Productividad y desempleo

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 26 de junio de 1985.

Yo soy un entusiasta de la productividad. Lo he sido antes y sigo siéndolo. Considero que en un país en vías de desarrollo, como el nuestro, es indispensable crear una mística de la productividad y ofrecer a nuestros recursos humanos todos los conocimientos y todos los instrumentos pertinentes para que puedan producir más y de mejor calidad.

Encuentro, sin embargo, una equivocación garrafal cuando se pone en la productividad la clave de la lucha contra el desempleo. Son cosas muy diferentes. No se puede confundir la gimnasia con la magnesia. La productividad aumenta el rendimiento de cada trabajador pero, al contrario, aminora la necesidad de ocupar más trabajadores.

He venido insistiendo, cuando he planteado la necesidad de concretar nuestra idea de un nuevo modelo de desarrollo, en que hay que considerar simultáneamente (no creo viable, dentro de la realidad social y política, atenderlos separada y sucesivamente) tres aspectos de la organización socio-económica: producción, empleo y seguridad social. La productividad, en sí, está dirigida al primero de esos objetivos, es decir, a la producción; y sólo indirectamente, en la medida en que la creación de riqueza permita extender los sectores productores de empleo, como el comercio y los servicios, viene a repercutir sobre el segundo y el tercero de los objetivos enunciados.

El progreso tecnológico en nuestro tiempo tiene una velocidad galopante. Las instalaciones que se inauguran cada año envejecen rápidamente: a cada momento surgen innovaciones que hacen desechar las anteriores, consideradas en su momento prodigiosas; la informática progresa en tal medida que ya se habla de la era de la informática como equivalente a era post-industrial.

El fenómeno del desempleo en algunos países de la Comunidad Europea se debe en gran parte al progreso tecnológico. Es el caso de la República Federal Alemana. Allá se sostiene que el desempleo que la productividad ocasiona es transitorio, porque se generará riqueza que absorberá nuevos trabajadores. Pero las organizaciones sindicales presionan para que la jornada de trabajo se acorte, con lo cual se aumenta el tiempo de descanso y se disminuye la incidencia del rendimiento sobre el número de trabajadores ocupados. En abril se suscribió una convención colectiva de la industria automotriz, que redujo la jornada de trabajo a cuarenta y dos y media horas semanales.

A fines del año pasado, en Berlín Occidental, se celebró un simposio sobre el futuro de la sociedad industrial. En él presentó el secretario de Estado Parlamentario en el Ministerio Federal de Trabajo y Asuntos Sociales, Wolfgang Vogt, una interesante ponencia. El secretario Vogt se proclama optimista: cree firmemente que el aumento de la productividad debido al progreso tecnológico conducirá a posteriori a un aumento de oportunidades de empleo, supuesto un mejoramiento, no sólo de la situación económica interna sino de la situación internacional; confía en que la alta calidad de la industria alemana se imponga en libre competencia. Mas dentro de esa posición optimista no puede menos de reconocer que el aumento de la productividad ha producido desempleo.

Oigámoslo: «Los pesimistas no pueden concebir que alcancemos nuevamente el alto nivel de empleo de los años sesenta. Como argumentos en apoyo de su posición alegan la rápida extensión de las modernas tecnologías básicas, así como cierta saturación observada en el abastecimiento de bienes para la economía en su conjunto. Los escépticos, por su parte, comparan los esfuerzos por crear nuevos empleos con una carrera entre liebre y puerco espín: por más que se emprenda en materia de medidas generadoras de empleos, el progreso tecnológico con su efecto positivo sobre la productividad llega siempre primero arruinando todos los esfuerzos realizados», dicen ellos.

«Personalmente, considero que este pesimismo es erróneo. Una economía sometida a los mecanismos del mercado queda expuesta a la constante presión del cambio. Los procedimientos técnicos recién desarrollados así como las fluctuaciones de la demanda determinan una recesión en ciertos sectores de la economía y una expansión en otros. La competencia internacional provoca una concentración en aquellos sectores económicos más competitivos.

Tales impulsos al ajuste permiten, por cierto, producir más con menos horas de trabajo, lo cual puede determinar una disminución de empleos y, por ende, despidos de mano de obra. Ahora bien, el que esto suceda efectivamente dependerá en la medida en que el aumento de los ingresos posibilitado por la mayor eficiencia de la economía y el crecimiento de la producción de los bienes de capital provoque una expansión de la demanda de la economía en su conjunto.

El caso ideal de un desarrollo económico sostenido, con pleno empleo, presentaría, grosso modo, la siguiente combinación de factores: un fuerte crecimiento de la productividad produce un excedente de mano de obra (efecto de expulsión), el cual queda inmediatamente absorbido como consecuencia del incremento de la producción consiguiente al aumento de la demanda de bienes de capital y productos terminados (efecto de absorción).

Estos mecanismos de expulsión/absorción tienen una repercusión considerable. Así, por ejemplo, según los cálculos efectuados por el Instituto IFO, las hipotéticas expulsiones de mano de obra afectaron a 9,57 millones de personas activas entre 1950 y 1960 y a 8,8 millones entre 1968 y 1977. De modo que siempre hemos tenido tremendos efectos de expulsión de la fuerza laboral causados por el aumento de la productividad y el progreso tecnológico. Pero casi siempre hemos logrado evitar repercusiones negativas sobre el empleo y el sistema económico en su conjunto, incrementando la demanda y reduciendo la jornada de trabajo».

He transcrito esa larga cita, porque el propio autor citado se coloca entre los optimistas y no acepta el pesimismo ni el escepticismo. Su reconocimiento, por tanto, resulta más valioso que si se ubicara en la posición contraria. De lo que expresa habría que sacar dos conclusiones, que para la crisis venezolana actual y de otros países hermanos deben tomarse en cuenta: 1) la productividad aumenta la producción, pero en sí misma también aumenta el desempleo; 2) para compensar ese efecto y absorber los trabajadores desocupados, en Alemania Federal se han ensayado dos remedios: el incremento de la demanda y la reducción de la jornada de trabajo. Vale la pena meditar sobre estos particulares.