¿A quién engañan?

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 24 de noviembre de 1968.

Ya está visto, que los últimos días de campaña electoral se van a caracterizar totalmente por la profusión y malignidad de los ataques contra COPEI y contra mí. No es de extrañarse. Es el precio del triunfo. Cuando Acción Democrática lucía como más fuerte, todos los ataques se dirigían contra ella. Como ahora se ve claramente que ¡el cambio va!, lógicamente los competidores enfilan sus baterías contra el cambio. Esto será así hasta el momento de la elección. Después las cosas cambiarán.

Haber recorrido, como yo lo he hecho, los más distantes y diversos lugares del país cerrando la campaña y haber visto el testimonio irrecusable del pueblo contagiado por la alegría del cambio, por la mística del cambio, por la fe en el cambio, basta para entender sin mayor esfuerzo la desesperación de los adversarios. Después de lo de Caracas (El Silencio el 21 de octubre, y el Festival Femenino del Cambio el 12 de noviembre), parece como si  las ya densas y fervorosas muchedumbres de toda Venezuela se hubieran multiplicado varias veces en número y en entusiasmo. En todas partes, el testimonio espontáneo de tirios y troyanos es que allí, en el sitio respectivo, no se había visto antes tanta gente ni tanto fervor. Esto provoca muchas amarguras a los que hacían cálculos alegres basados en matemáticas electorales absolutamente anacrónicas.

Fruto de la desesperación de poder o de la amargura del fracaso, son las destempladas agresiones de diversos lados contra el avance del cambio. Se ha echado mano de todo. Desde financiar grupitos de extrema derecha y de extrema izquierda, que merecían antes de los financiadores los peores menosprecios y denuestos, nada más para que nos ataquen, hasta gastar sus programas de televisión, no en exponer o acreditar lo propio, sino en tratar de desacreditarnos. Súbitamente, en la boca de políticos cuya palabra ha perdido toda autoridad, resulta que tanto el Partido Social Cristiano como yo somos indignos de la confianza o del reconocimiento de los venezolanos, no hemos hecho nada por la democracia, no tenemos ningún haber que presentar ante el país. ¿A quién engañan?

Innumerables confidencias de personas vinculadas con los sectores continuistas o continuistoides nos revelan el propósito de lanzar contra nosotros las más truculentas acusaciones, pero sólo el último o penúltimo día de la campaña electoral, para que no tengamos tiempo de defendernos. La conjura contra mi Programa fue para ellos un boomerang. Por eso, las nuevas truculencias se dejarán para última hora; pero el país entero se dará cuenta de la maniobra. Lo del Programa dejó vacunada la opinión pública, y lo alevoso del ataque final provocará un nuevo movimiento de solidaridad hacia el cambio. Por ello, puedo repetir, ¿a quién engañan?

Entre tanto, no están inactivos. La ola de rumores va in crescento. A cada quien le dan una versión distinta. A los ricos les dicen que somos unos peligrosos comunistas; a los pobres que somos instrumento perverso de los ricos. A los extranjeros, que somos nacionalistas xenófobos; a los criollos, que vamos a entregar el país a los extranjeros. Así van, sin parar, pero, ¿a quién engañan?

Lo más perverso de la táctica actual es la provocación de actos de violencia, tendientes a empañar el proceso electoral, confeccionados con diabólica saña, para achacarlos a COPEI. Un partido reconocido hasta hoy como la primera fuerza cívica de Venezuela, ejemplo de comportamiento pacífico, defensor insobornable del orden y de la libertad, es presentado como una fuerza camorrista, atropellante, díscola, empeñada en enajenarse por todas partes la voluntad de todos a fuerza de cachiporra.

La campaña del cambio ha sido modelo de organización, de sano entusiasmo, de corrección y simpatía. Tenemos gran interés en que la campaña electoral concluya en la forma más ordenada y pacífica. Por lo mismo de que la tenemos ganada, no queremos nada que la enturbie. El continuismo es el que puede tener interés en perturbar el normal desenlace de un ciclo que culminará fatalmente en su salida del poder. Entonces, ¿cómo creer que los copeyanos fueran tan torpes para arruinar lo que han hecho en una campaña modelo, durante 19 meses de intensa actividad? ¿Qué fin ni objeto podría tener para ellos enajenarse voluntades, cuando su éxito principal ha sido el de sumar muchas que antes estaban muy lejos del socialcristianismo? Si uno de los detalles mejor comentados del mitin de El Silencio fue el de la excusa previamente pedida en un cortés volante a todos los transeúntes por interrumpir el tránsito con un acto de masas, si uno de los aspectos más hermosos del Festival Femenino del Triunfo fue la cordialidad mantenida entre las manifestantes y la población espectadora, si los muchachos y muchachas copeyanas se han ganado la simpatía general por su actitud amplia y receptiva ¿qué razón ni sentido podría tener un súbito cambio de conducta, precisamente en el momento en que mayor interés tenemos en el apoyo y la confianza de todos los venezolanos?

La maniobra de los adversarios es sucia y reprochable. Nuestras instrucciones son las de evitar a todo trance caer en sus provocaciones. Naturalmente, los muchachos tienen que defender sus consignas y protestar ardientemente por la alevosa destrucción de que se les hace objeto, a veces por brigadas policiales en traje civil. Pero les hemos ordenado abstenerse de caer en las provocaciones de los adversarios. Hemos enunciado este tipo de campaña hecha contra nosotros, por los medios de comunicación masiva que hemos tenido a nuestro alcance. Hemos pedido a las autoridades reprimir y sancionar a los provocadores, usen o no boinas verdes, porque sabemos que los infiltrados se las ponen para crear confusión.

Confío plenamente en que nuestras denuncias descalificarán plenamente el efecto perseguido por los enemigos del cambio. Sobre todo, tengo fe en el sentimiento y el conocimiento ganados por una conducta diáfana, que la malicia no logrará empañar. Ante una verdad tan clara como la de que somos los más directamente interesados en el feliz desenlace del proceso electoral, puesto que vamos al poder por la voluntad del pueblo, tenemos derecho a preguntar: ¿a quién engañan?