Miguel Otero Silva y Rafael Caldera en la residencia presidencial de La Casona. Fotografía de Luis Noguera.

«No creo prudente dar consejos al nuevo mandatario»

Entrevista realizada por Miguel Otero Silva y publicada como foro del domingo en El Nacional.

 

-Pero manifiesto mi disposición a contribuir a la paz y armonía del país.

-Me siento realmente orgulloso de la labor cumplida por Alicia en la difícil posición de primera dama.

-No me considero en pecado de soberbia.

-He recibido con humildad los ataques más violentos.

-El fenómeno más determinante del triunfo de Acción Democrática fue la magnificación de los fenómenos de carestía y escasez.

-De los catorce candidatos presidenciales, trece hablaban mal del gobierno.

-Existen y perviven disimilitudes esenciales entre AD y Copei.

-El enguerrillamiento entre Cuba y Venezuela es una situación perjudicial para ambos países.

 

Es día de visita pública en La Casona. Los corredores están colmados de gente que contempla las obras de arte, atraviesa los jardines, comenta a media voz las cosas que mira. A cinco minutos para las seis, la escudriñadora concurrencia comienza a afluir hacia el portón de salida. En la plazoleta exterior brota una música militar que anuncia la cercanía de la bandera. Son las seis en punto y aparece el Presidente.

Nací en San Felipe, el 24 de enero de 1916, día de Nuestra Señora de la Paz, dice.

Era fruto de una familia típicamente provinciana, de cepa yaracuyana pero con aportes de Falcón, Guayana y el Centro. Su abuelo materno, Plácido Daniel Rodríguez, nacido en Macarao, nieto de isleños, fue a dar como médico en San Felipe. Allí se entroncó con una dama de apellido Rivero. Los Rivero procedían de Cumarebo  y uno de ellos había sido caudillo federal en tierras yaracuyanas. En cuanto a los Caldera y otras sangres que confluían en el recién nacido –los Izaguirre, los Maya, los Zumeta–, descendían de vascos que vinieron a fundar a San Felipe. Un tatarabuelo se casó con una guayanesa. Otro antecesor, Rafael Antonio Zumeta, fue teniente coronel patriota en la guerra de Independencia.

-En honor suyo me pusieron el nombre de Rafael Antonio- dice el Presidente.

La madre de Rafael Caldera murió cuando él apenas tenía dos años. Lo adoptaron sus tíos, Tomás Liscano y María Eva Rodríguez Rivero de Liscano. Fueron en todo instante sus padres.  Ella todavía está viva y tiene 87 años.

San Felipe era un pueblo estrecho y pobre. Los hombres se sentaban al atardecer a la puerta de las casas, a contemplar hileras de burros melancólicos que venían desde Cocorote o desde Chivacoa. Adentro, las mujeres encendían lámparas y entonaban el ángelus. Era tal la indigencia de la aldea que no había liceo. Rafael Antonio concluyó su primaria y perdió un año jugando trompo, rezando rosarios y volando papagayos.

La pequeña familia viajó a Caracas cuando el niño tenía once años. Se metieron en pensiones pobretonas, los tres en un cuarto, primero de Caja de Agua a Truco, después de Cipreses a Hoyo. Rafael cursaba su bachillerato en el Colegio San Ignacio, del cual se hizo pronto alumno eminente.

-¿Cree usted, señor Presidente, que si en vez de haberse educado en un colegio de jesuitas lo hubiera hecho en una escuela laica o librepensadora, tendría las mismas ideas religiosas que hoy tiene?– pregunta el periodista.

No lo sé exactamente. Pero si sé que mis seis años de universidad que vinieron después tuvieron, para el hallazgo y consolidación de mis convicciones espirituales, tanta importancia como mi paso por el Colegio San Ignacio. Mi enfrentamiento con la universidad me sirvió para ratificar las creencias adquiridas durante mi formación escolar y liceísta. Por lo demás, el Colegio San Ignacio me ayudó a obtener un sentimiento de la responsabilidad y del deber, una aspiración permanente a la rectitud de corazón.

-¿Qué libros leía? ¿A qué maestros escuchaba con mayor devoción?

-Los maestros que tuvieron mayor influencia sobre mí fueron el padre Víctor Iriarte, desde el bachillerato, y Caracciolo Parra León, ya en la universidad. Leía con avidez las novelas de Rómulo Gallegos, atraído aún más por su contenido sociológico que por sus calidades literarias. Leía a Andrés Bello con tanto fervor que me prometí escribir algún día su biografía. Entre los españoles prefería a los ensayistas, sin hacer discriminaciones. Leía con igual interés a Unamuno y a Ortega y Gasset que a Azpiazu.

El periodista, cuya juventud adoptó como lazarillos a los libros pecadores de Maupassant y Eca de Queiroz, no leyó nunca a Azpiazu. Supone que se trata de un buen escritor jesuita y vasco que destacó en los años treinta. Prefiere preguntar sobre Andrés Bello.

-¿En qué aspectos de la obra de Bello se ha basado usted para afirmar que ese escritor no es simplemente un prestigio regional chileno-venezolano sino un valor intelectual de relieves universales?

-Lo más impresionante en la obra de Bello, y lo que justamente la hace universal, es su conjunto, tan alto en su creación y sembrado en campos tan diferentes. Haciendo una comparación un tanto arriesgada, diría que entre Bello y los demás pensadores nuestros existe una diferencia parecida a la de Bolívar con los otros próceres de la Independencia. En el siglo XX se reconoce como original y profunda la filosofía del entendimiento que Bello aportó hace más de cien años. Amado Alonso dice en este tiempo que una gramática como la de Bello no se ha escrito igual en el habla española. La poesía de Bello entraña el inicio de una nueva etapa dentro de la literatura hispanoamericana. Su Código Civil sigue siendo una obra monumental que otros países, no el nuestro, han considerado como paradigma. Indudablemente, amigo mío, tanto Bolívar como Bello son figuras universales.

Volvemos a los patios del Colegio San Ignacio. El estudiante Rafael Caldera, el primero y el más brillante en casi todas las asignaturas, era menos que mediocre en las canchas deportivas. Pifiador en tennis, lento en foot ball, torpe en boxeo. En base ball lo colocaban de último bate y lo enviaban a jugar el right fielder, que era el sitio del campo donde iban menos pelotas.

-A veces el bateador me disparaba un flaicito a las manos y yo abría los brazos para esperarlo. Entonces mis compañeros gritaban: «Atájalo, Rafael, que ese te lo mandó Dios».

-¿Y se le caía, Presidente?

-Sí, se me caía.

En consecuencia, al igual que tantos atletas frustrados, incursionó en el periodismo deportivo. Escribió crónicas de foot ball, bajo el seudónimo de «Yaracuy», bastante buenas por cierto.

-¿Cree usted realmente, señor Presidente, que después de la muerte existe un infierno con llamas, diablo y tenedor, para castigar a los pecadores, y un cielo con ángeles para premiar a los justos?

-Esa representación formal del cielo y del infierno son decorados que la imaginación y la literatura han creado y rodeado de leyendas. Yo creo en un ser superior, causa inicial de la vida, ordenador del universo, porque el universo requiere la existencia de la causa racional que lo engendró. No creo en un Dios con barbas blancas, montado en una nube, sino en un Ser que rige los destinos del cosmos. También creo en el premio y el castigo después de la muerte, sin entrar a considerar la conformación de esa justicia: el premio reside en incorporarse a la armonía de la divinidad; el castigo en quedar fuera de ella. Creo en Cristo, en su figura humana y en su proyección divina.

El periodista insiste levemente:

-Platón sostiene que Dios es el principio, el medio y el fin de todas las cosas. Dice también que Dios tiene en sus manos la justicia punitiva para los que abandonen la ley divina. Lo dice en Grecia, tres o cuatro siglos antes de Cristo. ¿No es eso lo mismo que usted acaba de decir? ¿No son esas las bases esenciales del cristianismo?

-Existe una profunda unidad en la raíz de todas las religiones. Esa unidad me entusiasma. La conciencia de la existencia de un ser supremo es un eslabón básico y común. Aún en el politeísmo, Zeus o Júpiter encarnan esa idea del ser supremo. Como florece igualmente, en todas las creencias religiosas, el concepto de la inmortalidad del alma.

El estudiante Rafael Caldera perdió otro año al concluir el bachillerato porque en aquellos tiempos la Universidad de Caracas no se abría sino cada bienio. Ingresó finalmente al Alma Mater de San Francisco en 1933 y, al poco tiempo, lo designaron Secretario del Círculo de la Juventud Católica que en esa universidad se organizó. A renglón seguido marchó como delegado a Roma, donde se planteaba la creación de una confederación universal de estudiantes católicos. Allí conoció a varios dirigentes cristianos del continente, entre ellos al chileno Eduardo Frei. El viaje le sirvió para alzar la punta de la cortina que la dictadura había corrido sobre el pensamiento de todos los venezolanos, para atisbar ideas modernas, para analizar planteamientos nuevos. A su regreso, en 1934, la policía gomecista empezó fiscalizar y a confiscar su correspondencia.

Tenía solamente veinte años cuando murió Gómez. Se convirtió rápidamente en un dirigente estudiantil de primer orden. Le tocó actuar como jefe máximo de la UNE (Unión Nacional Estudiantil), cuando los estudiantes católicos se separaron acaloradamente de la FEV y montaron tienda aparte.

-Se dijo durante mucho tiempo, señor Presidente, que usted simpatizaba con el franquismo, con el falangismo, incluso con el fascismo. No pocas personas temieron que, si usted llegaba algún día a la Presidencia de la República, se orientaría hacia un gobierno de corte autocrático. Nadie se atreve a sostener hoy que tales presunciones se cumplieron, puesto que usted las desmintió rotundamente como gobernante. Pero quisiera preguntarle, ¿simpatizó usted en su juventud con los regímenes de fuerza, concretamente con el de Francisco Franco y el de Oliveira Salazar? ¿O se trata de una conjetura falsa desde su origen?

-Esas acusaciones de franquismo tenían su explicación. Tú debes recordar muy bien cómo en el año 36 se exacerbaron las pasiones con motivo de la guerra civil española y cómo, tanto en un bando como en el otro, quiso dársele un carácter religioso a la contienda. Yo estuve contra todo ataque a un derecho fundamental de la persona humana, como lo son la creencia y la práctica religiosas. Aspiraba a una república que respetara el hecho religioso junto con todos los derechos del hombre. También en Venezuela, la traslación del problema religioso a la política universitaria, nos condujo a una división de la Federación de Estudiantes que yo jamás quise, que luché para que no se produjera, y que sólo se consumó cuando los dirigentes de la FEV lanzaron como consigna la expulsión de los jesuitas y de todas las órdenes religiosas. Pero la verdad histórica es que nunca tuvimos compromisos ni adhesiones al régimen franquista y que siempre deseamos una vida de libertad para España.

-Desgraciadamente –concluye– el calor de las pugnas políticas nos hizo víctimas de una propaganda adversa y distorsionada; y reconozco además que algunas pocas personas que simpatizaban con el fascismo se colaron en nuestras barricadas. Pero yo jamás he simpatizado con el fascismo. La mejor prueba de ello la constituyó la guerra mundial, durante la cual mi posición, y las de mis compañeros que hoy integran la dirección de Copei, fue inequívocamente antinazista, aunque en aquellos momentos en que el triunfo del eje Roma-Berlín-Tokio parecía inevitable. El problema es que la historia la escriben los hombres de acuerdo con sus intereses y sus pasiones.

El bachiller Rafael Caldera fue designado subdirector de la Oficina Nacional del Trabajo, cuando se creó ese organismo en 1936. Diógenes Escalante, que había leído algunos artículos suyos sobre temas laborales, lo mandó a llamar para ofrecerle la dirección del nuevo instituto. Al darse cuenta de que era menor de edad, lo nombró discretamente subdirector. En ese departamento trabajó bajo las jefaturas de Alonso Calatrava y luego de Tito Gutiérrez Alfaro. En abril de 1939 se graduó de abogado y en agosto de 1941 se casó con Alicia Pietri Montemayor.

-¿Qué opina usted de Alicia Pietri como Primera Dama de la República?

-Alicia lo hizo muy bien. Actuó con gran corazón y superándose cada día. Aquí y en todos los países, las primeras damas suelen iniciar empresas propias, obras que destaquen inconfundiblemente su personalidad. Alicia prefirió tomar en sus manos la obra de la señora Leoni para continuarla, renovarla y extenderla. Mantuvo el nombre Festival del Niño que doña Menca había elegido. Colocó su retrato en lugar de honor y todo lo asoció a su recuerdo. Al principio la gente del pueblo se confundía y, al verla llegar a los actos del Festival del Niño, la llamaba «doña Menca». En resumen, me siento realmente muy orgulloso de la labor cumplida por Alicia en la difícil posición de primera dama. Estoy seguro de que ha dado un gran ejemplo. Tengo conciencia de que el país ha sabido valorizarla.

Rafael Caldera ha sembrado no sé cuántos árboles, ha tenido seis hijos y ha escrito varios libros. Los hijos son: Mireya, que es socióloga y profesora de la Universidad Simón Bolívar; Rafael Tomás, que es abogado, estudia actualmente Filosofía en Friburgo y se complace en ser acucioso editor de las obras literarias de su padre; Juan José, que acaba de ser electo diputado por el Estado Yaracuy, en la misma circunscripción y a la misma edad que lo fuera su padre en 1941; Alicia Helena, que es casada y estudia Economía; Cecilia, que estudia Sociología; y Andrés, que estudia Derecho, tiene 19 años y ayuda a su padre en copiar borradores y ficheros para sus libros, por un módico sueldo de 600 bolívares mensuales.

Los libros y trabajos literarios de Rafael Caldera son: «Derecho del Trabajo»; «Hacia el renacimiento del Derecho»; «El Derecho en la vida social»; «Esbozo de una Sociología Venezolana»; «Moldes para la Fragua» (ensayos); «El Bloque Latinoamericano»; «Especificidad de la Democracia Cristiana»; y su «Biografía de Andrés Bello», que es indudablemente su obra más conocida, con diversas ediciones y traducciones en su haber. Sin contar las colecciones de discursos presidenciales, que se han publicado a razón de dos tomos por año. Y sin contar tampoco «Habla El Presidente», recopilación de sus ruedas de prensa, que ya va por el quinto tomo y que será de suma utilidad para los historiadores y cronistas de esta época. Tiene en prensa una obra más: «Justicia social internacional y Nacionalismo latinoamericano», que aparecerá simultáneamente en español y en inglés.

-¿Cuándo y cómo se convirtió la UNE en partido político, Acción Nacional si mal no recuerdo?

-Los componentes de la UNE fundamos primero una agrupación política que se llamó Movimiento de Acción Nacional (MAN), y que posteriormente se convirtió en Acción Nacional. Esta última tuvo vida desde 1939 hasta 1945. En las elecciones de 1941 yo fui electo diputado por el Estado Yaracuy y Lorenzo Fernández obtuvo la curul de concejal por La Vega, ambos postulados por Acción Nacional. Al producirse el movimiento de octubre de 1945, que derrocó al régimen del general Medina, ya Acción Nacional no existía.

El movimiento triunfante designó al doctor Rafael Caldera como Procurador General de la Nación. Quienes habían integrado la UNE y Acción Nacional fundaron entonces un Comité de Organización Pro Elecciones Independientes (COPEI) con el propósito de intervenir en el proceso electoral y también como célula inicial de un partido político. Al generalizarse las siglas, decidieron adoptarlas como nombre definitivo del partido. Celebraron convenciones y mitines. Fueron agredidos por los adecos en el Táchira. Caldera renunció a la Procuraduría y se fue con su partido a la oposición.

En 1946, Rafael Caldera fue electo diputado a la Asamblea Constituyente por el Distrito Federal, en las planchas de Copei. Volvió a ser electo por el mismo Distrito en 1952, en aquellas elecciones que organizaron Vallenilla y Pérez Jiménez. Pero, ante el impúdico fraude electoral que siguió a la derrota aplastante del dictador, los diputados copeyanos se abstuvieron de concurrir al Congreso.

El doctor Rafael Caldera ha sido candidato presidencial cuatro veces: en 1947, para perder con Rómulo Gallegos; en 1958, para perder con Rómulo Betancourt; en 1963, para perder con Raúl Leoni; y en 1968, para ganarle a Gonzalo Barrios.

-Aristóteles, señor Presidente, decía que el azar estaba determinado por una causa superior y divina. Kant, por su parte, definía el azar como un principio a priori de la naturaleza. Filósofos más modernos consideran el azar como una insuficiencia en el cálculo de las probabilidades. ¿Usted cree en el azar? ¿Considera usted que el azar influyó de alguna manera en su triunfo presidencial sobre Gonzalo Barrios? Mucha gente lo consideraba improbable…

-Yo no. Estaba absolutamente convencido, seguro de que iba a ganar las elecciones presidenciales de 1968. En cuanto a las cosas del azar, los creyentes estamos siempre tentados a referirlas a los designios de la Providencia.

-¿Cómo Aristóteles?

-Como Aristóteles, si te parece. A posteriori, los hechos que parecen fortuitos, encuentran su explicación dentro del curso lógico de los acontecimientos. Tal razonamiento puede aplicarse al caso de mi acceso a la Presidencia de la República por el voto popular.

-Sus adversarios más enconados afirman que usted no comete pecados capitales, salvo uno…

-¿La soberbia, verdad?

-Sí, señor Presidente.

-Me honra que el escritor Augusto Mijares publicara un artículo titulado «La soberbia», en el cual se refería indirectamente a esa circunstancia y asumía en cierta forma mi defensa. Debo decirte sinceramente que no me considero en pecado de soberbia. He recibido con humildad los ataques más violentos: he escuchado con atención los planteamientos críticos a mis actos negativos; le he ofrecido ministerios y otras posiciones elevadas en mi gobierno a hombres que habían sido mis adversarios. Un activista de izquierda, que estaba preso y condenado a doce años, fue libertado por mí y, al día siguiente de salir de la cárcel, declaró a los periódicos que mi política de pacificación era una farsa. Otro importante dirigente de izquierda, a quien yo había indultado con especial interés, me negó ostensiblemente el saludo cuando volví a verlo. ¿Soy yo el soberbio? Tengo firmeza en mis convicciones, eso sí, pero siempre he apelado a la opinión pública para someter a juicio mis actos.

-¿A qué razones primordiales atribuye usted el triunfo de Acción Democrática en las recientes elecciones?

La voz del Presidente se anima:

-No había querido opinar públicamente sobre ese tema mientras actuara en calidad de Presidente de todos los venezolanos. Pero como tu entrevista o foro va a aparecer cuando yo tenga ya el pie en el estribo, te daré la primicia.

-Gracias, señor Presidente.

-Creo que el fenómeno más determinante del triunfo de Acción Democrática fue la magnificación de los fenómenos de carestía y escasez, a través de una grande y costosa publicidad. Fíjate que no niego la existencia de la carestía y de la escasez, sino que la señalo como un hecho real que fue magnificado. Por otra parte, de los catorce candidatos presidenciales, trece hablaban mal del gobierno, usando todos los medios de comunicación y disfrutando del atractivo que siempre ha tenido oír hablar mal del gobierno en este país. Por lo general, la gente no le ve a los gobiernos lo que han hecho sino lo que les falta por hacer. Los barrios con acueductos nuevos, calles recién pavimentadas, viviendas acabadas de inaugurar, lejos de sentirse satisfechos, reclaman las otras cosas que les faltan. En cuanto a los medios de comunicación, le conceden mayor importancia, por ser noticia más sensacional, a la escuela en ruinas, al hospital deficiente, que a todo lo positivo que el gobierno realice en escuelas y hospitales.

Eleva las manos en un gesto característico y prosigue:

-Debo decirte, sin embargo, que a pesar del triunfo de Acción Democrática, mi gobierno ha sido el único en la Venezuela constitucional contemporánea, que ha aumentado la votación de su partido en cifras absolutas y en cifras relativas. Betancourt ganó con el 50 por ciento de los votos y, a su salida, el candidato de Acción Democrática obtuvo sólo el 32 por ciento. Leoni ganó con ese 32 por ciento y, a su salida, Barrios perdió con el 29 por ciento. En cambio, yo gané con el 31 por ciento y, a mi salida, Lorenzo Fernández perdió no obstante haber aumentado nuestra votación hasta el 36 por ciento. Lo que sucede es que nadie pensó que un candidato pudiera perder las elecciones con un millón seiscientos mil votos a su favor. ¿Tú lo pensaste?

-No, señor Presidente.

-Claro está que a esa desproporción inesperada contribuyo lo que ustedes los periodistas han denominado «polarización». Me refiero a la evidente falta de opción para ganar que aquejó a los otros candidatos ajenos a AD y COPEI. La «tercera fuerza» quedó herida de muerte con la retirada de Jóvito Villalba y desde ese instante, nadie pensó que Paz Galarraga, a pesar de sus probadas condiciones políticas, tuviera probabilidades de triunfo. Tampoco Villalba aislado, no obstante su brillante historia democrática; ni José Vicente Rangel, no obstante su indiscutible personalidad; eran vistos por el electorado como probables triunfadores. Menos aún los restantes candidatos. La lucha entre catorce candidatos a la presidencia se redujo en la práctica a un duelo entre un candidato que representaba al gobierno y otro que, tácitamente, representaba a la oposición. Un candidato de oposición respaldado por una campaña técnicamente muy bien hecha y económicamente muy bien dotada.

-Hay quienes dicen que los acontecimientos de Chile influyeron en el resultado de las elecciones venezolanas.

-A mi juicio es cierto que tuvieron alguna influencia, aunque secundaria. Parte del electorado venezolano, que simpatizaba con Allende, votó contra nosotros para cobrarnos la actitud adoptada por la Democracia Cristiana en Chile. Y otra parte de ese mismo electorado, que odiaba a Allende, votó contra nosotros porque culpaban a la Democracia Cristiana de la llegada de Allende al poder. Pero te repito que esos votos fueron secundarios y no jugaron un papel decisivo.

-¿Existe algo, dentro de su gobierno, que le cause ahora una sensación de frustración, o más bien…?

-Dejé varias cosas inconclusas –me interrumpe el Presidente. A veces me faltó el apoyo del Congreso, otras veces no conté con suficiente disponibilidad económica, o influyeron otras coyunturas. Por ejemplo, no llevé a cabo el Servicio Nacional de Salud; no cumplí en su totalidad el programa de viviendas que me había propuesto, tampoco satisfice esa necesidad que es construirle un metro a Caracas; me faltaron las autopistas de Petare y Guarenas y de Morón a Carora. Me faltaron varias cosas más.

-En sentido contrario, ¿de cuál acto político o empresa cumplida como Presidente de Venezuela se siente hoy más satisfecho?

-Entre las realizaciones de mi gobierno, una de las que mayormente me satisface, que a momentos me hace sentir feliz, es lo que hice en beneficio de la pacificación del país. Habría querido que mis gestiones de pacificación hubieran obtenido mayor receptividad en ciertos pequeños grupos intolerantes, para que así su alcance hubiese sido total. Habría querido neutralizar las maniobras de quienes juegan a la política anarcoide con los muchachos de 16 años de los liceos. Pero, de todas maneras, se hizo mucho.

-Unas cuantas personas…

-Espérate. También me siento profundamente satisfecho por la gestión petrolera de mi gobierno, que no vacilo en calificar como el inicio de la revolución venezolana más trascendente, paralela a la que se está haciendo en el mundo.  Hace unos días leí una noticia periodística bajo este título significativo: «Los países industrializados han comenzado a sentirse oprimidos  por los productores de materias primas». A partir de la Conferencia de la OPEP, realizada en Caracas en 1970, la cuestión petrolera mundial ha cambiado en forma radical.

-Unas cuantas personas, particularmente dentro de la izquierda…

-Espérate. También me causa una gran satisfacción, como universitario y como ciudadano, que bajo mi gobierno se restableciera la vida universitaria, sin dejar de marchar sobre bases autonómicas. Que la universidad viva, con dificultades, pero dentro de sus propias normas.

-Unas cuantas personas, particularmente dentro de la izquierda, sostienen que entre Copei y AD existen exclusivamente diferencias formales y acomodaticias. ¿Cree usted, por el contrario, que los separan discrepancias profundas? ¿Cuáles son?

-Claro que existen diferencias esenciales entre AD y Copei. La errónea interpretación obedece a que, cuando se integran grandes partidos políticos en un país, las exigencias de los problemas fundamentales llegan en un momento dado a atenuar sus discrepancias. Mucha gente dice que no hay diferencias entre la Democracia Cristiana alemana y el Partido Socialista alemán. Otros dicen que son lo mismo el Partido Conservador y el Partido Laborista ingleses. Pero en ambos casos se trata simplemente de grandes colectividades en ejercicio del gobierno o de la oposición, cuyos esquemas doctrinales tienen que encuadernarse dentro de la problemática general del país. Hay divergencias que son modificadas entonces por la dinámica social. De lo contrario, se correría el riesgo de enfrentar ciegamente a medio país contra el otro medio país. Pero insisto en decirte que existen y perviven disimilitudes esenciales entre AD y Copei. En mi trabajo «Especificidad de la Democracia Cristiana» me propuse precisar las características de nuestro movimiento que, por supuesto, no son en modo alguno las mismas de Acción Democrática.

-Y hablando de otra cosa, señor Presidente, ¿qué opina usted de Fidel Castro?

El Presidente sonríe antes de responder:

-Fidel Castro es, sin duda, una importante figura histórica. Demás está decir que no comparto sus métodos de gobierno, pero tampoco tengo por qué desconocer su extraordinaria habilidad política. De otra manera no se hubiera mantenido durante 15 años en el gobierno de su país, enfrentando a los poderosos adversarios que ha tenido. Por otra parte, la distensión de un estado permanente de conflicto con el gobierno cubano es, a mi juicio, un imperativo del momento. El enguerrillamiento entre Cuba y Venezuela es una situación perjudicial para ambos países.

-Entre Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, ¿con cuál siente usted mayor afinidad?

Vuelve a sonreír el Presidente.

-Cada uno de esos tres papas tiene su significación y su momento. Cada hombre realiza su papel en la historia. Conocí a los tres personalmente; tengo gran afecto y admiración por la figura de los tres. Pío XII estuvo rodeado de una gran majestad, pero inició una renovación de gran importancia. Juan XXIII fue un papa pleno de bonhomía y sencillez, pero fue también un hombre de grandes decisiones. Pablo VI, a quien le ha correspondido un momento muy difícil, es en cierta manera un resumen de los dos. Tiene el calor humano de Juan XXIII y defiende con firmeza los valores fundamentales frente a los que piensan que una renovación implica la renuncia a los postulados básicos de la vida de la Iglesia.

-¿Qué le aconsejaría usted a Carlos Andrés Pérez en relación con el inmenso presupuesto que le tocará administrar?

Esta vez el Presidente no sonríe.

-No creo prudente que le dé consejos al nuevo mandatario. Apenas le manifestaría mi disposición a contribuir a la paz y a la armonía del país; a contribuir a dotar al gobierno de los instrumentos precisos para gobernar. Esto significa que estoy en contra del parlamentarismo obstruccionista.

El Presidente recupera su sonrisa y dice:

-Aquí entre nos, y siempre que me prometas no publicarlo, te diré que si me pongo a darle consejos a Carlos Andrés, a lo mejor se ofende.

En este instante se abre una puerta y aparece doña Alicia. Trae con ella un perrito primoroso, de raza muy fina. El periodista detesta la raza canina pero se siente en la obligación cortesana de rendir un cumplido al primer perrito de la República. Doña Alicia, complacida y agradecida, ordena tres whiskies, uno para el Presidente, otro para mí y el tercero para Luis Noguera, que me acompaña como fotógrafo. Luego se ofrece gentilísima a mostrarnos la casa, los jardines ya en sombra, la biblioteca, los salones, las pinturas.

-Una última pregunta, señor Presidente. Entre los planes conscientes o subconscientes de Rafael Caldera ¿no estará el de volver a ser Presidente de Venezuela dentro de diez años?

Diez años es mucho tiempo. Por cierto que fui yo mismo quien propuso incluir en la Constitución ese lapso para una posible nueva aspiración presidencial de un ciudadano venezolano que ya ha ejercido la Presidencia. Y sigo creyendo que la disposición es correcta. Hay que ver los inconvenientes que acarrearía la actitud de un Presidente que entregue el poder y al día siguiente se convierta en candidato presidencial.

El periodista está de acuerdo.