Homilía en el novenario de Rafael Caldera

José Juan Peñalba S.J. Capilla del Colegio San Ignacio de Caracas, 10 de enero de 2010.

Encuentro con la palabra

Hermanos hemos escuchado la Palabra de Dios, no es simple palabra de hombre. Dios con su Palabra ilumina lo que celebramos: «Miren a mi hijo a quien sostengo…en quien tengo mis complacencias». ¿Verdad que refleja lo que fue la vida del Dr. Caldera?.

«En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones».  Hacer brillar la justicia fue lo que dio sentido a la vida del Presidente Caldera. Les invito a vivir la experiencia de la Palabra de Dios que ilumina lo más hondo de nuestra vida y la de nuestros seres queridos. El texto refleja lo que fue la vida de nuestro Presidente.

El texto de Isaías sigue: «No gritará, no hará oír su voz por las calles…ni apagará la mecha que aún humea». Con sencillez, con respeto, sin imposiciones irrespetuosas, fue lo que fue y hoy lo agradecemos, lo añoramos y lo celebramos.

La fuente de su espiritualidad, de su fe

Me pregunto: ¿De dónde brota esta actitud de empeño por la justicia con respeto, con decisión y con ternura democrática? Miren, nuestra vida siempre es respuesta al Dios que se hizo presente en la experiencia fundante de nuestro camino. Al comienzo siempre aparece Dios. En escucharlo y responderle con coherencia nos va la vida.

El evangelio de hoy refleja la realidad del comienzo de la misión de Jesús y en ese comienzo se manifiesta Dios que afirma: «Tú eres mi hijo amado». La experiencia del amor de Dios, es el comienzo. El acto primero corresponde a Dios que se acerca a nuestra vida. Nosotros somos respuesta, nuestra vida es respuesta a lo que hemos escuchado de Dios.

Siempre he creído que el camino de Emaus es fiel reflejo de esta experiencia fundante del Presidente Caldera. Dios se hizo presente desde el comienzo en su vida y desde joven sintió que fue invitado a caminar en compañía de Jesús. No era fácil la tarea pero la supo vivir en la presencia de Dios. El Dios que se hizo presente en su vida, le hizo fuerte para el cumplimiento de esta tarea. Creo que Emaus es la imagen de lo acontecido en su vida, la fuente de donde mana su espiritualidad

Recordamos sus palabras

Por eso nos pudo pedir: «Hemos de contribuir a forjar un cristianismo expansivo, pero generoso; apasionado, pero condescendiente. Expansivo…generoso, como lo fue el Maestro, para no perder, por mezquindad a quienes no lo conocen todavía. Apasionado, con la noble pasión que surge del amor y de la convicción… Un cristianismo emprendedor pero abnegado; manso pero heroico; heroico pero manso; un cristianismo penetrado de la verdad, pero comprensivo del error…un cristianismo hondamente ligado a los postulados esenciales de la humanidad que se ponga cada vez más cerca de los oprimidos y más lejos de toda injusticia».

Cómo necesitamos escuchar una y otra vez afirmaciones así, que brotan de una experiencia genuina de Dios que se hizo presente en su camino y que hoy es plenitud de vida en la casa del Padre.

Desde esa experiencia genuina de Dios entendió que en esta Venezuela cabíamos todos, había espacio para todos y fue fiel a la política de pacificación, reflejo de un Dios inclusivo, nunca sectario. Hermanos cabemos todos. Hay espacio para todos. Desde la vivencia de Dios nos comunicó la experiencia de un Dios inclusivo, en el que hay espacio y acogida para todos. Qué bueno poder proclamarlo con la Palabra de Dios y con sus propias palabras y hechos que nos legó siendo nuestro Presidente.

La fe le hizo fuerte también en «cuarto menguante»

Rafael Caldera fue un hombre de  una fe sólida y robusta, ejemplo de lo que debe animar la vida de un verdadero cristiano.

Su fe lo llevaba a levantarse todos los días optimista, lleno de alegría, muchas veces cantando. Vivía como si hubiera de vivir siempre pero con el aprovechamiento del tiempo que hace el que piensa que puede morir mañana.

Nunca deprimido ni triste. Ni aún en los días más duros de las derrotas sufridas. Al día siguiente siempre en pie, dispuesto a la lucha, con tesón y voluntad de hierro, con el norte y el corazón puesto en el servicio al prójimo, en el servicio a Venezuela y a la humanidad.

Después de la derrota electoral sufrida en Diciembre de 1.983, desatendió las voces que lo tentaron para irse a ocupar un cargo en un organismo internacional y se dedicó por seis años a la Comisión de Reforma de la Ley del Trabajo, porque sabía que ya era tiempo de actualizar la ley del 36, en la que había participado con sólo veinte años de edad, en beneficio de los trabajadores.

Como anécdota, sus compañeros de Comisión se quedaron sorprendidos al notar cómo nunca interrumpió el trabajo minucioso, incluso en los días después de la derrota electoral que sufrió en el año 1.987, quizás la más dura, afectivamente, de toda su vida.

Una vida vivida sin descanso, al servicio del ideal y del prójimo, muy lejos de utilizar sus talentos y extraordinarias capacidades para acumular riquezas materiales, pero sobre todo llena todos los días de la alegría y la pasión por la vida.

Esa fe en Dios lo acompañó también en su última enfermedad, que progresivamente lo fue destruyendo físicamente, pero nunca en su confianza en el Señor. Sin quejarse nunca ni protestar, fue viendo dentro de la más absoluta lucidez cómo fue perdiendo la capacidad de caminar. Varias caídas precedieron a lo que terminó sometiéndolo en una silla de ruedas, para luego ir perdiendo otras capacidades hasta llegar a no poder tragar y al final hablar.

Después de una vida intensamente vivida, con la pasión y alegría de un auténtico cristiano, intentando servir rectamente a Dios y al pueblo venezolano, al final del largo camino, su sufrimiento fue un camino de purificación y de santidad. El hombre de verbo encendido que supo iluminar caminos de la Patria supo aceptar con fe y esperanza los momentos duros de silencio, aceptación cuando las fuerzas le fueron fallando. Supo hablar cuando se necesitaba su palabra y supo callar religiosamente, místicamente cuando las fuerzas le fallaban y el Dios de la Vida comenzaba a tocar a su puerta. ¡Qué silencio tan elocuente, el suyo¡

Con resignación y paciencia franciscanas, aceptó la postración de la enfermedad, dando a sus familiares y cercanos colaboradores el mismo testimonio de fe que hizo de su vida un ejemplo para muchos.

«Dios es mas grande que un chaguaramo», solía repetir.

 

José Juan Peñalba, S.J.