatura a la Presidencia de la República, he tenido la oportunidad de comenzar la campaña en el interior.

La semana pasada tomé contacto con gente de todos los sectores en el estado Barinas. La capital llanera, las poblaciones de Barinitas, Altamira, Calderas, Pedraza y Santa Bárbara y el asentamiento campesino de Chameta, fueron los lugares escogidos para esta primera visita. Testigos imparciales hubo; y ojalá muchos teorizantes de la situación política venezolana hubieran tenido la oportunidad de ver cómo responde la gente al anuncio franco de una política nueva y distinta.

Esto es, precisamente lo que dio al mitin del Nuevo Circo una característica diferente y lo que imprimirá fisonomía propia a toda la campaña iniciada. Lo que no quieren ver los ciegos voluntarios, que con todos sus esfuerzos no han podido borrar el impacto producido en la opinión. Impacto de fe y de optimismo, y renacimiento de entusiasmo en las posibilidades del sistema democrático.

Nadie, por empecinado que esté, se ha atrevido a negar que la campaña se inició con una acción desbordante, plenitud de concurrencia, impresionante y modelo ejemplar de organización. Para borrarlo, de nada vale el alegato parisino de que atribuir importancia a un mitin en el Nuevo Circo es un pecado de «provincianismo», olvidadizo de que en una Nueva York de diez millones de habitantes todavía los candidatos atribuyen importancia a sus concentraciones en el Madison Square Garden, o de que en Santiago de Chile –una ciudad como Caracas, más experimentada en los ajetreos democráticos y más politizada que ésta– los partidos hacen conjeturas sobre la gente que movilizan al Caupolicán, un local que contiene la mitad de lo que absorbe el Nuevo Circo.

No ha convencido a nadie el argumento de que la gente se trajo de muy lejos, porque una simple operación aritmética de multiplicación indica que se necesitarían millones para llenar el coso con personas traídas de lugares desde donde el pasaje de ida y vuelta cueste bastante más de cien bolívares. Y los oyentes se ríen piadosamente ante la seriedad con que dicen que nuestro mitin no tuvo la menor importancia, quienes pretendieron atribuirla y muy grande, a los actos que ellos prepararon en el mismo sitio hace muy poco tiempo; o de la convencionalidad matemática con que fijan cifras a nuestra reunión, por debajo o aproximadamente iguales de las que atribuyeron a las suyas, cuando se sabe que en todo el circo –localidades, pasillos, ruedo, callejón, escaleras– no cabía materialmente un alfiler y que había varios miles de personas afuera.

Pero, insisto, eso no es lo fundamental del caso. Lo verdaderamente importante es el entusiasmo compacto y trepidante de la gente que allí concurrió y la contagiosa emoción con que salieron del Nuevo Circo. Esta misma emoción en densos contingentes humanos ha sido también el hecho fundamental que se palpa en los actos que hemos celebrado en el interior de la República. ¿Cuál es la causa de ese entusiasmo? No puede ser otra que la decisión de ir al diálogo con el país, la de hablar un lenguaje directo, la de puntualizar los motivos que demandan un cambio y la de comprometer una política basada en una fe insobornable en las ideas y en el pueblo.

Ese diálogo con el país conduce a la fervorosa acogida que recibimos, no sólo de nuestros partidarios y simpatizantes, sino de los sectores más ajenos, y especialmente de densos núcleos de independientes que todos los días aumentan en respaldo y estímulo a nuestra lucha. De este modo –explicándonos el dolor poco disimulado de los adecos ante el inicio de nuestra campaña, pero al mismo tiempo sin entender aún por qué le duele también a los otros grupos de oposición que deberían saludar sinceramente este caudaloso movimiento por el cambio– tengo motivos para insistir en querer ser el candidato de todos.

Porque si ese objetivo se muestra difícil tratándose del país político, cada vez se perfila mejor tratándose del país nacional. Ese país menospreciado por otras fuerzas, y con el cual hemos iniciado abiertamente nuestro diálogo.