La asamblea de Fedecámaras

Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 14 de julio de 1993.

Todos los años –van 49– la cúpula empresarial venezolana, representada oficialmente por Fedecámaras, celebra su asamblea anual. Esta vez fue en Maracaibo y, tal vez por mera casualidad, el presidente y el vicepresidente electos para el próximo período son zulianos. La hospitalidad zuliana correspondió a su merecida fama, pero quizás por cumplir un deber de cortesía, los problemas regionales, hasta donde yo sepa, no fueron punto importante de las deliberaciones. La situación nacional copó la preocupación de los delegados.

La economía es una actividad social. La actividad económica tiene necesariamente como fin el bienestar de la población. La riqueza no es un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar las condiciones de vida de la persona humana. Correctamente, el preámbulo de la Constitución, que tanto incomoda a algunos teóricos neoliberales, expresa en un hermoso párrafo el compromiso de todos los venezolanos: «Proteger y enaltecer el trabajo, amparar la dignidad humana, promover el bienestar general y la seguridad social; lograr la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, según los principios de la justicia social, y fomentar el desarrollo de la economía al servicio del hombre».

Hay, inevitablemente, quienes no piensan así. Hay quienes consideran que el bienestar general es un subproducto de la generación de riqueza, aunque esté cada vez peor distribuida. Por supuesto, en el empresariado venezolano hay mucha gente seria y responsable que ve las cosas de otra manera, que se da cuenta que lo social es imprescindible y que, al fin y al cabo, su deterioro repercute –a veces de manera traumática– en el campo específico de la economía. Así lo han llegado a reconocer instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo, que en un boletín oficial de 1993, se preocupa por un supuesto progreso económico «edificado sobre cimientos sociales frágiles», y reconoce que «la región tiene hoy en día más gente pobre que al comenzar la pasada década». Por ello afirma: «lo que es particularmente inquietante es que las reformas económicas en la región, esencialmente exitosas (sic), le han costado el empleo y el sustento a millones de personas. Para muchos –agrega– el remedio ha sido peor que la enfermedad».

La 49ª Asamblea de Fedecámaras tuvo como centro de discusión una «propuesta al país». No puedo dejar de destacar una de sus conclusiones: «Fedecámaras ha arribado a la conclusión que si la situación permanece en las condiciones prevalecientes y si no efectúan los cambios previstos y ya suficientemente analizados, la inercia se afianzará y el petróleo y la economía pública seguirán siendo nuestras únicas fuentes de riqueza, con lo cual el ingreso de los venezolanos en el año 2000 será del orden de US $ 1.675, o sea, igual al peor que tuvo el país en 1989, lo cual conduciría irremediablemente a Venezuela a un franco y sombrío empobrecimiento colectivo».

Lo serio es que ese empobrecimiento colectivo existe ya. El presidente Ramón J. Velásquez en su discurso del 5 de julio en el Salón Elíptico, dijo entre otras cosas lo siguiente: «Si bien es cierto que se ha registrado un crecimiento económico sostenido en los últimos años, otros indicadores estadísticos y numerosos estudios revelan cómo en un periodo relativamente breve se ha producido una caída muy significativa de los ingresos familiares, disminución de la disponibilidad alimentaria, deterioro en la prestación de los servicios de educación, salud y seguridad social y aumento de la violencia y, en general, una expansión de la pobreza que amenaza la calidad de vida de los venezolanos».

No creo que en el seno de Fedecámaras se llegue a negar estas afirmaciones. Pero algunos de los más calificados voceros creen que la solución está solamente en el mercado (un mercado que en realidad no existe), lo que da la impresión de caer en la «idolatría» del mercado, de que habla Juan Pablo II en la Centesimus Annus. Como dice el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, la Iglesia «ha rechazado la primacía absoluta de la ley del mercado sobre el trabajo humano» (Art. 2.425).

Reafirmé, en mi intervención en la Asamblea, la tesis del mismo Catecismo: «Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con vista al bien común». Recordé que, como en todos los países que han logrado éxitos económicos (incluyendo Alemania Federal, Japón y los llamados cuatro tigres asiáticos) el Estado y el sector privado han marchado de acuerdo en forma armónica y que, como lo dijo el informe del Banco Mundial en Bangkok, en 1991, «no se trata de una cuestión de elegir entre la intervención estatal y el laissez faire, dicotomía popular pero falsa (…) no se trata de elegir entre el Estado y el mercado sino que cada uno de ellos tiene una función importante e irremplazable que cumplir».

Fui a la Asamblea por invitación que me hizo en mi casa amablemente el presidente saliente de Fedecámaras, señor Freddy Rojas Parra. Tratándose de un año electoral, el organismo más representativo del sector empresarial tenía el deseo de dar a los candidatos la oportunidad de exponer sus puntos de vista sobre la situación económica. Me decidí a aceptar y presenté los míos. Reafirmé mi convicción de que la política económica de Carlos Andrés Pérez tiene que revisarse seriamente, con sentido común, partiendo de la realidad nacional y no sustituyendo un dogmatismo neoliberal por otro dogmatismo. Insistí en que Estado y mercado deben actuar armónicamente y en que el esfuerzo de recuperación debe ser de todos y las cargas y beneficios deben distribuirse equitativamente entre todos. Además, como es de suponer, rechacé terminantemente la tendencia a querer echar sobre el trabajo las culpas del fracaso económico que estamos padeciendo, como algunos pretenden.

Y para contribuir al análisis responsable de los problemas que se enfrentan, entregué como preámbulo de mi intervención un libro, salido ese mismo día de la imprenta, intitulado «Ideas sobre el porvenir de Venezuela». Más de veinte venezolanos muy calificados, que comparten conmigo el propósito de estudiar salidas para las dificultades actuales y abrir caminos para el próximo quinquenio, exponen en él ideas interesantes sobre variados e importantes aspectos de la preocupante actualidad nacional. Ese libro puede ayudar en algo al análisis que todos estamos obligados a hacer para sacar el país del deterioro en que se encuentra.