El programa y la opinión

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 22 de septiembre de 1968.

Seis semanas hace de la presentación que hice ante el país de mi Programa de Gobierno. Doscientos mil ejemplares han sido distribuidos a todo lo largo y a todo lo ancho de Venezuela. La acogida, por parte de la opinión pública, ha sido extraordinaria. El solo hecho de su presentación y distribución provocó comentarios ampliamente positivos: ha sido un acontecimiento sin precedentes en la historia política de nuestra República. Además, el contenido del programa, la sinceridad descarnada de sus análisis, la coherencia técnica de sus soluciones, no han permitido que prevalezca en la campaña electoral el sentido rastrero de la politiquería barata y ha elevado la dimensión de la esperanza en el pecho de nuestros compatriotas.

Bastaría mencionar algunos nombres para medir la repercusión del Programa. Nombres cuyo autorizado prestigio no solamente acredita el hecho, en sí, de la presentación del documento en forma abierta a la opinión, y el de la estructura orgánica y densidad de su texto, sino también el fondo mismo de sus previsiones, el realismo de sus objetivos, el profundo sentido democrático, renovador y progresista de sus cláusulas, el sentido optimista y esperanzador que él entraña para el futuro nacional.

Columnistas de gran autoridad, como Carlos Chávez, como Cándido, como César Lizardo, como José González González, como Manuel Osorio Calatrava, como Marco Aurelio Rodríguez, como la gran escritora Gloria Stolk, como Guillermo Alfredo Cook, como Mario Gamarra, como Rubén Chaparro Rojas, como Ernesto Luis Rodríguez, como los Koesling del «Mirador del Este», como Adolfo Salvi, como Luis Oropeza Vásquez, como Vitelio Reyes, como Luis Oscar Tellería, como el Premio Nacional de Literatura Juan Manuel González, para no mencionar sino aquellos que recuerdo al vuelo entre los más frecuentes colaboradores de la prensa diaria nacional, han expresado en una u otra forma su reacción positiva ante el Programa, ante el cuerpo de sus disposiciones y ante el procedimiento empleado para presentarlo.

También lo hicieron políticos independientes, gente vinculada a las actividades económicas o a otros sectores institucionales, como José Melich Orsini, Carlos Acedo Mendoza, Pastor Oropeza, Gonzalo Ramírez Cubillán, Rafael Clemente Arráiz, Luis Vallenilla, José Rafael Revenga, el General (r) Alberto Monserrate Pérez (ex jefe del Estado Mayor Conjunto), el Coronel (r) Vicente Marchelli Padrón, el religioso misionero Fray Cesáreo de Armellada, el empresario de mentalidad abierta y brillante pluma Eloy Anzola Montaubán, los profesores de Derecho Público Orlando Tovar Tamayo y José Guillermo Andueza, participantes de primera línea en la redacción de la Constitución, el ex presidente de la Federación Médica Venezolana Rafael Rísquez Iribarren… sus opiniones, acompañadas a veces por positivas observaciones, vienen a constituir en conjunto un testimonio incomparable.

Y por si todo ello no fuere suficiente, el reconocimiento convincente del Partido Liberal y del Movimiento Demócrata Independiente, que cooperan con ánimo constructivo en el proceso de análisis, aclaración, complementación y perfeccionamiento del Programa; y, en el momento más significativo, como para que no pueda quedar duda ninguna en el ánimo de quienes tal vez se vieran confundidos por una propaganda contraria, el valioso respaldo del grupo de independientes que se denominan desarrollistas y que encabezan los doctores Pedro Rafael Tinoco, Guillermo Morón, José Antonio Cordido-Freytes, René Lepervanche, Gastón Vivas Berthier, Gustavo Planchart, Humberto Belloso, Héctor Frías, Fernando Chumaceiro, José Toro Hardy, la señora Magdalena Picón de Rodríguez Herrera y una serie de personas cuyos nombres relevantes no menciono para no alargar excesivamente este comentario.

El impacto ha sido formidable. Por lo positivo y singular del Programa, aún sin establecer comparaciones; pero es más fuerte aún porque esas comparaciones inevitablemente surgen en el ánimo de la comunidad. Esto ha obligado a los técnicos electorales de los demás candidatos a plantearse la difícil cuestión de su actitud ante nuestro Programa. Al principio pensaron silenciarlo, pero les fue imposible. El entusiasmo despertado y sobre todo la sensación de amplitud, de seriedad y de preparación para el Gobierno que ha confirmado la presentación del Programa, no podían borrarse con una actitud displicente. Decir solamente que el programa social cristiano era largo o afirmar –como se atrevió a hacerlo audazmente un líder que se supone de alto rango- que su contenido era «pura paja» no llegaba al ánimo de nadie. Y lo peor para ellos es el reclamo constante de la opinión, para que unos presenten a su vez su programa o los otros expliquen por qué se han limitado a formular declaraciones generales y escuetas en los suyos sin abordar a fondo los problemas.

Por ello tuvieron que escoger el ataque frontal. Vistas las circunstancias es fácil explicar la campaña que han orquestado para tratar de desacreditar mi Programa. Los peores y más absurdos calificativos han sido lanzados con la mayor tranquilidad y desparpajo. Los medios de comunicación de masas se han utilizado, no ya para hacerle propaganda a sus propias fórmulas, sino para impugnar las mías. A ello los ha acabado de empujar la insistente terquedad de las encuestas, que siempre me dan un primer puesto en la decisión de los electores.

La maniobra está destinada a fracasar. Su resultado final será aumentar, todavía más, por encima de las más optimistas previsiones, el caudaloso respaldo que ha ganado mi candidatura. Porque al comparar los nombres de quienes atacan con los nombres de quienes defienden, surgirá la conclusión muy fácil de que no puede ser comunista, castrista, maoísta o nazista un programa que ha merecido simpatía, confianza y respaldo de gente radicalmente adversa a aquellas corrientes ideológicas. Y que quien usa en el combate armas tan impropias, es porque se sabe derrotado. Y al releer mi Programa, cada lector verá más a las claras las burdas falsificaciones que se han manipulado para calumniarlo; sé el generoso espíritu que lo anima, y concluirá en que si el Programa contuviera tanto veneno, con tan perversa intención como los adversarios señalan, no habría lógica alguna en nuestro vivo interés por difundirlo, y nuestro reiterado pedido del análisis crítico de todos como la mejor colaboración que nos puedan prestar.

Mi Programa es esencialmente democrático, basado en el respeto a la persona humana, de un carácter que se identificará mejor con la libertad y el espíritu creador de cada uno; rechaza el paternalismo, el estatismo y pone su énfasis en el estímulo y promoción de las capacidades creadoras de cada quien; se empeña en el robustecimiento de las sociedades intermedias y en su presencia participativa en la vida oficial para que la política no juegue con sus intereses, por encima de sus pareceres y opiniones; fomenta y garantiza el pluralismo, para que cada uno tenga su propia expresión y todo se armonice en torno a los intereses generales, para el bien común.

Otra cosa: ese Programa es mío. Tengo con él la más absoluta solidaridad. Participé en su elaboración e intervine en la revisión de todos sus capítulos. No digo que sea perfecto, nada humano lo es, pero, así como estoy dispuesto a aceptar lo que lo mejore, lo aclare y corrija, estoy comprometido a ejecutarlo cuando mis compatriotas me invistan de la responsabilidad del poder. Es un Programa realista, que arranca del diagnóstico sincero de la realidad nacional y del inventario de los recursos y posibilidades a nuestro alcance; y en su ejecución comprometo mi honor, el del equipo de técnicos (independientes y de partido) que me respalda y el de las fuerzas políticas organizadas que me dan su apoyo y que son solidarias de mis promesas y de mis obligaciones para con Venezuela.

El Programa del Cambio es un documento de gran aliento, opuesto a la mediocridad, inspirado en el deseo de crear prosperidad, oportunidades favorables, estímulo y seguridad para todos. Su discusión es el hecho más trascendental del actual momento político. Agradezco a todos los que han contribuido a promoverla en una u otra forma sin entrar al análisis de los móviles e intenciones que hayan determinado su actitud.