Ante la tumba de mi madre 

Por Andrés Caldera Pietri

Al agradecer en nombre de mis hermanos y en el mío propio, su presencia y solidaridad en esta hora, no puedo callar la valoración que, aunque subjetiva y vertida en un momento de emotividad extrema, proclamo de este ser que nos trajo al mundo y que no puedo calificar de otra manera que de extraordinaria.

Alicia Pietri de Caldera fue para nosotros y para muchos, muchísimos, una mujer extraordinaria.

Siendo una niña de gran sensibilidad y aptitudes especiales para la música, discípula destacada del célebre arpista Nicanor Zabaleta, se entregó a Rafael Caldera, a compartir su vida y sus sueños, con apenas diecisiete años de edad.

La niña inteligente y sensible, convertida en madre de seis hijos en apenas once años, comenzaba a descubrir una vida intensa y obligante, rebosante de compromisos, exigente a sus cualidades innatas que habría de moldear a lo largo de su vida.

Los muchos ratos de soledad, llenos de amor, comprensión y admiración por el marido que recorría una y otra vez el territorio venezolano, llevando un mensaje de esperanza y justicia social a la gran mayoría de sus compatriotas, fue templando su carácter sin perder nunca su cordialidad y sencillez.

Años difíciles de convulsiones sociales y retrocesos históricos de dictadura militar, fueron reafirmando su determinación y compromiso en la construcción de una Patria grande.

Sus exigentes obligaciones familiares las armonizaba con el servicio social, participando en las obras de la Iglesia y haciendo verdad, como lo sería durante toda su vida, la práctica permanente de la caridad cristiana.

Cuánta gente hoy en día sabe y no sabe que fue ella quien los ayudó alguna vez en sus dificultades.

Discreta y sencilla, le tocó vencer su timidez extrema al convertirse por primera vez en la esposa del Presidente de la República, enfrentando los micrófonos y las cámaras de televisión, con el tamaño compromiso de suceder a quien había tenido una destacadísima figuración en ese papel: Doña Menca Fernández de Leoni.

Sin ser feminista, su aparición pública comenzó por reafirmar la valoración de la mujer. No pretendió involucrarse en un campo que no le era propio, como el de la política, advirtiendo que no era «una mujer política» sino «la mujer de un político», pero decía con mucha dignidad que su papel «no era delante ni detrás de su marido sino siempre a su lado».

El desarrollo del plan vacacional, que llegó a movilizar a más de 105.000 niños por todo el territorio nacional «conociendo a Venezuela para quererla más»; el programa de televisión para niños en edad preescolar «Sopotocientos»; la publicación de los libros de cuentos infantiles «Páginas para Imaginar»; la instauración del día del niño hospitalizado y el programa «Parques de Bolsillo» y «Mini canchas deportivas», entre otros, la fueron revelando como una mujer ejecutiva, con grandes dotes gerenciales.

Al terminar el primer período presidencial, el marido que la amaba y la admiraba comprendió rápidamente que con los hijos crecidos y la experiencia personal que había tenido, no podría reducirse a las actividades del hogar y se convierte en su gran aliado en la concreción de un centro para el desarrollo de las capacidades e inteligencia del niño, un extraordinario complemento de la educación básica formal, un estímulo para la curiosidad y la inquietud por el conocimiento, propiciando la superación en niños de todos los estratos sociales y de toda la geografía nacional.

El Museo de los Niños de Caracas, su obra inmortal y «su séptimo hijo», como ella habitualmente lo refería, se convirtió en una herramienta de primer mundo, orgullo de nuestro país, referencia y guía de instituciones similares en otros países y el cual ha influido, en 28 años, en miles y miles de venezolanos.

Puedo testimoniar, porque tuve el gusto de colaborar con ella a principios de los años noventa en la ampliación del Museo que se denominó «La conquista del espacio», que ella conducía magistralmente a todo el equipo de trabajo, logrando con habilidad que cada uno de nosotros se sintiera valorado y comprometido a dar lo mejor de sí, realizando intuitivamente lo que las más modernas escuelas de gerencia del mundo enseñan como virtud en el arte de gerenciar. La Asociación Venezolana de Ejecutivos le hizo un importante reconocimiento en ese sentido, no estando en ese momento en el poder y cuando algunos le alababan esas cualidades gerenciales, ella se reía diciendo que las había aprendido en la «Universidad de la Vida».

Hoy encuentro a muchos, que afirman con orgullo que ella fue «su jefa».

Su presencia era diaria, puntual, responsable. Se ocupaba de los más mínimos detalles, pero respetando a todos en sus competencias y especialidades, sin sectarismos o discriminación.

El Museo era su vida y se sentía plena y realizada en él.

Cuando nuestro padre fue electo por segunda vez para ocupar la Presidencia de la República, le costó mucho tener que quitarle tiempo al Museo para asumir nuevamente las responsabilidades de Primera Dama, pero lo hizo y lo hizo con la seriedad y la disciplina que la caracterizaron, asumiendo y mejorando los programas para los niños puestos en marcha por sus predecesoras y creando nuevos como «Vamos a leer un cuento» y «Un cariño para mi ciudad», que reveló su inmenso amor por Caracas, su ciudad natal.

Las bellas artes seguían captando su mayor interés y velaba por la formación integral de nuestros niños. ¡Cómo se interesó y disfrutó con los logros de nuestros jóvenes y niños en nuestras orquestas y celebró su extensión por toda la geografía nacional!.

Además, preocupada por elevar la dignidad de la representación nacional, abrió nuevamente al público la Residencia Presidencial La Casona, como ya lo había hecho en la primera oportunidad en que ejerció ese papel.

Su salud comenzaba a deteriorarse. Dos operaciones de cadera la limitaron seriamente en sus actividades.

Comenzaba también un proceso gradual de pérdida de la memoria, de la cual fue consciente con angustia por un largo período de tiempo. «Estoy perdiendo la cabeza y veo con temor el hecho de convertirme en un estorbo para ustedes», decía con tristeza.  Su conciencia de servir, de ser útil a los suyos y a la colectividad venezolana, se había convertido en su principal razón de ser, en el centro de su propia dignidad.

Siempre en su puesto, interesada por aprender y ampliar sus capacidades, organizada y puntual en el cumplimiento de sus obligaciones, asumía con tesón y enorme responsabilidad sus compromisos.

La gran María Teresa Castillo, quien compartió con ella durante muchos años en la Directiva del Museo, fue una de sus principales propagandistas: «Esta niña es tan discreta, discretísima, incapaz de revelar las grandes cualidades que tiene. Es de una tenacidad y seriedad que alcanza todo lo que se propone realizar».

Al enfermarse, dejó el Museo en las manos expertas e incondicionales de Mireya, quien se ha entregado alma vida y corazón a mantenerlo con vida.

Fueron diez años en que, aunque la tuvimos totalmente para nosotros, sentimos el dolor de ver como la enfermedad perjudicó a una persona que había sido capaz de dar tanto y que habría podido dar mucho más en los últimos años de su vida.

Querida mamá:

En el primer período presidencial de nuestro padre, te oí varias veces explicar a amigos y conocidos que una de tus motivaciones principales, ante el reto de  hacerlo bien como Primera Dama, era que «sabías tus hijos estaban orgullosos de su padre y que querías que un día pudieran sentir lo mismo de su madre».

Pues bien, en este momento, en que entregamos tus restos a esta tierra nuestra que, como nuestro papá, tanto amaste, queremos decirte tus hijos que estamos no sólo orgullosos sino orgullosísimos de ti.

No hay uno de nosotros que no se tope en nuestra vida diaria con comentarios de respeto, cariño y admiración, cuando tu nombre es mencionado o se enteran que somos tus hijos.

Ha sido conmovedora para nosotros y queremos agradecerla públicamente en este momento, la manifestación tan general, tan contundente y tan positiva, que nuestro país como un todo, sin distingos de posiciones ideológicas, ha tenido en todos los medios y niveles sociales por tu partida.

Ha sido realmente extraordinaria y la agradecemos de todo corazón.

Tu cuerpo vuelve ahora al lado del amor de tu vida.

El próximo 6 de agosto, fecha que celebraban como de las más importantes del año y en la que nunca faltaba un hermoso ramo de rosas con una tarjetita que te decía «con el amor del primer día…», se cumplirán 70 años de haber comenzado toda una vida juntos.

Más que papá y mamá, ustedes fueron un equipo formidable, que se propuso entregarnos un país mejor del que recibieron de sus padres.

Tamaño compromiso para nosotros.

Ojala nuestros hijos mañana puedan decir lo mismo.

Lo que sí podemos estar seguros es que su espíritu, ahora con la fuerza de la unión, estará velando por nosotros y por la felicidad plena de todo el pueblo venezolano.

Y para hacer cierta  la interpretación de nuestra queridísima hermana Fátima, Superiora de las Siervas de Emaus, quien con amor profundo te llevaba domingo a domingo la comunión a «Tinajero» y quien al saber la noticia de tu partida nos quiso aliviar con la ocurrencia de que Caldera vino a buscarte para pasar juntos el día de San Valentín, no me queda sino decirle a los dos en nombre de todos:

¡Feliz día de los enamorados!

Caracas, 11 de febrero de 2011.