Artículo La experiencia colombiana

Recorte de El Universal del 6 de noviembre de 1991 donde aparece publicado este artículo de Rafael Caldera.

La experiencia colombiana

Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 6 de noviembre de 1991.

 

Seguir con atención los acontecimientos de la hermana República de Colombia, analizarlos en su causalidad y en sus consecuencias, es deber elemental de cualquier venezolano preocupado por su propio país. Lo que ocurra al otro lado del río Táchira ejerce indudable influencia sobre lo que sucede aquí; pero también hay que distinguir con claridad las raíces comunes de los sucesos de las circunstancias propias de cada uno, que producen los elementos diferenciales cuya ignorancia podría llevarnos a equivocaciones inconvenientes.

La convocatoria de una Asamblea Constituyente allá la están invocando como un precedente casi obligatorio quienes aquí se empeñan en proponer un nuevo régimen constitucional. Pero es necesario tomar en cuenta, en primer término, que la causa invocada para la convocatoria en Colombia fue la situación prolongada de guerra civil que allí existe, y que el mecanismo empleado para la convocatoria, un decreto del Presidente de la República en virtud del estado de sitio, pudo emplearse por la interpretación amplísima, casi ilimitada, que se venía dando tradicionalmente en Colombia a las potestades presidenciales en esa situación de emergencia.

Lo cierto es que el estamento político, los sectores dirigentes del sector privado, y la población en general, aceptaron resignadamente el procedimiento utilizado, en el anhelo de conquistar la paz, ansiada en el fondo del corazón por todos los colombianos. Pero el grueso de la población parece observar los hechos en una actitud entre indiferente y esperanzado, no se sabe exactamente a cuál de estos dos estados de ánimo atribuir el endurecimiento del fenómeno abstencionista, que ni para elegir los delegados a la Asamblea Constituyente ni para renovar los poderes públicos conforme a la nueva Constitución ha podido vencerse a pesar de que el artículo 258 establece: «El voto es un derecho y un deber ciudadano».

Este es, a mi entender, el primero y magno interrogante que tenemos que hacernos nosotros en torno a la experiencia colombiana, ¿qué piensan de todo esto las dos terceras partes del electorado, que después de todo lo ocurrido no se sintió motivado para ir a las urnas a ejercer su derecho de participar en la fijación de los nuevos rumbos que se asignan al país?

La Asamblea Constituyente tuvo, evidentemente, como una de sus miras quebrar la clase dirigente que venía ejerciendo en un sistema bipartidista la conducción de la vida nacional. De ahí el que haya decidido disolver las Cámaras Legislativas y convocar al pueblo para elegir otras nuevas. De ahí la prodigalidad con que se estableció la no reelección, que se llevó hasta el punto de no permitir que quienes habían sido miembros de la Constituyente se postularan para el Senado o la Cámara de Representantes en la presente ocasión.

Las elecciones celebradas el 27 de octubre bajo el signo referido de la abstención tuvieron como resultado principal confirmar la mayoría del Partido Liberal. Y algo curioso: más del 50% de los triunfadores fueron reelectos en los cargos que ahora obtuvieron. A pesar de que la Carta Fundamental establece la prohibición a quienes desempeñan funciones públicas «hacer contribución alguna a los partidos, movimientos o candidatos, o inducir a otros a que los hagan» y de que se establecieron mecanismos especiales para «limitar el monto de los gastos que los partidos, movimientos o candidatos puedan realizar en las campañas electorales, así como la máxima cuantía de las contribuciones individuales» (norma que según algunos ha sido de dudoso cumplimiento) se atribuye el triunfo al esfuerzo personal del Jefe de Estado. En el espectro aparecen después las diversas vertientes del conservatismo: Partido Social Conservador, Movimiento de Salvación Nacional y Nueva Fuerza Democrática, esta última agrupación creada por el joven Andrés Pastrana Arango, ex Alcalde de Bogotá, quien obtuvo la primera votación individual para el Senado, empatada con la ex guerrillera Vera Grave –casos ambos que constituyeron la mayor novedad de las elecciones–, y la Alianza Democrática M-19, ya pacificada definitivamente, cuya presencia en el campo político apareció desde la elección para la Constituyente.

En la indagación de similitudes y diferencias con Venezuela podría decirse que el MAS, con trayectoria parecida a la del M-19, entró a quebrar el bipartidismo existente desde 1974 sin necesidad de atropellar el orden constitucional, y que su crecimiento ha sido sostenido. En cuanto a diferencias, también habría que señalar que mientras en Venezuela la campaña de los sectores descontentos con la «partidocracia» actual se afincan especialmente en la elección uninominal de los miembros de cuerpos deliberantes, Colombia se fue al otro lado por la calle del medio, estableciendo para la elección de la Constituyente una lista única nacional de 70 nombres, de manera que el elector no podía sino sellar una lista o ninguna, sin tener siquiera el relativo conocimiento de los candidatos que ofrece la vecindad dentro de una circunscripción departamental.

La preocupación crucial que seguramente deben tener en este momento los estadistas colombianos es doble: asegurar la paz y lograr la participación efectiva de las mayorías en los comicios democráticos. Hasta ahora el resultado no ha sido concluyente. El camino escogido para tratar de lograr esos objetivos no es transferible. Deseamos de corazón que los conduzca a un pleno éxito; pero estamos convencidos de que nuestra tarea, si bien tiene mucho que aprender de los demás, y concretamente de nuestro vecino más cercano, tiene que adelantarse usando provechosamente los cauces que con mucho sentido común estableció el constituyente venezolano de 1961.