Palabras pronunciadas en el novenario del doctor Rafael Caldera

Capilla del Colegio San Ignacio de Caracas, 5 de enero de 2010.

Se incorpora hoy a este santuario de la familia ignaciana el doctor Rafael Caldera tras un largo periplo, zurcido de luminosas meditaciones y de sagrados silencios, pero siempre con su palabra sabia para convocar espacios de futuro.

Regresa a su colegio San Ignacio donde aprendió a «juntar virtud con letras», ciencia y conciencia, conocimientos y valores, saberes y ética, en síntesis, la práctica de esa alucinación necesaria para construir el «bien común» con el tiempo, el talento y el esfuerzo.

En sus años de permanencia en la vieja casona de la Esquina Jesuitas decidió su voluntad constructora de futuro y para ello fue fabricando, día a día, su formación integral que le inspiró las dimensiones del reto, de la valentía y de la audacia porque todo gran proyecto comienza siempre en el centro silencioso de un corazón iluminado.

Mas, para la consecución de ese gran ideal se requieren dos compromisos: el primero intuye que esa obsesión debe agitar las poderosas fuerzas subterráneas que nunca conocen límites en los espacios de la creatividad, de la imaginación y de la entrega. Y el segundo verfica que el éxito exige que se observe con escrúpulo la fidelidad a todo lo pequeño. Un poeta alemán sintetizó este ideal: «Sería divino no estar limitados por lo más grande y, sin embargo, permanecer encerrados en lo más pequeño».

A la luz del compromiso adquirido en la interioridad de su experiencia religiosa aprendió a rediseñar los planos de su ciudad interior, pues, dentro de cada uno de nosotros existe siempre un lugar misterioso, una extensión ilimitada, que nadie puede abarcar. Y así descubrió que es Dios quien nos llama a nuestra propia construcción y que la inspiración espiritual es un fuego interior que no debe oprimir jamás al hombre sino transfigurarlo a fin de capacitarlo para poder interpretar  y dar respuestas a los retos del presente y del futuro.

La sociedad del conocimiento de la Compañía de Jesús lo encaminó  al estudio y a la praxis del pensamiento social de la Iglesia, convencido de que siempre se necesita recibir y labrar una herencia filosófica y cultural que le haga habitante de una historia, partícipe de una sociedad, miembro de una familia para de esta forma fundar su identidad y responder a sus problemas existenciales. Es el encuentro entre el mensaje del evangelio y la historia humana; es el humanismo integral y solidario.

Pero además supo vivir el compromiso de la «fe» y como diría Charles Du Bos en su Diario: «Mi fe es la corona de todo lo que yo pienso sobre todo, de todo lo que yo siento sobre todo, de todo lo que yo deseo sobre todo».

Sin embargo, como pensador católico entendió y vivió las tensiones que se dan entre la Iglesia y el mundo. Rara vez a lo largo de la historia esa antinomia ha logrado un equilibrio estable. La conflictividad proviene del dualismo que enfrenta lo temporal y lo espiritual. Ya Rousseau se quejaba al afirmar que «no sería todo mucho más sencillo sin esta iglesia tan molesta. ¿No estaría todo más ordenado y no sería todo más racional?».

Como hombre de FE fue alérgico a esa espiritualidad que está transida de intereses creados: si el secularismo ha desacralizado al mundo, el materialismo se ha convertido en una contra-espiritualidad. Esa es la justificación moral de la mayoría de los sistemas actuales: lo que a cada uno le conviene ese es el bien de todos y la norma suprema.

Y el auge de ese pensamiento débil le recordaba a Nietzsche quien nos quería navegantes, lejos de las seguras tierras de antaño, de los puertos protectores de las antiguas creencias, recuperado por fin el mar abierto, más abierto que nunca, ese mar infinito que ha perdido todo horizonte. Y ello explica el naufragio en las playas de la vida de sociedades insolventes a la hora de promover un sentido. Pues, en definitiva, nos sobran placeres y nos falta alegría.

En consecuencia, siempre se distanció de esta sociedad a-religiosa porque adolece de falta de sentido del otro; además, dentro de ese carnaval intelectual y social surgieron unos líderes políticos, sociales, artísticos, y a veces religiosos, que en su euforia dionisíaca instauraron como nuevos valores el desprecio, la falta de respeto y la violencia. Se puede resumir esta etapa [Anatrella] como el surgimiento de políticos libertinos que han vuelto a enseñar a los ciudadanos, la mentira envenenada, el arte de la evasión, la frivolidad, la amnesia, la ambigüedad, la estafa y otros comportamientos poco confesables que han acabado deprimiendo moralmente a la sociedad.

Pero esta noche, al regresar a su colegio San Ignacio no dudamos que habrá elevado al cielo la siguiente oración:

Señor:

Por fin puedo verte cara a cara y me presento ante Ti con los pies cansados de tanto transitar los caminos difíciles de la patria; con mi voz agotada por predicar una Venezuela, campo de paz sin antagonismos que rompan la concordia entre hermanos; con mis manos limpias y con mi cuerpo maltrecho y destruido por los trabajos y la enfermedad.

Sigo convencido de que «lo que más necesita el hombre de hoy, sin duda, es justicia y amor, pero mucho más sentido para su vida», es decir, esa estrella que ilumine la conducta de los venezolanos capaz de producir el bienestar del alma y la alegría del corazón.

Te muestro también mi preocupación por los momentos que vive hoy el país, momentos en que la oscuridad tiene cercados los horizontes intelectual, social y moral de mis compatriotas, y por ello es imperioso establecer un diálogo con lo más profundo de las conciencias de todos a fin de poder salir de esta sociedad embotada, insensible, miedosa, atrincherada en la búsqueda obsesiva de seguridad e identidad porque la vida social, sin timón, nos aproxima a la barbarie.

Señor:

Deseo trasmitirles a todos mis amigos:

Que la vida es reto y audacia, disciplina y método, tenacidad e ideales.

Que el ejemplo ahorra mil discursos.

Que la entereza es el alma de su rectitud.

Que las dificultades son un llamado para crecer

Que el sufrimiento es un sendero de vida

Que sin esfuerzo sólo se imponen el abandono y la desgracia.

Que todo poder, incluido el democrático, corre el riesgo de perder su legitimidad si, además de la ley, no lo avala con la ejemplaridad.

Que la posthistoria debe ser un intento por recuperar todas las historias humanas que la modernidad nos ha arrebatado.

Que «la mentira es incoherente, se contradice y se destruye a sí misma; porque, en suma, es irrespirable y se ahoga en sí misma» [Marías]

Que el dar la espalda a la verdad puede convertir a los venezolanos en perpetuos emigrantes para llegar al final a la mediocridad y a la derrota.

Señor:

«Me voy de este mundo en la fe de mis padres, la fe de la Santa Iglesia Católica.

He intentado actuar con justicia y rectitud, conforme a mi conciencia. Si a alguien he vulnerado en su derecho, ha sido de manera involuntaria.

Asumo con responsabilidad mis acciones y mis omisiones y pido perdón a todo aquel a quien haya causado daño».

 

Y por ello pienso que el Dr. Caldera habrá  hecho suya la plegaria del teólogo que mira a la muerte desde las alturas de la esperanza:

Adiós, hermana muerte.

No eres noche, ni abismo, ni torre carcelaria.

Eres puerta y camino,

Puente y frontera, compañera del alba.

 

José del Rey, S.J.

Ex Rector de la Universidad Católica del Táchira.