El mensaje de la mujer caraqueña

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 17 de noviembre de 1968.

¿Qué fue lo que la mujer caraqueña le dijo a la ciudad y al país entero en la manifestación impresionante del martes 12 del corriente? ¿Cuál fue el mensaje que aquel inmenso río humano que estremeció de optimismo y de júbilo la columna vertebral de la metrópoli, le dirigió a sus compatriotas a través de aquel gigantesco desfile, pletórico de contenido, bello en la forma, alegre en su expresión, irresistible en su conjunto?

La mujer caraqueña no salió a la calle por solamente dar una demostración de poderío. Por de pronto, salió a dar una demostración de solidaridad. Allí estaban unidas criaturas representativas de los más variados tipos humanos: desde la rubia, muy rubia, cuyos cabellos casi blancos delataban al padre inmigrante, venido de ultramar a sembrar su semilla en esta tierra generosa, hasta la morena, muy morena, cuyo cutis de ébano realza la belleza de sus rasgos y atestigua muchas generaciones recibiendo la caricia del sol quemante de nuestros trópicos y esperando el advenimiento de un orden social mejor y más justo. Allí estaba, lo mismo que la secretaria pizpireta o que la liceísta o la universitaria ye-ye, la maestra, cada una de cuyas canas representa un esfuerzo cumplido en la forja de las nuevas generaciones, o la madre, que en todos los niveles desborda su corazón solícito para plasmar el corazón del hijo, y se destacaba la madre del barrio abandonado, que carece hasta del agua para bañar su muchachito y de la leche para prepararle su tetero al objeto de todos sus cuidados y motivo de todas sus angustias.

Salió aquella marejada de entusiasmo a decir que la mujer caraqueña ha tomado conciencia de su responsabilidad y de su fuerza. Ya no quiere ser un ente diluido entre las complicaciones del voto: quiere que se la tome en cuenta no tanto para ofrecerle prebendas (pues sólo reclama que se le asegure igualdad efectiva de oportunidades a base de idoneidad y credenciales) sino para garantizarle un ambiente de verdadera paz, de seguridad para los suyos y para sus hogares, de promoción de la capacidad creadora y de preocupación y estímulo para que haya trabajo, vivienda confortable e higiénica al alcance de todas las familias por humildes que sean, educación eficaz y utilización de todos los medios al alcance de las autoridades para que la juventud y la niñez encuentren horizontes y actividades propicios a la forja de su inteligencia y de su voluntad.

Pero la mujer caraqueña salió, sobre todo, a vocear con sonido de timbales, de maracas y de panderetas, que quiere cambio, que creen en el cambio, que está pronunciada por el cambio y que va a hacer el cambio con el aporte decisivo de su voto.

Después de lo del 21 de octubre en El Silencio, el Festival Femenino del Cambio realizado el 12 de noviembre vino a remachar que el cambio va. Va porque lo quiere el pueblo. Va porque lo quieren todos los sectores. Va porque lo necesitan los pobres. Va porque lo desea ardientemente la juventud. Va porque lo anhela fervientemente la mujer.

Así, la mujer viene a aclarar los ojos de los que se empeñan en no ver, para recordarles que la alternativa es: o continuismo o cambio. El mensaje de la mujer caraqueña es una invitación para todos aquellos que no han olvidado la profunda necesidad de salir de la actual situación, a sumarse a la corriente y a la candidatura que ha demostrado hasta la saciedad ser la verdaderamente viable y válida para ofrecer un rumbo nuevo a Venezuela.

Que el país está cansado de los gobiernos de Acción Democrática, es evidente. Sin embargo, la propaganda masiva dirigida estos últimos días con extraordinaria habilidad ha tratado de hacer olvidar esta meridiana verdad. Hay gente que sirve de instrumento consciente o inconsciente al continuismo, por haber recibido quizás halagos o promesas para egoístas y privilegiados intereses. El cambio es deseo general y sin embargo es objetivo de una estrategia muy sutil provocar inquietudes y alarmas sobre la única verdadera alternativa viable para realizarlo, buscando el plegamiento al continuismo con el pretexto de «malo conocido», usado con descaro por los más fieles propagandistas de la candidatura oficial.

El mensaje de la mujer caraqueña tiende a descorrer el velo de la confusión. Es un mensaje para todos los venezolanos, convencidos de que la continuación adeca en el gobierno sería la peor calamidad que pudiera ocurrirle al país. Es un mensaje dirigido a antiguos partidarios de Uslar, Villalba o Larrazábal, o hasta a actuales simpatizantes de aquellos distinguidos políticos, para que su desconcierto en ver a sus líderes atacarme más a mí y a mi programa que al candidato continuista, lo conviertan en propósito firme de darme su voto para salir del adequismo imperante, que es su aspiración más vehemente. Es un mensaje dirigido a todos. Es un mensaje dirigido a los indecisos, para que dejen su indecisión y se pongan a colaborar con empeño para que el Cambio, ya seguro, cuente con el mayor respaldo para que pueda realizar una gran obra de gobierno.

Todo eso fue lo que dijo la mujer de Caracas que se hizo presente, con estatura gigantesca, en el Festival del Cambio. Lo dijo con profundidad de contenido y con inagotable belleza en la expresión. Todo fue de una imponderable armonía: el colorido, la sonoridad de las maracas y de los instrumentos musicales, las consignas que voceaban las gargantas. Los adornos fueron de una exuberante hermosura, aunque no alcanzaron a superar, ni siquiera a igualar, la belleza misma de aquel conjunto de viviente poesía que integraban las manifestantes. Viviente poesía cuya sonoridad vibrante estaba dirigida a meterse en el alma de todos los venezolanos y contagiarla con la fe, con la alegría incontenible de los pueblos y con la esperanza más firme en la realización y proyecciones del cambio.