El presidente Rafael Caldera se dirige a los oficiales y tropa del Campamento Mariscal Sucre en la Gran Sabana. 5 de diciembre de 1971.

La doctrina nacional

Documento base –corregido por el autor en 1981– de la lección que anualmente dictaba como profesor a los cursantes del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional (IAEDEN) desde su creación, complementada con llamadas a pie de página de la dictada el 6 de octubre de 1993, para actualizarla diez años después. Parte de los temas tratados en estas clases, incluyendo preguntas y respuestas, es considerado material clasificado y por tanto no sujeto a publicación.

Es para mí motivo de complacencia observar el desarrollo y fortalecimiento de este Instituto, que me cupo el honor de crear cuando desempeñé la Presidencia de la República. Y van para diez años, a través de los cuales el Instituto ha ido aclarando más y más su misión y realizando una tarea de excepcional importancia, no sólo en la formación de los más altos oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, sino dando también oportunidad a elementos de la vida civil, del sector público y del sector privado, para vincularse con los temas tan esenciales que constituyen el objeto central de la investigación y de la docencia de este Instituto.

Todos los años, con el mayor gusto, participo en los cursos regulares del IAEDEN y se me ha asignado un tema que, además de ser interesante, no deja de presentar aristas delicadas en cuando a su precisión y a su interpretación. Es el tema de la Doctrina Nacional. Evidentemente, el IAEDEN tiene como función la de crear, la de elaborar, la de perfeccionar una Doctrina Nacional, y la misión más importante que las Fuerzas Armadas Nacionales tienen encomendadas es precisamente la de defender, la de salvaguardar, la de proteger la Nación, con todos sus valores y con todo lo que ella representa. Sin embargo, el concepto de Nación no es claro cuando se entra al análisis preciso de las ideas; todos sentimos la presencia de la nación, pero a veces nos cuesta trabajo definir con precisión qué es nación y sobre todo determinar cuáles son los elementos fundamentales que configuran la realidad de una nación determinada.

I

La palabra Nación tiene un origen latino, tiene relación con el nacimiento, (natio, nationis), verbo nacer (nasco, nascis, nascere), de manera que la primera idea que surge es la de que se nace miembro de una nación. En el lenguaje popular venezolano, existe una expresión antigua castellana vinculada con esta idea: a veces encontramos todavía viejos campesinos que dicen, por ejemplo, que «fulano de tal es malo de nación», o que «fulano de tal es bruto de nación», por decir de nacimiento, es decir vinculan la palabra ‘nación’ con el hecho concreto del nacimiento.

Sin embargo, el primer obstáculo surge cuando vamos a definir la nación por motivo del nacimiento, con el desarrollo que ha alcanzado la institución de la adquisición voluntaria de una nacionalidad. De manera que se puede nacer y se nace miembro de una nación; pero las Constituciones y las Leyes admiten que se pueda renunciar a la nacionalidad originaria y que por un hecho de voluntad, aceptado y consagrado por otra entidad política soberana, se puede adquirir una nacionalidad distinta. El hecho de la nacionalidad adquirida en cierta manera es contradictorio con esa idea de que se nace miembro de una nación. Ahora bien, los vínculos que el nacimiento establece, por más que jurídicamente se puedan romper, no desaparecen nunca sino que se mantienen y se manifiestan en diversos aspectos y producen diversas consecuencias entre una persona y la nacionalidad que originariamente tuvo.

Andrés Bello, que pasó la mayor parte de su vida en la República de Chile (desde el año de 1829 hasta el año de 1865) y que recibió la nacionalidad chilena por Ley del Congreso, sin que él hubiera solicitado la naturalización ni hubiera renunciado a su nacionalidad originaria; que intervino en la vida política chilena en todos sus aspectos, así como intervino también en su vida cultural y en su proceso de desarrollo, en una de sus poesías introduce estos versos que han sido repetidos con frecuencia: «Naturaleza da una madre sola/ y da una sola Patria./ No se enrola/ el corazón más que una vez./ En vano te llama extraña gente ciudadano./ La mano, ajenos estandartes enarbola./ No importa; no prescriben los derechos/ del patrio nido en los humanos pechos»/. Es decir, que en la boca del proscrito, dentro de un extenso poema, aparece ahí, brotando en un hombre que en cierta manera fue la representación más cabal de lo que era la nacionalidad chilena, la afirmación de la vinculación indestructible que la personalidad tenía con su nacionalidad originaria. Con aquella que le dio la naturaleza, así como le dio al nacer una madre, una patria determinada.

Indudablemente, el hecho de la nación reposa más que todo sobre un fenómeno de conciencia: se es miembro de una nación porque se siente la vinculación, el amor a esa nación; porque se reconoce la solidaridad con esa nación y porque se tiene conciencia de la pertenencia a un grupo determinado de personas que tienen entre sí una unidad y que constituyen esa nación.[1] Sin embargo, no se podría admitir que el fenómeno nación resultara simplemente de un capricho: yo me siento miembro de una nación y ya con eso estoy llenando la condición de ser nacional; ese sentimiento ha de corresponder a una realidad, tener una base estructural. Hay una serie de elementos que lo determinan, pero con la circunstancia muy determinada de que esos elementos reales, esos elementos materiales a veces existen sin que haya nación, a veces no existen en algunas naciones, y la medida mayor o menor en que se encuentran es variable de acuerdo con una serie de circunstancias. De todas maneras, vamos a partir de la idea de que la nación es un hecho vinculado al nacimiento, que deriva del verbo latino nascor, nasceris, que tiene un sentido propio, que es una vinculación voluntaria pero fundada sobre hechos reales, que nos hace sentirnos solidarios de una determinada población, generalmente viviendo sobre un determinado territorio.

La confusión, sin embargo, ha existido muchas veces hasta en el vocabulario; de tal manera que en Venezuela tradicionalmente se usaba en la Constitución el término ‘Nación’ como equivalente de Estado. El Estado es el hecho jurídico a través del cual una Nación ejerce su soberanía y establece el Poder Público y las reglas según las cuales van a regirse sus propios integrantes y a establecerse relaciones con otros poderes extraños, pero el Estado no es exactamente la Nación; así como puede haber naciones que no han llegado a constituir la categoría de Estados; los ejemplos son elementales: la Ciudad del Vaticano es un Estado pero no es una Nación y se pueden citar algunas otras entidades políticas que gozan de soberanía, que tienen todos los atributos del Poder Público representados por el Estado, pero no corresponden a una unidad humana, a una familia humana, a un grupo determinado, vinculado por ese sentimiento de solidaridad que constituye el ser de una Nación. En cambio, hay naciones que no constituyen Estados, y se ha citado tradicionalmente el caso (muy discutido acerca de su verdadera esencia) de la nación judía, que anduvo dispersa por el mundo y que sin constituir un Estado, sin obtener su soberanía, sin embargo, seguía existiendo como Nación; aunque el fenómeno de la llamada Nación Judía es mucho más complejo y más difícil: para unos representa el hecho, más bien, religioso, de la creencia en una determinada religión; para otros constituye un hecho histórico cultural que ha mantenido el criterio étnico, desechando, desde luego, el criterio racista, porque es evidente que la población judía tiene en su seno representación de las más variadas razas del mundo. Otro caso que se refería siempre en todos los manuales era el de la Nación Polaca: Polonia siguió siendo una nación cuando estuvo repartida entre las potencias vecinas, aun cuando no se le reconociera su soberanía. Pero a veces hay también Estados que están integrados por varias naciones; casos patentes, y que no dejan de ser complejos, son el caso de la Nación Checoeslovaca o el de la Nación Yugoeslava.

De Checoeslovaquia como Estado, que está constituida por diversos grupos, pero especialmente por Bohemia y Moravia, que constituyen el llamado grupo Checo, y el grupo Eslovaco, de donde viene el nombre nacional de Checoeslovaquia, compuesto de dos naciones diferentes; o el caso de Yugoeslavia, que está integrado por varias naciones, el Estado de los Serbios, Croatas, Eslovenos, Monterianos, etc., integrado todos en una sola entidad política. De manera que no existe una identidad, ni desde el punto de vista conceptual (desde el punto de vista de la definición) entre Nación y Estado, ni existe tampoco una identidad histórica, porque aun cuando el llamado principio de las nacionalidades sirvió de norma en el Tratado de Versalles, después de la Primera Guerra Mundial, para crear una serie de Estados que trataran de corresponder cada uno a una realidad nacional, lo cierto es que a veces existen naciones que no corresponden a un Estado o Estados que no corresponden a una determinada Nación. Hay un caso mucho más patente, mucho más complejo, mucho más delicado y mucho más difícil, como resultado de las fronteras ideológicas que se han establecido en el mundo y de determinadas operaciones militares, el de algunos países divididos en Estados diferentes y que sin embargo, constituyen y siguen constituyendo una sola nación; por ejemplo, el caso de Alemania. Alemania es indiscutiblemente una Nación, aun cuando esté repartida en dos Estados, que tienen entre sí una relación difícil y que han estado varias veces al borde del conflicto: la República Federal Alemana y la llamada República Democrática Alemana, de un lado y otro de la antiguamente definida por Churchill como «Cortina de Hierro». O el caso de Corea en que, como resultado de las operaciones militares, se estableció una delimitación artificial, escogiendo un determinado paralelo y estableciendo un Estado al Norte y otro Estado al Sur como entidades políticas distintas; o como fue el caso de Vietnam, que hasta el final de la guerra estuvo repartido en dos Estados distintos, el Vietnam del Norte y el Vietnam del Sur, cuya unificación finalmente fue la consecuencia del resultado de la larga y difícil guerra que se llevó a cabo en aquella región.[2]

De manera, pues, que Nación y Estado no constituyen exactamente la misma cosa. En la Constitución de Venezuela vigente, uno de los aspectos que se cuidó fue el de precisar un poco mejor el lenguaje, y se decidió no usar el término ‘Nación’ sino en el sentido que tradicionalmente se le atribuye en la doctrina y usar el término ‘Estado’ como la entidad política soberana, aunque prefirió utilizar el término ‘República’ para evitar la confusión con los distintos Estados Federados que constituyen la República de Venezuela como Estado Federal. Antes se decía «el Congreso Nacional»; ahora se dice «el Congreso de la República»; antes se decía «la Contraloría General de la Nación», ahora se dice «la Contraloría General de la República», o también «la Procuraduría General de la República», para evitar el uso impropio de la palabra ‘Nación’. En la Exposición de Motivos de la Constitución, se aclara: «En la Constitución Venezolana se han venido empleando, por ejemplo, los términos ‘Nación’ y ‘República’ de manera imprecisa. Cuando se ha dicho que ‘la Nación Venezolana es un pacto de organización política’, se ha usado un vocablo que corresponde más bien al concepto de Estado. Para evitar la confusión terminológica, la Comisión acordó usar el nombre de ‘República’ para designar la personificación del Estado Venezolano, y la palabra ‘Estado’ de manera excepcional cuando ello sea necesario para determinar el concepto de la organización política y jurídica representada por el Poder Público frente a las actividades privadas».

El término ‘Nación’ tiende a buscar una precisión mayor para explicar este hecho político, que tiene como elemento fundamental el representar a una comunidad de seres humanos, una comunidad de hombres, una población, que se renueva, se modifica, se incorpora, sufre una serie de mutaciones en su volumen, en su integración, pero que sin embargo mantiene una unidad fundamental, una unidad que en definitiva viene a ser una unidad espiritual, una unidad psicológica, porque es evidente que entre el millón de venezolanos que había para 1810, cuando empezó el proceso de la Independencia y los quince millones o más que somos en el momento actual, no solamente hay la diferencia generacional, porque se han ido renovando físicamente las personas (van desapareciendo unas y van apareciendo otras nuevas), sino que además ha habido una incorporación de elementos a través del proceso inmigratorio, de ese crecimiento un tanto artificial, pero que va sumando y se va consolidando en la medida en que los nuevos habitantes van tomando conciencia de integrarse a esa realidad que constituye nuestra vida nacional.

Esa comunidad de hombres que constituyen una Nación, que hace que nos veamos unos con otros como pertenecientes a un mismo cuerpo, como comprometidos a la defensa de unos mismos intereses comunes, de unos mismos valores, reside sobre un territorio. El elemento territorial ha sido y continúa siendo en muchos casos, el elemento más característico para determinar la existencia de una nación. La unidad territorial, el elemento geográfico, es un elemento definitorio de unidad. Por supuesto, la forma geográfica puede ser muy variada. Hay países que son archipiélagos, como Indonesia o Filipinas, compuestos de millares de islas que sin embargo revisten para los fines de la realidad nacional una determinada unidad. El elemento geográfico vincula mucho. Es frecuente, cuando se habla de Nación, relacionarla con los elementos geográficos: tal o cual montaña, costa, llanura, selva, o con su clima y características físicas, que le imprimen un cierto modo de ser a sus pobladores. Por eso, cuando se habla de defensa nacional, casi de inmediato se piensa en la integridad y protección del territorio, aun cuando las naciones europeas han sufrido en este aspecto numerosas mutaciones como consecuencia de los grandes enfrentamientos bélicos.[3]

En esta materia, que plantea a veces la contraposición entre el elemento humano (el elemento poblacional) y el elemento físico (el elemento territorial), hay dos viejas doctrinas que los romanos llamaban del «jus sanguinis» y del «jus soli»: el derecho de la sangre y el derecho del suelo. Para el sistema tradicional del Derecho Romano, lo que se reconocía era el jus sanguinis: romano era el que era hijo de romano, naciera en el África o naciera en Italia o naciera en cualquiera de las regiones bárbaras. No existía la concepción del «jus soli»; el extranjero seguía siendo extranjero aun cuando naciera en el propio Capitolio, porque era extranjero por la sangre, porque se transmitía la nacionalidad como se trasmite el nombre de familia. Pero esta circunstancia se fue modificando; en el propio Derecho Romano se fueron dictando edictos que extendían la nacionalidad romana primero a todo el Lacio, después a toda Italia, después a toda la extensión del Imperio. El célebre Edicto de Caracalla, que dio la ciudadanía a los habitantes de todo el Imperio, vino en cierta manera a marcar el paso de la tradición del derecho de la sangre, del «jus sanguinis», al derecho del territorio, al derecho del suelo, el «jus soli».

En general, en el Derecho Político moderno los dos elementos aparecen y algunas veces se combinan. Las naciones europeas, que son naciones de emigración, han tratado de mantener el «jus sanguinis» y extenderlo a veces hasta más allá de una o dos generaciones (de tal manera que el hijo de francés, el nieto de francés que haya nacido en territorio extranjero tiene por el «jus sanguinis» la ciudadanía francesa), lo que da lugar a conflictos de nacionalidad y a requerimientos por el no cumplimiento del servicio militar. En tanto que los países de América, que son países de inmigración, le han dado preeminencia al «jus soli», al derecho del suelo, al derecho del territorio, hasta el punto de que la regla general, aunque no sea absoluta, es la de que todo el que nazca en el territorio de uno de nuestros Estados adquiere la ciudadanía, la nacionalidad por nacimiento, por el sólo hecho físico de haber visto la luz en el territorio del Estado; y hay una cantidad de aventuras y de variadas circunstancias en aquellos países que por un motivo u otro se convierten en foco de atracción para gentes de otras partes, para lograr que un niño nazca en el territorio de ese Estado y desde ese momento adquiera un derecho a la ciudadanía de la que no se le puede despojar. En las fronteras de los Estados Unidos se ven con frecuencia estos hechos y también en otros países, y seguramente en el nuestro, por las circunstancias que estamos viviendo en la actualidad.[4]

Sin embargo, nosotros no acogemos la idea territorial pura y simple, sino que el hijo de un venezolano o de una venezolana es venezolano por nacimiento, cualquiera sea el lugar en que su nacimiento haya ocurrido; tiene la nacionalidad originaria. Recuerdo que cuando mi maestro, el nunca suficientemente llorado Caracciolo Parra León, ingresó a la Academia Nacional de la Historia, alguien tuvo la peregrina idea de pretender que no era venezolano por nacimiento porque había nacido en Pamplona, en la República de Colombia. Era, en efecto, hijo de padre y madre venezolanos en el exilio y tenía, como cualquier otro venezolano, la nacionalidad originaria desde el mismo momento en que nació. Esta nacionalidad trasmitida a través de la sangre tiene, sin embargo, algunas limitaciones, cuando va más allá de la primera generación y sobre todo cuando se trata de una trasmisión de la nacionalidad no originaria sino adquirida, o cuando el hijo reside en el extranjero. La Constitución exige ciertos requisitos como el de la residencia en el país y una declaración de voluntad para que pueda asegurar la nacionalidad. Pero todo esto indica que los dos elementos, población y territorio, son los elementos que fundamentalmente integran el hecho de la Nación y que dan lugar a que surja una organización soberana del poder a través del Estado, la cual viene a constituir el tercer elemento, el elemento soberanía.

Visita al archipiélago Los Monjes. 2 de mayo de 1971.

La unidad de población y territorio suponen o producen, además, otros elementos para reforzar ese sentido de unidad, que tiene que fundamentarse en hechos reales; y aquí es donde empieza la consideración de si un determinado elemento, como el lenguaje, como la religión, como la raza, puede ser indispensable para determinar la unidad nacional. Por ejemplo, es evidente que para el Estado de Israel el elemento religión aparece como determinante en la vida nacional, aun cuando puede suceder, y seguramente sucede, que muchos de sus habitantes no sean creyentes, por lo menos de la totalidad de las ideas de la religión mosaica o no sean practicantes de ella; pero hay una adhesión voluntaria, hasta el punto de que hay una religión del Estado, una religión oficial, aunque se admita la práctica de otras religiones.

En la época de los Reyes Católicos, en España, y en etapas posteriores, la religión vino a constituir un elemento integrante de la unidad nacional; y la Inquisición se explica más que como un fenómeno religioso, como una institución de naturaleza política que trataba, a través de un celo manifestado hasta en disposiciones y en normas penales que llegaron demasiado lejos, de imponer la unidad religiosa como fundamental para asegurar el proceso de unidad nacional que se había realizado muy laboriosamente. La expulsión de los judíos de España, los expedientes de limpieza de sangre que le exigían a una persona para recibir un grado académico o participar en cualquier tarea directiva, la comprobación de que no tenía ascendientes moros ni judíos, la persecución a que se sometía al que fuera sospechoso de infidelidad a esa concepción; todo esto configura un fenómeno político dentro de la culminación, como antes decía, de un difícil y laborioso proceso de unidad nacional.

Los sociólogos modernos tenían la impresión de que ya había pasado el tiempo en que el fenómeno religioso fuera un elemento determinante de la vida política. Sin embargo, una serie de hechos han ocurrido recientemente que demuestran que no estaban en lo cierto. El renacimiento del islamismo como un fenómeno político, la aparición de movimientos políticos, o de hechos de revolución, como el de Irán, movidos determinantemente por una idea religiosa; el papel de preeminencia que a sacerdotes, a representantes de una confesión religiosa se les ha dado dentro del orden político, indica que hay una presencia de este fenómeno, que incluso se trata de cultivar para fortalecer la unidad nacional. En Libia existe un gobierno formal y paladinamente organizado sobre una ortodoxia islámica, y así mismo encontramos una serie de países en que el fenómeno del islamismo, y hasta algunas de sus manifestaciones diversas, llegan a constituirse en elementos integrantes de la unidad nacional. En las Islas Británicas, en el Norte de Irlanda, un fenómeno de naturaleza política se manifiesta y desarrolla a través de una motivación y de un sentimiento religioso. La lucha entre católicos y protestantes en el norte de Irlanda, es en realidad, un fenómeno político, el contraste entre el sentimiento nacional de unos protestantes que han votado por mantener su adhesión al Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda del Norte, como una unidad bajo la Corona Inglesa; y el sentimiento nacional de los que quieren que la Irlanda del Norte sea definitivamente una parte de la República de Irlanda, que durante muchos años luchó con dificultad por su independencia.[5] Y hay algunos países como el Líbano, donde se encuentran conflictos verdaderamente incomprensibles y que llegan a un extremo de destrucción injustificada, en que el elemento religioso entre cristianos y musulmanes viene a ser determinante de una guerra civil, vinculada con la existencia del Líbano como una entidad realmente nacional. Pero es evidente que en la historia moderna, la mayoría de los países han prescindido del elemento religioso como un elemento indispensable, como un elemento definitorio de la unidad nacional; sin que pueda negarse que la unidad de convicción y de prácticas religiosas es un elemento unificador, es un elemento que contribuye indudablemente a la formación de una unidad nacional.

Nos encontramos aquí, sin embargo, con una reflexión, acerca de uno de los temas más interesantes, una de las cuestiones más apasionantes que se plantean en relación al análisis de la Doctrina y del Hecho Nacional. ¿Por qué las Colonias Españolas constituyeron diversas naciones, y en cambio las Colonias Inglesas constituyeron una sola Nación? La diferencia religiosa, por ejemplo, entre las distintas colonias que se fueron formando en el Norte era acentuada, y ello no impidió la formación de un solo Estado que constituye una gran nación; en cambio, en la América Española, la unidad religiosa no bastó por sí sola, ni siquiera con otros elementos como la unidad de lenguaje, para constituir una sola unidad nacional. Es un problema difícil, preocupante. Muchas veces se ha usado la frase de que frente a los Estados Unidos del Norte están «los Estados desunidos del Sur».

¿Cuál es la razón, cuál fue el motivo profundo para que en América Española, en vez de constituirse una gran Nación se constituyeran tantas naciones diferentes? En la América Española, porque los portugueses también lograron preservar su unidad, a pesar de una serie de dificultades que tenían que salvar, y en gran parte hay que admitir que la casa reinante en Portugal tuvo un gran sentido político, una gran inteligencia para llevar el proceso político en el Brasil, de modo que se constituyó una sola Nación, y esa unidad es la que sirve de base al poderío, a la grandeza y en algunos casos hasta a cierto predominio, hasta a cierta vocación hegemónica, que ha sido señalada o apuntada en algunas concepciones de la nación brasilera, hasta el punto de que en un Instituto semejante a éste, en el Brasil, se ha dicho que se apunta un poco a esa idea de la preeminencia de la responsabilidad del Brasil de marcar la orientación y de influir sobre el resto de América, siendo así que las Colonias Españolas representaban un territorio más extenso, una población mucho mayor y que tenían por múltiples motivos, razones para pensar que pudieran conservar su unidad.[6] El problema es apasionante y expondré luego mi punto de vista para explicarlo.

Otro elemento que ha sido señalado como fundamental en la unidad de una nación es el lenguaje. Es evidente que hablar un mismo lenguaje viene a ser un factor que facilita, estimula y en cierta manera consolida la unidad de un pueblo; la unidad alemana surgió de una unidad de lengua y la aspiración era dentro de ese Tercer Imperio que trató de realizar el nazismo, la de que todos los pueblos de habla alemana constituyeran una gran Alemania y una sola unidad nacional. De todas maneras, sin llegar hasta allá, el proceso del Imperio Alemán, movido y dirigido por los Reyes de Prusia, fue fundamentalmente inspirado en la unidad de pueblos que hablaban una lengua, aun cuando habían tenido regímenes políticos distintos y vida separada, porque, indudablemente, la región de Baviera y la región de Prusia por ejemplo, tienen diferencias profundas de carácter, de temperamento, de manera de ser, e históricamente habían vivido a través de normas distintas, y la unidad se logró más que todo a base del lenguaje común. O el fenómeno de la unidad italiana, entre una serie de entidades políticas que fueron buscando la unificación y que a través del movimiento garibaldino llegaron a constituir, en fecha relativamente reciente, una sola nación, unida por el lenguaje.

Sin embargo, encontramos naciones donde hay bilingüismo o multilingüismo. Nadie podría negar la existencia de una Nación Suiza a pesar de que existen por lo menos tres idiomas distintos: el francés, el inglés, el italiano, y un idioma propio, característico del lugar, que se usa casi exclusivamente en algunos cantones. Su régimen federal, su existencia multi-lingüística, su variedad religiosa no han sido óbices para que el territorio, la historia, las circunstancias hayan determinado la formación de un sentimiento nacional.[7] Bélgica es uno de los países que habíamos puesto siempre como ejemplo de cómo se puede lograr una unidad nacional a pesar de la diferencia de lenguaje; sin embargo, el bilingüismo ha llegado a constituirse en Bélgica en un fenómeno tan acentuado y tan delicado que ha llegado a amenazar la existencia de la unidad nacional. Hemos citado algunas veces ejemplos que impresionan: la Universidad de Lovaina está en territorio flamenco, es de lengua flamenca y llegó hasta el punto la presión para que se usara el flamenco exclusivamente como lengua propia de la Universidad, que crearon otra Universidad de Lovaina que llaman «Lovaina la Nueva», en territorio de habla francesa, para los estudiantes de tendencia francófona y hasta ha llegado a decirse que en algunos momentos, cuando un profesor de Lovaina «la Vieja» tiene que hablar en una lengua que no sea el flamenco, lo hace a veces en inglés, o en alemán, o en alguna otra lengua en vez de hacerlo en francés, que todos ellos conocen y dominan, para no admitir la preeminencia de la lengua francesa, que tiene una connotación fundamentalmente política. Sin embargo, allá mismo, en Bélgica, observan que esto le ha dado en general a la población flamenca predominio en el acceso a la organización política y administrativa, desde luego que para ellos es más fácil aprender el francés que para los francófonos aprender el flamenco, y como necesitan que todos los funcionarios sean bilingües, el dominio completo de las dos lenguas oficiales es más fácil, mucho más abundante en la población flamenca que en la población valona.

La raza ha sido para algunos el elemento fundamental de la unidad nacional: esa fue la concepción del nazismo; los nazis quisieron construir un imperio a base de una supuesta unidad racial, a base de una supuesta pureza de la raza aria y llegaron hasta los peores extremos de genocidio y de inhumanidad para eliminar a todos los elementos que no pertenecieran a esa raza y se pudiera construir sobre la idea racista de un imperio. El mundo ha rechazado el racismo, aun cuando no deja de haber manifestaciones racistas en algunas partes. La unidad nacional no se hace reposar sobre la unidad racial, sino más bien la multiplicidad de aportes raciales se considera como un factor de unidad nacional. Pero estos hechos nos llevan a otro planteamiento: ¿por qué las Colonias Españolas, con comunidad de religión y comunidad de lengua, sin embargo, no constituyeron una sola nación o ni siquiera tres o cuatro naciones grandes como las que soñaba el Libertador en la Carta de Jamaica? En la Carta de Jamaica, Bolívar dice que estas colonias deberían constituir una sola nación por todas las razones que las unifican, porque son las mismas gentes, porque tienen las mismas costumbres, las mismas creencias, las mismas tradiciones, el mismo origen; pero en la propia Carta de Jamaica dice que ello no es posible «porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América».

Hay algunos que dicen que la división de las colonias hispanoamericanas en diversas Repúblicas fue consecuencia del hecho de que cada país iba surgiendo a medida de que se iban realizando una serie de operaciones de colonización y de conquista; que a un navegante o a un conquistador le daban una carta, y venía por su cuenta y luchaba con los naturales y dominaba la situación y se establecía y creaba su propio poder, que estaba desvinculado del poder de los vecinos, de los que llegaban a otra parte del territorio; pero este fenómeno no es exclusivo nuestro, este mismo fenómeno existió especialmente en América del Norte; allá iban llegando colonos separados y se iban creando colonias distintas, a veces de perseguidos por razones políticas o religiosas que se establecían en un lugar determinado y que no tenían ninguna vinculación, sino más bien una serie de resquemores con los que se habían establecido en otra colonia más o menos cerca.

El análisis de lo que pasó en las colonias españolas nos lleva a la conclusión —por lo menos es la que a mí me parece más viable— de que hay un fenómeno de naturaleza psicológica, hay un hecho que no es sólo el sentimiento nacional, un sentimiento de fraternidad, sino algo más, un hecho de voluntad, la voluntad de nación. Cuando una población que vive sobre un territorio y que tiene una cierta unidad, que en unos casos viene de la historia (la historia siempre es un elemento importante), pero además de otros elementos, como la lengua, la religión, las costumbres, las tradiciones, la raza, se produce un fenómeno muy preciso y muy específico que es la voluntad de nación. A mí me hace pensar mucho el caso de la Gran Colombia. Todas las razones lógicas, todas las circunstancias económicas, materiales, todos los factores de consideración para la construcción de un gran Estado, de una gran Nación, le daban la razón al Libertador en su idea de la Gran Colombia. El Libertador concebía lo que llamaríamos hoy una especie de organización subregional como base de la unidad de América. Una gran nación en México y la América Central; una gran Nación que era la Gran Colombia y posiblemente con Perú y Bolivia, que era su más ambiciosa idea; otra gran Nación entre los países del Plata, y el Brasil, que por sí constituyen una gran unidad. Tendríamos el mapa político de la América bien balanceado, bien equilibrado; las posibilidades de realizar programas de desarrollo, de influir, de participar en la vida de la humanidad serían mayores; ahora, no solamente hay esta circunstancia de que los distintos factores racionales abonan la idea del Libertador, sino que lo respaldaba el proceso mismo de la Independencia, en que no se pudo libertar a uno de nuestros países sin independizar a los otros. Sin libertar la Nueva Granada no hubiera sido posible libertar a Venezuela.

Bolívar deja de ser un guerrero y se convierte realmente en un Jefe de Estado a partir de la Batalla de  Boyacá. Yo no sé si nosotros le damos en nuestros estudios históricos a la Batalla de Boyacá toda la importancia que tiene, porque cuando Bolívar gana Boyacá entra a la capital de un Virreinato y encuentra un poder constituido y consigue dinero, poder, burocracia; deja de ser un guerrero que anda buscando camino para asegurar la Independencia y adquiere una base firme que le permite ser reconocido, en la entrevista con Morillo y todo lo que ocurre después. En la historia de la Independencia, unos y otros entendieron que no podían limitarse a la independencia de una patria chiquita sino que tenían que realizar un movimiento en todo el Continente para poder asegurar la libertad; y San Martín desde Buenos Aires pasa por Chile y llega al Perú, y Bolívar desde Caracas llega también al Perú y a Bolivia, porque ambos comprendieron que hay una unidad imposible de desconocer y que, sin realizar el proceso en todas las partes de esa unidad, estaba amenazada la independencia en cualquiera de nuestros países. Ahora, Bolívar  realiza la obra de constituir la Gran Colombia; ésta dura diez años, que no es poco, en la construcción de un pueblo: desde 1819 hasta 1829; crea una organización; claro, podemos ver a la distancia que quizás el Libertador se equivocó, pues su odio por el federalismo, que adquirió cuando la Primera República en Venezuela, lo trasladó a una dimensión mucho mayor, y no era posible una Gran Colombia Central sino que tenía que ser más bien un país federal con una organización bastante autonómica de cada una de las partes que la integraban. Es posible, pues, que este haya sido un factor que influyera; pero a mí no me puede convencer nadie de que Páez, Santander y Flores representaban más que Bolívar, tenían mayor capacidad, tenían mayor influencia; lo que pasa es que Páez, Santander y Flores representaron en ese momento la voluntad de sus pueblos, por lo que Bolívar no pudo lograr la consolidación de su obra. Hay una frase en las Memorias de O’Leary, según la cual después de terminada la Gran Colombia quedamos más separados que antes. ¿Por qué? Esa manera de ser hispánica, ese sentido arraigado de lo local, esa tradición autónoma, la propia guerra de Reconquista (la Reconquista española que duró más de siete siglos, se hizo a través de autonomías locales y de fueros que los Reyes iban consagrando en diversas Cartas para que los pueblos los apoyaran en esa marcha tan difícil, larga y laboriosa hasta llegar a construir una unidad que apenas se completa a través de los Reyes Católicos, en el mismo momento del descubrimiento de América), eso se trasladó indudablemente a nosotros y se observa aun en dimensiones menores (racionalmente, le cuesta trabajo a uno entender que Centro América no pueda constituir una sola nación; no puede uno entender que en aquel istmo tan reducido, con una población relativamente pequeña, no haya podido sobrevivir la idea de Morazán de una República Centroamericana que tuviera su unidad política y su estructura determinada).

Esto es sumamente curioso y tanto más importante para nosotros los venezolanos, cuanto que nuestra unidad nacional arranca muy poco antes de la Independencia. En estos tiempos, con motivo del Bicentenario, se han recordado las Reales Cédulas que crearon la gran Capitanía General de Venezuela en tiempos de Carlos III y que crearon la Real Audiencia y la Intendencia de la Real Hacienda y todos estos factores que fueron los que realizaron la unidad nacional. ¿Cuándo? En 1777 se crea la Gran Capitanía General de Venezuela, treinta años antes de empezar el movimiento de Independencia. Hasta ese momento, Cumaná estaba por su lado y Guayana estaba por el suyo, Mérida y Maracaibo por el otro, Barinas por otro lado. Unos dependían de Santo Domingo, otros dependían de Bogotá y la Capitanía General constituía lo que llamaban la Provincia de Venezuela; pero políticamente estábamos desintegrados. Nos integramos treinta años antes de la Independencia y, sin embargo, estaba tan dentro de los hechos, de las circunstancias naturales, el territorio y la historia, que esa unión resultó de una solidez indestructible. Así, Mérida y Maracaibo, que representaban toda la parte del Zulia y los Andes, que dependieron de Bogotá prácticamente hasta las vísperas de la Independencia, sin embargo, fueron tan venezolanos y quedaron tan determinados, que en el momento en que se desintegra la Gran Colombia no hay ninguna duda de que forman parte de la República de Venezuela.

Visita de Rafael Caldera al IAEDEN. 24 de septiembre de 1992.

Llegamos pues, a la conclusión en esta primera parte, de que los elementos que constituyen la unidad nacional son variables, pero lo fundamental que da el ser a la nación es un fenómeno de voluntad colectiva, el propósito de gobernarse a sí mismos y de no someterse al gobierno de más nadie, de ejercer su propia soberanía y de constituir una sola entidad. Es esa voluntad nacional lo que indudablemente determina la existencia de la nación. Hay algunas citas muy interesantes que corroboran esta afirmación. Tal es la célebre frase de Ernesto Renán de que la nación es «un plebiscito cotidiano», es decir, de que todos los días votamos por mantener nuestra nación, a pesar de que cuando nacemos no interviene nuestra voluntad. Cuando nos reconocemos miembros de una nación, nuestra voluntad no ha intervenido sino que han sido los hechos los que nos han colocado ahí; pero es la reiteración de voluntad libre y soberana que constantemente se realiza. En frases muy bien logradas Delos explica que «la Nación no es el comienzo de la historia sino su resultado»; que «la Nación completa la curva de su desarrollo interior al tomar conciencia de su unidad histórica y de los principios de donde se deriva»; es la historia la que nos domina, y por eso los hechos históricos tienen una significación tan importante en la concepción o en la construcción de una Doctrina Nacional.

Llegamos a la conclusión de que no es ningún romanticismo, sino un hecho muy real y muy fundamental el de la llamada «alma nacional». Hay un alma nacional, es decir, hay una unidad moral, hay un estado de espíritu que envuelve un sentimiento y un estado de conciencia. Ese sentimiento se idealiza, se sublima a través del concepto de Patria. Patria es la nación sublimizada, idealizada, representativa de sus méritos, de sus valores, de sus elementos morales más significativos. Como dice Mazzini, «la Patria es, antes que todo, la conciencia de la Patria». El mismo dice que «la Patria es la fe en la Patria». O, como señala Delos, «la adhesión a un parentesco espiritual es el resorte de la Nación; es un lazo moral que mantendrá mañana la unidad de la nación como la asegura hoy». Y ese es fundamentalmente el concepto que sirvió de base y que determina la existencia de las naciones que existen en América Latina.

Comentábamos hace un rato, antes de entrar a clase, que los venezolanos hemos conmemorado con mucha prudencia, con mucha discreción —hasta diría yo que con mucho recato— el Sesquicentenario de la fundación de la República. Tuvimos una sesión del Congreso en Valencia, un recuerdo muy delicadamente hecho de la reunión del Congreso Constituyente a través del cual se adoptó la Constitución que creó definitivamente la República de Venezuela. La primera República había sido, en 1811, la Confederación de las Provincias Unidas de Venezuela, y de su fracaso venía aquella disposición del Libertador contra el Sistema Federal que hemos comentado antes. En 1830 se crea la República de Venezuela a través del Congreso de Valencia, y los venezolanos —decía— hemos conmemorado con cierto recato este acontecimiento, por la razón de que se trata no solamente de un acontecimiento nacional, sino también del desconocimiento de la idea y de la persona del Libertador. Ya el separatismo había empezado antes, con la llamada revolución de la Cosiata, es decir, la «cosa chiquita».

Se hace un pronunciamiento después del conflicto surgido en Bogotá con motivo del asunto de Miguel Peña y Rendón, y todo eso crea un estado de tensión; los Municipios se pronuncian por la separación y reconocen al General Páez como Jefe Supremo de Venezuela. Ese movimiento de la Cosiata se desvanece como por encanto con la sola presencia del Libertador. Bastó que el Libertador llegara y todo, todo se le subordinó. Páez fue el primero. Bolívar es muy generoso con Páez. Páez había sido el Jefe Supremo del país desde Carabobo, porque hay que pensar que cuando la Batalla de Carabobo, Bolívar lo hace General en Jefe y lo deja después encargado del gobierno militar de Venezuela y se va en campaña hacia el Sur; ya de hecho lo está señalando como el centro del poder, el centro de gravedad de la organización nacional, pero al llegar Bolívar, lo reconoce y se le entrega. A Bolívar le hacen las mayores aclamaciones, las mayores manifestaciones. Es su última visita a Caracas, adonde no venía desde inmediatamente después de la Batalla de Carabobo, en 1821, y le produce grandes satisfacciones. Pero después renace el mismo sentimiento separatista, y de ahí vienen esas actitudes incompresibles contra el Libertador. Es que se dijeron: «si el Hombre viene, se nos vuelve a caer la cosa; volvemos a las mismas andadas», y comenzaron a dictar aquellas normas extrañando al Libertador, prohibiéndole la entrada al país, una situación que no tiene justificación ante la historia.

La realidad era tal que Bolívar había mandado a su secretario Soublette, como su hombre de confianza, a tratar de mantener la situación; pero Soublette se convirtió prácticamente en uno de los jefes de la separación. Tanto, que fue después Vicepresidente y luego Presidente de la República en dos períodos; porque la realidad era que, por más que el Libertador tratara de mantener aquella unidad, la voluntad nacional estaba perfectamente definida. Por supuesto, queda una interrogante histórica: dicen que los historiadores no pueden hacer hipótesis sino que tienen que hablar solamente sobre hechos reales; pero cuando Bolívar entrega la Presidencia al Congreso Admirable y eligen al señor Mosquera, el general Urdaneta, que era el Ministro de la Defensa, se alza en Bogotá y toma el poder.  Mosquera no asume el gobierno. Pero Urdaneta no lo asume para él, sino para el Libertador, y lo llama, y el Libertador que está de viaje parece dudar. Son muy curiosas las últimas cartas entre el Libertador y el general Urdaneta, porque Bolívar le da instrucciones en una serie de cosas, casi como ejerciendo la autoridad que le ofrece; y en una de las cartas, poco antes de morir, el Libertador, al indicarle hacer tal o cual cosa le dice: hasta tanto la República o yo podamos tomar las disposiciones pertinentes.

Se ha comentado mucho que Bolívar había pensado que el General en Jefe de la Batalla final que se dio en Carabobo iba a ser Urdaneta; y que la mala suerte de Urdaneta lo enfermó con un cólico por allá en Carora y no pudo llegar al Campo de Carabobo, y salió Páez en lo que posiblemente hubiera salido Urdaneta. ¿Qué habría pasado si el Libertador no renuncia y si después no muere? No se puede colegir sobre posibilidades no cumplidas; lo real es que la separación se consumó.

El mismo Bolívar, que en todo aparece como el hombre de visión genial, había dicho ya en 1822 en una carta al Libertador O’Higgins, de Chile, lo siguiente: «Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas, mas todavía nos falta poner el fundamento del pacto social que debe formar de este mundo una nación de Repúblicas». Allí se reconoce el espíritu autonómico de cada país. Es quizás la definición más certera de cómo podía concebirse una integración latinoamericana; «una nación de Repúblicas»: lograr un sentido de unidad nacional de toda la gran familia latinoamericana, pero integrada por Repúblicas, cada una soberana y cada una definiendo sus cosas dentro de su propia jurisdicción, dentro de su propia entidad soberana. Esto está muy conforme con la tradición española. En España está planteado ahora el asunto de las autonomías. Uno de los problemas políticos más interesantes, más difíciles, más graves que está enfrentando España es este de las autonomías. Por razones semánticas, a veces un poco inexplicables, le tienen pavor a la palabra ‘federal’, porque piensan en la federación que el siglo pasado fracasó en los tiempos de la Primera República; pero la verdad es que la Constitución estableció un régimen de autonomías que da un margen sumamente amplio para que cada uno de los pueblos que integran a España tenga un gobierno propio, combinado con la existencia y con las facultades del gobierno central. El régimen federal ha funcionado bien en países como Alemania (República Federal): cada Estado tiene un margen muy grande de gobierno propio. Baviera es, indudablemente, muy distinta de Nord-Rhenania-Westfalia. Cada una de las regiones que forman sus Estados (Lander) tiene una gran autonomía. Los Estados Unidos ejercitan un régimen federal muy amplio. En países pequeños, como Checoeslovaquia o Yugoeslavia, hay un régimen federal, y la Unión Soviética, que es una inmensidad de país donde la República Rusa tiene la mitad de la población y creo que las dos terceras partes del territorio, hay una cantidad de Repúblicas con razas, lenguas, costumbres y tradiciones distintas, como la de Armenia que he visitado recientemente y donde me decían que solamente la tercera parte de la población sabe hablar el ruso, de manera que hay dos terceras partes que no hablan sino exclusivamente el armenio.

En España se ha agudizado mucho este problema tan delicado de las autonomías. Dicen que se va a construir un Estado de autonomías; y si el término ‘Nación’ lo están usando para caracterizar algunas de esas entidades regionales que tienen lengua propia y tradición distinta y conciencia de pueblo, hablar de nacionalidad resulta confuso. En el País Vasco, en Cataluña, en Galicia (y esto tiende a extenderse a las otras regiones hasta el punto de que hasta Castilla está pidiendo su autonomía, a pesar de que es la depositaria del poder central) no usan sino la palabra ‘Estado’ para referirse a la unidad. Evitan decir, por ejemplo, el Gobierno Nacional y evitan decir «la Nación española»; dicen «el Estado Español», integrado por muchas nacionalidades; aun cuando yo tengo la convicción de que por mil circunstancias todas esas unidades autónomas integran realmente una verdadera unidad nacional.

Tenemos, pues, para resumir, antes de entrar en la segunda parte de esta exposición, que la Nación es una comunidad humana, vinculada por la geografía y por la historia, así como por distintos factores como la lengua, la religión, la unidad de origen y de cultura, de los cuales algunos pueden faltar, cuyo sentido de solidaridad identifican a los miembros de esa comunidad como participantes de un mismo destino, diferencia de otras comunidades nacionales y decidida a gobernarse por sí misma, sin sujetarse a ninguna forma de dominación extranjera. Ahora, si concebimos la nación así, es una persona moral y la segunda parte de esta clase se supone que debe dedicarse a la de los valores éticos y los contra-valores que integran la nación para la definición de una doctrina nacional.

Visita del presidente Caldera al Destructor Nueva Esparta, 9 de septiembre de 1969.

II

La Nación se sustenta sobre normas morales, sobre valores morales. ¿Cuáles son esos valores? En primer lugar, es evidente que un valor fundamental es la unidad. La Nación requiere la unidad, es una unidad. Fundamentalmente la reclama y esa unidad empieza por el territorio; de ahí que muchas veces la Defensa Nacional sea identificada con la defensa del territorio. Casi llega un momento en que para mucha gente, para la concepción general, defensa nacional y territorio significan la misma cosa.

Algunos creen que la defensa de las fronteras es una desviación profesional de los militares o un elemento de especulación de los políticos: nada más alejado de la realidad. Es un elemento espontáneo del sentimiento popular: el pueblo es muy celoso de la definición y delimitación del territorio, y en las áreas fronterizas suele ser más sensible a la afirmación de la idea nacional. La unidad territorial es un elemento muy importante, muy fundamental. Ahora, debemos darnos cuenta de que esa unidad no excluye la variedad. Se ha dicho que tenemos tres Venezuelas: la Venezuela de la región montañosa-costera, la Venezuela de los Llanos y la Venezuela de la Guayana. La vieja concepción de Humboldt llega a decir que en nuestro país había las tres etapas de la vida económica: la etapa de la caza y de la pesca, en la Guayana; la etapa de la ganadería, en el Llano, y la etapa de la agricultura, en la montaña y en la costa. La región montaña-costa, que empieza en nuestra frontera occidental con Colombia y va por toda la Cordillera de Los Andes y la Cordillera de la Costa hasta el Promontorio de Paria, representa —si no recuerdo mal— más o menos la quinta parte de nuestro territorio y tiene en cambio las cuatro quintas partes de la población. Ahí se ha ido agrupando la gente; con algunas circunstancias, por cierto muy curiosas; por ejemplo, se habla de que el calor es enemigo del hombre y de la civilización, pero de más o menos veinte ciudades que en Venezuela tienen hoy más de cien mil habitantes, yo no recuerdo sino tres colocadas en clima fresco, por encima de los seiscientos metros sobre el nivel del mar: Caracas, Mérida y San Cristóbal. El hombre no le ha tenido miedo al calor; ha buscado la buena tierra, ha buscado la facilidad de la comunicación, ha buscado el comercio, ha buscado el mar. La mayor parte de nuestra población está, pues, en un sector de clima muy tórrido. Luego, la parte de los Llanos, que representa de la mitad superior de Venezuela, casi las dos terceras partes; y finalmente, la región de Guayana, abandonada durante mucho tiempo, hasta el punto de que un médico que conoce a cabalidad todo el territorio nacional, el Jefe de la División de Peste del Ministerio de Sanidad, el doctor Rumeno Isaac Díaz, acuñó esta expresión, que he repetido varias veces: «Venezuela es un país hemipléjico», porque la mitad estaba paralizada y solamente la otra mitad era la que tenía vida, actividad.[8]

Por otra parte, sería un error concebir a nuestro territorio como lo pintan en algunos mapas, solamente como la parte continental; tenemos un dominio insular, que cada vez adquiere mayor importancia. Si uno se coloca delante de un mapa de Venezuela ve que desde Los Monjes hasta Los Testigos hay prácticamente una línea de base recta, interrumpida solamente por las Antillas Neerlandesas (Curazao, Aruba y Bonaire), que fueron parte del territorio venezolano en sus orígenes y que dejaron de ser nuestras por un hecho de conquista, como consecuencia de la guerra. Es indudable que ese dominio insular constituye una parte importantísima de Venezuela y que tenemos que revisar los libros de geografía donde se nos dice que tenemos mil seiscientos kilómetros de costa, porque solamente miden la costa firme, sin medir toda la costa del dominio insular.[9]

Todo esto, indudablemente, llega a identificarse de tal manera con la Nación que viene a ser como el primer elemento de la unidad nacional; y quizás en la América española esto es más todavía, porque la formación de las diversas nacionalidades tuvo mayor relación con el territorio que con lo demás. Fue la ocupación de un determinado territorio lo que sirvió para la demarcación de ese territorio, aun cuando había regiones fronterizas que no estaban ocupadas y que dieron lugar a la doctrina del llamado uti possidetis juris, es decir, para que cada país tuviera no solamente el territorio que había ocupado como colonia de España sino que el que habría poseído de acuerdo con el derecho, aun cuando de hecho no hubiera habido la posesión. Esto dio lugar a todos los pleitos limítrofes, a todas las demarcaciones, a todas las delimitaciones, que para los venezolanos representó un proceso muy doloroso. Se recuerda que cuando se consumó la división de la Gran Colombia se empezó a negociar, por una parte la división de la deuda que teníamos por los gastos de la Independencia y, por otra parte, la demarcación territorial; que Venezuela y Nueva Granada llegaron al llamado Tratado Pombo-Michelena, firmado por don Lino de Pombo como Ministro del Exterior de la Nueva Granada y don Santos Michelena como Ministro de Venezuela; que para ese momento los hombres que llenaban la historia del poder y la vida política de ambos países eran el general Santander y el general Páez; que existía entre ambos una antipatía natural, un antagonismo difícil de superar; que Páez nunca pasó a Colombia, salvo las acciones que pudo haber cumplido en los Llanos de Casanare y Santander nunca vino a Venezuela, salvo también la participación que tuvo en las acciones de los Llanos antes de la Campaña de Boyacá; que mientras Bolívar siguió en la Campaña del Sur, Páez quedó en Caracas y Santander en Bogotá, representando los centros de poder y acuerpando grupos de intereses y de dirigencias políticas que fueron los núcleos que determinaron la separación.

El acuerdo fue indudablemente el mejor que Venezuela ha tenido en su historia de límites; fue ratificado por el Congreso de la Nueva Granada y no fue ratificado por el Congreso de Venezuela y no por mezquindades políticas ni por pequeñez de quienes actuaron, porque entre quienes informaron contra la ratificación del Tratado Pombo-Michelena estaban patriotas eminentes como Pedro Briceño Méndez, Valentín Espinal, Manuel Felipe de Tovar y gente muy importante y muy seria a quienes no se les pudo imputar motivaciones pequeñas ni mezquinas, sino que estaban convencidos de que debíamos llegar al Cabo de Chichivacoa por la Goajira y que toda la Goajira debía ser nuestra; y también San Faustino que era un problema secundario y en que se ha dicho que Colombia tenía interés especial porque allí había nacido el general Santander. Es una historia larga y dolorosa. A mi entender, revisando, rememorando, estudiando, se observan muchos errores, como el de la firma del compromiso arbitral por el general Guzmán Blanco y ratificado para darle todos los poderes de hecho y de derecho, cuando el Rey de España Alfonso XII murió, a la Reina Regente María Cristina, la madre de Alfonso XIII. No se entiende por qué si estábamos de acuerdo en toda la frontera y en desacuerdo sólo en dos o tres puntos, el compromiso arbitral no se limitó a que el árbitro decidiera esos puntos en que no estábamos de acuerdo, sino que se reabrió todo el proceso de demarcación, en circunstancias desfavorables para nosotros, con nuestros archivos destruidos por las guerras civiles, con nuestro prestigio en el mundo muy menoscabado y con una serie de circunstancias que seguramente influyeron en aquel Laudo tan desfavorable dictado en 1891, que aceptamos con una ejemplar resignación. Los argentinos acaban de desconocer el laudo dictado por la Reina de Inglaterra en el asunto del canal de Beagle y está abierta nueva negociación y están planteando las cosas ante la mediación Papal.

Los colombianos tuvieron la generosidad —en este sentido la figura de don Miguel Antonio Caro reviste especial significación para Venezuela— de admitir que debían negociar con nosotros una rectificación de fronteras para lograr una mayor armonía y con vistas a obtener la libre navegación del Orinoco, que después se les dio sin compensación territorial ninguna. Por otra parte, la prepotencia de la Gran Bretaña, que invadió nuestro territorio desde las posesiones compradas a Holanda, impuso el Laudo Arbitral de 1899 que consagró el despojo de los territorios del río Barima al Esequibo y que amenazó llevar al dominio inglés hasta las bocas del Orinoco. Y fueron gobiernos autocráticos los ejecutores de la entrega de centenares de miles de kilómetros cuadrados, en ejecución de los infortunados laudos de 1891 y 1899[10].

En todo caso, nuestro territorio sirve de base a ese valor que es la unidad; pero esa unidad es también una unidad histórica, es una unidad cultural, es una unidad lingüística, una unidad social, que no excluye sino que más bien debe fortalecerse con la pluralidad, generando el consenso, sobre los aspectos fundamentales del destino nacional. En el Nuevo Mundo, a partir de la integración de los Estados Unidos como una nacionalidad distinta, el hecho de que haya confesiones religiosas distintas, maneras de pensar diferentes, e incluso normas morales contrapuestas, se considera como elemento fundamental en la constitución del Estado Liberal. Entonces surge una idea que hoy se define como pluralismo, es decir, la unidad dentro de la diversidad, y yo diría que este elemento pluralidad es indispensable en la concepción de un Estado moderno, democrático y libre. ¿Cómo se concilia con la idea de la unidad nacional? Me parece que a través de la idea de consenso, es decir, que por encima de todas esas diferencias deber haber una unidad de pensamiento, una unidad de sentimiento respecto a ciertas cuestiones fundamentales para la vida del país. La Constitución de 1961, lo decíamos cuando se cumplieron quince años de su promulgación, tiene un profundo sello de consenso: se buscó aquello en que se consideraba que por más diferencias de pensamiento que existieran y de actitudes y de intereses, había una voluntad común de defender, porque existe una conciencia común acerca de su necesidad. Creo que dentro de la idea de la doctrina nacional, uno de los grandes problemas que surge es precisamente el del equilibrio armónico de los dos elementos: el elemento pluralista y la necesidad del consenso.

Desde luego, en materia de unidad nacional uno de los grandes problemas también es el de las estructuras sociales, la diferencia de clases, la separación de sectores sociales, al mismo tiempo que desde el punto geográfico la cuestión regional, pues la superación de las diferencias regionales es un elemento muy importante y el concepto de regionalismo es un concepto flexible que se utiliza en el interior y en el exterior del Estado. Se habla de región latinoamericana, un concepto que comprende diversos Estados; se habla de región guayanesa, o región andina o región llanera, hablando de partes que tienen una manera determinada y característica de ser en una serie de aspectos, pero que están dentro de la unidad nacional. Uno de los elementos que precisamente se va aclarando más en relación a la cuestión regional, es el hecho de que la región no coloca con carácter prioritario la diferenciación y además no aspira a la soberanía. Mientras la Nación tiene como elemento definitorio la soberanía, la región tiene como característica la autonomía. Hay relación entre ambos conceptos y por otra parte la Nación es una comunidad dentro de la cual no sólo nos reconocemos como integrando la misma entidad, sino como diferentes de los otros. En cambio, la región es compatible con la idea de la unidad nacional y dentro de la unidad nacional establece una diferencia; es una cuestión de matiz, pero bastante interesante e importante.

Otro de los valores que creo fundamental para una doctrina nacional es el de la dignidad nacional. La dignidad nacional, que debe distinguirse de la soberbia nacional. Hay países que han hecho de la soberbia, de la prepotencia, de la preeminencia un valor fundamental que en definitiva ha sido peligroso para ellos. El himno alemán decía: «Deutschland, Deutschland, über alles, über alles in der Welt (Alemania, Alemania, sobre todo, sobre todo en el mundo)». La afirmación de una superioridad indiscutible de un pueblo sobre todos los otros pueblos, fundado en elementos indudablemente ciertos —porque no se le pueden negar méritos excepcionales a este pueblo: cuando uno piensa en la poesía de Goethe, en la música de Beethoven, en la filosofía de Kant, de Hegel o de Heidegger, en la cantidad de figuras excepcionales que ese país produjo, indudablemente reconoce que le dio una significación muy alta en la vida de la humanidad— pero que llevaron a la deformación de ese sentimiento. Esa frase la han quitado y han dejado la música; la eliminaron del himno, porque indudablemente les hizo daño; les hizo daño internamente, porque creó en muchos sectores un sentido de agresión, de supremacía, y les hizo daño externamente, porque les concitó muchos odios, muchos resquemores, muchas antipatías en el mundo. Pero la dignidad sí —yo creo que en Venezuela este elemento es fundamental en nuestra Doctrina Nacional—. El sentir de los próceres, la idea de que nosotros le dimos a la América brillo, servicio, libertad, ese indudablemente es uno de los factores más importantes para que el sentimiento nacional se fortalezca y se encauce de una manera debida.

Cuando hablé en los Estados Unidos, ante el Congreso de aquella Nación en una sesión conjunta, dije una frase (que me preguntaban ahora en Alemania por qué la había dicho, pero veo que la gente la entendió perfectamente): yo tengo el orgullo de ser latinoamericano; así como ustedes tienen el orgullo de ser norteamericanos; sostengo pues y recuerdo que ser distintos no significa ser mejores ni peores, sino solamente distintos, y debo decir que los latinoamericanos somos un pueblo que pone su dignidad por encima de su conveniencia, por encima de sus intereses. Y esto realmente es interesante en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Roosevelt tiene entre nosotros un concepto muy favorable y no nos dio nada material: lo que nos dio fue la doctrina del buen vecino, la revisión de unos conceptos tradicionales, el abandono de la idea del garrote, del «big stick» del otro Roosevelt, el esfuerzo en lograr un acercamiento. Algo parecido a esto hay en la figura de Kennedy: la Alianza para el Progreso que sucumbió con él, y que tuvo como error inicial el haber salido como una idea de la Casa Blanca, en vez de haber logrado que saliera del consenso de los países de América Latina, en su doctrina fue esto mismo: reclamamos más la dignidad que la propia conveniencia material.

Luego, el valor de la libertad. Los venezolanos quizás a veces caemos un poquito en la jactancia, pero tenemos el orgullo de haber sido los abanderados de la libertad. Nuestras tropas no han salido nunca de nuestro país para humillar o para ofender a ningún pueblo. Salieron para defender la libertad de los otros pueblos, para ayudar decisivamente a la libertad de América. Naturalmente que esto de la libertad tiene diversos sentidos, porque por una parte se utilizó la palabra ‘libertad’ como sinónimo de Independencia, es decir como el derecho a gobernarnos a nosotros mismos y a que no nos gobernaran de afuera, mientras que por otra parte el concepto de libertad se refería a los derechos que cada uno de los ciudadanos ejercería dentro del nuevo Estado que se iba a constituir. Andrés Bello tiene a este respecto observaciones sumamente agudas. Dice que en la Revolución de la Independencia se buscaron dos ideales simultáneamente: uno era el de la Independencia y el otro era el de la Libertad. La Independencia, dice, era el movimiento autóctono, propio, el deseo inherente a toda gran colectividad, al llegar a cierto grado de desarrollo, de gobernarse por sí misma y de no depender de otra; mientras que la libertad era en cierto modo, el aliado extranjero que combatía bajo las banderas de la Independencia, era el movimiento de ideas que generalizó en el mundo la Revolución Francesa y que introdujo una serie de elementos que le daban al nuevo Estado unas características propias. Observa Bello que, de hecho, para la libertad era necesaria la Independencia, y para lograr la Independencia se necesitaba una unidad de mando, de tal naturaleza que la libertad venía a quedar en cierta manera subyugada. Bello dice: «Nadie amó más sinceramente la libertad que el general Bolívar; pero la naturaleza de las cosas le avasalló como a todos; para la libertad era necesaria la independencia, y el campeón de la independencia fue y tuvo que ser un dictador. De aquí las contradicciones aparentes y necesarias de sus actos».

Lo cierto es que nosotros conquistamos nuestra Independencia y durante más de un siglo no pudimos cimentar y afianzar la libertad. Nos viene a la memoria aquella frase dramática del Libertador: «… me ruborizo al decirlo, la Independencia es el único bien que hemos conquistado a costa de los demás». El proceso de organización del Estado fue sumamente duro y difícil y los héroes que habían luchado con éxito por la Independencia se sentían con derecho preeminente a gobernar el país y no querían renunciar a este derecho. El drama de la Revolución de Reformas, en que gente tan importante como Santiago Mariño, que era el jefe del movimiento, depusieron al presidente Vargas porque no podían admitir que un científico que había estado en Edimburgo estudiando y ejerciendo la medicina en Puerto Rico, y que vino después a organizar la Universidad, fuera quien gobernara al país cuando ellos eran los que habían peleado, los que habían sufrido, los que habían luchado, los que habían logrado la Independencia, es de una significación muy grave.

Total, que el proceso fue realmente terrible, pero después de este proceso, estamos entendidos en que los valores inicialmente propuestos por el Libertador y por los demás padres de la Patria en el momento de declarar la Independencia: la libertad política, la libertad económica, la libertad personal, son elementos fundamentales, valores que integran, que tienen que integrar nuestra doctrina nacional. Por supuesto, la realización de estos valores —como sucede siempre cuando se trata de realizar un ideal— es un proceso que está siempre en marcha. En este sentido podemos volver a recordar la frase aquella según la cual la Nación supone una creación siempre renovada y continua, aunque no somos los mismos sino que siempre tenemos que cambiar. Dentro de esta concepción hay algo muy curioso, que nosotros queremos incorporar a nuestra Doctrina Nacional: somos el único país de este hemisferio, desde el Estrecho de Bering hasta el Cabo de Hornos que no ha tenido un conflicto internacional después de la Independencia. Nuestras guerras internacionales cesaron cuando la Independencia se consumó: después tuvimos muchas guerras civiles, pero nunca hemos tenido un conflicto armado con ningún otro país de este hemisferio. Esa circunstancia vale desde el punto de vista interno para la conciencia nacional y vale desde el punto de vista externo para el respeto que merezca nuestra propia Nación.

Un valor importante dentro de la Doctrina Nacional es la cultura. Ya hemos dicho que la Nación es una unidad cultural; indudablemente, el fomento de los valores propios de la cultura, el pensamiento, la literatura, el arte, eso contribuye a integrar evidentemente esa unidad espiritual que es fundamental como sustento de la idea nacional.

El presidente Caldera brindando con alfereces graduados de la Escuela de Aviación Militar, acompañado por el general Juan Ignacio Paredes Niño. 8 de julio de 1997.

Una idea nueva es la del desarrollo. ¿Qué se entiende por desarrollo? Es un concepto discutido. Hay algunos que lo ven simplemente como un crecimiento en renglones económicos: aumentamos la producción, aumentamos la industrialización, aumentamos el ingreso per cápita. Esto no puede ser. Tiene que haber un contenido humano. El desarrollo es una elevación de la población y una aspiración a incorporar a toda la población al proceso económico, social, educativo, cultural. Por eso hay aquella frase muy repetida de Lebret de que el desarrollo es la incorporación de todo el hombre, es decir, no sólo el estómago, sino también el cerebro y el corazón, y de todos los hombres, es decir, incluyendo a los marginados, que es uno de los grandes retos que tenemos planteados en la actualidad. Pero, realmente, el sentido de la palabra ‘desarrollo’ es muy discutible. Hay países que tienen el mayor ingreso per cápita hoy en el mundo y no se pueden calificar como países desarrollados: los Emiratos Árabes, Kuwait, Arabia Saudita, etc., están en proceso de desarrollo. Hay países que tienen todavía gran parte de sus recursos naturales sin explotar y sin embargo se consideran desarrollados, como el Canadá. Canadá tiene una población pequeña, un territorio más extenso que el de los Estados Unidos, recursos naturales inmensos que no han sido todavía explotados y sin embargo, está entre los países desarrollados. Australia, que tiene más o menos la misma población de Venezuela y como territorio un continente, se considera un país desarrollado, aun cuando los recursos naturales están todavía muy en su comienzo de explotación y de aprovechamiento. Tiene que haber una armonía entre la utilización de los recursos naturales, de los recursos financieros y de los recursos humanos, para lograr un nivel de vida decoroso, satisfactorio, para la generalidad de la población. Esto es lo que a mi modo de ver constituye el desarrollo, que según un Papa es el nuevo nombre de la paz.

Luego hay una idea del destino nacional. Es preferible quizás hablar de la vocación nacional. Parece ser que cada pueblo tiene una misión, un destino, una vocación que cumplir. Algunos hacen maravillas en la técnica, otros en el arte, otros en la actividad política; pero es evidente que un pueblo, como una persona cualquiera, como una persona individual, tiene que tener una conciencia de su propia finalidad, de su propia inclinación, de los objetivos que tiene que lograr. En este sentido, para Venezuela el haber surgido como nación, como entidad, a través del proceso de Independencia que tanto nos costó, nos señala una vocación nacional de servicio a los grandes ideales de la unidad, de esa integración concebida a la manera bolivariana como «una Nación de Repúblicas» y del mantenimiento y defensa de la libertad. Esta vocación nacional supone un esfuerzo constante, una creación perpetua, que se continúa pero no se repite, que tiene que estar constantemente avocándose a poner su propia vocación al servicio de las nuevas realidades, de las nuevas necesidades y de las nuevas ideas.

Y desde luego dentro de nuestra doctrina nacional, dentro de nuestra concepción, tenemos como valor importante el de la paz. Hay una especie de contradicción en eso; el país que más ha servido a la paz y el que menos la ha tenido desde el punto de vista interno y donde la paz ha sido en algunas ocasiones concebida como la privación de todo derecho, de toda libertad, como la imposición férrea de la fuerza; pero la paz sin la cual nuestro proceso histórico retrasó nuestra construcción, presentó los resultados más lamentables y es lo que explica que la dictadura del general Gómez, la más férrea que hemos tenido y negativa en muchos sentidos, sea justificada por algunos críticos actuales y haya sido justificada por contemporáneos de significación por haber logrado la implantación de la paz, después de que la continuidad de las guerras iban haciendo imposible toda reflexión y todo esfuerzo al servicio del desarrollo nacional.

A este respecto, mi padre adoptivo, que fue de la última promoción de alumnos del gran maestro tocuyano, don Egidio Montesinos, el mismo que fue maestro de Gil Fortoul, decía que don Egidio, tratando de explicarles a ellos el valor de la paz, les refería que en una aldea situada en las remotidades de aquella parte árida entre El Tocuyo y Quíbor, llamada «Pozo Salado», había una viejecita fea y contrahecha que se llamaba Paz, y decía el maestro: «Paz, aunque sea la de Pozo Salado». Fea, contrahecha, llena de defectos, aun así la aceptaba, porque pertenecía a una generación que había sufrido los horrores de la guerra. Quizás alguno de ustedes haya oído de alguna tía-abuela los cuentos de lo que fueron las guerras civiles: cada vez que entraba una facción a un pueblo, ocupaban saqueaban, violaban, atropellaban; se iban, venían otros, y la vida transcurría entre una y otra incertidumbre. Indudablemente, pues, el valor de la paz es un valor importante dentro de la Doctrina Nacional.

Los valores nacionales tienen también sus opuestos: anti-valores que han causado no pocos daños a la humanidad. Uno es el egoísmo nacional. A veces justificamos el egoísmo nacional en la misma medida en que reprobamos el egoísmo individual. En este sentido, hasta los pueblos más admirados hoy en el mundo han incurrido a veces en terribles hechos cuyas consecuencias las está pagando la humanidad. Por ejemplo, el fenómeno de la esclavitud, hasta el punto en que llegó en los tiempos modernos, más de mil años después de nacido Cristo: es increíble que pueblos cristianos hayan cazado seres humanos como si fueran bestias, les hayan arrancado de su hábitat natural, les hayan quitado todos sus derechos para utilizarlos como elementos de producción, como factores de enriquecimiento. Cuando uno estudia, analiza, observa, el hecho de la esclavitud, encuentra que es una de las cosas más deprimentes, más espantosas que se hayan cometido en toda la historia de la Humanidad. Los pueblos antiguos conocieron la esclavitud, pero por lo menos era consecuencia de un hecho militar: el victorioso, que se suponía con derecho a matar, a eliminar físicamente al vencido, encontró que era mejor negocio para él y teóricamente más piadoso con el vencido, conservarle la vida y utilizarlo y ponerlo a su servicio; las grandes riquezas que hicieron los romanos eran, especialmente, a través del comercio de esclavos que traían después de cada jornada victoriosa. Pero en la época moderna ni siquiera hay esta justificación, sino que por un sentido de superioridad y por una afirmación de egoísmo nacional, esos países se enriquecieron de una manera fabulosa, utilizando la mayor fuerza de riqueza y de producción que es el trabajo humano, simplemente por aplicación de su poder, de su superioridad. Parece que pensáramos que cada uno debe desprenderse del egoísmo personal, pero que la Nación debe actuar con extremado egoísmo nacional. Esta es una de las cosas más difíciles de remediar. Sin embargo, cuando uno ve en Europa lo que se ha logrado, que Francia y Alemania, después de tantas guerras, llegaran a acordarse para formar una comunidad inicialmente constituida con Bélgica, con Holanda, con Luxemburgo y con Italia, llega uno realmente a pensar si no nos faltará todavía bastante que aprender para llegar a un estado de conciencia que pueda aceptar la subordinación del egoísmo nacional a un interés común, que en definitiva tiene que ser beneficioso para todos. Sin embargo, se encuentra uno con que en un país tan adelantado como la Gran Bretaña, el partido que representa a la clase obrera en su Congreso resuelva que si vuelve al poder se retira de la Comunidad Europea. Esto sería un retroceso horrible, inconcebible, inaceptable, pero se aprueba a pesar de que distinguidas figuras de ese mismo Partido, como el señor James Callaghan,  que acaba de renunciar al liderazgo y quien fue Primer Ministro y su Ministro del Exterior, hayan defendido en el seno del Congreso la necesidad de la integración y la de que la Gran Bretaña se sienta europea. Los egoísmos nacionales surgen y a veces tienen efectos difíciles de justificar. El retraso en la admisión de España en la Comunidad Europea se debe a la rivalidad de algunos sectores de la producción, especialmente agricultores, por egoísmo nacional.

Otro anti-valor es la soberbia. Hemos comentado antes el caso de Alemania. También se podrían comentar otros casos. En bastante tiempo, la Gran Bretaña fue representativa de estas ideas de soberbia. También lo ha sido la Francia en la época de sus grandes esplendores militares. En todos los países que tienen éxito hay cierta predisposición a la soberbia nacional, que es un elemento peligroso. Es peligroso para nosotros, porque dentro de nuestra comunidad de pueblos, por la riqueza petrolera que nos ha dado la Providencia, podemos caer en la tentación de creernos mejores, superiores, más afortunados o más capaces que otros países y eso nos hace un daño muy grande. Lo peor que nos puede pasar es que nos vean como el pariente rico, afectado de los vicios del nuevoriquismo y que dejemos de ser conscientes de nuestras propias limitaciones y de nuestro deber de mantener un nivel de cooperación con todos los demás hermanos de América Latina.

Anti-valores son también la agresión, la explotación, la concupiscencia del poder, la expansión como tal. Cuando en la elaboración de la Constitución actual concebimos la posibilidad de que algunas entidades cercanas a Venezuela pudieran unirse a nosotros y hasta integrarse, dejamos muy claro que esto tenía que ser por la voluntad de sus habitantes, y por eso dijimos en el artículo 15: «La Ley podrá establecer un régimen jurídico especial para aquellos territorios que por libre determinación de sus habitantes y con la aceptación del Congreso se incorporen al de la República». Quizás es una disposición que está solamente en el terreno de la teoría, pero está perfectamente enmarcada dentro de los principios.

Además de éstos, se han señalado otros anti-valores que tienen carácter interno: la prevalencia del egoísmo individual por sobre el interés nacional, el despilfarro de los recursos, indudablemente constituyen anti-valores que perjudican la idea propia y específica de una Doctrina Nacional.

Pudiera decir, que para formular una Doctrina Nacional, que tiene que ser la base, el punto de partida de una concepción de la Defensa Nacional, en ninguna parte vamos a encontrar nada más preciso que el preámbulo de la Constitución. La Constitución vigente volvió al sistema clásico de establecer un preámbulo: una especie de presupuesto de las normas que establecen la ordenación jurídica fundamental del país. En ese preámbulo, se trataron de explicar los elementos fundamentales de esa concepción de lo que es y de lo que debe ser la Nación venezolana. Tiene antecedentes en el breve preámbulo de la primera Constitución de 1811, a semejanza de la Constitución de los Estados Unidos, y en la «Declaración preliminar» de la Constitución de 1947, con una serie de modificaciones y de complementos que se consideraron necesarios.

El preámbulo de la Constitución viene a ser, a mi modo de ver, el resumen de todo el planteamiento de la Doctrina Nacional, y dice lo siguiente:

«El Congreso de la República de Venezuela, requerido el voto de las Asambleas Legislativas de los estados Anzoátegui, Apure, Aragua, Barinas, Bolívar, Carabobo, Cojedes, Falcón, Guárico, Lara, Mérida, Miranda, Monagas, Nueva Esparta, Portuguesa, Sucre, Táchira, Trujillo, Yaracuy y Zulia, y visto el resultado favorable del escrutinio,

en representación del pueblo venezolano, para quien invoca la protección de Dios Todopoderoso;

con el propósito de mantener la independencia y la integridad territorial de la nación, fortalecer su unidad, asegurar la libertad, la paz y la estabilidad de las instituciones;

proteger y enaltecer el trabajo, amparar la dignidad humana, promover el bienestar general y la seguridad social; lograr la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, según los principios de la justicia social, y fomentar el desarrollo de la economía al servicio del hombre;

mantener la igualdad social y jurídica, sin discriminaciones derivadas de raza, sexo, credo o condición social;

cooperar con las demás naciones y de modo especial con las Repúblicas hermanas del Continente, en los fines de la comunidad internacional, sobre la base del recíproco respeto de las soberanías, la autodeterminación de los pueblos, la garantía universal de los derechos individuales y sociales de la persona humana, y el repudio de la guerra, de la conquista y del predominio económico como instrumentos de política internacional;

sustentar el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos y favorecer pacíficamente su extensión a todos los pueblos de la tierra;

y conservar y acrecer el patrimonio moral e histórico de la Nación, forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia y por el pensamiento y la acción de los grandes servidores de la patria, cuya expresión más alta es Simón Bolívar, el Libertador, decreta la siguiente Constitución…».

De manera pues, que en el Preámbulo están comprendidos los elementos fundamentales, los objetivos esenciales, los valores que inspiran nuestra concepción nacional. Por consiguiente, allí está delineada una Doctrina Nacional. Es una especie de programa para más de una generación; es una orientación fundamental sobre la vida del país. Allí están recogidos y expuestos en una forma bastante clara y completa los elementos que nos inspiran, que nos ayudan, que nos estimulan, y los objetivos que nos guían para tratar efectivamente de lograr una Doctrina Nacional.

Realmente, me parece que si se exigiera una definición de Doctrina Nacional para Venezuela, esa definición sería justamente ésta, expresada en el Preámbulo de la Constitución. En él se inserta un orden de valores, comenzando por la independencia, la integridad territorial, la unidad, la libertad, la paz y la estabilidad de las instituciones y ordenando su doctrina, sus señalamientos característicos de lo que se considera que son los objetivos de la nación venezolana, incluyendo el nombre del Libertador Simón Bolívar, que se puso deliberadamente en el texto constitucional por considerar que Bolívar es, dentro de la existencia nacional uno de los símbolos de la Patria y una de las fuentes más ricas para el pensamiento nacional, para la existencia misma de la Nación. De manera que se incluyó deliberadamente en la mención de los valores morales al Libertador, que deja en ese sentido de ser un simple personaje del acontecimiento histórico para convertirse en casi la identificación ideal de las aspiraciones más altas de la Patria venezolana.

Estos elementos: independencia, integridad territorial, unidad, libertad, paz, estabilidad, sirven de marco a los demás: lo relativo al trabajo, a la justicia social, a la distribución de los bienes, a la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza. Los términos están escogidos muy cuidadosamente: la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza según los principios de la justicia social; fomentar el desarrollo de la economía al servicio del hombre y colocar al hombre como objetivo de los bienes y no como un instrumento simplemente para que éste produzca; la igualdad social y jurídica, sin discriminaciones derivadas de raza, sexo, credo o condición social.

En el aspecto internacional, una cooperación con todas las naciones, pero especialmente con las Repúblicas hermanas del Continente. En ese sentido hay un artículo, cuando se habla de los derechos económicos, en que se dispone fomentar la integración latinoamericana. Todo ello, sobre la base del recíproco respeto a las soberanías, la autodeterminación de los pueblos, la garantía universal de los derechos individuales y sociales de la persona humana y el repudio a la guerra, la conquista y el predominio económico, es decir el imperialismo, como instrumento de política internacional.

Se proclama el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos y se sustenta favorecer pacíficamente su extensión a todos los pueblos de la tierra, rechazando toda idea de intervención. Y luego, se afirma el patrimonio moral e histórico de la Nación, forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia, y por el pensamiento y la acción de los grandes hombres, cuya expresión más alta es Simón Bolívar, el Libertador.

Graduación de oficiales en el patio de la Escuela Militar. 7 de julio de 1970.

Sin duda, tendríamos que decir que esta Doctrina Nacional está en evolución, en plena transformación. En Europa, donde ha habido tantos conflictos nacionales, se extiende la idea de una especie de sobre-soberanía, es decir, de renuncia parcial de la soberanía de cada Estado en aras de la organización de un organismo más grande, como la Comunidad Europea. Esta ha sido resultado de un proceso interesante y difícil, impulsado no solamente por estadistas que han tenido en sus manos la dirección de esos países, sino por pensadores, por economistas y por los pueblos en general.

La Comunidad Europea, que empezó por un ensayo de Comunidad «para el carbón y el acero» ha ido desarrollándose hasta el punto de que se ha elegido ya un Parlamento europeo por voto directo de los pueblos. Indudablemente que la idea de una Doctrina Nacional en Europa ha sufrido tremendos impactos, por una parte porque surgieron nuevos Estados donde antes no los existía, porque se arreglaron a través de los «Tratados de Paz», fórmulas que modificaron en mucho el sentimiento nacional.

Hay algunos sectores que dicen que en Europa el Estado ha sido el surtidor, el tejedor que ha tejido la Nación, pues hay naciones que han tomado ese camino precisamente después de que se han organizado los Estados. Hay una serie de movimientos en todos los tiempos modernos, después de que termina la época feudal y comienzan a consolidarse los reinos, aparece una serie de modalidades y diferencias y se define el principio de las nacionalidades: toda Nación tiene derecho a constituir un Estado. Ahora, definir cuál es esa Nación llegó a ser algo sumamente delicado: para el nazismo, por ejemplo, todos los países de habla alemana debían integrar la Nación alemana; entonces surge la ocupación de Austria, el llamado Anschluss; después la ocupación de la región Sudeste de Checoslovaquia, que era la parte de grupos de habla alemana; luego vino el conflicto con Polonia y todo esto condujo a una serie de situaciones que produjeron la guerra. Pero después surgieron otras modalidades específicas: Polonia, por ejemplo, que tanto luchó por su existencia nacional, la mantiene hoy, pero una gran parte de su población oriental pasó a la soberanía de la Unión Soviética, para lo cual le dieron en compensación al oeste territorio en el que habían sido súbditos del poder alemán.

Luego tenemos el curiosísimo caso de la división de algunos países por fronteras ideológicas: ya, del 45 para acá, son casi cuarenta años en los cuales existen dos Alemanias, una República Federal y una República Democrática Alemana. La primera tiene más o menos las dos terceras partes del territorio y la otra una tercera parte. Esto se produjo en una forma tal que parece que tienden como a consolidarse algunas diferencias nacionales y que llega a aceptarse como una situación más o menos permanente, a pesar de que uno de los objetivos sistemáticos de la Doctrina Nacional de la República Federal después de la guerra era la reunificación de Alemania. Esta reunificación parece muy difícil; sin embargo, queda como símbolo de una de las soluciones más complicadas que se puede pensar. En la ciudad de Berlín, tres cuartas partes (que fueron ocupadas por los ejércitos norteamericano, francés e inglés) están bajo una especie de mandato de la República Federal, mientras la otra cuarta parte comprende los lugares donde antes estuvo la Cancillería, etc., pertenecen y forman parte integrante de la República Democrática Alemana (Alemania del Este).

Esto coloca a unos tres millones de habitantes en la parte de Berlín Occidental en un enclave, rodeado por todas partes por la República Democrática Alemana, o sea Alemania del Este, que considera a Berlín como su capital, y sujeta a un régimen de gobierno especial que la hace una especie de ciudad libre, con un Alcalde que es el jefe del gobierno y con unos ministros que se llaman senadores y con un Senado que allí se elige, pero con la circunstancia de que, para mantener la tesis de la unidad alemana, se realiza allá la elección del Presidente de la República Federal, que sigue teniendo su capital provisional en Bonn (con una provisionalidad que se va prolongando y transformando y va haciendo de Bonn una verdadera capital). La elección del Presidente de la República Federal se hace, pues, en la ciudad de Berlín, como para recordar que allí está la verdadera capital de la Nación, y esto provoca —como saben ustedes— toda una serie de incidentes, entre otros los aviones supersónicos rusos volando a gran velocidad, para crear una verdadera conmoción: se rompen cristales y se crean inquietudes, porque la comunicación entre la ciudad de Berlín y la República Federal se hace a través del territorio —de bastante territorio— ocupado por la otra jurisdicción. Ahora, todo esto influye en la unidad nacional. Los alemanes han llegado a ser otra vez una de las primeras potencias del mundo, desde el punto de vista económico, desde el punto de vista industrial, desde el punto de vista cultural y, sin embargo, están heridos en lo más profundo de su ser nacional con una división de soberanía entre dos Estados, no solamente separados sino hasta hostiles entre sí, que han realizado algunas tentativas de acercamiento pero que están muy lejos de una reunificación.

Todo esto indica que las naciones no son inmutables. Las situaciones cambian: Europa ha vivido un proceso de cambio constante, de demarcaciones territoriales. Alsacia y Lorena constituyen un ejemplo de porciones de territorio que han estado bajo la jurisdicción alemana o bajo la jurisdicción francesa de acuerdo con una serie de circunstancias que ocurren, y lo mismo todas las naciones balcánicas, entre las cuales la modificación del ámbito territorial ha sido un hecho frecuente.

Si pensamos que uno de los ingredientes básicos de las naciones es el territorio, se nos hace difícil entender cómo esas unidades nacionales subsisten, pero lo cierto es que cada Nación tiene una personalidad inconfundible en la historia, a pesar de estar sujeta a graves modificaciones en cuanto a su jurisdicción territorial.

En cuanto a este Continente, el mismo ejemplo de la Comunidad Europea ha constituido un estímulo para la formación de un concepto cada vez más acentuado de nacionalidad latinoamericana. De un nacionalismo que vincula a todos los pueblos de América Latina, concepto también un poco impreciso y difícil. Esta es una expresión (‘Latinoamérica’) que se usa cada vez más, aunque no llega a ser enteramente satisfactoria. Hablamos de ‘Hispanoamérica’ cuando nos referimos a los países de este continente de habla española, que fueron colonias de España; hablamos de ‘Iberoamérica’, comprendiendo a los países que tienen origen en la península Ibérica, es decir, las naciones hispanoamericanas y Brasil. Hablamos de ‘Latinoamérica’, inicialmente, para no dejar fuera el más pobre y sufrido de los hermanos, es decir, Haití, que es país de origen latino, de habla francesa, pero que no es íbero; sin embargo, sentimos que cada día más las antiguas colonias británicas, las colonias holandesas tienden a integrarse con nosotros dentro de esta comunidad a la que aplicamos el término ‘Latinoamericano’ con cierta resistencia de parte de trinitarios, de jamaicanos o de antillanos. Deberíamos más bien decir ‘Suramérica’, pero los geógrafos no lo permiten; para mí, Suramérica es la América que está al sur de los Estados Unidos y Norteamérica la que está al norte de México; y esa demarcación, que también ha cambiado en la historia, es más histórica y política que geográfica. Los próceres decían muchas veces ‘los suramericanos’, incluyendo a los mexicanos, pero los geógrafos, rigurosamente hablando, no quieren admitir que lo que está sobre Centroamérica no sea Norteamérica.  Aun cuando —como he dicho por ahí— si nos colocáramos en el Zócalo, de la ciudad de México, y le preguntáramos a cualquier persona que pasa por ahí: ¿usted es norteamericano? contestaría que no, pero los geógrafos recuerdan que México está en Norteamérica, lo que tiene un sentido de geografía física, mas no tiene verdadera raíz en la geografía política y en la geografía histórica.

Lo cierto es que surge la idea de una Nación latinoamericana. ¿Cuáles son los elementos que la integran? Hay una unidad territorial. Hay una unidad de situación económica, somos países en vías de desarrollo. Hay una unidad de historia y de destino. Sin embargo, dentro de esta misma unidad hay diferencias, porque si unos hablamos español, otros hablan portugués, aunque son lenguas afines y en este continente más afines aún, porque el brasilero está mucho más cercano al español que el portugués de Portugal, y porque nuestro castellano es bastante más suave que el castellano de Castilla y de España. Lo cierto es que hay otros países que hablan otras lenguas y que cada vez están más cerca de nosotros, como es el caso de las Antillas, especialmente de las antiguas Antillas inglesas, de las Antillas holandesas, y de los territorios de la Guayana que también se llaman ‘caribeños’, aun cuando no están en el Caribe, porque tienen asociación con los países del Caribe, aunque están al sur de la desembocadura del Orinoco. Esto crea, sin duda, dificultades, pero hay un movimiento ideal, un movimiento que puede lograrse, a mi entender, a base de un proceso de integración subregional que es el que nos puede llevar a la integración regional. La ALALC ha tenido poco éxito porque empezó por la integración regional completa: al contrario, el Pacto Andino, con todas sus dificultades, tiene o ha tenido más posibilidades y será factor cada vez más importante en la unidad latinoamericana.

Hablamos de una Nación latinoamericana, en el sentido de que somos una comunidad de pueblos que se reconocen como unidos por una serie de vínculos, solidaridad espiritual, de historia, de cultura y de geografía. No en el sentido de que haya una soberanía común, como lo vemos en la frase de Bolívar, de hacer de esta América una Nación de Repúblicas. Y en esta Nación, indudablemente, hay un elemento fundamental, que es ese sentido de dignidad, ese culto a unos valores del espíritu que son preeminentes.

Cuando se habla de Defensa Nacional y con hombres que además tienen un concepto de la defensa continental, se tienen que encontrar fórmulas filosóficas, a veces no suficientemente elaboradas, ni suficientemente claras para vincular la idea de Nación que es la que fundamenta una Doctrina Nacional y una Defensa Nacional. Pero también asoma un concepto o idea de Nación más amplia y superior, que nos lleva a conferencias, a reuniones, a participaciones y decisiones comunes, aun en el campo militar, que tienden a buscar el fortalecimiento de nuestros objetivos comunes.

En todo caso, sabemos lo que es la Nación venezolana y estamos dispuestos a ofrendarlo todo por ella. El culto a la Patria, que es la sublimación de la Nación; el conocimiento cabal de los elementos que la integran y de los valores que sustenta; el amor noble y apasionado por ella y la voluntad de mantenerla, sostenerla, fortalecerla y defenderla, es el punto de partida de toda acción fecunda al servicio de la justicia y del progreso, de la libertad y de la paz.

Esta es la significación más válida de una Doctrina Nacional.[11]

Notas

[1] Ha llegado a discutirse hasta dónde la idea de Nación y el nacionalismo que de ella se deriva tienen o no vigencia. Pienso que el nacionalismo nunca pierde vigencia, que tal vez los mismos acontecimientos que ocurren en el mundo y el avance hacia lo que se llama «aldea global» pone más de presente la existencia del nacionalismo como un sentimiento, como una vinculación, como una actitud, como una obligación, como un deber, como una brújula en la conducta de los pueblos (1993).

[2] A raíz de los acontecimientos que han ocurrido a partir de 1989 en Europa: la caída del muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética, el fracaso del llamado socialismo real en los países de la Europa del Este, un elemento que ha resurgido con impresionante vigor es precisamente el sentimiento nacional. Los conflictos que han empañado la aspiración del mundo hacia una paz perpetua tienen su origen en esa realidad indestructible que existe en los pueblos que es la vinculación con la Nación en que han nacido y que en la literatura romántica toma la denominación de Patria. El patriotismo es un elemento tan fundamental que ha producido efectos increíbles en las confrontaciones que ha presenciado la humanidad. En las guerras napoleónicas y en la segunda guerra mundial de este siglo fue el nacionalismo el único elemento que pudo explicar la resistencia increíble del pueblo ruso frente a un poder militar arrollador y poderoso como el de los ejércitos de Bonaparte. La misma guerra del Vietnam pone de manifiesto como un sentimiento nacional, un nacionalismo sublimado, pudo resistir durante años la presión de fuerzas inmensamente superiores y dotadas de todos los recursos (1993).

[3] El caso de Polonia es un caso extraordinario, porque el país ha llegado a ser repartido entre las dos potencias que la rodean, Alemania y Rusia, y las fronteras han sido cambiadas muchas veces. En este momento, en que ha cambiado la correlación de las fuerzas políticas, militares y económicas en Europa se ha mantenido el respeto a las fronteras establecidas en los Tratados de paz, después de la segunda guerra mundial, y una de las condiciones que contribuyó a que se recibiera pacíficamente la reunificación de Alemania fue el compromiso de Alemania de respetar las fronteras «Solder Nice», que fueron las que determinaron privar a Alemania de uno de los territorios que tradicionalmente consideraba suyo, la Prusia Oriental, para determinarlos como parte de la República de Polonia. (…) Un caso que verdaderamente impacta es el de la Nación Mexicana: México ha perdido casi la mitad de su territorio como consecuencia de anexiones que realizaron los Estados Unidos y ha tenido que resignarse a esta situación, y ha establecido relaciones de amistad y de colaboración con un país que le despojó de la mitad de su territorio. (1993)

[4] En el Proyecto de Reforma General de la Constitución que se comenzó a considerar, que estuvo muy adelantado y quedó pendiente en el período de sesiones del Congreso que está concluyendo, propusimos una modificación de la situación actual según la cual cualquier niño que nazca en el territorio de Venezuela es, por ese mismo hecho, venezolano por nacimiento. La propuesta era en la forma siguiente: «Son venezolanos por nacimiento los nacidos en el territorio de la República con excepción de los hijos de extranjeros no domiciliados ni residenciados legalmente en la República o que estuvieren en el país al servicio oficial de otro Estado, a menos que al cumplir la mayoría de edad manifiesten su voluntad de ser venezolano si habían residido permanentemente en el territorio de la República hasta alcanzar la mayoridad». Una disposición parecida existió en la Constitución de 1947 y una análoga existe en la hermana República de Colombia. Las críticas plantearon que se les estaba arrancando a los hijos de los indocumentados el derecho a la nacionalidad, pero nuestra proposición era bastante amplia en el sentido de darle a ese niño la nacionalidad venezolana, si permanecía en el país hasta la mayoridad y manifestaba su voluntad de ser venezolano (1993)

[5] En los conflictos entre Serbia y Croacia y ahora en Bosnia Herzegovina en Yugoslavia, en la antigua Yugoslavia, el factor religioso toma el carácter de fuerza determinante de la unidad nacional. (1993)

[6] Bueno, ahí hubo sin duda una política inteligente de la Casa de Braganza. El Rey de Portugal mandó a su hijo con una comisión de intelectuales, de escritores, de artistas, de pintores, de economistas, de políticos, y se dice que el propio Rey de Portugal le dijo a su hijo que si tenía que separarse era preferible que lo hiciera él y no los otros. Pero, ¿por qué en la América española ese fenómeno no se pudo realizar? Indudablemente que la Casa de Borbón fue torpe y algunas veces piensa uno que mientras el Príncipe de Asturias, después Fernando VII, estaba perdiendo el tiempo en Aranjuez, si hubiera venido tal vez a situarse en México, a tomar contacto con las distintas colonias, habría podido mantener la unidad. Un amigo mío que acompañó al Rey Juan Carlos I en su primer viaje a América, cuando le pregunté cómo había estado el viaje, me dijo: «espléndido, sólo que fue 500 años más tarde». (1993)

[7] En España la situación es más compleja aún. Tengo una edición oficial de la Constitución española en varias versiones lingüísticas: en castellano, en catalán, en valenciano, en vasco, en gallego, y quizás otro más. Es una cosa increíble el sentido de unidad nacional. Por supuesto, ellos evitaron usar la palabra ‘Nación’ y dijeron que era una unión de pueblos que constituía el Estado español, para no entrar en disquisiciones si España es un conjunto de Naciones o es una sola Nación. (1993)

[8] Hemos tenido una historia muy triste en relación a los territorios del Sur de Venezuela: el territorio Amazonas, ahora estado Amazonas, tiene 180 mil kilómetros cuadrados; el estado Bolívar tiene 240 mil kilómetros cuadrados, y el territorio Delta Amacuro, ahora estado Delta Amacuro, tiene 60 mil kilómetros cuadrados. En números redondos son 480 mil kilómetros cuadrados para un país que tiene 916 mil, es decir, la mitad de nuestro territorio. La verdad es que el abandono de esas tierras ha sido un verdadero drama para el país. (1993)

[9] Vean ustedes lo que significó para Venezuela el asentamiento de la soberanía sobre Los Monjes, unos islotes inhabitados, unos peñascos en el mar pero que han servido de base y fundamento para defender las posiciones de Venezuela en el proceso de delimitación de las áreas marinas y submarinas. Yo he sostenido, tengo una idea, no soy internacionalista y por eso no soy una autoridad en materia de Derecho internacional ni de Derecho marítimo, pero tengo la idea de que hay una línea de base recta que va desde Los Monjes hasta Los Testigos y que hace que lo que está debajo de esa línea de base recta es mar interior, es decir, que si esa línea está interrumpida es por las Antillas Holandesas, pero por un hecho de conquista, porque esas islas fueron venezolanas también, eso se entregó por un Tratado de paz; pero la línea de base recta cierra un mar que es un mar a mi modo de ver plenamente venezolano. (1993)

[10] Cuando se declaró que el río Orinoco y el Meta eran ríos internacionales, Colombia reclamó el derecho a su libre navegación. El Dr. Esteban Gil Borges, Ministro del General Gómez, mandó una nota diciendo que era preferible esperar a que estuviera demarcada toda la frontera para entrar en negociaciones, lo que era una argumentación bastante falsa, porque es más fácil una rectificación cuando todavía los límites están imprecisos. Lo que yo he escuchado al respecto es bastante sórdido: se trataba de que el general Gómez era el dueño de una empresa llamada «Fluvial y Costanera» y no quiso compartir el negocio, pero en todo lo demás cedió, se entregaron las tierras de la Goajira, las tierras de la ribera izquierda del Orinoco en la parte sur y prácticamente todo lo que determinaba el Laudo. En el gobierno de López Contreras, cuando iba a firmarse el Tratado del 5 de abril de 1941 surge una moción inesperada del Presidente Santos de Colombia, de por qué no resolver de una vez lo de los ríos y sin ninguna discusión al respecto se incorporó un artículo en el que Venezuela reconocía perpetuamente y a solemnidad el derecho de Colombia a la libre navegación de todos los ríos comunes. Nosotros hicimos una fuerte oposición en la Cámara de Diputados a la ratificación del Tratado, ya en el gobierno del presidente Medina, pero no logramos ningún éxito. (1993)

[11] Es indudable que el mundo marcha hacia la llamada globalización, las fronteras tienen menos vigor, la intercomunicación es más fácil, el mismo hecho del contrabando de armas, del contrabando drogas, del contrabando de recursos, de minerales y de otras cosas facilita porque los cielos están abiertos, porque las comunicaciones son fáciles en todas partes. Tenemos necesariamente que reconocer esta realidad y prepararnos para participar en ella, pero mientras mayor sea el proceso de globalización creo que más clara tenemos que tener la idea de nuestra identidad, de nuestros derechos, de nuestros intereses, que tenemos que proteger, porque si no iríamos ingenuamente a entregarnos a una lucha inclemente como es la lucha de los intereses en los mercados abiertos y dentro de la cual llevaríamos siempre la de perder. Por estas razones considero que el estudio, la precisión, el análisis de la doctrina nacional es en este momento más necesaria y más imperativa de lo que pudo ser en cualquier momento anterior. Mientras más intensa sea la globalización más tiene que ser intensa y firme la concepción y la educación de nuestra gente para que entienda que el sentimiento nacional es nuestra primera fuerza, nuestra mayor defensa, la que realmente nos puede permitir sobrevivir dentro de esa terrible competencia a que nos expone la globalización del mundo. (1993)