Mis relaciones con Caldera

Por Francisco Dorte Duque

Fue el principal mentor del Partido Social Cristiano que se fundó en el país, tras la caída de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Conocí al doctor Rafael Caldera, a mis quince años, a través de sus escritos sobre la doctrina Social de la Iglesia, como miembro del Círculo de Estudios Sociales del Colegio de Belén que dirigía el eminente jesuita cubano padre Manuel Foyaca de la Concha, quien llegó a ser una figura continental en el orden del apostolado social. Más tarde, en 1945, y organizado por el mismo P. Foyaca, se celebro en el Salón de Actos del Colegio de Belén, un Congreso Social sobre dicha doctrina para todo el Hemisferio con la presencia de destacadas figuras como los representantes de la AFL-CIO, de las poderosas uniones sindicales de USA.  Por Venezuela, y como presidente de su delegación, se destaco la presencia superior, digna y amable del doctor Rafael Caldera, cuya voz, serena y contundente, derramó sabiduría cristiana en los ámbitos de aquel amplio salón. Allí tuve la oportunidad de conocerlo y tratarlo. Por cierto, como delegado dominicano, conocí al ilustre hombre de Acción Católica, Arq. Humberto Ruiz Castillo. Años después, en 1958, estudiaba yo para la licenciatura en Ciencias Sociales, que obtuve, en la Universidad Gregoriana de Roma. Un día, solicitaron un estudiante de lengua española que explicase a una familia de Venezuela  los detalles del primer e histórico templo de la Compañía de Jesús, la Iglesia de Gesu (Jesús), prototipo de las iglesias jesuitas en América. Y aquí, en la Primada, en la Calle Las Damas, hoy Panteón Nacional.

Allí, Rafael Caldera con su esposa e hija Mireya, la mayor, que cumplía quince años, y sus padres le regalaron un viaje a Europa. Desde entonces se forjó una amistad imperecedera cuyo fervor, aun después de muerto, perdura. Cuando llegué aquí en 1962, los dirigentes del Partido Revolucionario Social Cristiano, obra del doctor Caldera, me tuvieron como asesor doctrinario del PRSC: «el machete verde». Y, desde entonces, me dieron trato de fundador del partido. Cuando Rafael Caldera tomó posesión por primera vez de la Presidencia de la Republica, asistí al acto con una delegación del PRSC. Allí renové mi amistad con el doctor Caldera.

Con acentuado calor y entusiasmo, que percibí desde 1962, el Presidente Caldera fundó y promovió el PRSC antes y después de su Presidencia. Y su Ministro de Relaciones Exteriores, el inmenso Arístides Calvani, suscribía en agenda, siempre, al PRSC dominicano y aún a la República Dominicana. En el verano de 1960 se celebró en Los Teques, ciudad de clima agradable y vecina a Caracas, un Congreso Católico de la Vida Rural auspiciado por la Santa Sede en la persona del destacado sacerdote ítalo-americano, monseñor Luigi Ligutti, Observador del Vaticano ante la FAO. El doctor Rafael Caldera actuó como ponente de la recién publicada encíclica del Papa Juan XXIII, Madre y Maestra. A nosotros se nos encargó la ponencia que analizaba la reciente Reforma Agraria de Cuba. Esta oportunidad nos acerco más al doctor Caldera.

En dicho Congreso tuve la oportunidad de conocer al doctor Guido D’ Alessandro, en su exilio y como delegado del PRSC dominicano y gran amigo del doctor Caldera.

Ese fue mi primer contacto con la política y el social cristianismo dominicanos. Y en el entorno del doctor Caldera, tenía que ser. El doctor D’ Alessandro, por cierto, me confió su esperanza de que el Dictador Trujillo fuera derrocado próximamente pero igualmente me confió su temor de que el fidelismo surgiera en el país.

Le anticipé que, antes vería a los marines, con ignominia, invadir sus playas.

La última vez que saludé al doctor Caldera fue en un viaje, pasada su segunda Presidencia  en la embajada de su país, aquí en Santo Domingo.

Me acerqué al doctor Caldera que cruzó su brazo sobre mis hombros al introducirme al grupo: «hablamos de Bello…», en referencia al ilustre filólogo y humanista venezolano, Andrés Bello.

Murió Caldera con la honda pena de ver socavada la democracia de su país por un gobierno populista que rechaza la doctrina social de la Iglesia por la que tanto lucho el mismo. Por tal motivo, con dignidad heredada, sus hijos rechazaron los honores póstumos del actual gobierno venezolano.