Chile y las olas

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 15 de septiembre de 1967.

 

Es de esperar que se dé amplia difusión a la noticia llegada de Chile, sobre la reunión del Consejo Superior de Seguridad Nacional y su decisión de luchar contra la Organización Latinoamericana de Solidaridad. Por lo menos tanta como la anterior, según la cual el Gobierno chileno y el Partido Demócrata Cristiano de aquel país habían decidido autorizar allá el funcionamiento de OLAS, cosa que fue objeto de múltiples especulaciones.

La propia forma en que se había redactado la información de hace algunos meses, se ofreció a serias confusiones. Parecía que se trataba del traslado de la sede principal de OLAS, de La Habana a Santiago, cuando lo que estaba en proyecto era instalar una especie de agencia o sucursal, como la que seguidamente se anunció en Montevideo. Se daba, además, la impresión de que la resolución del PDC y hasta la decisión del Presidente Frei condicionaban el funcionamiento de OLAS solamente al orden público dentro de Chile, sin importarles un bledo el que se promoviera y subvencionara la insurrección violenta en otros países del hemisferio.

Las declaraciones emitidas por el senador Patricio Aylwin, antiguo presidente del PDC, las del Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva, y las del senador Rafael Agustín Gumucio, nuevo presidente del partido, definieron en forma inequívoca su posición: no encontraban en el mecanismo institucional de Chile fundamentos para negar a priori la autorización para el funcionamiento de una organización política, fueran cuales fueran sus ideales y propósitos, pero al mismo tiempo recordaban que el orden legal y los mecanismos de defensa del Estado entrarían en acción una vez que aquella organización funcionara para fines de insurrección interna o de intervención externa. Y como estos son, precisamente, los fines de OLAS, se veía claramente que la autorización para funcionar tropezaría de inmediato con la valla que le opondrían las leyes y la acción de los poderes públicos.

¿Tecnicismos? ¿Formalismos? Hasta cierto punto. La democracia no reside en las formas, pero no puede prescindir de ellas. Esto es muy riguroso en Chile, país apegado durante largos años a formas consagradas. Las formas consagradas han puesto obstáculos a la gestión de Frei en numerosas oportunidades. A ellas se debe que, a pesar del voto determinante del pueblo chileno en las elecciones presidenciales del 64 y parlamentarias del 65, continúe tropezando con la oposición del Senado, a veces irracional e inmotivada, como en el caso de negarle la autorización para ir a los Estados Unidos a gestionar altos intereses de Chile y a hablar, como lo había hecho en Europa, por toda la comunidad de pueblos latinoamericanos.

Han sido esas formas consagradas las que han producido la incongruencia de que sea Presidente del Senado el doctor Salvador Allende, líder del FRAP, contra quien había votado mayoritariamente, en una especie de unión nacional, todo el pueblo no marxista de Chile. El Senador Allende fue llevado a la dirección de uno de los altos Poderes del Estado por una entente de oposición que comprendió desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, y con su alta investidura patrocina la participación de Chile en OLAS y el establecimiento de ésta en su país.

Ahora ha quedado perfectamente claro que las conjeturas malévolas sobre una especie de complicidad, connivencia o, por lo menos, tolerancia culpable de las actividades castristas por parte de los demócratas cristianos chilenos no pasaban de ser una suposición injusta. El Ministro de la Defensa, Juan de Dios Carmona, manifestó «que hubo acuerdo en el Consejo para combatir a OLAS hasta la muerte», según la información cablegráfica… De acuerdo con ésta, se resolvieron medidas conducentes a impedir que desde el territorio nacional pueda proporcionarse ayuda de cualquier orden a los movimientos subversivos que existan en otros países suramericanos, como asimismo impedir que desde el exterior puedan fomentarse movimientos que amenacen la seguridad interna del país.

Esas eran las dos condiciones que desde el principio pusieron los democristianos al funcionamiento de OLAS. El cable de ayer, por cierto, dice que el PDC había expresado anteriormente no tener objeción «siempre que no hiciera algo que amenazara a Chile»: en esto no refleja exactamente lo que dijeron los voceros del partido ya que en todo momento éstos agregaron la condición de que OLAS no interviniera en la política interna de otros países.

Sucedió, pues, lo que tenía que suceder. Vale la pena señalarlo, para dejar las cosas en su puesto. Sin dejar de recordar, de todos modos, que Chile es Chile, y Venezuela, Venezuela. Los demócratas cristianos chilenos gobiernan teniendo en vista la realidad de Chile y actúan frente a ella en virtud de sus puntos de vista y los intereses de su país. No se les puede juzgar a la luz de nuestros problemas y puntos de vista venezolanos.

En cuanto a nuestros partidos, entre ellos hay amistad, comunidad de inspiración doctrinaria, interés solidario por el destino de América Latina y del mundo. Y, sobre todo, un gran respeto mutuo. Así entendemos la consideración que nos debemos y así respondemos, cada uno en nuestro medio y de acuerdo con nuestros alcances, a los deberes que nuestros grupos tienen contraídos con nuestras respectivas patrias.