Convergencia Nacional

Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 16 de junio de 1993.

 

Nadie que se respete podría negar que Venezuela, en los últimos años, se encuentra en una situación de emergencia. Es admirable el espíritu democrático de nuestro pueblo y digna de reconocimiento la conducta de sectores claves, como las Fuerzas Armadas, en momentos en los cuales se han producido graves trastornos frente a los cuales cabría el peligro de un colapso; pero sobre todo, es digna de encomio la paciencia que la población ha tenido para soportar una situación que hace cada vez más estrechas sus condiciones de vida y más incierto el porvenir.

Esta situación de emergencia reclama cambios fundamentales en la conducción del Estado. Requiere el restablecimiento en el país de la confiabilidad de sus dirigentes. Demanda la recuperación de la autoridad, moral y política, para poder conducir la vida social dentro de las pautas establecidas por las instituciones jurídicas y por el interés nacional.

Las soluciones rutinarias, las proposiciones partidistas, las formulaciones electorales calcadas en los discursos de las épocas de normalidad, no responden a los imperativos de la situación actual.

Quien haya seguido con interés las palpitaciones de la vida del país tendrá que convenir en que para convocar las mejores voluntades y las mejores capacidades hay que colocarse por encima de las delimitaciones partidistas o grupales y esforzarse en lograr una amplia convergencia nacional.

Un ejemplo valioso para la Venezuela actual lo ofrece un país hermano, cuya experiencia, por cierto, suele invocarse como ejemplo por variados sectores: el caso chileno, que ofrece, en efecto, aspectos dignos de examinarse.

Chile aprendió, durante la dictadura de Pinochet, que un solo partido no sería capaz de rescatar la libertad y la democracia. Fue lo mismo que los partidos venezolanos aprendieron durante la década del gobierno militar 1948-1958. E Pacto de Puntofijo ha sido reconocido en muchos países latinoamericanos como un modelo que debe imitarse. Estoy seguro de que nuestro ejemplo ayudó a los chilenos a orientar sus pasos hacia la difícil reconquista de su institucionalidad. Hoy en Venezuela vivimos una situación parecida, aunque con características diferentes.

Gobierna la República de Chile una «concertación de partidos de la democracia». La integran, como fuerzas mayores, el Partido Demócrata Cristiano de Eduardo Frei Montalva, el Partido Socialista de Salvador Allende Gossens y el Partido Radical de don Pedro Aguirre Cerda. Concurren además el Partido Alianza de Centro (PAC), el Partido por la Democracia (PPD), el Partido Participación Democrática de Izquierda (PDI) y otros. La «chiripera», como han dado en llamarla aquí nuestros críticos, señala una tendencia que refleja la inquietud general de la gente.

La «concertación» chilena está realizando un gobierno digno de respeto y admiración. Porque no sólo está llevando las cosas con gran sentido de responsabilidad y de interés patriótico, sino que ha tenido que sortear las dificultades existentes por la situación sui géneris que el general Pinochet se atribuyó en la Constitución, como condición insalvable para que se restableciese el gobierno civil.

La «concertación» en Chile ha sido, pues, un requisito indispensable, impuesto por la realidad, para conquistar la democracia. Pero es, además, hoy, una condición necesaria para conservarla. La sombra de la dictadura está en el telón de fondo, y el ruido de los tanques ha vuelto a perturbar los oídos y los espíritus como en los días premonitorios del derrocamiento de Allende. De allí que el presidente Ailwyn, en un discurso pronunciado el 14 de enero de este año, haya manifestado la necesidad de conservar la unidad interna de la concertación, para que la democracia siga gobernando.

Sostuvo Ailwyn la tesis de un candidato presidencial común para sucederlo en el poder, y de «un programa de gobierno supra-partidista que respalde al candidato único»; y advirtió: «el país no entendería que no fuéramos capaces de ponernos de acuerdo para presentarle una opción que asegure a la concertación mayoría en el Congreso, necesaria para que el próximo gobierno pueda hacer lo que mi gobierno no ha podido hacer».

Muchas reflexiones podrían tejerse en torno a la experiencia chilena. Tanto más cuanto que quienes se escandalizan farisaicamente aquí por una convergencia nacional, basada en la gran corriente de socialcristianos e independientes que incluye al MAS como uno de sus factores importantes y recibe la adhesión de importantes fuerzas de izquierda, suelen prodigarse en elogios para el gobierno de nuestros amigos del Sur. En torno al cual vale también la pena, de paso, observar que Ailwyn dejó claramente sentado en el Congreso Ideológico de la Democracia Cristiana, el 31 de octubre de 1991, lo siguiente: «Nosotros rechazamos toda dictadura del Estado y del mercado». Y, ratificando el postulado que otros partidos democristianos parecen haber olvidado, de que «debemos ser auténticos y consecuentes si queremos seguir mereciendo la confianza de nuestros compatriotas», reiteró que «tenemos un deber especialmente para con los cinco millones de pobres en nuestra Patria» (En Venezuela, según la información más reciente aparecida en El Universal son ya casi 9 millones).

Hablando a su propio partido, en ese discurso del Congreso Ideológico, Patricio informó sobre una reunión con las directivas de los partidos de la concertación, así: «quedó en claro que estamos unidos por un propósito superior de servicio a Chile y a su pueblo, que las razones que nos unen son mucho más fuertes que cualquiera diferencia que no se pudiera superar, que esa unidad, ese entendimiento, esa tarea común tiene mucho por delante, y que existe entre todos comprensión de que debemos ser capaces, no sólo de fortalecerla en el presente, sino de acrecentarla para el futuro, a fin de cumplir con el pueblo de Chile, que espera de los demócratas progresistas de este país que verdaderamente seamos capaces de cumplir su anhelo de construir un Chile en que haya más libertad, en que haya más justicia, en que haya más paz, en que haya más alegría de vivir para todos».

Interesante ¿verdad? Concertación en Chile, Convergencia, en Venezuela; allá, acuerdos de partidos, aquí confluencia de copeyanos, grupos independientes y variadas organizaciones; en el fondo, el problema es el mismo: asegurar la libertad, buscar el desarrollo con justicia social, devolverle al pueblo la alegría y la esperanza, que las pierde cuando se maltrata su destino. Y, lo que es muy importante, asegurarse contra una de esas tremendas recaídas que han causado tanto sufrimiento a los latinoamericanos en su accidentada historia.