Puerto Rico y América Latina

Columna de Rafael Caldera escrita para ALA y publicada en El Universal, del 23 de enero de 1985.

Al comenzar el año, la hermana isla de Puerto Rico celebró con gran entusiasmo popular la inauguración de su nuevo gobierno. Rafael Hernández Colón volvía al cargo de Gobernador del Estado Libre Asociado, que desempeñó por primera vez hace doce años. Con gran altura, no exenta de fino humor político, declaró a la prensa que «no cometería los mismos errores» de su primer mandato.

Estuvimos allí por deferente invitación personal del gobernador y lo acompañamos en las ceremonias y festejos. Debo decir que, al hacerlo, no sólo entendía cumplir un deber de cortesía y amistad, sino, más todavía, de latinoamericanidad.

Puerto Rico es una nación hermana. En la peculiar situación en que se encuentra, es notoria su voluntad de preservar y fortalecer su identidad nacional. Aun cuando las elecciones se celebren el mismo día (6 de noviembre) de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos; aun cuando el estilo de la inauguración revele la influencia del modelo norteamericano; aun cuando la propia fórmula del juramento dé la impresión de una versión literal (no completamente feliz) de la que se usa en los Estados Unidos, era patente que allí estaba un pueblo de nuestra misma naturaleza, de nuestras mismas raíces y comunes aspiraciones. Miembro de la gran familia latinoamericana, sostenemos que es él a quien toca decidir la delicada materia del status, condicionado por la economía y por múltiples factores reales, siempre, eso sí, que se le garantice su autodeterminación y se mantenga el respeto a los derechos humanos.

Dijo el Gobernador en su discurso: «El Quinto Centenario del Descubrimiento nos invita a un encuentro con nuestras raíces y a un acercamiento a los países hermanos y a la Madre Patria, que constituye la comunidad espiritual de naciones iberoamericanas. La Conmemoración del Quinto Centenario es momento de un reclamo histórico para la reafirmación de nuestra voluntad de ser, de nuestra personalidad de pueblo, de la historia, valores, tradiciones, cultura y actitud ante la vida, que nos brinda nuestro propio perfil y son credenciales de nuestra identidad».

El deber actual de América Latina con Puerto Rico es el de hacer todo lo que pueda contribuir a fortalecer esa identidad. Así lo entendió el Presidente de la República Dominicana, asistiendo a la inauguración acompañado de una importante comitiva; el de Colombia, quien designó al presidente de la Cámara de Representantes como su personero; el del Ecuador, al enviar a su hermano, o el de Costa Rica, al hacerse representar por el ministro de la Presidencia. Así lo entendió también el presidente de la Cámara de Diputados de Venezuela, Leonardo Ferrer, al aceptar la invitación personal que se le hizo y concurrir, junto con el representante oficial del gobierno, diputado José Ángel Ciliberto, el secretario general de AD, Manuel Peñalver, los diputados Leonardo Montiel Ortega y Rafael Tudela, Ismario González y Carlos Vogeler Rincones, de la CTV y Fedecámaras y el suscrito. No entiendo por qué España envió solamente al vicepresidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana, ni por qué el Presidente de los Estados Unidos no apersonó una delegación de alta jerarquía; en todo caso, se destacó la participación de la América Latina, que tuvo además un embajador excepcional en ese gran señor que es Mario Moreno, el insuperable Cantinflas, quien supo desempeñar su papel de emisario de buena voluntad de todos nuestros pueblos.

Dijo nuestro insigne escritor Mariano Picón-Salas en memorable discurso en la Universidad de Puerto Rico, que «Puerto Rico está en el cruce e intimidad de más de veinte naciones que desean escucharlo» y proclamó «el ardiente patriotismo portorriqueño, la desazón que siente el hombre de aquí cuando, emigrando a otros sitios en busca de mayor ganancia, no puede olvidar su casal lejano y está siempre en trance de retorno a la isla».

Venezuela, entre los países hermanos, es de los más hermanos para el pueblo puertorriqueño. En los días coloniales y después de la Independencia, el Caribe fue surcado constantemente por embarcaciones que trasvasaban la sangre común a patrias fraternas. Nuestra accidentada vida política llevó a buscar refugio en esa tierra caribeña a numerosos luchadores. Ahora, el deber de cooperación es actual y son reales los aspectos económicos en que podemos coordinar esfuerzos para beneficio común.

En las elecciones de noviembre de 1984, en que se estaba jugando el status político, Puerto Rico votó por el régimen autonómico que estima compatible con las posibilidades actuales. Esto influyó, sin duda, en el resultado. La invocación del gobernador Hernández Colón a su «personalidad de pueblo», a su «propio perfil» que –afirmó– «son credenciales de nuestra identidad», reflejan esa voluntad colectiva, interpretada –como dijo– por un «puertorriqueño que ha convivido en las entrañas de ese pueblo y conoce sus angustias, sus luchas y sus esperanzas». Es nuestra obligación animarlo. Es deber de todos apoyar la identidad nacional de Puerto Rico como un país latinoamericano.