La candidatura de Caldera

Artículo de Domingo Alberto Rangel publicado en el diario La Esfera, el 10 de octubre de 1958.

La candidatura de Caldera, por ser el ilustre jefe socialcristiano el primer «gallo» que salta a la palestra presidencial, es el crepúsculo de una bella esperanza. Cuando amaneció la aurora del 23 de enero, los venezolanos saludamos la posibilidad de organizar un torneo electoral con un candidato que resumiera y exaltara las virtudes del movimiento que nos había devuelto las libertades públicas. Veníamos de la noche y habíamos hecho la penitencia del arrepentimiento. Hasta los más apasionados defensores de los fueros del sectarismo –yo entre ellos, que hace diez años quemé las bengalas de la agresividad verbal sin dar ni recibir cuartel- apagamos la pugnacidad para salvar las instituciones en gesto de inteligente renunciación. Contra todos los tropiezos seguimos enarbolando las banderas de la unidad. Jamás dimos tregua a nuestro ardor. En las mesas redondas y en la calle sostuvimos la tesis de la candidatura única que nadie puede asimilar al plebiscito dictatorial porque la libertad es la antípoda de la imposición. Cuando otros desfallecían en el desánimo, nosotros estimulábamos su fibra para seguir adelante, en la peregrinación dramática de la unidad.

Estamos asistiendo al ocaso de las ilusiones. También Caldera fue partidario –y hay que decirlo sin tapujos por aquello de al César lo que es del César- de la candidatura única. En Venezuela vimos el espectáculo de una coincidencia que no se habría presentado hace diez años. Los copeyanos que por antonomasia fueron los defensores de las ideas moderadas juntaron sus manos con los comunistas, expresión de la extrema izquierda, para reclamar la candidatura de unidad. Hubo un momento, en medio de la desorientación colectiva, en que pareció lograda la fórmula que reconciliara los puntos de vista y arracimara, en un has conjunto, las voluntades de Venezuela. Pero prevalecieron las aspiraciones sectarias y sobretodo, se desbordó la ambición y hoy estamos al borde de debate que convertirá en ADVERSARIOS a los socios de la unidad. Como la mujer de Lot ya no queda otro recurso que mirar hacia atrás, para contemplar en la melancolía del pasado, el incendio de los ideales quemados. La unidad ya no es gimnasio de patriotismo sino «piñata» donde cada quien quiere precipitarse a recoger el premio de su astucia o de su codicia.

El doctor Caldera ha iniciado la caravana electoral. Y debo confesar que el discurso pronunciado por él, en esa cancha del civismo que es el Nuevo Circo de Caracas, es un modelo de pieza sobria, adaptada a las exigencias de ese resto de unidad que sigue clavada en el fondo más insondable de la conciencia venezolana. Le escuché sentado en una silla que apenas distaba unos milímetros del sitio en que desde la tribuna arengó a sus partidarios reunidos en el Circo. Discrepo, por mi filosofía, de muchas de las apreciaciones que hizo respecto a los problemas económicos o sociales de Venezuela. Pero le admiré –y puedo decirlo con la hidalguía que hemos aprendido los combatientes en los años del dolor– por el respeto que profesó hacia sus adversarios. Ni siquiera los comunistas, que han sido sus opositores más francos en veinte años de vida venezolana, salieron maltratados en la oración de Caldera. Con gallardía les reconoció el derecho que tienen a expresarse, a organizarse y a actuar bajo la protección de las leyes de Venezuela que no preguntan cuál es la ideología que se practica para otorgarle garantías a los hijos de esta tierra.

Una campaña electoral en que se haga uso de todos los instrumentos de la dialéctica, pero en que no se ofenda ni se rebaje al contrincante es la aspiración de Venezuela, ya enterrada la fórmula unitaria. Hubo en el acto del Nuevo Circo un momento que resumió las reglas del debate airoso en que debemos empeñarnos. Hablaba Luis Herrera, con su acostumbrado vigor combativo. Venía destrozando, con juego de metáforas y con brío de argumentos, la candidatura del Contralmirante Larrazábal. Entre los oyentes se agitó la banderola de los silbidos y del repudio. Y Luis Herrera interrumpió el hilo de su exposición para pedir que respetasen al Presidente de la Junta de Gobierno a quien su Partido ha respaldado como mandatario provisional. Fue una lección de equilibrio y de cordura que vale por toda una radiografía de la Venezuela actual. Una democracia que sepa contenerse, aun cuando utilice la palabra para desnudar realidades, es un régimen que pervive hoy por esa grandeza moral que forjan las naciones. Hombres que sepan detenerse en los bordes del despeñadero oratorio, que es pasión abierta y tentadora, pueden ofrecerle a Venezuela el espectáculo de la superación dentro de la lucha.

Creo que estamos especialmente capacitados para escenificar un certamen electoral sin tapujos ni mojigaterías, pero también sin insultos ni atrocidades. Hay una conciencia pública que es como el valladar ante el cual se estrellan las ligerezas del sectarismo. Hace una década las barras de los mítines pedían fuego graneado sobre el adversario. El país, como los muchachos ante una película de vaqueros, sólo se entusiasmaba cuando se desenfundaba el revólver de la incontinencia verbal para herir con él a los dirigentes de los otros Partidos. Vivimos el largo momento de las emociones elementales en que la palabra resultaba ariete. Nadie exponía tesis ni manejaba conceptos porque los latiguillos eran el único instrumento para despertar a las multitudes. El cohete que se eleva a los cielos y allí estalló, poniendo a la expectativa en los semblantes, fue el símbolo de nuestra vida pública. Hoy, se advierte en el público una nueva actitud que pide explicaciones y contrasta plataformas. Estamos viviendo, como diría Sartre, la edad de la razón.

Caldera ha sentado un ejemplo que debemos agradecerle quienes seremos sus adversarios en la campaña electoral. Siempre ocurre en la política que el pionero –el que se lanza a hacer el oficio de primerizo en una campaña- imparte la tónica mental al proceso. Al renunciar a las agresiones –que también salieron de sus labios hace un decenio- el doctor Caldera señala un perímetro para la lucha. Dentro de ese perímetro nos situaremos los hombres de los otros partidos a la hora de exhibir en la arena nuestros candidatos, salgan ellos de nuestras filas o procedan del vasto mundo de los independientes. Espero que eduquemos a Venezuela. Nuestra actitud va a determinar si este país puede vivir dentro de las libertades, honrándolas en el respeto a los derechos ajenos, o tendrá que precipitarse en el barranco de los odios que son la aguja con que hilvana sus triunfos el retroceso dictatorial.

Sinceramente, agradezco a Caldera y a sus compañeros, la pauta que han marcado. Procuraremos ser dignos contendores de ellos en la liza democrática.