La matanza

Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 22 de septiembre de 1993.

 

Fue a principios de agosto cuando tuvo lugar, en la maloca Haximu, cerca de las cabeceras del Orinoco, la horrible matanza de indígenas que ha impactado al mundo. El procurador general de Brasil, Arístides Junqueira la calificó categóricamente de genocidio.

Es vergonzoso anotar que Venezuela tuvo conocimiento del atropello por la prensa brasileña y por información de las autoridades brasileñas. De Brasilia a Haximu hay una distancia más de tres veces mayor que la de Caracas al lugar, pero las autoridades brasileñas se trasladaron de inmediato al teatro de los acontecimientos para procesar las investigaciones, y sólo después fueron advertidos por los cartógrafos de que el territorio en que se hallaban era venezolano. El ministro de Justicia de Brasil, con quien me entrevisté recientemente en Brasilia, me expresó su preocupación porque, sin saberlo, había estado actuando en jurisdicción de Venezuela.

La renombrada revista Manchete, en su edición del 4 de septiembre contiene un impresionante reportaje sobre el hecho, con fotografías tomadas en el lugar, adonde no había ido para entonces ningún periodista venezolano. Dhamelys Díaz ha sido recientemente, a mi entender, la primera en hacerlo. El reportaje de Manchete está encabezado por esta leyenda: «Oficiales del Comando de Operaciones Tácticas (COT) de la Policía Federal confirmaron que el ataque a los yanomamis, como se sospechaba, no se dio en Brasil. Mediciones precisas, realizadas a comienzos de semana, desmienten a Funai y confirman el relato del antropólogo francés Bruce Albert: la maloca de Haximu queda en Venezuela, así como el río Orinoco, y también el Tapiri donde fueron asesinadas mujeres y niños. Los garimpeiros son de Brasil, lo que abre una delicada cuestión internacional». Y con grandes titulares cubre la información la revista con estas palabras: «Son brasileños matando venezolanos».

Ese artículo lo envié al presidente de la República, al ministro de la Defensa y al comandante general del Ejército. Los dos primeros ni siquiera me acusaron recibo. Sí lo hizo el comandante del Ejército, para entonces el general Carlos Julio Peñaloza Zambrano, quien me escribió una carta muy esperanzadora, en la cual afirmaba lo siguiente: «la presencia en el Sur, como usted la denomina, es un deber nacionalista, ineludible para todos los venezolanos y en particular para el Ejército que siempre será centinela vigilante de esas inmensidades territoriales y estará dispuesto a colaborar con su desarrollo armónico, en conjunción con los valores naturales y humanos, dentro de un equilibrio que no los destruya pero que tampoco les niegue el derecho a incorporarse al progreso de la civilización. Estoy convencido de que sus ideas, planteadas en el artículo en cuestión, son valederas y las comparto plenamente. Considero que su puesta en práctica servirá para materializar los anhelos de todos los que deseamos lograr la integración de la Amazonía venezolana a la patria de Bolívar. Para finalizar deseo manifestarle que el Ejército ha previsto instalar entre el año 1991 y 1992 varios puestos fronterizos en nuestra frontera amazónica, incluyendo uno en San Simón del Cocuy».

Sospecho que factores de fuerza mayor se interpusieron para dificultar el noble propósito. Ahora debemos esperar que la matanza de Haximu, en la mismísima área del nacimiento de nuestro primer río, haga despertar, por fin, la conciencia del país para que no se continúe cometiendo el tremendo crimen. Porque es criminal el abandono, al cual probablemente ha estado aunada la corrupción, porque los garimpeiros saben ablandar conciencias con parte del abundante oro que se llevan,

La cuestión de la Amazonia ha tomado rango de prioridad mundial. La Comisión Amazónica de Desarrollo y Medio Ambiente, promovida por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Tratado de Cooperación Amazónica, presentó el año pasado un informe elaborado por técnicos de muy alto nivel y revisado por la susodicha comisión, de la cual tuve el privilegio de formar parte en febrero de 1993, yo había dicho: «si el Ejecutivo Nacional considera que cumple su deber con sólo contribuir a una alarma cada vez que garimpeiros brasileños (y posiblemente también venezolanos y colombianos) atropellan nuestra soberanía degradando nuestro territorio, la tragedia continuará su curso». Ocurrió lo previsto.

Cuando ejercí el gobierno, puse un empeño especial en un proyecto para asegurar la presencia de Venezuela en nuestra región sur. A ese proyecto pudieron habérsele formulado críticas, pero no negarle su patriótica motivación y la seriedad de su formulación. Un equipo de jóvenes profesionales del Ministerio de Obras Públicas, a cargo entonces de José Curiel, lo emprendió con mística que impresionó a las comisiones del Congreso que visitaron la zona. Ingenieros con posgrado en Estados Unidos no tenían reparo en realizar ellos mismos trabajos materiales cuando lo vieron necesario. Se publicó un hermoso Atlas con un inventario minucioso de la zona, su clima, sus recursos naturales, su hidrografía, sus grupos humanos.

Esa labor debió mantenerse y perfeccionarse, pero la política malentendida y peor ejecutada le dio simplemente un corte total. Cuando asumió Carlos Andrés Pérez la presidencia se abandonaron todas las iniciativas. Las trasmisiones de radio en castellano y en varias lenguas indígenas se fueron dejando languidecer. Reclamé varias veces sin obtener respuesta, ante el gobierno de Pérez y ante el de Herrera Campíns, que lo sucedió. En 1983 inicié mi campaña desde San Simón del Cocuy, acompañado por un grupo de jóvenes, para invitar a los venezolanos a tomar interés en esta cuestión tan trascendental.

El miércoles 14 de noviembre de 1990 publiqué un artículo intitulado «Amazonia y garimpeiros» que terminaba así: «Lo que no se cuida se pierde; se expone a que caiga bajo las garras de una desenfrenada explotación. Para ponerle coto, es necesario asegurar la presencia efectiva y redentora de Venezuela en el Sur. En su propio Sur».

El prólogo del Atlas contiene esta orientación fundamental: «el reto es conseguir un cambio en la mentalidad del mundo ante la magnitud del problema. Una visión internacional capaz de cumplir los objetivos básicos de un verdadero desarrollo de la cuenca amazónica, sin afectar el equilibrio ecológico ni el bienestar y soberanía de sus pueblos».

Para Venezuela están en juego la soberanía y deberes ineludibles de humanidad.