Caldera, un hombre de palabra

Artículo de Luis Herrera Campíns escrito especialmente para El Independiente, publicado el sábado 18 de octubre de 1958.

La política, según se ha dicho, es una ciencia de realidades y debe, por tanto, estar siempre sujeta a revisión. La política se orienta conforme a ciertos principios doctrinarios y programáticos, que obedecen a una determinada concepción filosófica del hombre y de la sociedad, y se desarrolla de acuerdo a una táctica y a una estrategia elástica, flexible. La intransigencia y la rigidez están lejos de ser los mejores canales para el ejercicio político. Con los tiempos evolucionan las tácticas, y mineralizar estas últimas significa estancarse.

La política es juego dinámico, que incorpora cada vez en forma más creciente elementos surgidos de la circunstancia histórica, pero sin que ellos representen, en correcta manera de pensar y obrar, una simple y vulgar acomodación a la realidad. La política actúa en la realidad y sobre la realidad, a veces siguiendo su curso, en ocasiones contradiciéndola y persiguiendo la superación. En este sentido debe entenderse cabalmente la acuñada frase de «Política, ciencia de la realidad».

Un político debe ser un conocedor profundo de la historia, que es su escenario temporal, y un desvelado conocedor de la psicología popular, que constituye su escenario humano. Más allá de los fenómenos sociales, el político debe saber intuir las aspiraciones de los pueblos cuando éstas no afloran de modo diáfano, e interpretarlas en todo caso. La dificultad de la política consiste en abrirse paso entre la trabazón de las lianas de la realidad social para seguir camino seguro hacia una meta de Bien Común.

A los políticos se les exige consecuencia ideológica y coherencia en su actuación pública. No pueden marginarse del tiempo en que viven, pero tampoco hacer concesiones exageradas a lo circunstancial momentáneo, con detrimento de lo permanente histórico. El político que interpreta su tiempo en función del Bien Común, es consecuente. El que busca acomodar su conducta a la diaria peripecia, viene a ser un oportunista.

En Venezuela, se ha tenido cierta aversión a la política, por estimar determinados sectores que ella es despliegue de picardía, armazón de trampas, preparación de emboscadas. Quienes en otras épocas se llamaron políticos, sin alcanzar a actuar conforme a los requerimientos que la política exige desde un punto de vista ético, dejaron en el subconsciente colectivo ese sentimiento de desconfianza, de sospecha, de recelo. La contradicción entre las palabras y los hechos, entre la prédica y la acción, sembró cierto escepticismo que aún no se ha podido vencer totalmente. Mucha gente desconfía frente a los políticos, sonríe sobre sus declaraciones y espera para emitir juicio favorable ver si las tesis teóricas corresponden, a la hora de la verdad, con la actuación.

De Rafael Caldera, el candidato presidencial nacional lanzado por la VII Convención del Partido Socialcristiano COPEI, se tiene en Venezuela un altísimo concepto. Cuando enjuicia a Caldera, la gente hace abstracción de su genial talento, de su aguda perspicacia, de su preparación profunda, cualidades innegables en el líder copeyano, para centrar su atención en la honestidad de su conducta y en la consecuencia que se observa siempre entre su pensamiento y sus actuaciones. Por aquellas condiciones ejemplares, se admira a Caldera. Por la última, se lo respeta. Y lo respeta el pueblo en forma unánime, no importa la tienda política a que pertenezca el ciudadano que, en un momento dado, formule su juicio.

Rafael Caldera es un hombre de palabra. Tiene de la promesa un concepto de lealtad antigua, de compromiso moral a cumplir por sobre todo. Para él, la promesa no es ofrecimiento que pueda retirarse según las circunstancias, buscando derivar ventajas específicas, sino deber de conciencia que debe cumplirse. Caldera utiliza la palabra como afirmación de propósitos, como manera de hacer patente voluntad decidida. Cuando promete, cumple. Y siempre trata de observar una línea consecuente, clara, inequívoca, que a nadie engaña. Por eso, se le cree como a nadie. Hombre de reflexión, medita antes de hablar. Domina toda precipitación. Mente analítica hasta el detalle, tiene también sorprendente capacidad de síntesis. Habla y actúa con sinceridad y consecuencia.

En otros políticos, se descubren a cada rato contradicciones, y en algunos con demasiada frecuencia. En Caldera, no. Piensa antes de dar o decir su palabra y una vez dada o dicha, la cumple. Es un hombre de palabra, para decirlo con una frase que cada vez se usa menos. De palabra y de honor.