Exordio

Camila Peña Vargas. Caracas, 24 de enero de 2011.

Queridísimo amigo:

Exultantes de júbilo, nos hemos congregado hoy en este santo recinto para alabar el santo nombre de Dios, agradecerle el don de la vida y de tu presencia en este mundo, y celebrar contigo el nonagésimo quinto aniversario de tu nacimiento.

Nos honran con su presencia el Excelentísimo Señor Cardenal Jorge Urosa Savino y tantos amigos y conocidos, en este acto en el que sobre otro afán dejamos predominar en nuestros ánimos el festejar la gloria de Dios, manifestada en ti, hombre ínclito de nuestro suelo venezolano.

¡Si supieras cuán sensible y agradecida me siento, al recibir de tus hijos este inmenso honor que hoy me dispensan, al permitirme dirigir éstas sencillas palabras permeadas de  calor y de viva espontaneidad y al magnificar con su presencia la publicación de mi obra “Ritmo Vivencial’’, peregrina correspondencia dirigida a ti, en el transcurso de los años. Son cartitas escritas bajo el influjo de tu inspiración, regidas por mi mente, dictadas por lo más recóndito de mi espíritu y desprendidas de mi corazón. Son ellas espejo de la profunda admiración, respeto y afecto que, desde siempre, yo por ti siento.

Ya inmersa en el canto de su mística y porfía… ¿cómo no admirarte, si relampagueaba en tu frente la brillantez de tu intelecto y el orgullo de tu señorío?… ¿cómo no presenciar tu participación en nuestra Historia y el regimiento de tu espíritu, de ese tu otro hombre surgido en ti desde el mismo corazón de la vida?… ¿cómo no constatar el logro de tus triunfos por la potencia de tu voz, sabia, justa, equilibrada?.

… ¿No fue tu capacidad sin igual la de denunciar y proclamar lo justo y lo humano bajo una dinámica positiva e interpretativa, impactante por su fuerza íntima, al querer mover y sacudir al hombre, al homónimo de tu gentilicio?.

… Y fue en ese tu devenir humano e histórico donde pareció siempre haberte iluminado la vida, esa vida enigmática y exigente de tu don y de tu entrega a la comunidad… ¿no era ella acaso quien te interpelaba a cada instante, en cada momento de tus días, en el cumplimiento de tus obligaciones, y en la expresión de tus actos ya públicos o privados?… ¿no era ella quien alegre y pacífica te descubrió siempre en ti mismo, en tu mente y en tu corazón, la expansiva excelencia de tu paulatina, serena  y precisa  incorporación en ella misma?.

… ¡Ah… Rafael Caldera!… ¡Cómo quisiera dibujar algo de la universalidad de tu persona; un tanto del efecto de la proyección de tus palabras y de tu gesta democrática impresa en toda la vida pública nacional y escrita en la Historia de Venezuela; algo de tu carácter sereno, suave, firme, cortés, tus agudas percepciones psicológicas y humanitarias; un ápice de tu genuina casta de lealtad; una nota preciosa de la profundidad de tu sentimiento religioso y cristiano!… ¡ah… Rafael Caldera!.. no había vez  que tu imagen sonriente se llegara a mi mente que yo no recordara aquellas sublimes palabras del Obispo de Hipona, San Agustín, quien al final de su lucha en búsqueda de la verdad y de su equilibrio moral, afirmado en la seguridad de su espíritu y colmado de paz interior, repetía exultante:  “ A Dios quiero conocer y reconocerlo en mi. Nada más…’’

… Ya cae la tarde, Rafael… índiga, la hora se impone a mis deducciones personales sobre el significado íntimo del peso y la gravedad de la realidad manifiesta arrojada por la gloria de tus días, vivida por tu persona… Hoy, en y desde  esa condición misteriosa e ignota que  te rodea, yo te siento palpitar, participando vivamente de los anhelos e inquietudes de nosotros los venezolanos… permíteme entonces tan sólo reanimar los hilos tejidos por mi clara y viva intuición que desde mi infancia hasta la madurez de mi naturaleza expresiva, cantarina te llama en el recuerdo “El Hijo más Grande de Simón Bolívar”. Es la imagen de tu rostro la más bella semblanza del    Araguaney Mayor estricta y estrechamente aunada a la del Libertador. Mañana al amanecer los araguaneyes en flor bañados por la luz del sol revelarán su esplendor, integrados sus ánimos en el eco de tu voz que denuncia solícita la necesaria restauración de la libertad, de la justicia y de la paz… La Paz… instancia primera de tu Gobierno…suprema finalidad de tu gestión presidencial… mas hoy aquí en Venezuela, persiste el peligro de perder la democracia;… intereses creados, rublos peculiares nacionales y extranjeros, y causas hostiles manifiestas en distintos escenarios oscurecen e impiden sedimentar el valor inestimable de La Paz y la tan necesaria unión de los grupos políticos en un único sentimiento por el logro y el triunfo  de la unidad de todo el pueblo venezolano…  Nosotros, los venezolanos necesitamos con urgencia un guía, un conductor, una representación distinta… un hombre o mujer despierto… heterogéneo, abierto a la universalidad y a la novedad representativa del momento… un ser original, progresista, un acaudalado de sentimientos de humanidad, amante de la justicia y de la libertad. Un hombre de carácter y de fuerza expresiva… un hombre optimista, sereno… magnifico y grande en sus pensamientos y en su acción… Un hombre como tú, Rafael Caldera…

Mañana, cuando la rosa de los vientos haya esclarecido y definido el horizonte político de la Historia de Venezuela, con la alegría exultante de la escucha atenta de nuestro Himno Nacional, y al regocijo provocado por la contrariedad vencida, nuestra bandera tricolor ondeará flameante como una antorcha encendida elocuentemente representativa del Araguaney Mayor, y nosotros los aquí reunidos, alzaremos la copa llena del vino de la vida por la gloria inmarcesible de tu nombre, Rafael Caldera.