Feliz cambio

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 5 de enero de 1968.

Llegó el año de 1968. Ya vamos adentrándonos en su dinámico transcurso. Un parpadeo, y estaremos llegando a su finalización, con la cual abriremos puerta ancha a una nueva posibilidad en el destino de Venezuela.

Pocas veces se había esperado tanto la llegada de un determinado año. En otras ocasiones no fue así. Hubo otros años de intensa actividad, a veces sin signo preciso: marcaron una raya de demarcación en la continuidad del hilo vital de nuestro acontecer histórico, pero sin que se los hubiera previamente anunciado, sin que se los esperara con sentido preciso, sin que se hubiera preparado para su venida la conciencia nacional. El caso es ahora distinto. Desde hace largos meses –y hasta más tiempo, porque esto viene casi desde el comienzo del actual período- los ojos de mucha gente se han venido poniendo en 1968.

La experiencia democrática ha habituado a la gente a la idea del cambio a través del sufragio. La esperanza de un cambio, la necesidad de un cambio, la voluntad de un cambio se han ido centrando, por ello, en el acto del sufragio que ha de realizarse para que se inicie una etapa distinta de la vida de Venezuela.

De allí el simbolismo de este 1º de enero. De allí el acierto de los programadores de la campaña copeyana cuando decidieron el impacto inicial del 68 con la simple afirmación !Llegó el año! Con una organización perfectamente planificada, los activistas socialcristianos, especialmente muchachas y muchachos, engalanaron a Caracas la noche del primer día de enero con banderas y lanzas verdes y con carteles en los cuales sólo hay una afirmación de alegría (¡Llegó el año!) y una invitación creadora («A luchar por Venezuela»). El efecto logrado en la opinión no pudo ser mejor. Y si dependencias oficiales se dieron a la oscura tarea de retirar gran parte de esa propaganda pretextando razones baladíes, el contraste sirvió para definir mejor las actitudes en la campaña electoral que avanza: por una parte la fe en el triunfo, la alegría de un combate limpio y cívico, y por la otra el recurso a los mecanismos de poder en el vano intento de cerrarle el paso a la avanzada del pueblo, a la marcha inexorable de la historia.

Motivos baladíes dije, pero falsos también: no se puso un clavo en un árbol, no se lanzó una ofensa contra nadie, no se obstruyó ninguna vía de alta velocidad, no se tocó un aviso de ninguna dependencia oficial ni, menos aún, de los otros partidos. Instrucciones se dieron en ese sentido y se cumplieron escrupulosamente. Por eso, la intervención del Consejo Supremo Electoral no sólo es en defensa de un derecho, sino de la imagen misma del proceso eleccionario en marcha.

La llegada del año es como el clarín que anuncia una jornada para buscar rumbos más claros, para emprender una acción más enérgica en pro de la transformación de Venezuela y del enfrentamiento de sus necesidades más urgentes. 1968 llega como el año del cambio. Así como antes dije que pocos años habían sido tan esperados como éste, también puedo afirmar que pocas consignas han reflejado en forma tan unánime el sentimiento nacional como la consigna del cambio.

El cambio no es aspiración de un partido: es convicción de todos los venezolanos. Los socialcristianos lanzamos la idea del cambio al iniciar nuestra lucha por conquistar la fe y el entusiasmo del pueblo hacia el triunfo del 68. Encajó hasta tal punto en la conciencia nacional, que hoy llegan a admitirla –aunque a regañadientes- hasta los voceros de las dos principales corrientes adecas, que son la encarnación del continuismo y por ende la negación del cambio.

El cambio vendrá. Porque lo quiere el país entero, cansado de tanto verbalismo insincero. Porque se necesita un aire fresco de renovación, la voluntad de abrir caminos a la juventud, la acción incansable para crear oportunidades de trabajo, para incorporar los marginados, para promover los sectores populares al ascenso social. Porque se anhela la seguridad personal y la verdadera paz, aquella que tiene su mejor apoyo en la sinceridad y en el respeto al derecho ajeno.

El país sabe que, sin el cambio, esos objetivos se harían más lejanos que nunca. El país tiene la experiencia de que el cambio se puede frustrar si no se escoge un camino trazado con firmeza y mantenido sin vacilaciones. Para que el cambio se logre hemos de hacerlo todos, poniendo nuestros esfuerzos en una clara dirección; hemos de hacerlo para todos, enrumbando las posibilidades comunes hacia una generosa satisfacción de las necesidades comunes. Necesita de una voz diáfana que lo interprete; de una voluntad segura que lo oriente; de una actitud sin componendas que lo enrumbe.

Todo ello explica el interés de los más densos contingentes populares y de los más variados sectores sociales por darle calor a la campaña electoral en marcha. De allí la espera ansiosa que ha precedido a 1968 y la emoción impaciente con que marchamos a través de sus días. Por eso mismo, al recibir alborozados la madrugada del año nuevo, los venezolanos nos hemos deseado unos a otros, con el «feliz año» tradicional, un «feliz cambio, 1968».