«César Girón expresa un nombre que representa un orgullo de Venezuela. Un orgullo de Aragua, pero se me presenta sobre todo como un compromiso para todos los muchachos. No solamente en el difícil y exigente arte de lidiar toros, sino en cualquiera de las actividades, está planteándole un desafío a las nuevas generaciones». En la foto, el abrazo de Rafael Caldera y César Girón después de la Corrida del Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo, el 27 de junio de 1971.

César Girón: Un torero genial y creador de una dinastía

Palabras improvisadas en el Concejo Municipal de Maracay, en ocasión del homenaje a César Girón el 19 de noviembre de 1991.

Quiero interpretar este merecido homenaje a esa gran figura que se llamó César Girón como un motivo para replantear, ante la conciencia nacional, la importancia y el valor de los recursos humanos que Venezuela tiene y que constituyen su mejor fuerza para afrontar los problemas de la actualidad y del porvenir. Agradezco altamente a la Alcaldesa, y a los señores concejales aquí presentes, con cuya venia quiero hacer algunas consideraciones sobre lo que deriva de la figura de César Girón, en la especialidad a la que por vocación se dedicó y en la que hizo sobresalir el nombre de nuestra patria con brillante significación, con gran decoro y con inolvidable trascendencia.

César Girón fue un muchacho nacido de una familia modesta pero decorosa, cuyos vínculos fueron ejemplo de solidaridad, en medio de las naturales discrepancias y de las posibles rivalidades que en la posición cimera a la cual llegaron algunos de ellos pudieron haberse despertado. Fue una demostración de que la madera del venezolano está intacta y de que sólo requiere dedicarse con tesón, con perseverancia y con coraje para superar todos los obstáculos y para competir sin complejos de inferioridad con las más altas figuras que en los países más avanzados del mundo hayan podido cumplir en su campo y en su materia.

César Girón en la tauromaquia, como cuando nos emocionamos porque Alfonso Carrasquel o Luis Aparicio figuraron con brillo en las grandes ligas del béisbol americano, o como cuando contemplamos con satisfacción venezolana una obra de Jesús Soto a la entrada del Museo Pompidou de París, son demostración que debería estar presente constantemente en el corazón y en la conciencia de los jóvenes venezolanos, de que ellos también pueden hacer grandes obras y, sin necesidad de pretender el que todos hayan de llegar a la misma altura, de que todos juntos, coordinadamente, con amor a la patria y con orgullo de ser venezolano, pueden realizar la gran obra, la obra cada vez más dura y más difícil, pero cada vez más necesaria y más urgente, que la realidad nacional está demandando de sus hijos.

César, como antes dijimos, se formó en un medio que no tenía todas las condiciones de que otros disfrutaron para llegar a escalar las mayores alturas de la torería. Compitió con quienes habían nacido entre toros, con quienes habían sido hijos de maestros, con quienes habían estado toda su vida en un ambiente que los predestinaba para obtener una alta figuración en la actividad de la tauromaquia.

César, para mí, a mi modo de ver, fue un torero genial. Fue capaz no solamente de realizar las portentosas faenas que un diestro afortunado puede cumplir. Fue capaz de concebir, de crear, de investigar, y enfrentó con un coraje extraordinario, con una voluntad decidida a quienes le llevaban todas las ventajas por sus antecedentes, por su formación, por el ambiente en el cual se habían creado, y hasta por la inclinación de los cronistas, que son una autoridad incontrastable dentro del mundo de la torería, y que estaban predispuestos a darle mucho más a los otros de lo que él pulso a pulso pudo conquistar.

Pulso a pulso digo, pero una carrera brillante, porque si recibió la alternativa en 1952, no había cumplido veinte años de acción cuando la muerte en un momento infortunado lo arrancó de la existencia humana. Y eso de poder conquistar una o dos orejas, de poder exhibir entre sus trofeos uno o muchos rabos de los enemigos astados; de haber podido, incluso en algunos lugares, por vía excepcional, conquistado la pata de algunos de sus adversarios, fue una faena extraordinaria que sólo una persona de sus condiciones, sólo un artista nato como él, sólo un luchador infatigable hubiera podido realizar.

Y yo he sentido un profundo orgullo venezolano cada vez que en Lima o en México, o en Sevilla, o en Madrid, me encuentro con el reconocimiento de lo que César Girón representó, con el tributo de admiración y de homenaje que, aún aquellos que al principio fueron resistentes en reconocer su valía, tuvieron finalmente que admitirla.

Jerez de la Frontera, ese nombre pintoresco dentro de la vida andaluza, tiene el recuerdo de César Girón, y así como Jerez de la Frontera no hay un sitio de los grandes cosos en los cuales se realiza la fiesta brava, que por tradición nosotros cultivamos también, sin que ese nombre haya puesto de presente a Venezuela, haya demostrado que también tenemos material para cualquier aventura gloriosa y que el espíritu, el anhelo, la voluntad de triunfo que acompañó a nuestros libertadores sigue viviendo en todas las generaciones. Hay sólo que despertarla, encauzarla y estimularla para llevarla a la victoria.

La última corrida de César Girón la realizó en la Monumental de Valencia, el 27 de junio de 1971, con motivo del sesquicentenario de la Batalla de Carabobo.

Al fallecer Girón en un accidente automovilístico el 19 de octubre de ese año, El Universal del día 21 reseñaría el último abrazo del Presidente con su amigo, el gran torero, en la Corrida del Sesquicentenario. 

César Girón fue además algo extraordinario en la historia torera de América Latina: fue el creador de una dinastía. Dinastías toreras surgieron en España como fruto natural del ambiente. Dinastía torera, la de la familia Girón, fue debida a la irrupción de César en el mundo de los toros. Dentro de esa dinastía, que con pundonor supo mantener ese nombre y sigue siendo aliento hasta para las futuras generaciones, la figura de otro Girón —que ya dejó también la vida terrenal, pero nos hace heredero de sus recuerdos, de su gentileza, de su caballerosidad— llegó a tal altura que en cierto modo pudo rivalizar con el hermano, hasta poder decir que si César fue en más de una ocasión el torero que toreó mayor número de corridas en la temporada española, Curro llegó a superar este número y llegó a ser con su toreo limpio, hermoso, elegante, el torero extranjero que mayor número de compromisos tuvo en la historia del toreo español.

Ese ejemplo de los Girones, que no se puede arrancar del alma, aquel César Girón toreando seis animales en una despedida que brindó a su madre, que fue ejemplo y estímulo para todos los hijos, quedan clavados en el recuerdo rodeado de emociones y de sentimientos irrenunciables que para la afición tiene la fiesta brava en Venezuela.

Y si es cierto que toreros ejemplares y nombres llenos de significación tuvimos en nuestra historia, como fue el caso en tiempos más lejanos de Eleazar Sananes «Rubito», de Julio Mendoza «Niño Segundo», o como después de amigos como Luis Sánchez  «El Diamante Negro», o como otros que dieron nombre y significación al toreo venezolano, es indudable que César pudo llegar a las alturas donde llegaron los más altos, los más encumbrados, los más famosos diestros nacidos en España o en México, y con los cuales compitió, riñó, venció y afirmó la robusta esencia de su personalidad.

Nos unió, como lo dijo en sus nobles palabras el cronista oficial de Maracay, Oldman Botello, una amistad sincera. En más de una ocasión conversamos sobre la situación y no pude nunca negarle el testimonio de mi admiración y de mi reconocimiento. Alguna vez, dentro de esas expansiones de la amistad, le reclamé el que no me hubiera dado el placer y la satisfacción de brindarme uno de esos toros a los cuales les hizo faenas inolvidables. Me contestó con razón de que tenía el temor de que el hecho de brindarme una faena pudiera ser interpretada como un acto político, y a pesar de que él tenía perfectamente claras sus convicciones políticas, quería tener separada su vocación taurina de lo que la política significa para la gente y sobre todo para el exigente, difícil público que asiduamente concurre a la fiesta de toros.

Me brindó el primer toro en la Plaza de Acho, en Lima. No tuvo suerte. Fue un animal malo, al que tuvo que despachar rápidamente. Pero después me hizo el brindis que protocolarmente debía hacerme en la inolvidable corrida del Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo, la última, por cierto, en la que él participó y que fue ante un lleno impresionante en la Plaza Monumental de Valencia. Compitió con maestros de mucha fama y supo allí una vez más dejar asentada su inequívoca superioridad. Y cuando la Presidencia lo premió con los dos apéndices auriculares del toro, los tomó y subió en forma aguerrida y hasta agresiva al palco donde yo me encontraba y me dijo: «Ahí tiene, pues, sus dos orejas».

Cuando dije que él quería deslindar perfectamente su actividad artística de la situación y de las preocupaciones políticas, observé que no era indiferente ante los problemas políticos. En más de una ocasión nos manifestó su adhesión y recuerdo perfectamente que con su esposa, Danielle Ricard, nos acompañó en Barquisimeto en unas jornadas de la Dirección del Partido Social Cristiano COPEI, al cual expresaba su adhesión desde el punto de vista de sus convicciones y de su posición personal. Creo que nunca tuvo debilidades en esta posición. Si las hubiera tenido, su primo hermano y compañero inseparable, César Perdomo Girón, se lo hubiera reclamado y no lo hubiera dejado continuar. Esta posición clara es ejemplar y también la menciono porque ha de constituir un punto de referencia para la conducta de los artistas y de quienes ejercen diversas actividades y cumplen responsabilidades de importancia en la vida de la sociedad.

El artista no puede confundir la política con el ejercicio de su profesión. Cada uno tiene que deslindar perfectamente el campo de la lucha por la dirección de la vida colectiva con sus propias y peculiares actividades en materias en las cuales la mezcla del ingrediente político, de producir ventajas, traería consecuencias indudablemente desfavorables. Pero el hecho de que el arte deba estar diferenciado de la política no lleva como consecuencia el de que el artista tiene que ser totalmente insensible ante los problemas y ante las cuestiones de la comunidad. El artista es un hombre como todos nosotros, tiene una familia como todos nosotros, tiene preocupaciones e intereses, morales y materiales, como todos nosotros. El hecho de reconocerse afecto a una corriente que ofrece determinadas soluciones que en su conciencia son las mejores, indudablemente es un atributo irrenunciable de la especie humana y, por tanto, si se desconociera, si se ignorara, si se marginara, arrancaría peligrosamente una parte substancial de la personalidad.

César Girón saludando a la primera dama, Alicia Pietri, en La Casona. 13 de marzo de 1969.

Habría podido ser un político. Alguien esta mañana en un acto lleno de simpatía y de cariño en la Peña Gran Girón, aquí mismo en Maracay, decía que en sus últimos tiempos había tenido la tentación de actuar, de mezclarse activamente en el campo político. Murió quizás con la ilusión de ser Senador por el Estado Aragua. Y verdad que lo habría hecho bien, porque su simpatía, su personalidad, el magnetismo que desprendía, indudablemente habría tenido una inmensa significación y una gran trascendencia, aún dentro del campo parlamentario. Me imagino a César Girón en el Senado, sacando de vez en cuando alguna de esas anécdotas que le provocaban inmensa simpatía. Anécdotas que muchas veces relataba a costa de sí mismo, como cuando nos contaba, allá en Barquisimeto, que en una corrida en el sur de Francia, donde había tenido mala suerte con el ganado y no lo estaba haciendo bien, el público enardecido, desagradado con él, sabiendo que estaba de novio con una hija de la familia Ricard y que estaba preparando el matrimonio, le decía en coro: «Ricard, ne marrie pas Girón (Ricard, no te cases con Girón)». Esta especie de venganza del público, que quería destrozar el matrimonio porque no estaba respondiendo él en ese momento al compromiso con los toros, era una expresión tan ingenua, tan clara, tan amena de su personalidad, que son de esas cosas que se quedan en el recuerdo y no se pueden destruir.

César valiente, dueño de sí mismo, seguro de sí mismo, satisfecho de lo que había logrado en la vida, era especialmente ameno cuando contaba los malos momentos, las malas tardes, las malas circunstancias, en las que le correspondía actuar. Y yo creo que precisamente las grandes personalidades muchas veces se calibran por la sencillez, por la cordialidad, por la espontaneidad con que se dan cuenta de las fallas que han tenido, de los errores que han cometido, de los traspiés que han dado y lo dicen con toda sinceridad, con toda claridad, con toda humildad.

César era esto. Lo tildaban de soberbio, pero es que muchas veces llaman soberbio al que tiene coraje para imponerse en medio de las circunstancias adversas, al que tiene voluntad para sobreponerse a la adversidad. Porque César Girón no fue un mimado de la fortuna. Sus triunfos no se le regalaron, no se le abrieron los caminos para que él los transitara con comodidad. Tuvo que vencer paso a paso, tuvo que superar con todas sus energías, en una forma constante, todas las injusticias, todas las mezquindades, todas las adversidades, por sobre las cuales se levantó con mayor fuerza su figura. Los comentarios dicen que la Plaza de Maracay no fue especialmente generosa con él, pero lo fue al terminar su ciclo vital. Fue llevado a la Maestranza su cadáver y quizás fue la tarde más gloriosa que hubiera tenido justamente en ese coso. Y el hecho de haberle dado a la Maestranza de Maracay el nombre de César Girón fue la mejor reparación que pudo recibir y que, si lo hubiera imaginado, si lo hubiera soñado, habría quizás experimentado una satisfacción incomparable.

César Girón expresa un nombre que representa un orgullo de Venezuela. Un orgullo de Aragua, pero se me presenta sobre todo como un compromiso para todos los muchachos. No solamente en el difícil y exigente arte de lidiar toros, sino en cualquiera de las actividades, está planteándole un desafío a las nuevas generaciones. Venezuela, como antes decíamos, está atravesando un momento erizado de problemas, de peligros y de dificultades. Cuando me preguntan si tengo fe en el porvenir, no tengo duda. Aun cuando a corto plazo veo que hay peligros que acechan en una forma grave el destino nacional, estoy seguro de que a mediano y a largo plazo se impondrá la realidad venezolana. Aquella Venezuela que cuando tenía un millón de habitantes produjo en una sola ciudad a las tres figuras más altas de América Latina, como son Miranda, el Precursor; Bolívar, el Libertador: y Bello, el Maestro, el educador. Es la misma Venezuela que después ha estado produciendo los valores necesarios en los momentos en que más baja podía estar la fe del país en sí mismo.

Tenemos valores humanos, recursos humanos, más importantes que los propios recursos naturales y que los recursos financieros que de ellos se desprendan. Pero estos muchachos están reclamando un mensaje de fe, una palabra de confianza, una consigna de orden, un reclamo de exigencia. Nuestros muchachos están demandando el que se les requiera a la obligación de superarse, a dejar la vida fácil, a buscar las peñas que hay que superar (peñas no en sentido taurino sino en el sentido de las rocas erizadas que son difíciles para los andantes, para los caminantes), en las dificultades que es necesario superar, coordinando voluntades, armonizando los propósitos y las esperanzas en un solo deseo: salvar a Venezuela, salvarla de la incomprensión, salvarla del peligro de la anarquía, salvarla de la falta de fe y confianza en sí misma, salvarla del pesimismo que tiende a inundar gravemente todos los campos del sentimiento nacional. Salvarla de esa fuga de cerebros que se está comenzando a presentar y que nos amenaza gravemente y que hace que deserten de nuestra difícil realidad muchos muchachos llenos de capacidad y de condiciones, que se sienten halagados por las ventajas que se les ofrecen en los países más desarrollados.

Para salvar a Venezuela de esos peligros, para llevar hacia adelante un país que tiene la obligación de ser grande, el ejemplo de gente como César Girón es una fuente rica de motivaciones, de propósitos y de deseos. Por eso, yo entiendo, como lo dije al comenzar estas palabras, que este homenaje, que es el homenaje a un hombre que fue muy querido por muchos de los que aquí estamos reunidos, a un hombre a quien debemos el recuerdo de una amistad y de un afecto y de una estimación recíproca, más que un homenaje al propio César Girón, a su familia, que tanto significó para él en su vida y que fue un elemento indispensable de su éxito y de su superación, más que a ellos, es un motivo para exaltar el valor venezolano, la personalidad venezolana, la naturaleza presta del venezolano a hacerse grande cuando las circunstancias son más duras, a crecerse en la adversidad y a poner el nombre de la patria en las alturas en que estamos obligados a ponerla por herencia de los Libertadores.

Quiero felicitar a la Alcaldesa de Maracay, al Concejo Municipal y a las autoridades por los homenajes rendidos a César Girón. No son simplemente homenajes que una región satisfecha, orgullosa de uno de sus valores, proclama para que se le rinda el debido reconocimiento. Es un mensaje que a través de César Girón se le está enviando a las nuevas promociones de venezolanos. A los becerristas, a los novilleros, a los jóvenes toreros que están empezando; pero también a muchos más, de todos los órdenes, del deporte, de la ciencia, del arte, de la técnica, de la política, de la literatura, de la filosofía, de la historia. A los hombres de trabajo en el campo, a los hombres de la industria, a los hombres que en las más diversas actividades tienen la obligación de dar su contribución para el engrandecimiento del país. A todos ellos este homenaje les dice que así como César Girón, son incontables, y podemos decir todos ellos, los que tienen la posibilidad de superarse. Pero para esa superación se necesita fe, y esa fe tiene que mover las energías y las voluntades para que la constancia, para que la perseverancia, para que el propósito de vencer sea una realidad definitiva.

César Girón es, pues, un ejemplo que debemos proclamar para que sirva de motivación y de estímulo a todos los integrantes de las nuevas generaciones de venezolanos.

Muchas gracias.

Busto de César Girón obsequiado en 1975 por el escultor Emilio Laiz Campos, reproducción en bronce de la estatua El Pasillo de César Girón, la cual se encuentra en el Nuevo Circo de Caracas.