La era pospetrolera

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 7 de agosto de 1985. 

He venido observando con mucha frecuencia a personalidades venezolanas de diversos sectores y, en especial, a la más destacada del sector público, insistir en que se acerca, o ya hemos entrado, en una «era pospetrolera».

No sé, realmente, qué quieren decir. A lo mejor, que terminó la época de las vacas gordas, que ya la progresión ininterrumpida y casi vertical en el aumento del ingreso ha terminado, y no se puede recurrir al petróleo como el instrumento a mano para solucionar todos los problemas. Valdría mejor decir que ha terminado la era de la locura, del consumismo parasitario y desbocado: que hay que ejecutar una prudente administración de los recursos para hacer frente a los compromisos, externos y domésticos.

También puede ser que se ha encontrado en la expresión una fórmula impactante para estimular el esfuerzo por hacernos menos dependientes del petróleo. Pero ello no puede aplicarse en el sentido de menospreciar lo que el petróleo representa para Venezuela, sino en el de impulsar una política audaz para fomentar la producción no petrolera, para satisfacer el mercado interno y limitar en lo posible las importaciones, así como para incrementar las exportaciones no petroleras y amortiguar así las oscilaciones cíclicas a que puede estar sometida la venta de nuestro principal producto.

Pero querer significar que ya el petróleo no es el renglón principal de la economía venezolana, o no lo será en los años venideros, demostraría una crasa ignorancia. Sería sumamente peligroso que el país se confundiera con la idea de que ya el petróleo no es, como ha venido siéndolo, el renglón prioritario de generación de divisas y de ingreso fiscal: las magnitudes son tales que por mucho tiempo, afortunadamente, este producto primario, extraído de la tierra venezolana, continuará supliendo una riqueza cuyo volumen es inmenso y cuya importancia sobresaliente en el comercio internacional tendrá un efecto determinante en el comportamiento de nuestra economía, todavía por bastante tiempo.

Hagamos unas sencillas comparaciones. En 1973, antes de que el aumento de los precios del petróleo tuviera magnitudes importantes (hace apenas doce años) el valor de la exportación de petróleo y sus derivados fue de 21.308,7 millones de bolívares. Al cambio de entonces, esto representaba un poquito menos de 5.000 millones de dólares, que tenían que repartirse entre los intereses representados por el Estado y los de las compañías petroleras. En este año «pospetrolero», el ingreso por petróleo y derivados debe estar en el orden de los 13.000 millones de dólares. ¿Verdad que suena a paradoja cruel lo de que estemos sufriendo tantas penalidades y, además, hablemos de que ya pasó la era petrolera?

Desde los tiempos en que cursábamos en la Universidad, se nos inculcó la idea de que el petróleo era una riqueza perecedera, que iba a acabarse de un momento a otro. Así se entendió la consigna «sembrar el petróleo». Se decía corrientemente que no tendríamos petróleo para más de unos 25 años. Pasan los decenios y el inventario de nuestras reservas probadas se mantiene siempre en un nivel equivalente a unos 30 años de intensa explotación. Más bien tiende a aumentar que a disminuir, por la constante exploración y la recuperación de yacimientos. Los crudos pesados, que se consideraban casi como una propiedad desgraciada, cobran cada vez mayor importancia y utilidad. Y en las cifras anteriores no está incluida la Faja Petrolífera del Orinoco, que es el depósito de hidrocarburos descubierto mayor del mundo, cuya explotación económicamente útil ya está garantizada por el progreso tecnológico y cuya cubicación, conservadoramente estimada, supera en mucho las evaluaciones iniciales: se hablaba de 700.000 millones de barriles, hoy se piensa en 2.000.000 de millones, de los cuales, en caso de aprovecharse sólo un 10%, se tendría un rendimiento neto de 200.000 millones de barriles, que con una explotación intensa de 1.000 millones por año daría para 200 años; lo que en vez de agotamiento plantearía un problema de aprovechamiento, si para entonces las naciones industrializadas han avanzado tanto en la sustitución de los hidrocarburos como fuentes de energía que habrá que darle aplicación a aquellos con fines diferentes de la combustión a que preponderantemente se destinan ahora.

El petróleo es un don de la Providencia, y así debemos estimarlo. La expresión del Dr. Pérez Alfonzo, quien lo llamó «excremento del Diablo», es verdadera sólo en el sentido de que toda riqueza no suficientemente merecida tiende a dislocar el juicio de la gente, a estimular tensiones y a provocar gastos dispendiosos y consumismos desenfrenados. La culpa no es del petróleo. La culpa es de los humanos. Pero debemos estar conscientes de que esa riqueza no se ha acabado; y además del petróleo tenemos el gas, que sirve para mucho y cuya propiedad se aseguró a la nación sin pago de compensación alguna, por ley que propuso el Ejecutivo durante mi período de gobierno. Perder la noción de lo que el petróleo y el gas representan y representarán para Venezuela, mucho más allá del año 2.000, sería perder el rumbo imperdonablemente.

Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo con quienes señalan a diario el peligro de depender exclusivamente del petróleo, que como todas las mercancías está en el mercado sujeto a oscilaciones, a pesar de los esfuerzos de la OPEP. Al instalar la Conferencia de esta Organización en Caracas, en diciembre de 1970, lo advertí, y es lástima que se hubiera olvidado la advertencia. Dije: «Sabemos, eso sí, que dentro del ascenso firme y sostenido que la demanda de petróleo tiene y continuará teniendo en los años venideros, pueden venir breves coyunturas en las que se verifiquen relativos descensos, contra los cuales tenemos que estar protegidos y mirar con tiempo, para adoptar procedimientos y medidas que impidan el que esas circunstancias causen daños de consideración, que para nuestros países pudieran ser irreparables». De lo ocurrido últimamente, pues, no hay que responsabilizar al petróleo: la responsabilidad la tenemos todos; no obstante lo cual, el petróleo sigue siendo el amortiguador de los conflictos, el garante de la recuperación, el avalista de las promesas que el «Gobierno de la era pospetrolera» ha hecho, de pagar la deuda externa «hasta el último centavo».

Soy un apasionado del fomento de las exportaciones no petroleras. No solamente de las «no tradicionales», porque hay renglones tradicionales, como el café y el cacao, el azúcar y la carne, el pescado y la carne de aves, el cemento y otros, que es necesario impulsar o recuperar. Pero, con la noción clara de que se requieren un esfuerzo constante y una gran inversión, no para sustituir el petróleo (pretensión temeraria) sino para complementarlo, para compensar las inevitables fluctuaciones del mercado, así como para fortalecer aquellos rubros de actividad económica capaces de asegurar la alimentación y satisfacer las necesidades primarias del venezolano y expandir los niveles de empleo.

En el año de 1983, el total de las exportaciones de nuestro país fue 14.842 millones de dólares. De ese total, el petróleo cubrió la cantidad de 13.990 millones; el resto (exportaciones no petroleras, tradicionales y no tradicionales) alcanzó a 852 millones. Esto es, a menos de un 6% del total. Cuando lleguemos a un 30% y superemos por lo menos 4.000 millones de dólares en exportaciones no petroleras, habremos logrado proteger al país y hacerlo sentir más dueño de sí mismo.

Esto requiere una política inteligente, audaz y muy vigorosa. Un esfuerzo conjunto del sector público y el sector privado. Su base indispensable ha de ser la recuperación de la confianza. Y con ello podremos mirar con seguro optimismo el porvenir, no en una Venezuela «pospetrolera», sino todavía, y quién sabe por cuánto tiempo, en una Venezuela petrolera, pero más consciente, más laboriosa y más eficiente de lo que ha sido a partir de 1974. Porque, mirando las cifras, fue en 1974 cuando verdaderamente comenzó la era «petrolera». Antes podría decirse, que lo que vivimos fue la era «prepetrolera».