La contienda quedó atrás

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 1 de diciembre de 1968.

Cesó el fragor de la contienda. Un alto, impuesto por la ley, introdujo ayer un breve paréntesis de meditación antes de que la voluntad de los venezolanos decida el rumbo del país. Ante las mesas electorales, cada uno con su conciencia y con su corazón dirá hoy lo que quiere para su patria en el próximo quinquenio.

La campaña electoral, larga e intensa, ha servido para llevar a la convicción común la clara idea de que no se trata de un mero episodio en el sucederse de los acontecimientos. Es el destino nacional lo que está en juego. Es la posibilidad misma de lograr objetivos fundamentales de desarrollo, de paz y de prosperidad.

Ello explica la ansiedad general puesta con los cinco sentidos sobre el desenlace del proceso. La emotividad de los últimos días está concentrada ahora en un momento de suspenso. Es, precisamente, la ocasión indicada para definir perspectivas y reafirmar propósitos. La perspectiva ha de ser la Venezuela de todos. El propósito, el entendimiento del deber común que a todos nos vincula y nos obliga.

No hay que perder tiempo: hay que cerrar las heridas abiertas por la lucha. El triunfo va a ser por el pueblo, y todos formamos parte del pueblo. Lo que él diga nos compromete a todos. Y el camino marcado por él hemos de transitarlo todos para que el beneficio sea de todos.

Que haya puntos de vista diferentes, intereses discrepantes, modalidades diversas, es indispensable y conveniente. Que se discuta con ardor, que se ponga el corazón en la competencia, ello es humano. Que el debate se acalore e invada terrenos de aspereza, es inevitable. Lo interesante es que, cerrada una etapa para abrirse otra, sepamos distinguir entre lo que nos separa y lo que nos acerca, entre el punto de vista de cada uno, que comporta el derecho y el deber de sostenerlo con firmeza, y el horizonte solidario, el reclamo de la heredad común, la exigencia del esfuerzo colectivo para conquistarle a Venezuela un gran destino.

Es ya el momento de aprestarnos para armonizar los esfuerzos, por divergentes que ellos sean. Lo venezolano esencial ha tenido como una de sus más nobles características la capacidad para olvidar agravios. La contienda enconada quedó atrás.

Después de las elecciones, el trabajo fecundo. Recordar que todos tenemos un mismo gentilicio y que ese gentilicio nos obliga a deponer resentimientos en aras del bienestar común. Es el reclamo que sale de los corazones de las madres, es la exigencia que formulan las preocupadas conciencias de los hombres, es el planteamiento que emerge de la inconformidad juvenil. Diez millones de venezolanos y un millón más cada tres años tienen derechos irrenunciables cuyo ejercicio depende del ordenamiento social. En la medida en que todos –sin que nadie renuncie a lo que le es propio y peculiar- pensemos en la tarea común y obremos con sentido venezolano, avanzaremos firmemente a la consecución de aquello sin lo cual ningún ser humano podría lograrse plenamente.

Pongamos nuestra voz al servicio de la concordia, orientemos nuestra conducta a la realización de la convivencia, miremos hacia arriba y no hacia abajo, pensemos en función de los dilatados horizontes abiertos ante la pupila de un gran pueblo y apartemos los ojos de las rencillas esterilizantes.

De hoy en adelante, por encima de cada uno de nosotros, la Venezuela de todos. Hagámonos cada vez más dignos de amarla, sirviéndola con verdadero patriotismo, con devoción y generosidad.