El petróleo y la guerra

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 9 de junio de 1967.

 

Retumba el fragor de los cañones sobre la Tierra Santa. Los tanques devoran el desierto. Aviones militares derraman bombas sobre un escenario de milenios. Nombres de bíblicas ciudades toman nueva actualidad, como puntos de referencia en los movimientos de tropas. Alrededor del Sepulcro de Cristo se matan los hombres, y el mundo, estupefacto, ve con proximidad inesperada asomarse el fantasma de una tercera guerra mundial.

Venezuela, que no ha tenido desde su independencia un solo conflicto armado con otro país, no puede sino desear la paz y trabajar por ella. Toda otra consideración palidece. Y su neutralidad es tanto más imperativa cuanto en su tierra acogedora y amplia viven importantes sectores de población de origen árabe y de origen hebreo. A uno y a otro ha abierto sus puertas; de uno y otro ha recibido la aportación de invalorable esfuerzo.

El puro anuncio de la guerra ha venido a incidir sobre el petróleo. No sólo porque sin petróleo no se hacen hoy guerras, sino porque el Medio Oriente tiene la reserva mayor de petróleo del mundo y su producción y venta sufrirán las consecuencias de la lucha. Al cerrarse el Canal de Suez, el trayecto del Golfo Pérsico al Mar del Norte aumenta en doce mil millas náuticas; y la noticia de un boicot árabe obliga automáticamente a replantear el cuadro del mercado petrolero mundial.

En cuanto a Venezuela, la crisis viene por de pronto a actualizar dos hechos, que de tanto mencionarse se han llegado a menospreciar: 1) el negocio petrolero está influido por factores exógenos, sumamente aleatorios, lo que aconseja a los venezolanos evitar precipitaciones y apartar dogmatismos de cualquier signo en la formulación de su política; 2) nuestro petróleo sigue siendo elemento básico de la seguridad hemisférica y de la estabilidad del mundo occidental.

Muchos se estarán haciendo reflexiones sobre el error de discriminar el petróleo venezolano. Otros lamentarán habernos cerrado sus mercados para presionarnos a bajar los precios. Lo más importante de la contingencia actual es permitirnos reafirmar nuestros puntos de vista para lograr el reconocimiento de bases sólidas a nuestras relaciones con nuestros mercados naturales.

Al mero estallido de la lucha árabe-israelí, muchos compradores se precipitarán a aumentar sus demandas de petróleo venezolano. Esto producirá, sin duda, una mejora considerable de nuestra situación económica y fiscal. Pero sería equivocado ignorar los peligros que la nueva circunstancia lleva consigo. Por una parte, si no se planificara seriamente el destino de los nuevos ingresos, se podría caer en un proceso inflacionario, caracterizado por una expansión del gasto burocrático y de la inversión electoral. Hay que fijar claramente las metas razonables de desarrollo y preparar un mecanismo anti-cíclico capaz de garantizarnos contra cualquier oscilación adversa. Porque el panorama no se reduce a la consideración de que venderemos más petróleo porque los árabes venderán menos. El asunto puede tener derivaciones variables, con resultados y magnitudes imprevistas.

Sólo a la Gran Bretaña, el Medio Oriente suple novecientos mil barriles de petróleo diarios; a la Comunidad Europea, tres millones doscientos mil. Sería imposible para Venezuela cubrir de inmediato el total de esas cantidades. Y esto, sin olvidar que los Estados Unidos necesitarán aumentar sus compras de combustible venezolano, porque no pueden emplear sus existencias hasta el punto de amenazar su política conservacionista. El aumento violento de nuestra producción hasta niveles astronómicos puede exponernos a una caída súbita al restablecerse la afluencia del petróleo árabe al mercado. Por otra parte, es fácil que los incrementos drásticos que se provocarán en Nigeria y algunas otras zonas, podrían llevarlos después a una competencia ruinosa a base de ofrecer menores precios para mantener su volumen de explotación, cuando los hidrocarburos del Medio Oriente se hagan nuevamente accesibles.

El conflicto actual, por otra parte, estimula los esfuerzos que se hacen por la producción económica de energía nuclear y la utilización de otras fuentes de energía. Y si el mundo árabe llega a caer bajo influencia soviética, esto podría reflejarse en la táctica de inundar mercados neutrales a precios de dumping. En síntesis, un desbalance incontrolable podría distorsionar las correlaciones actuales, con daño para todos.

Naturalmente, las consideraciones anteriores no bastan para hacernos olvidar que, por hechos lamentables que no hemos provocado ni deseado nosotros, nuestra posición ha recibido un notable fortalecimiento. Venezuela está hoy en una posición más fuerte para negociar, y esto toma excepcional importancia en el momento en que se abren nuevas perspectivas con el experimento de los contratos de servicio. La semana pasada escribí sobre el tema «dominar el petróleo» y recordé el carácter esencialmente dinámico de la política petrolera, lo que nos debe advertir no aferrarnos a cartabones de cualquier signo. Nuestra primera preocupación debe ser lograr el reconocimiento de las aspiraciones legítimas que Venezuela sustenta.

El crudo y doloroso hecho de una guerra que nadie puede desear nos plantea una nueva realidad. Es urgente que los venezolanos analicemos sus proyecciones y defendamos los intereses nacionales, sin excesos y sin perder de vista nuestro primordial interés de ayudar al restablecimiento de la paz, en defensa de los principios y en interés común de la humanidad.