Papa Juan Pablo II, Alicia Pietri y Rafael Caldera

Alicia y Rafael Caldera recibiendo la comunión por parte del papa Juan Pablo II. Guanare, 12 de febrero de 1996.

Centesimus Annus

Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 8 de mayo de 1991.

 

No esperó el Papa Juan Pablo II el día 15 de mayo para expedir su encíclica dedicada al centenario de la «Rerum Novarum». Prefirió publicarla con fecha 1º. de mayo, fiesta de San José Obrero, quizás con el propósito de vincular más estrechamente el Día Internacional del Trabajador con la doctrina social de la Iglesia. Así, para el trabajador venezolano este 1º. de mayo, en medio de tantas contradicciones, representó un doble motivo de satisfacción: la plena vigencia de la Ley Orgánica del Trabajo, al vencerse la «vacatio legis» que ella misma fijó, y la aparición de un documento que ratifica ante la faz del mundo la superioridad del trabajo sobre la riqueza y la obligación impretermitible de asegurar al trabajador sus derechos y dar preeminencia a la dignidad de su persona humana.

Es un gran mensaje el que el actual pontífice dirigió al mundo en la ocasión de cumplir un siglo la «Carta Magna de los Trabajadores», como ha sido llamada la «Rerum Novarum» de Leon XIII. Pulcra es la edición de la Tipografía Políglota Vaticana, con un total de 117 páginas que comprenden 62 incisos. Después de la introducción, la encíclica está repartida en seis capítulos, titulados así: I. Rasgos característicos de la Rerum Novarum; II. Hacia las «cosas nuevas» de hoy; III. El año 1989; IV. La propiedad privada y el destino universal de los bienes; V. Estado y Cultura; VI. El hombre es el camino de la Iglesia.

La simple enunciación de estos capítulos revela el propósito orientador del discurso pontificio. El quiso, por supuesto, destacar el valor intrínseco y la actualidad que mantiene la carta leoniana; pero al mismo tiempo creyó necesario puntualizar las bases fundamentales de la doctrina social de la Iglesia. Se puso énfasis en la necesidad de que esa doctrina sea acogida, estudiada y aplicada como cauce fundamental sobre el cual han de desarrollarse las actividades económicas, políticas y culturales y las normas de la vida social. Pero no creyó el Papa que su tarea docente estaba confinada a la reiteración de principios abstractos. Consideró indispensable entrar al análisis de la situación concreta del momento en que vivimos.

León XIII motivó su epístola en las «cosas nuevas» (rerum novarum) que ocurrían cuando finalizaba el siglo XIX; Juan Pablo II se sintió obligado a desarrollar el contenido doctrinario sobre las «cosas nuevas» que ocurren cuando está terminando el siglo XX. Y tanto lo vio así, que dedicó un capítulo especial al año 1989, por ser el año de los grandes traumatismos que derribaron con el muro de Berlín los dogmas del «socialismo real» y los procedimientos del totalitarismo marxista-leninista, y abrieron nuevos horizontes en torno a los cuales la palabra del pastor refleja la necesidad de sumar a las alegrías las inquietudes y a moderar las satisfacciones con la enunciación de los peligros que criterios erróneos podrían suscitar.

Afirma el Papa que «la rica savia» que nutre la doctrina social de la Iglesia y que «sube desde la raíz» del magisterio leoniano «no se ha agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha hecho más fecunda». Pero, no sólo invita a «una «relectura» de la encíclica leoniana, «echar una mirada retrospectiva» a su propio texto, para descubrir nuevamente la riqueza de los principios fundamentales formulados en ella, en orden a la solución de la cuestión obrera», sino «además a «mirar alrededor», a las «cosas nuevas» que nos rodean y en las que, por así decirlo, nos hallamos inmersos, tan diversas de las «cosas nuevas» que caracterizaron el último decenio del siglo pasado»; e invita, «en fin, a «mirar el futuro», cuando ya se vislumbra el tercer milenio de la era cristiana, cargado de incógnitas, pero también de promesas».

Hay un juicio severo sobre la «sociedad de consumo», que «coincide con el marxismo en el reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales». Se hacen definiciones muy precisas sobre el rol de la cultura y del Estado, sobre la importancia central de la familia que debe ser «santuario de la vida»; pero, sin duda, la parte más actual de la encíclica, que es al mismo tiempo la más novedosa, es la que se refiere a los acontecimientos del año 1989, que en los países de Europa central y oriental vio estallar pacíficamente la crisis del totalitarismo socialista, y que en algunos países de América Latina, e incluso de África y de Asia, continuó desplazando «ciertos regímenes dictatoriales y opresores», y «en otros casos da comienzo a un camino de transición difícil pero fecundo, hacia formas políticas más justas y de mayor participación».

Mucho preocupa e interesa al Papa Woytila, que en carne propia sufrió durante ominosas décadas la opresión del totalitarismo materialista en su patria nativa, el destino de los pueblos liberados de un yugo pero expuestos a nuevas injusticias. No deja de alentar la esperanza en que la vuelta a la libertad y la economía libre puedan aliviar la penuria económica y producir beneficios, pero no puede escapar a la obligación de alertar contra peligrosos errores que podrían hacer equivocar el rumbo y producir graves frustraciones.

«¿Se puede decir quizás –expresa– que después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él están dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizás éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?».

«La respuesta –contesta– obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa».

¿Entendido? Mas si desea mayor claridad, continuemos leyendo: «La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alineación humana, especialmente en los países más avanzados; contra tales fenómenos se alza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en tantos países elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de manera adecuada y realista estos problemas; pero eso no basta para resolverlos. Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía en su solución al libre desarrollo de las fuerzas del mercado».

Mucho estudio, mucho análisis, muchos diálogos y talleres de trabajo merece y, a no dudarlo, va a tener la encíclica centenaria de Juan Pablo II. Es, por cierto, la tercera encíclica social de su pontificado. Debemos reconocerle esta permanente preocupación, inspirada por la caridad genuina y por la solidaridad. Pero debemos además agradecerle, como latinoamericanos, su advertencia sobre el peligro que envolvería olvidar los requerimientos urgentes de nuestros pueblos por dirigir los ojos y los recursos de los países capitalistas hacia el centro-este europeo.

Mérito especial es el suyo, porque como ciudadano polaco mantiene una amorosa inquietud hacia su gente y hacia las gentes de los pueblos de su entorno, pero no se olvida de nosotros. Por ello, después de reclamar para los europeos centro-orientales el que se les pague «una deuda de justicia» añade: «Esta exigencia, sin embargo, no debe inducir a frenar los esfuerzos para prestar apoyo y ayuda a los países del Tercer Mundo, que sufren a veces condiciones de insuficiencia y de pobreza bastante más graves».

El sucesor de Pedro, sin duda, tiene conciencia de su carácter ecuménico; no pierde de vista el carácter universal de su enseñanza. Hagamos votos para que los oídos atormentados por el creciente resonar de los caudales se abran a la voz que desde su corazón y su conciencia proclama el evangelio del bien común universal, guiado y robustecido por la justicia social.