Insobornable fe en la democracia

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 13 de enero de 1967.

 

La historia de los partidos políticos en Venezuela es, en cierto modo, la de nuestra experiencia democrática, con sus vicisitudes. Del siglo XIX es bien sabido el drama, que culminó en la hecatombe de la guerra civil y en la entrega de una entelequia partidista al capricho de los dictadores. En la Venezuela moderna, la búsqueda de rumbos va pareja con la vida de los nuevos partidos.

Entre ellos, el Partido Social Cristiano, cuya sigla COPEI (del primitivo Comité de Organización Política Electoral Independiente) ha quedado definitivamente vinculada a la historia política de estos tiempos, nació y creció entre incontables dificultades. Surgió como una aspiración al cambio, enfrentada simultáneamente a los enemigos del progreso social tanto como a quienes no lo entienden sino a través del materialismo dialéctico. Sus antecedentes, como el de otros partidos, estuvieron en la Universidad. Sostuvo consignas que provocaron controversias y terminaron siendo aceptadas por todos en la Venezuela de hoy. Se ha empeñado en dejar muy en claro los dos objetivos primordiales de esta generación: la libertad, como sistema de vida permanente, y la justicia social, como norma y aliento de la transformación del país. Ha cultivado la ambición del desarrollo nacional, en lo económico, cultural y político; ha sostenido una afirmación nacionalista, sin estridencias demagógicas, frente a la explotación petrolera y el capitalismo extranjero; ha estimulado un firme anhelo de transformación (reforma agraria, reforma universitaria, reforma educacional, reforma constitucional) proyectado en la búsqueda de nuevas estructuras, más adecuadas y justas, orientadas a la promoción del pueblo.

Durante veintiún años la lucha ha sido recia y constante. Podríamos decir, con la frase de un estadista italiano, que han sido «años difíciles, pero no estériles». Manteniendo una insobornable fe en la democracia, sacrificando las conveniencias a la doctrina, arriesgando y sufriendo persecuciones y afrontando peligros, se ha construido un gran movimiento popular, cohesionado, vigoroso, creciente, expansivo, optimista en el futuro de nuestra patria.

No es mi propósito aquí cantar loas a un movimiento al que he dado lo mejor de mi vida, con la firme convicción de servir a través de él, en la forma más devota y leal, a mis compatriotas y a mi país y quizás, en la medida en que a través de Venezuela podamos ejercer una influencia saludable en otros pueblos, a la América Latina y al hombre universal. Tampoco pretendo que la vida de COPEI haya estado exenta de errores y fallas; pero debo afirmar, sin falsa modestia, que el socialcristianismo ha prestado a la nación una colaboración ampliamente positiva para su enrumbamiento democrático.

Cuando el partido se constituyó, le tocó servir de fuerza de equilibrio, mediante una oposición aguerrida, a un gobierno que se había desbocado; durante el régimen de fuerza, contribuyó a la resistencia cívica, al mantenimiento de la esperanza de un sistema distinto y a la restauración de las libertades; después del 23 de enero ayudó, como uno de los principales factores, a la reorganización del Estado; en la actualidad, cumple el papel de una oposición popular, leal al sistema democrático, y se prepara para disputarle al actual partido mayoritario, como la primera alternativa válida, el derecho a dirigir la vida de la nación, por la voluntad del pueblo. Su mensaje tiene cada vez más amplia resonancia; y de modo especial se hace visible que no sólo interpreta a su densa militancia, sino también a vastos sectores independientes.

Hemos vivido y estamos viviendo todavía en Venezuela una etapa muy delicada. La habían anunciado observadores que estudiaban los complejos problemas políticos, sociales y económicos acumulados con el transcurso del tiempo. Hemos atravesado situaciones de peligrosidad increíble. ¿Acaso se valora a cabalidad lo que pasamos? La provisionalidad del 58 transcurrió entre arriesgadas peripecias. Difícil fue el quinquenio constitucional en que COPEI, en cumplimiento de un deber histórico, tuvo una participación limitada en el Gobierno. Múltiples causas había aquí para que ocurriera lo de Cuba o lo de Santo Domingo, y buena parte le tocó a COPEI para impedir que sucediera, sin perder el impulso hacia una sociedad nueva. Una gran confusión era común en los más variados sectores. Estallidos de violencia ocurrieron a cada paso. Caracas fue escenario frecuente de motines. Importantes plazas militares se sublevaron bajo la inspiración de la extrema derecha o de la extrema izquierda. Sólo una robusta convicción pudo mantenernos en nuestra posición, frente a una confabulación tan grande de circunstancias adversas.

Es todavía temprano para medir con sereno juicio la participación de COPEI en los dos decenios transcurridos. Pero nadie duda que esa participación será mayor aún en los años venideros. Atacado a veces por los enemigos del progreso como «filo-marxista», y por los marxistas o su comparsa como «reaccionario», COPEI mantiene sin desmayo la idea de un cambio social constructivo, alimentado por la libertad, orientado por la justicia, sostenido por la democracia y la paz, la seguridad de las familias y el respeto a la persona humana. Hoy, más que nunca, esa idea es el anhelo de una gran mayoría de venezolanos.

Por eso, a los 21 años, edad de mayoría, se oye sonar en el reloj de la historia la hora de COPEI.