Recibimiento de Rafael Caldera en Maiquetía a su llegada de Europa.

¿Tenemos o no tenemos el deseo de darle solidez a la república?

Discurso pronunciado en el aeropuerto de Maiquetía a su regreso de una gira por Europa, donde encabezó la delegación que reincorporó a Venezuela a la OIT, en Ginebra, el 29 de junio de 1958.

 

No merezco esta sincera, cálida y entusiasta manifestación. Muchos otros venezolanos podrían haber cumplido con igual o mejor rendimiento la labor que me correspondió cumplir, pero si no la merezco la acepto en forma decidida, porque ella representa para mí un estímulo y un compromiso, porque ella representa lo mismo que los mensajes cordiales que recibí de Venezuela, entre ellos el de Gustavo Lares Ruiz, en representación del Comité Sindical Unificado y el de Antonio Requena, en nombre de la Junta Patriótica, y porque esas manifestaciones tan cordiales, lo mismo que la presencia de los representantes de otros grupos políticos en este acto, vienen a decirme, y por mi conducto a decirnos a este grupo de hombres que luchamos por las ideas socialcristianas, que estamos en el camino recto, que estamos cumpliendo el deber que la patria nos está reclamando, que estamos trabajando por ella con sinceridad y que esta sinceridad se aprecia y se exige por parte de los venezolanos de todas las denominaciones políticas.

Vuelvo a mi patria, de donde me arranqué en momentos de intensa actividad política, con la satisfacción de pensar que en otras tierras se tiene interés y simpatía por Venezuela. Encontré en la Organización Internacional del Trabajo, no sólo en la Conferencia que año a año reúne a todos los países del mundo para discutir puntos concretos de progreso social, sino en el personal de la Oficina, que día a día recoge muchos entre los mejores especialistas del mundo entero, un deseo claro, un deseo amplio e irrestricto de demostrarle a Venezuela la amplitud con que se está mirando en el mundo este momento nacional y el deseo de que ganemos definitivamente la senda de nuestra recuperación democrática.

Traigo de Ginebra las más amplias promesas y ofrecimientos de colaboración. Traigo al gobierno de Venezuela y a su pueblo, a los trabajadores y a los empresarios, la promesa reiterada que se me hizo de la asistencia técnica que nosotros pidamos para la resolución de nuestros más graves y urgentes problemas sociales; porque no queremos andar diciendo mentiras y presentarnos como un pueblo iluso que cree haber resuelto y solucionado los problemas que están en la entraña de nuestra vida nacional. Sabemos que hay problemas muy hondos, sabemos que es el patriotismo del Comité Sindical Unificado el que ha postergado el planteamiento de graves cuestiones que habrán de aflorar y que para resolverse harán menester de un cúmulo de buenas voluntades, de una actitud patriótica y sincera por parte de todos los sectores, de un deseo de negociar y ceder por parte de los patronos y por parte de los obreros, pero de una voluntad por parte del pueblo y por parte del gobierno constitucional de establecer sobre bases sólidas la paz social, la paz que no puede basarse sino en la justicia y que es la condición indispensable para el triunfo del futuro político de nuestra patria.

El régimen pasado nos presentaba ante el mundo como un pueblo ignorante, como un pueblo perezoso y torpe que a la manera de cualquier jefe árabe perdido en el desierto se disponía a vivir de sus rentas petroleras sin saber en qué gastar el dinero proveniente de las regalías. El régimen pasado nos exhibió chabacanamente como los nuevos ricos del continente americano. Queríamos demostrar que teníamos plata y no sabíamos en qué gastarla, buscando fabricar hoteles de lujo en las cumbres de las montañas, buscando deslumbrar a los turistas con realizaciones aparentes, mientras la pobreza, el hambre, la miseria, el desempleo continuaban rigiendo dentro de la vida venezolana, mientras seguíamos siendo un pueblo con uno de los niveles más altos de analfabetismo, mientras seguíamos siendo un pueblo que no era capaz de penetrar, porque le daba miedo, en la entraña de sus angustias, de sus miserias y de sus dolores.

Salieron millares de desempleados a la calle, que no los fabricó la libertad sino que sólo los puso al descubierto cuando arrancó la colcha con que la dictadura quería tapar el cuerpo lacerado de Venezuela. Y esos desempleados fueron absorbidos por planes de emergencia, porque no están desarrolladas las fuentes reales de producción y de trabajo, porque la industria petrolera, que es la más importante de nuestro país y que representa una importancia como quizá ninguna otra o muy pocas representan para otros países del mundo, sólo suministra por razón de su propio funcionamiento ocupación a cuarenta y cinco mil trabajadores, mientras más de dos millones de personas que integran nuestra población activa se encuentran con una serie de artificiales recursos y de paliativos que no dan la sensación de una solución clara, razonable y lógica al problema económico de la nación.

Y así debemos presentarnos ante el mundo, sinceramente, no como ricos sino como un pueblo cuyos recursos naturales no bastan para satisfacer sus necesidades más esenciales y angustiosas. Tenemos que decir al mundo y presentar nuestro problema de que empezamos con pasos difíciles y medidas de equilibrismo a desarrollar un comienzo de industrialización, cuando ya los países más avanzados han ido tan lejos en el camino de la técnica, que la industria mecánica va quedando casi en las sombras del pasado para entrar de lleno en la era de la automatización. Son problemas muy hondos y serios. Tenemos al campesino que se viene a inundar de ranchos el cinturón de las ciudades porque en su tierra no encuentra recursos para una vida decente y humana. Sabemos que hay obreros, obreros calificados, que devengan muy buenos salarios y que tienen buenas condiciones de vida y que están en condición de obtenerlas mejores por su organización sindical, cuando la democracia abra camino a las discusiones y a las negociaciones colectivas, pero sabemos también que aquí en esta propia ciudad, presentada en el mundo como el campo propicio para todas las industrias de explotación indigna, para los negocios ilícitos, para la proliferación de los clubs nocturnos y para la explotación vergonzosa, en esta ciudad, que parece como una ciudad loca y feliz ante la conciencia de la humanidad, hay muchos hombres y muchas mujeres que en ocho horas de trabajo al día no ganan ni siquiera lo indispensable para mal comer ellas ni para sostener una familia.

Los problemas están y no es cuestión de hacer especulaciones sobre ellos, los problemas existen y no es necesario dar muchas explicaciones al que tiene que realizar toda especie de peripecias para poder llevar un poco de comida para medio disfrazar el hambre del hogar, pero esos problemas no podrán resolverse sino por la colaboración de los venezolanos, por el entendimiento leal, noble y sincero de los venezolanos, por la voluntad bien orientada de los venezolanos. Tenemos que trabajar mucho, tenemos que trabajar con sinceridad, tenemos que movernos con lealtad, y el día que depongamos la lealtad en aras de las conveniencias, el día que olvidemos nuestro deber de decir la verdad en aras de combinaciones momentáneas, ese día estaremos traicionando el mejor momento que la patria ha tenido para enrumbarse definitivamente hacia su historia.

Yo traigo sí, muy buenas promesas de la Organización Internacional del Trabajo, porque ellos están dispuestos a darnos toda la ayuda técnica que nosotros pidamos. Y la necesitamos, necesitamos comprensión, no sólo de los venezolanos sino de nuestros hermanos de éste y otros continentes; necesitamos abrir para la patria  un derecho firme y permanente entre los pueblos dignos y libres del mundo. Y por si todo esto fuera poco, compañeros y amigos, hoy también como en otros momentos de su historia los ojos de la América Latina están puestos aquí en Venezuela: los problemas de Latinoamérica son graves, estamos creando equilibrios políticos, pero sentimos que el suelo que pisamos no está todavía firme y sólido bajo nuestros pies. La curiosidad y la impaciencia, la simpatía y el interés con que los delegados de otros países de Latinoamérica están observando la experiencia de Venezuela, es la angustia de un continente que después de cien años en que nuestro pueblo le ayudó a ganar definitivamente la independencia política, está buscando que nuestro pueblo, saneada su casa y poniéndola en orden, le ayude a ganar el camino de la redención y de la democracia.

Hay simpatía por Venezuela, mucha; hay curiosidad por Venezuela, mucha; hay preocupación por Venezuela, mucha, y se nos pregunta si después de las relaciones diplomáticas comienza a aflorar el brote de la sinceridad, si tenemos la convicción de que este episodio que estamos viviendo no es otro episodio fugaz en nuestra vida, sino el comienzo de un camino amplio y noble de superación. Y es necesario recordar a nosotros mismos, a todos los venezolanos, que a veces en la lucha de las cosas diarias y en las alternativas pequeñas del camino, podemos tener la sensación de perder la visión de la cosa grande que tenemos por delante: tenemos que construir una República y para construir una República tenemos que obrar como patriotas; tenemos que dejar a un lado las pequeñeces que puedan inundar la recóndita zona de algunos corazones; tenemos que dejar la tentación del juego político que puede asaltarnos en cada bocacalle; tenemos que afianzar el camino de la verdad; tenemos que afianzar el camino de la sinceridad, y el que trate de engañar a otros no está engañando a otros, se está engañando a él mismo.

Cuatro semanas estoy completando hoy de ausencia del territorio nacional. Dentro de esas cuatro semanas se han realizado, o debido realizar, muchas conversaciones entre los partidos políticos organizados, que como tales tienen un deber más grave que todos los demás sectores de la opinión venezolana ante su pueblo y ante su patria. A mí me han preguntado en Nueva York, en el mismo cuarto donde hace seis meses, llenos de optimismo y de esperanza, estábamos señalando el camino de la nueva Patria, me han preguntado si yo creía que se había perdido en Venezuela la unidad; me preguntaron si era cierto que los partidos políticos que han hablado mucho y muy bonito, que han predicado mucho y hermosamente para bien de Venezuela, no habían encontrado el punto de convergencia cuando se llegó al primer problema concreto que hay que resolver. Pero mi respuesta fue optimista, porque tenemos que encontrar un camino; no es cuestión de conveniencias o de acomodos, es que tenemos que entendernos, tenemos que voltear las cartas sobre la mesa a base de una pregunta fundamental, ¿tenemos o no tenemos el deseo de darle solidez a la República?

Porque el problema que Venezuela confronta no es el de ganar una elección, ni el de asegurarse un puesto más o menos en un Congreso o en una Legislatura cualquiera, el problema es mucho más hondo, el problema es mucho más profundo: ¿estamos o no en capacidad de ofrecer a todos los venezolanos, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, la garantía de que pueden vivir en paz y en libertad dentro de las leyes? ¿Podemos o no podemos los venezolanos crear un régimen de sincera democracia, donde la libertad no se asuste, donde la libertad sea planta fecunda que crece y embellece nuestro suelo? ¿Podemos o no podemos crear los venezolanos una organización constitucional donde el gobierno gobierne y sea respetado porque el ciudadano sabe al mismo tiempo que es respetado en su derecho y no será objeto de invasiones? ¿Podemos o no podemos los venezolanos tener un régimen civil que merezca amplio y total apoyo de las organizaciones militares? ¿Podemos o no podemos los venezolanos tener un régimen que auspicie una reforma social, pero que merezca el respeto de los sectores de empresa y de los sectores patronales?

Allí está el problema profundo, y planteando las cosas con sinceridad yo no puedo creer que no exista en los corazones de los que hemos sufrido y padecido un poco de buena voluntad para enrumbar la patria, aunque no nos satisfaga a todos la integridad de la solución adoptada, siempre que podamos ver que después de cinco años un período constitucional termine para dar comienzo a otro, y Venezuela se presente definitivamente como un pueblo que sabe vivir en paz.

Yo soy optimista, pero no soy optimista por optimismo iluso, que cierra los ojos ante las dificultades. Claro que hay dificultades y tiene que haberlas, los problemas son para resolverlos los hombres. Si era optimista en la época más negra de la dictadura, no tengo derecho a no serlo en esta época en que vamos buscando enrumbar definitivamente el camino de la libertad. Y cuando me preguntaban –y aquí verán ustedes por qué mencioné a Nueva York– los periodistas en Estados Unidos, en la ciudad de Nueva York, sobre la situación actual de Venezuela, para ser optimista vino a mi memoria el recuerdo de que en aquel mismo cuarto de hotel donde se me estaba haciendo la pregunta, apenas seis meses atrás, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y yo nos pusimos de acuerdo, poniendo por debajo muchas diferencias, olvidando reclamaciones, poniendo a un lado muchas dificultades anteriores, y dijimos: es necesario que echemos a andar con nuestra gente y con nuestro pueblo el destino de Venezuela.

Yo no creo, venezolanos, que el camino de la unidad está cerrado, sólo creo que el camino de la unidad no se busca a través de la esgrima versallesca y a través de la indirecta y más o menos sinuosa insinuación de los problemas y de las soluciones. El problema de la unidad, si es que queremos resolverlo, porque resolviéndolo estamos resolviendo el problema de la patria, no lo podemos resolver con palabras sino con hechos, no lo vamos a resolver con comentarios y noticias sino con el acercamiento sincero, y en el camino de la sinceridad yo puedo decir aquí, esta tarde, con la frente muy alta y con la boca llena, que en el camino de la sinceridad Venezuela sabe que la palabra empeñada por COPEI es un compromiso indestructible.

Es natural, venezolanos, que después de los años de opresión, los primeros meses, quizá los primeros años de ejercicio democrático, traiga necesariamente desviaciones y errores, eso no me preocupa.  Lo que me preocupa es el deber que tenemos de salvar la responsabilidad de los dirigentes, que es más grave que la responsabilidad de todos, porque poniendo nuestro corazón con el pueblo tenemos que poner el cerebro en la cámara fría de las reflexiones, para encontrar caminos claros y firmes para el porvenir de nuestra patria. El pueblo venezolano está maduro y no debemos ser nosotros los que vayamos a estimular bajas pasiones lanzándonos por el camino de la demagogia. La demagogia es fácil y estéril. Lo que necesitamos es la dirección serena y firme de los grupos colectivos y el pueblo de Venezuela sabe, y nosotros no debemos olvidarnos, que si nos metemos a competir en el terreno de la demagogia lo que estamos haciendo es abrir el camino del desastre.

Adelante, pues, hablándonos tenemos que entendernos, que ganar para la patria la vida misma de la patria. No podemos nosotros pensar que podemos dedicarnos cómodamente a vegetar de una democracia asentada sobre raíces seculares, nuestra democracia es planta tierna todavía, sus raíces no están hundidas todavía para resistir el empuje de los vientos; las tempestades se forman a veces mientras los que debieran cuidar la planta se ponen a pelear en el camino por preferencias o situaciones. Tenemos que ponernos a cuidar esta planta y hemos de cuidarla todos, y para cuidarla hemos venido a seguir compartiendo con los nuestros esta dura responsabilidad.

Yo quiero agradecer aquí de la manera más profunda, desde mi corazón, esta manifestación que he recibido y todas las manifestaciones de simpatía y solidaridad durante estas semanas de ausencia, llevando la palabra y la preocupación de Venezuela a otras tierras de un lado y de otro del Atlántico. Venezuela está en camino y tiene un deber y una función, estamos dentro de la comunidad occidental, somos pueblos que integramos la cultura cristiana, tenemos que unirnos a nuestros pueblos hermanos para defender mejor nuestra soberanía y el momento es propicio para obtener, dentro de un clima de respeto, el que no sean realizadas injusticias seculares. Al sur de nuestra tierra está todo un continente libertado por la espada de Bolívar. En todo este Caribe bullen almas que están pendientes de la vibración del alma venezolana. Vamos compañeros y amigos a cumplir el papel que nos tocó, asumiendo nuestra responsabilidad, tomando nuestro puesto sin dudas y sin vacilaciones, incorporándonos de lleno a nuestro deber y presentando ante la conciencia de los hombres libres la voz de un pueblo libre, que está dispuesto a seguir siendo libre.

Para terminar, agradeciendo a los presentes este esfuerzo notable de haber soportado a pie firme y con entusiasmo los rayos inclementes de nuestro sol, quiero agradecer a todos los habitantes de los barrios vecinos que han hecho acto de presencia, y a aquellos que han venido a Caracas desde lejanas poblaciones del interior. Me perdonarán ustedes que cumpla un deber que no puedo eludir: tengo que agradecer especialmente a mi gente copeyana, que ha puesto tanto entusiasmo en acogerme, y estoy seguro de que al hacerlo no estoy voceando una consigna de partido sino una consigna de unidad, porque ustedes saben y debe saberlo toda Venezuela, que el crecimiento de COPEI no es el crecimiento de una secta sino el crecimiento de una fuerza que tiende a coordinar y a unir a todas las fuerzas venezolanas. Que COPEI ha sido y será factor de unidad en Venezuela, en este momento especial de la vida venezolana, con amplios brazos abiertos para todos. Podemos decir que quizá no hay nadie que pueda en Venezuela tanto como COPEI contribuir a la unidad de los venezolanos. Porque en este momento de Venezuela, COPEI significa la unidad de las fuerzas políticas de todas las denominaciones y de las fuerzas no organizadas en partidos políticos. Porque en este momento, especialmente, COPEI representa la unidad de las regiones vitales y laboriosas de los Andes con el Centro y el Oriente de Venezuela. Porque en este momento, especialmente, COPEI representa la unidad de los trabajadores que sienten la garantía de que podrán luchar por sus derechos, y los hombres de empresa sabrán que habrá respeto para actitudes justas y que se pedirán reformas, sí, pero reformas que no vayan contra la grandeza y el progreso de la Patria sino reformas que le den a los desposeídos las reivindicaciones a que tienen derecho.

Podemos, pues, compañeros y amigos, sentirnos satisfechos de pensar que en este momento, sin prejuicios, hablando claro como lo hacemos siempre, pero con la vista también muy clara en el objetivo que perseguimos, COPEI es la fuerza y aglutinación que representa, no sólo la voluntad de un partido, sino la aspiración de una unidad integral que constituye Venezuela.

Sigamos en este camino. Sigamos adelante. Abramos los brazos a todos nuestros hermanos de Venezuela y echemos a andar, con el pensamiento puesto en Dios y el corazón puesto en el objetivo más alto que un venezolano puede lograr, en el destino de Venezuela, que se va a lograr  cuando podamos construir una República libre, una República donde la justicia pueda buscarse y donde el progreso no se obtenga a costa de la sangre de los venezolanos.