Un mito peligroso

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 3 de febrero de 1967.

 

Para los griegos, la palabra mito equivalía a fábula, leyenda, ficción. Observa Suavet, en su Diccionario Económico y Social que los primitivos lo usaban «para dar una explicación de las cosas incomprensibles del mundo», pero que a principios de este siglo, «el mito ha sido tomado en otro sentido por Georges Sorel: para él, es la representación de una acción por cumplir que actúa como un motor sobre las masas». Y agrega: «El mito puede ser forjado por la propaganda».

En la realidad actual de Venezuela, preocupada por lo que ha de ocurrir en 1968, se están construyendo algunos mitos. El más peligroso es el de la «invencibilidad» adeca.

No hay propaganda que pueda convenir más a los intereses de Acción Democrática que la de ser imposible vencerla. El partido gobernante ha llegado al punto y hora de que ya carece de fuerza emocional para despertar simpatía en la inmensa mayoría de venezolanos no inscritos en los registros de su militancia. Quien tenga algo que esperar de Acción Democrática, solicita el carnet, especie de talismán para obtener dones oficiales. Pero éstos, por abundantes que sean, tienen límite: siempre es mayor el número de quienes no los reciben, y cuando observan que no se otorgan según un criterio de justicia sino según un padrón de exclusivismo partidista, se convierten en enemigos jurados. Es mínimo el porcentaje de ciudadanos que sin carnet –sin aprovechar el talismán– dan su voto por el partido adeco. Consciente de ello, en pos de un nuevo período de gobierno, AD prefiere inspirar temor que confianza.

Cuando hemos dicho que el país está cansado del gobierno de Acción Democrática, la golpeamos en el corazón. No lo hemos dicho con rencor, no nos ha movido un antiadequismo patológico, pero han reaccionado con más furia que si les hubiéramos inferido una sarta de ofensas. Porque su estrategia se dirige a obtener del país nacional una especie de resignación fatalista que lo lleve a entregársele, a renunciar al combate y hasta a votar displicentemente por quien supone que de todos modos va a ganar.

Bastaría leer las últimas declaraciones y artículos de los dirigentes acciondemocratistas para observar cómo esa estrategia va cumpliéndose con monótona insistencia. Desde que los invitamos a prepararse para la mudanza, desde que les garantizamos largas vacaciones, desde que les aplicamos la expresión «ni un día más ni un día menos» del actual período para su permanencia en el gobierno, desde que apuntamos un hecho unánimemente reconocido, el cansancio del país ante el régimen adeco, sonaron todas las fanfarrias de la orquesta oficialista para borrar la impresión colectiva y crear la sensación de una marcha triunfal.

Que ellos lo hagan así, a nadie debe sorprender. Pero extraña que esa propaganda esté muy bien servida, con literatura abundosa, por numerosos y sinceros antiadecos. Han llegado a impresionarse por la riqueza de medios materiales de que dispone el partido en el poder, hasta consideran que sólo un milagro (por ejemplo, una alianza que incluya desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda), podría convertir en tarjetas electorales la voluntad de cambio de los venezolanos.

AD no es invencible. Sabido es que la experiencia continuista se aseguró en 1963 con sólo un 33% de los votos. Hoy tiene una maquinaria poderosa, un partido de cuadros apoyado por el poder, pero sin mensaje para los electores. En 1963, AD tuvo también su «libro de oro»: muchas firmas registradas en sus libros de inscripción no cristalizaron en votos. De entonces para acá, el número de ciudadanos aptos para el voto ha crecido, sobre todo en dos áreas adversas al adequismo: la juventud y los sectores urbanos. ¿Por qué pensar que no se lo va a derrotar? De que se puede, se puede. La cuestión es quererlo, y poner los medios necesarios para lograrlo.

En las elecciones pasadas, COPEI llegó detrás de AD por una distancia de trescientos mil votos. En circunstancias muy difíciles, ya que su permanencia en el Gobierno, en cumplimiento de un pacto solemne, le quitaba libertad para la lucha electoral. Después, es palpable su crecimiento. Frente a la maquinaria adeca, tiene una maquinaria igualmente poderosa, y hasta superior en algunos sectores, como la juventud. La pelea se iguala, de partido a partido, y la curva es ascendente para COPEI y descendente para AD. A centenares de miles de independientes, antagónicos de AD, deseosos de un cambio constructivo, les ofrece un programa auspicioso, claro y consciente, renovador y serio; les presenta para cumplirlo un equipo cohesionado, entrenado y eficaz. Ese programa y ese equipo se preparan con el concurso de numerosos y calificados independientes.

Si el grueso de la población independiente quiere de verdad el cambio y entiende su papel definidor de la próxima controversia, su inclinación por la Democracia Cristiana aseguraría el triunfo de ésta por un margen amplio. Y el mito de Goliat quedaría derribado, no sólo por la honda de un David ya crecido, sino por la voluntad del pueblo.